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jueves, 1 de enero de 2015

María, madre de Jesús 1 de 4

María, madre de Jesús 1 de 4
Robert Ambelain.


Ella alzó los ojos al cielo y dijo: ¿Quién soy yo, Señor, para que todas las naciones de la Tierra un día me bendigan? ...” Porque María había olvidado los misterios que le había revelado el arcángel Gabriel ...
Protoevangelio de Santiago, XII, 2

El capítulo que tratara de los “hijos de David” y no diera el máximo de informaciones inéditas sobre María, la madre de todos ellos, sería un capítulo incompleto. Por ello es importante presentar todo un pequeño universo humano que, a partir de ahora, permanecerá al margen de la religión nueva montada por aquel aventurero de la mística que fue Saulo-Pablo.[1]

Como ya dijimos en nuestra primera obra,[2] y según las afirmaciones dogmáticas de la Iglesia católica, ignoramos todo cuanto pueda referirse a los padres de María, madre de Jesús; y dicha Iglesia, considerando este terreno como terriblemente peligroso para la leyenda cristiana, se niega, por consiguiente, a enseñar nada oficial a este respecto. No obstante, nosotros, que no nos atenemos a esa prudente reserva, y por motivos diametralmente opuestos, abordaremos el problema de los orígenes familiares de la madre del Jesús de la historia.

 

Las genealogías reproducidas en los evangelios de Mateo y de Lucas, por contradictorias que sean, sólo se aplican al padre oficial de Jesús, es decir, al evanescente José de la leyenda, cuyo supuesto nombre de circuncisión, según Lucas (3, 24), era Ioseph-bar-Heli, y según Mateo (1, 16), era Ioseph-ben-Iacob. Como se ve, los escribas del siglo IV no se pusieron de acuerdo al componer sus relatos.

En los canónicos no tenemos nada sobre María, y es un apócrifo célebre, del que la Iglesia saca abundante información para sus necesidades iconográficas, el Protoevangelio de Santiago, el que nos dice que su padre se llamaba Joaquín y su madre Ana, en hebreo Hannah.

Ese silencio reprobador y regañón de los exegetas oficiales nos oculta, evidentemente, algo, cosa que incita al historiador sincero, curioso por naturaleza, a desentrañar el motivo secreto de dicho silencio.

En primer lugar afirmaremos que María procedía de una familia bastante rica, por sorprendente que resulte esta afirmación. Este hecho lo establecemos seriamente a partir de una constatación de lo más trivial: la de la riqueza indiscutible de la familia davídica en general, es decir, la importancia de los bienes que poseía, más la importancia de los diversos ingresos percibidos por sus miembros.

Sobre éstos, remitimos al lector a nuestra obra precedente y a su capítulo titulado “El diezmo mesianista”.[3] Sobre los bienes inmuebles de esta familia podemos tomar ya en cuenta con toda certeza la casa familiar de Gamala, aquél nido de águilas colgado por encima de la orilla oriental del mar de Galilea; la vivienda de Cafarnaúm, citada en Mateo (4, 13) y en Marcos (1, 29) como propiedad de Simón y Andrés, hermano de Jesús;[4] la de Séforis, destruida durante los años 6 al 4 antes de nuestra era por las legiones de Varo, legado de Siria, durante la primera revolución de Judas de Gamala, esposo de María y padre de Jesús; esta vivienda desapareció, evidentemente, en el incendio de dicha ciudad. Debe poder añadirse la de Betsaida, “la ciudad de Andrés y de Pedro” (Juan, 1, 44), ya que, repitámoslo, eran hermanos de Jesús, en el sentido carnal del término.[5]

Conocemos también el pasaje de la Historia eclesiástica de Eusebio de Cesarea, en el cual dicho autor nos muestra a los “parientes carnales del Salvador, bien para vanagloriarse, o simplemente por decirlo ...” (cf. Eusebio de Cesarea, op. cit., I, VII, 11-14), que nos revela los verdaderos orígenes de la familia herodiana. Pues bien, para conocer la genealogía de una familia, para vanagloriarse, hay que ser familiar de ella, más o menos próximo. Y más tarde abordaremos el problema del matrimonio de Herodes el Grande con una “hija de David”, parienta de Jesús, por ser hermanastra de su madre María.

Observaremos, de paso, que Tischendorf considera como auténticos los nombres de los padres de María (cf. Tischendorf, De evangeliorum apocryphum origine et usu). Y, efectivamente, en las leyendas judías, a María la llaman hija de Heli, alias Jehohakim, que de hecho es el mismo nombre (Heliakim). Señalaremos, a este respecto, la concordancia del Talmud de Babilonia (op. cit., Sanedrín: f° 67) con el Talmud de Jerusalén (op. cit., f° 77).

El Protoevangelio de Santiago nos dice lo siguiente: “Había un hombre rico, rico en exceso, llamado Joaquín, que llevaba sus ofrendas al Templo en cantidad doble, diciendo: ‘Lo que sobre será para todo el pueblo’ (después de los sacerdotes) ...” (Cf. Protoevangelio de Santiago, 1, 1). Y Eustaquio, obispo de Antioquia y mártir († 360), aporta los mismos datos, sin considerarlos como legendarios, sino dándolos por ciertos. (Cf. Commentaire sur l’oeuvre des six jours, in Patrologie grecque, tomo XVIII, col. 772).

