LOS VISITANTES Y LOS HOMBRES ( VII )
Herbert Oré Belsuzarri.
El Lamento
de Uruk describe vividamente la confusión sembrada tanto entre los dioses como
entre el pueblo. Diciendo que Anu y Enlil anularon a Enki y a Ninki cuando
«determinaron el consenso» para el empleo de las armas nucleares, el texto
afirma después que ninguno de los dioses había previsto tan terribles
consecuencias: «Los grandes dioses empalidecieron ante su inmensidad» cuando
presenciaron los «rayos gigantes» de la explosión «alcanzar el cielo [y] la
tierra temblar en su centro».
Cuando el Viento Maligno comenzó a «esparcirse por las
montañas como una red», los dioses de Sumer emprendieron la huida a sus amadas
ciudades. En el texto conocido como Lamentación
Sobre la Destrucción de Ur se hace una relación de todos los grandes
dioses y de algunos de sus más importantes hijos e hijas que «abandonaron al
viento» las ciudades y los grandes templos de Sumer. Y el texto llamado Lamentación Sobre la Destrucción de Sumer y
Ur añade detalles dramáticos a
esta huida precipitada. Así, «Ninharsag lloraba con amargas lágrimas» cuando
huyó de Isin; Nanshe gritaba, «Oh, mi devastada ciudad» cuando «el lugar en
donde moraba cayó en la desgracia». Inanna salió apresuradamente de Uruk,
navegando en dirección a África en un «barco sumergible», lamentándose de haber
dejado atrás sus joyas y otras posesiones... En su propia lamentación por Uruk,
Inanna/Ishtar lloraba la desolación de su ciudad y su templo, debido al Viento
Maligno «que en un instante, en un abrir y cerrar de ojos se había creado en el
medio de las montañas», y contra el cual no había defensa alguna.
Una sobrecogedora descripción del miedo y la confusión
reinante, tanto entre dioses como entre hombres, ante la inminencia del Viento
Maligno, se da en El Lamento de Uruk, que
fue escrito años después, cuando llegó el tiempo de la Restauración. Cuando los
«leales ciudadanos de Uruk cayeron presa del terror», las deidades residentes
de Uruk, a cuyo cargo estaba la administración y el bienestar de la ciudad,
hicieron sonar la alarma. «¡Levantaos!», llamaron a la gente en mitad de la
noche; huid, «¡ocultaos en la estepa!», les dijeron. E, inmediatamente, los
mismos dioses, «las deidades huyeron... tomaron senderos desconocidos». Y el
texto afirma con pesimismo:
Así, todos
sus dioses evacuaron Uruk;
se
mantuvieron lejos de ella;
se ocultaron
en las montañas,
escaparon a
las distantes llanuras.
En Uruk, el pueblo fue abandonado al caos, sin
dirección ni ayuda. «El pánico se apoderó de la muchedumbre en Uruk... su
sentido común se distorsionó». Entraron en los santuarios rompiéndolo todo,
mientras se preguntaban: «¿Por qué parece tan lejano el benévolo ojo de los
dioses? ¿Quién ha provocado todo este pesar y lamento?». Pero sus preguntas
quedaron sin respuesta; y, cuando la Tormenta Maligna pasó, «el pueblo fue
amontonado en pilas... el silencio cayó sobre Uruk como un manto».
Por El
Lamento de Eridú sabemos que Ninki huyó de su ciudad hasta un puerto
seguro de África: «Ninki, su gran dama, volando como un ave, dejó su ciudad».
Pero Enki se alejó de Eridú sólo lo suficiente como para apartarse del camino
del Viento Maligno, pero lo suficientemente cerca como para ver su destino: «Su
señor permaneció fuera de la ciudad... el Padre Enki permaneció fuera de la
ciudad... por el destino de su herida ciudad lloró amargas lágrimas». Muchos de
sus subditos leales le siguieron, acampando en las cercanías. Durante un día y
una noche observaron a la tormenta «poner su mano» sobre Eridú.
