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domingo, 11 de noviembre de 2012

HERBERT ORE: LOS VISITANTES Y LOS HOMBRES ( VII )


LOS VISITANTES Y LOS HOMBRES ( VII )
Herbert Oré Belsuzarri.

El Lamento de Uruk describe vividamente la confusión sembrada tanto entre los dioses como entre el pueblo. Diciendo que Anu y Enlil anularon a Enki y a Ninki cuando «determinaron el consenso» para el empleo de las armas nucleares, el texto afirma después que ninguno de los dioses había previsto tan terribles consecuencias: «Los grandes dioses empalidecieron ante su inmensidad» cuando presenciaron los «rayos gigantes» de la explosión «alcanzar el cielo [y] la tierra temblar en su centro».

Cuando el Viento Maligno comenzó a «esparcirse por las montañas como una red», los dioses de Sumer emprendieron la huida a sus amadas ciudades. En el texto conocido como Lamentación Sobre la Destrucción de Ur se hace una relación de todos los grandes dioses y de algunos de sus más importantes hijos e hijas que «abandonaron al viento» las ciudades y los grandes templos de Sumer. Y el texto llamado Lamentación Sobre la Destrucción de Sumer y Ur añade detalles dramáticos a esta huida precipitada. Así, «Ninharsag lloraba con amargas lágrimas» cuando huyó de Isin; Nanshe gritaba, «Oh, mi devastada ciudad» cuando «el lugar en donde moraba cayó en la desgracia». Inanna salió apresuradamente de Uruk, navegando en dirección a África en un «barco sumergible», lamentándose de haber dejado atrás sus joyas y otras posesiones... En su propia lamentación por Uruk, Inanna/Ishtar lloraba la desolación de su ciudad y su templo, debido al Viento Maligno «que en un instante, en un abrir y cerrar de ojos se había creado en el medio de las montañas», y contra el cual no había defensa alguna.

Una sobrecogedora descripción del miedo y la confusión reinante, tanto entre dioses como entre hombres, ante la inminencia del Viento Maligno, se da en El Lamento de Uruk, que fue escrito años después, cuando llegó el tiempo de la Restauración. Cuando los «leales ciudadanos de Uruk cayeron presa del terror», las deidades residentes de Uruk, a cuyo cargo estaba la administración y el bienestar de la ciudad, hicieron sonar la alarma. «¡Levantaos!», llamaron a la gente en mitad de la noche; huid, «¡ocultaos en la estepa!», les dijeron. E, inmediatamente, los mismos dioses, «las deidades huyeron... tomaron senderos desconocidos». Y el texto afirma con pesimismo:

Así, todos sus dioses evacuaron Uruk;
se mantuvieron lejos de ella;
se ocultaron en las montañas,
escaparon a las distantes llanuras.

En Uruk, el pueblo fue abandonado al caos, sin dirección ni ayuda. «El pánico se apoderó de la muchedumbre en Uruk... su sentido común se distorsionó». Entraron en los santuarios rompiéndolo todo, mientras se preguntaban: «¿Por qué parece tan lejano el benévolo ojo de los dioses? ¿Quién ha provocado todo este pesar y lamento?». Pero sus preguntas quedaron sin respuesta; y, cuando la Tormenta Maligna pasó, «el pueblo fue amontonado en pilas... el silencio cayó sobre Uruk como un manto».
  
Por El Lamento de Eridú sabemos que Ninki huyó de su ciudad hasta un puerto seguro de África: «Ninki, su gran dama, volando como un ave, dejó su ciudad». Pero Enki se alejó de Eridú sólo lo suficiente como para apartarse del camino del Viento Maligno, pero lo suficientemente cerca como para ver su destino: «Su señor permaneció fuera de la ciudad... el Padre Enki permaneció fuera de la ciudad... por el destino de su herida ciudad lloró amargas lágrimas». Muchos de sus subditos leales le siguieron, acampando en las cercanías. Durante un día y una noche observaron a la tormenta «poner su mano» sobre Eridú.

Después de que «la tormenta portadora de mal saliera de la ciudad, barriendo los campos», Enki entró en Eridú; se encontró con una ciudad «cubierta con el silencio... sus habitantes yacían amontonados». Aquéllos que se salvaron le dirigieron un lamento: «¡Oh, Enki», lloraban, «tu ciudad ha sido maldecida, ha sido convertida en un territorio extraño!», y sollozaban preguntándose adonde ir y qué hacer. Pero, aunque el Viento Maligno había pasado, el lugar seguía siendo inseguro, y Enki «se quedó fuera de la ciudad, como si fuera una ciudad extraña». Más tarde, «abandonando la casa de Eridú», Enki llevó a «aquéllos que habían salido de Eridú» al desierto, «hacia una tierra hostil»; allí, utilizó sus conocimientos científicos para hacer comestible el «árbol desagradable».

Desde el extremo norte de la amplia extensión del Viento Maligno, desde Babilonia, Marduk, preocupado, le envió a su padre Enki un mensaje urgente, ante la inminencia de la llegada de la nube de la muerte a su ciudad: «¿Qué debo hacer?», preguntaba. El consejo de Enki, que más tarde Marduk transmitiría a sus seguidores, fue que aquéllos que pudieran abandonar la ciudad, que lo hicieran, pero que fueran sólo hacia el norte; y, en la misma línea del consejo que le dieran los dos emisarios a Lot, a la gente que huía de Babilonia se le aconsejó «no volverse ni mirar atrás». También se les dijo que no llevaran consigo alimentos ni bebida, pues estos podrían haber sido «tocados por el fantasma». Si no era posible la huida, Enki aconsejaba ocultarse bajo tierra: «Métete en una cámara bajo la tierra, en la oscuridad», hasta que el Viento Maligno haya pasado.