Sobre la filiación real y davídica de María, observemos de paso que el mismo Protoevangelio de Santiago nos muestra a la sirvienta de Ana, madre de María, aconsejando a su ama que ciña la diadema real que posee, para alejar la tristeza causada por su esterilidad (cf. Protoevangelio de Santiago, II, 2). Su unión con Joaquín, de la misma filiación davídica que ella, está atestiguada por otro documento antiguo: “Cuándo él (Joaquín) tuvo veinte años, tomó por esposa a Ana, hija de Isacar, y de su propia tribu, es decir, de la raza de David ...” (Cf. Pseudo-Mateo, I, 2).

Del mismo modo, el abad Emile Amann, doctor en teología, al traducir y comentar el Protoevangelio de Santiago consagrado a María, a sus orígenes y a su infancia, puede observar que, según el propio texto: “Joaquín (el padre de María) es ‘extremadamente rico’; he ahí una respuesta directa a las acusaciones judías sobre la pobreza de María ...”. (Cf. E. Amann, Protoevangelio de Santiago, p. 181, Imprimatur del 1 de febrero de 1910, Letouzey Edith., París, 1910).

Nos encontramos, pues, muy lejos de la familia miserable que se nos presenta sin cesar para enternecernos.

Conocemos, en efecto, la acusación injuriosa de la Toledoth Ieshuah (La generación de Jesús), que afirmaba que éste era el hijo bastardo de María y de un mercenario romano llamado Pantero. Paralelamente, el Talmud nos aporta un eco de ello:

“He descubierto en Jerusalén un manuscrito genealógico en el que está escrito que éste (Jesús) es el hijo bastardo de una mujer adúltera ...” (Cf. Rabbi Simeón-ben-Azzai, Talmud).

Estimamos que se trata ahí de una ignorancia voluntaria de la verdadera acusación inicial, porque es indudable que semejante delito por parte de María le hubiera acarreado serias dificultades, por crimen de adulterio.
La Ley de Moisés implicaba, en efecto, la lapidación para la mujer a la que se reconocía culpable de dicho delito (cf. Levítico, XX, 10). En cambio, ningún autor judío ha pretendido jamás que ésta arriesgara ninguna cosa en este campo.

Por el contrario, y como ya se ha subrayado, Jesús cuenta al menos con cuatro mujeres culpables de ese importante delito en Israel entre sus más ilustres antepasadas,[6] y su indulgencia hacia ellas se extiende incluso a las prostitutas, que sin embargo son severamente rechazadas por la Ley de Moisés y por los profetas. Probablemente a lo que los talmudistas hacían alusión era a esa ascendencia molesta, pero luego mal comprendida por la tradición oral.

Sea lo que fuere, y al elegir semejante ascendencia, el “hijo de Dios” hubiera estado muy mal inspirado si luego hubiera condenado a la mujer adúltera que un día se le presentó para que la juzgara (Juan, VIII, 3 a 11). Pero volvamos a María, su madre.[7]

Según san Juan Damasceno, en su Homilía sobre la Natividad de la Bienaventurada Virgen María (Patrología, XCVI, col. 664-667), María habría nacido en Séforis, en Galilea, a algunos kilómetros de la Nazaret actual (entonces inexistente), y muy cerca de Belén de Galilea.

Para embrollar mejor el problema, los escribas anónimos que “apañaron” los evangelios antiguos en el siglo IV, tuvieron la idea de situar el nacimiento de Jesús en Belén de Judea, a unos diez kilómetros al sur de Jerusalén, y no ya en Galilea, sino en Judea. Y todo eso a fin de que naciera en la ciudad donde el propio David había nacido. Pero, ya que era descendiente de David por línea de sangre, Jesús podía muy bien prescindir de tal mentira para seguir siéndolo, indiscutiblemente, del mismo modo que jamás un Delfín de Francia necesitó nacer en París, en l’Île de la Cité, cuna de los Capetos, para ser luego rey legítimo. Porque entre Belén de Galilea y Belén de Judea hay, a vuelo de pájaro, unos ciento diez kilómetros.

Es evidente que semejantes errores fueron premeditados. Es muy probable que María, galilea de nacimiento, como precisa Juan Damasceno, permaneciera en su provincia natal y entre su familia para alumbrar a su “primogénito” (Lucas, 2, 6-7), y sin duda también a los siguientes (Marcos, 6, 3). Y el famoso censo de Quirino no sale para nada, como ya demostramos,[8] y menos cuando se tiene en cuenta que Jesús no nació en esa época, sino unos veintitrés años antes.