Después de que «la tormenta portadora de mal saliera
de la ciudad, barriendo los campos», Enki entró en Eridú; se encontró con una
ciudad «cubierta con el silencio... sus habitantes yacían amontonados».
Aquéllos que se salvaron le dirigieron un lamento: «¡Oh, Enki», lloraban, «tu
ciudad ha sido maldecida, ha sido convertida en un territorio extraño!», y
sollozaban preguntándose adonde ir y qué hacer. Pero, aunque el Viento Maligno
había pasado, el lugar seguía siendo inseguro, y Enki «se quedó fuera de la
ciudad, como si fuera una ciudad extraña». Más tarde, «abandonando la casa de
Eridú», Enki llevó a «aquéllos que habían salido de Eridú» al desierto, «hacia
una tierra hostil»; allí, utilizó sus conocimientos científicos para hacer
comestible el «árbol desagradable».
Desde el extremo norte de la amplia extensión del
Viento Maligno, desde Babilonia, Marduk, preocupado, le envió a su padre Enki
un mensaje urgente, ante la inminencia de la llegada de la nube de la muerte a
su ciudad: «¿Qué debo hacer?», preguntaba. El consejo de Enki, que más tarde
Marduk transmitiría a sus seguidores, fue que aquéllos que pudieran abandonar
la ciudad, que lo hicieran, pero que fueran sólo hacia el norte; y, en la misma
línea del consejo que le dieran los dos emisarios a Lot, a la gente que huía de
Babilonia se le aconsejó «no volverse ni mirar atrás». También se les dijo que
no llevaran consigo alimentos ni bebida, pues estos podrían haber sido «tocados
por el fantasma». Si no era posible la huida, Enki aconsejaba ocultarse bajo
tierra: «Métete en una cámara bajo la tierra, en la oscuridad», hasta que el
Viento Maligno haya pasado.
El lento avance de la tormenta casi le cuesta caro a
algunos de los dioses. En Lagash, «madre Bau sollozaba amargamente por su
templo sagrado, por su ciudad». Aunque Ninurta se había ido, a su esposa le
costaba dejar la ciudad. «Oh, mi ciudad. Oh, mi ciudad», seguía llorando,
mientras se quedaba atrás. La demora casi le cuesta la vida:
En aquel día, la dama-la tormenta la alcanzó;
Bau, como si fuera una mortal-la tormenta la
alcanzó...
En Ur, sabemos por las lamentaciones (una de las cuales
la compuso la misma Ningal), que Nannar y Ningal se negaban a creer que el fin
de Ur era irrevocable. Nannar le dirigió una larga y emocionada súplica a su
padre Enlil, en busca de soluciones para evitar la calamidad. Pero «Enlil le
respondió a su hijo Sin» que no se podía cambiar el destino:
A Ur se le concedió la realeza-no se le concedió un
reinado eterno. Desde la antigüedad, cuando se fundó Sumer, hasta el presente,
cuando el pueblo se ha multiplicado-¿Quién ha visto nunca una realeza que reine
eternamente?
Mientras aquella súplica se pronunciaba, recuerda
Ningal en su largo poema, «la tormenta seguía avanzando, con su maligno ulular
sometiéndolo todo». Era de día cuando el Viento Maligno llegó hasta Ur; «aunque
de aquel día aún tiemblo», escribió Ningal, «del fétido olor de aquel día no
huimos». Cuando llegó la noche, «un amargo lamento se elevó» en Ur; sin
embargo, el dios y la diosa se quedaron; «del horror de aquella noche no
huimos», afirmaba la diosa. Después, la aflicción llegaría al gran zigurat de
Ur, y Ningal se daría cuenta de que Nannar «se había visto sorprendido por la
tormenta maligna».