El lento avance de la tormenta casi le cuesta caro a algunos de los dioses. En Lagash, «madre Bau sollozaba amargamente por su templo sagrado, por su ciudad». Aunque Ninurta se había ido, a su esposa le costaba dejar la ciudad. «Oh, mi ciudad. Oh, mi ciudad», seguía llorando, mientras se quedaba atrás. La demora casi le cuesta la vida:

En aquel día, la dama-la tormenta la alcanzó;
Bau, como si fuera una mortal-la tormenta la alcanzó...

En Ur, sabemos por las lamentaciones (una de las cuales la compuso la misma Ningal), que Nannar y Ningal se negaban a creer que el fin de Ur era irrevocable. Nannar le dirigió una larga y emocionada súplica a su padre Enlil, en busca de soluciones para evitar la calamidad. Pero «Enlil le respondió a su hijo Sin» que no se podía cambiar el destino:

A Ur se le concedió la realeza-no se le concedió un reinado eterno. Desde la antigüedad, cuando se fundó Sumer, hasta el presente, cuando el pueblo se ha multiplicado-¿Quién ha visto nunca una realeza que reine eternamente?

Mientras aquella súplica se pronunciaba, recuerda Ningal en su largo poema, «la tormenta seguía avanzando, con su maligno ulular sometiéndolo todo». Era de día cuando el Viento Maligno llegó hasta Ur; «aunque de aquel día aún tiemblo», escribió Ningal, «del fétido olor de aquel día no huimos». Cuando llegó la noche, «un amargo lamento se elevó» en Ur; sin embargo, el dios y la diosa se quedaron; «del horror de aquella noche no huimos», afirmaba la diosa. Después, la aflicción llegaría al gran zigurat de Ur, y Ningal se daría cuenta de que Nannar «se había visto sorprendido por la tormenta maligna».

Ningal y Nannar pasaron una noche de pesadilla, una noche que Ningal juraría no olvidar nunca. Pasaron la noche en la «casa termita» (cámara subterránea) dentro del zigurat. Fue al día siguiente, cuando «la tormenta se había ido de la ciudad», que «Ningal, con el fin de salir de su ciudad... se puso precipitadamente un vestido», y junto con el afectado Nannar salieron de la ciudad que tanto amaban.

Mientras partían, vieron la muerte y la desolación: «la gente, como fragmentos de cerámica, llenaba las calles de la ciudad; en sus nobles puertas, allí donde iban a pasear, había cadáveres por todas partes; en sus bulevares, donde se celebraban las fiestas, yacían esparcidos; en sus plazas, donde tenían lugar las festividades de la tierra, la gente yacía amontonada». Los muertos no eran enterrados: «los cadáveres, como manteca bajo el sol, se derretían por sí mismos».

Después, Ningal elevaría su gran lamentación por Ur, la que fuera majestuosa ciudad, capital de Sumer, capital de un imperio:

Oh, casa de Sin en Ur,
amarga es tu desolación...
¡Oh, Ningal, cuya tierra ha perecido,
haz tu corazón como agua!
La ciudad se ha convertido en una ciudad extraña,
¿cómo se puede existir ahora?
La casa se ha convertido en casa de lágrimas,
hace mi corazón como agua...
Ur y sus templos
han sido entregados al viento.

Todo el sur de Mesopotamia había quedado postrado; el suelo y las aguas envenenados por el Viento Maligno: «En las riberas del Tigris y el Eufrates, sólo crecían plantas enfermizas... En los pantanos crecían juncos enfermizos que se pudrían en el hedor... En los huertos y en los jardines no había brotes nuevos, y pronto quedaron yermos... Los campos cultivados ya no se araban, ni semillas se plantaban en el suelo, ni canciones resonaban en los campos». En el campo, los animales también se vieron afectados: «En la estepa, quedó poco ganado grande y pequeño, todas las criaturas vivas llegaron a su fin». Los animales domesticados, también, fueron aniquilados: «Los rediles se han entregado al viento... El ronroneo del giro de la mantequera ya no resuena en el redil... Los corrales ya no dan manteca ni queso... Ninurta ha dejado a Sumer sin leche».

«La tormenta aplastó la tierra, lo barrió todo; rugía como un gran viento sobre la tierra, nadie podía escapar; asolando las ciudades, asolando las casas... Nadie recorre las calzadas, nadie busca los caminos».

La desolación de Sumer era completa. (Zecharia Sitchin, La Guerra de los Dioses y Los Hombres, Ediciones Obelisco S.L., Barcelona-España 2002, Págs. 150 al 152).

Lo único que queda claro es que los “visitantes” que llegaron a la tierra hace 450000 ó 400000 años, crearon al Homo sapiens en un laboratorio llamado E.DIN y que lo salvaron del diluvio, para posteriormente fomentar su desarrollo y crecimiento en todo el globo terráqueo, cada dios conquistando sus propias tierras, haciendo que los hombres pelen guerras. A estos el hombre los llamo “dioses”, le sirvieron y adoraron; de ellos recibieron genes que los hace “hijos de dios”, así como todo aquello que hoy se conoce como civilización y que nuestro afán por ser igual a nuestros “dioses” nos inspira a desarrollar nuestra tecnología y cuanto saber puede el hombre, hasta que cumplan con su promesa los dioses: “Regresar”.

En el año 1940 se dio a conocer este interesante texto, que no es religioso ya que corresponde a un comic: “En el día más brillante, en la noche más oscura, ningún mal escapará de mi vista. Dejen a esos que adoran al mal temer mi poder “. (Juramento de los Green Lantern Corps). En verdad muy interesante.

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