Observemos de paso que en diciembre de 1969, el profesor Harmut Stegemann, doctor en teología protestante de la universidad de Bonn, publicó una tesis según la cual Jesús no habría nacido ni en Belén de Judea ni en Nazaret de Galilea, sino en Cafarnaúm, es decir, en Galilea, a orillas del lago de Genezaret, y al extremo norte de éste. Se habría hablado de “Jesús de Nazaret” porque (en el siglo IV) se ignoraba la raíz aramea de dicho nombre. Éste significaría, en realidad, más o menos: “Guardián de la justicia de Dios”. Observemos también que dicho doctor protestante nos aporta aquí una confirmación del papel típicamente mesiánico, en el sentido zelote del término, del Jesús de la historia.

La prensa de Alemania federal ha reproducido numerosos pasajes de esa tesis, a veces en primera página, en especial la Kölnische Rundeschau, que poco antes de Navidad de 1969 consagró un editorial a esa auténtica “bonba” lanzada por un teólogo conocido.

Así pues, el teólogo Stegeman considera que hay motivos fundados para pensar que Jesús nació en Cafarnaúm, donde se habían establecido sus parientes. Por nuestra parte, estamos de acuerdo con ese exégeta sobre el hecho de que Jesús no nació, en modo alguno, en Belén de Judea. Pero sí que pudo haber nacido en Belén de Galilea, cerca de Séforis, donde nació su madre, muy cerca de esa Nazaret que se crearía en el siglo VIII para dar satisfacción a los peregrinos, después de haberla imaginado simplemente en el siglo IV.

Pero Belén de Galilea es una localización peligrosa para la verdad, lo mismo que Séforis, ya que se hallan a poco menos de treinta y cinco kilómetros a vuelo de pájaro de Gamala, la ciudad refugio de los zelotes, colgada de su espolón rocoso, como un halcón escrutando la llanura, al otro lado del lago de Genezaret. Es la famosa “montaña” que sale repetidamente en los evangelios, montaña que se guardan bien de nombrarnos ... Y en Cafarnaúm se está a menos de quince kilómetros, muy cerca del feudo familiar de Judas de Gamala, alias Judas el Gaulanita, o Judas de Galilea (Hechos, V, 37), el héroe de la revolución del Censo, el primer esposo de María, el padre de sus cinco primeros hijos y de sus dos hijas.

Por eso es probablemente por lo que el primer acto de este último, cuando levantará el estandarte de su primera revolución, en el año 6 de nuestra era, consistirá en apoderarse de Séforis, del palacio de Herodes, de su arsenal y de su tesoro. Y, por esa elección, puede sospecharse la existencia de una relación entre la primera embestida de las unidades de zelotes que habían descendido del nido de águilas de Gamala, y la localidad en donde nació María, esposa de Judas de Galilea, su jefe, y madre de sus hijos. Según el Protoevangelio de Santiago, ella nacería en el año 14 antes de nuestra era, de modo que cuando tuvo lugar la crucifixión de Jesús contaría cuarenta y nueve años, y veintiséis cuando éste fue sometido, a la edad de doce años, al examen de su mayoría de edad civil y religiosa ante los doctores de la Ley. Entonces él se convertía, como todos los pequeños judíos del mundo, en un ben-ha-torah, un “hijo de la Ley”.[9] Esta cronología daría como resultado que María lo alumbró a la edad de catorce años.

Pero estos datos son falsos. De toda nuestra investigación, de los despieces y de las severas confrontaciones cronológicas a las que nos hemos entregado desde hace unos diez años, resulta que Jesús nació hacia el año 16 o 17 antes de nuestra era,[10] y si María lo alumbró cuando contaba quince años (las niñas, en Israel, eran núbiles a partir de los doce años y medio), ella debió de nacer alrededor del año 32 antes de dicha era. Por otra parte, el mismo Juan Damasceno nos da en su De fide orthodoxia (IV, Patrología, XCIV, col. 21.157) la genealogía de María. Como es natural, sólo nos habla de José, y no de Judas de Gamala. Veámosla reproducida a continuación:

En lo concerniente a la vida de María después de la crucifixión de Jesús, su muerte y la época de ésta, ya hemos tratado estos temas en el estudio del destino de Juan (véase el capítulo 14), por lo tanto no volveremos sobre ello.

Por otra parte, en el primer volumen ya llamamos la atención del lector sobre la inexistencia de una mujer presentada bajo el nombre de María de Magdala.


[1] Cf. El hombre que creó a Jesucristo.
[2] Cf. Jesús o el secreto mortal de los templarios, pp. 55-56.
[3] Cf. Jesús o el secreto mortal de los templarios, pp. 162-183.
[4] Cf. Jesús o el secreto mortal de los templarios, pp. 54-69.
[5] Id., y capítulo 8.
[6] Cf. Jesús o el secreto mortal de los templarios, pp. 150-151.
[7] El Talmud de Babilonia (Sanedrín, 106), reconoce que María descendía de David.
[8] Op. cit., pp. 59-69.
[9] Cf. Jesús o el secreto mortal de los templarios, pp. 123-125. Ese es todo el prodigio de “Jesús ante los doctores de la Ley”: el simple examen de un niño de primera comunión, una vez terminado de aprender el catecismo ...
[10] Cf. Jesús o el secreto mortal de los templarios, pp. 45-53.

Tomado del libro: LOS SECRETOS DEL GOLGOTA de Robert Ambelain.

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