Ningal y Nannar pasaron una noche de pesadilla, una
noche que Ningal juraría no olvidar nunca. Pasaron la noche en la «casa
termita» (cámara subterránea) dentro del zigurat. Fue al día siguiente, cuando
«la tormenta se había ido de la ciudad», que «Ningal, con el fin de salir de su
ciudad... se puso precipitadamente un vestido», y junto con el afectado Nannar
salieron de la ciudad que tanto amaban.
Mientras partían, vieron la muerte y la desolación:
«la gente, como fragmentos de cerámica, llenaba las calles de la ciudad; en sus
nobles puertas, allí donde iban a pasear, había cadáveres por todas partes; en
sus bulevares, donde se celebraban las fiestas, yacían esparcidos; en sus
plazas, donde tenían lugar las festividades de la tierra, la gente yacía
amontonada». Los muertos no eran enterrados: «los cadáveres, como manteca bajo
el sol, se derretían por sí mismos».
Después, Ningal elevaría su gran lamentación por Ur,
la que fuera majestuosa ciudad, capital de Sumer, capital de un imperio:
Oh, casa de
Sin en Ur,
amarga es tu
desolación...
¡Oh, Ningal,
cuya tierra ha perecido,
haz tu
corazón como agua!
La ciudad se
ha convertido en una ciudad extraña,
¿cómo se
puede existir ahora?
La casa se
ha convertido en casa de lágrimas,
hace mi
corazón como agua...
Ur y sus
templos
han sido
entregados al viento.
Todo el sur de Mesopotamia había quedado postrado; el
suelo y las aguas envenenados por el Viento Maligno: «En las riberas del Tigris
y el Eufrates, sólo crecían plantas enfermizas... En los pantanos crecían
juncos enfermizos que se pudrían en el hedor... En los huertos y en los
jardines no había brotes nuevos, y pronto quedaron yermos... Los campos cultivados
ya no se araban, ni semillas se plantaban en el suelo, ni canciones resonaban
en los campos». En el campo, los animales también se vieron afectados: «En la
estepa, quedó poco ganado grande y pequeño, todas las criaturas vivas llegaron
a su fin». Los animales domesticados, también, fueron aniquilados: «Los rediles
se han entregado al viento... El ronroneo del giro de la mantequera ya no
resuena en el redil... Los corrales ya no dan manteca ni queso... Ninurta ha
dejado a Sumer sin leche».
«La tormenta aplastó la tierra, lo barrió todo; rugía
como un gran viento sobre la tierra, nadie podía escapar; asolando las
ciudades, asolando las casas... Nadie recorre las calzadas, nadie busca los
caminos».
La desolación de Sumer era completa. (Zecharia Sitchin, La Guerra de los Dioses y Los
Hombres, Ediciones Obelisco S.L., Barcelona-España 2002, Págs. 150 al 152).
Lo único que queda claro es que los “visitantes” que llegaron a la tierra
hace 450000 ó 400000 años, crearon al Homo sapiens en un laboratorio llamado E.DIN
y que lo salvaron del diluvio, para posteriormente fomentar su desarrollo y
crecimiento en todo el globo terráqueo, cada dios conquistando sus propias
tierras, haciendo que los hombres pelen guerras. A estos el hombre los llamo “dioses”, le sirvieron y adoraron; de
ellos recibieron genes que los hace “hijos
de dios”, así como todo aquello que hoy se conoce como civilización y que
nuestro afán por ser igual a nuestros “dioses”
nos inspira a desarrollar nuestra tecnología y cuanto saber puede el hombre, hasta
que cumplan con su promesa los dioses: “Regresar”.
En el año 1940 se dio a conocer este
interesante texto, que no es religioso ya que corresponde a un comic: “En el
día más brillante, en la noche más oscura, ningún mal escapará de mi vista.
Dejen a esos que adoran al mal temer mi poder “. (Juramento de los Green
Lantern Corps). En verdad muy interesante.
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