KABALAH JUDÍA: EL ZOHAR.
Dos libros ocupan una posición central en la literatura cabalística: el Libro del Zohar (Libro del Esplendor) y, en escala menor, el Libro Bahir. El libro del Zohar deriva su nombre del tercer versículo del capítulo XII de Daniel. La palabra zohar se encuentra sólo una vez más en la Biblia, en Ezequiel VIII, 2. A su vez, el adjetivo Bahir, que también designa cierta clase de resplandor sólo se encuentra en Job XXXVII, 21. Las dos obras fueron atribuidas a maestros tanaitas de los siglos I y II, es decir, a maestros que participaron en la redacción de la parte del Talmud que lleva el nombre de Mischná. Gershom Scholem, en su obra Los orígenes de la Cábala, expresa que el Zohar, es “'una recopilación o una adaptación redaccional de fragmentos”.
También el Libro
Bahir, sería, a juicio de Scholem, una recopilación o una adaptación
redaccional de fragmentos". El libro Bahir está escrito en hebreo en una
llamativa variedad de estilos. El Libro del Zohar está escrito en el dialecto
arameo peculiar de la literatura mística.
El origen de los dos es oscuro. El Zohar fue
primero dado a conocer a fines del siglo XIII por el erudito cabalista
Moisés de León como obra de Simeón ben Yojai. Desde el siglo XV se ha
discutido sobre la paternidad del libro. Primero se debatió acerca de si
el autor era Simeón ben Yojai o Moisés de León. La primera opinión fue
acogida por los cabalistas que se inclinaban a adjudicarle un origen
milagroso; la segunda era la de los racionalistas rabínicos o filosóficos
que sostenían que el libro era una falsificación. En el siglo XIX
sostuvo esta opinión el historiador Heinrich Graetz. No era difícil
encontrar objeciones contra la atribución de una alfa antigüedad al
Zohar.
Además de su repentina aparición y la misteriosa
historia de su confección, había en su estilo y su contenido rasgos que
parecían en conflicto con la posibilidad de haberse compuesto en la
época talmúdica. Significativa también es la presencia en la obra principal del
propio Moisés de León de varios pasajes en extremo semejantes a pasajes
del Zohar. Acerca de Simeón ben Yojai, la figura principal del Zohar, hay
en el Talmud y en él Midrasch unas frases que atestiguan
su auto-conciencia mística y, a la vez, rinden tributo a la santidad
de su vida. En el Zohar aparece Simeón como el principal maestro
y versado, con siete discípulos. Las leyendas sobre él y las
principales doctrinas que enuncia forman el núcleo del Zohar, que enlaza
asuntos de la vida diaria con las esferas celestiales.
Algún suceso de la vida corriente es a menudo
tomado como punto de partida para un discurso o un coloquio sobre un tema
abstruso. A veces los eruditos discípulos aparecen en la Academia o se
reúnen en tomo de su maestro. También se cuenta mucho de su vida interior,
sus turbaciones, preguntas y dudas. En ocasiones
benefician con ayuda o consejo a personas a quienes encuentran accidentalmente.
A menudo también ocurre que a tales eruditos errantes se les agrega algún
extranjero, un portador de bultos o un jinete sobre un asno, o, inclusive, un
niño, y las celebradas autoridades no vacilan en escuchar lecciones de
sabiduría de las mentes más simples. Y, así, el lector recoge la impresión de
un contacto directo que puede parecer de la experiencia real.
La atmósfera
puede cambiar rápidamente en apariencia por ocurrencias simbólicas, por la
aparición del al comienzo irreconocible "Anciano Santo" (un ser
celestial) o del profeta Elias como el maestro de los secretos celestiales. La
atmósfera de maravilla se despliega de manera prominente en torno de la figura
de Simeón ben Yojai, la ''Lámpara Santa" (Buzina Kadischa), que fue dotado
de poder supra humano sobre alturas y profundidades, que es como un árbol
"que se extiende en los dos mundos". Mientras que en algunas
ocasiones en el curso de la narración, Simeón ben Yojai expresa sus opiniones
simplemente como uno de la compañía, en otras ocasiones es presentado como el
modelo de místico completo. Es decir, del místico cuya peregrinación terrenal
es como un período de revelación mística y cuyos discursos son escuchados aún
por seres celestiales. Sus seguidores a veces hablan de él después de su muerte
con veneración para su recuerdo. En él Zohar los místicos son designados con
nombres como: "Maestros de la enseñanza", ''Los que conocen las
Medidas", "Hijos de la Fe", "Los Segadores del Campo",
"Los Dignos de la Verdad" o "Sabios de Corazón". Pero
también se los llama simplemente "maskilim" (inteligentes, de Daniel
XII, 3).
Aparecido el Zohar, fue pronto mencionado y usado
por los escritores judíos contemporáneos, por Salomón ibn Adret, por
Todros Abulafia y por Menájem Ricanati, el cual recurre frecuentemente al
Zohar en su comentario místico sobre el Pentateuco. En las fuentes más tempranas, al
Zohar se lo llama el "Midrasch de Rabí Simeón ben Yojai; también
se lo llamo "que haya luz", o ''el Gran libro del Zohar".
El Zohar se imprimió por primera vez en 1,558 en Cremona y casi al mismo
tiempo en Mantua. Posteriormente se hicieron otras ediciones, entre ellas
las de Dublín, Ámsterdam. Constantinopla, Vilna y Berlín.
En torno del Zohar se elaboró una abundante
literatura exegética. Hay, aunque no muchas, traducciones del Zohar. Las
más tempranas son las versiones latinas, de ciertas partes de la obra, por
autores cristianos. Así, la traducción de Idrot en ''Kabbala Denúdata"
traducida al inglés por Matters, y de las porciones mesiánicas cristianas.
En inglés existe una nueva traducción completa por H. Sperling y M. Simón.
El Zohar fue traducido al francés por Jean de
Pauly; la Idra Zuta fue antes traducida por Eliphaz Leví. Sólo pequeñas
secciones fueron traducidas al alemán, hasta que una selección más extensa
fue publicada en 1,931 por Ernst Müller, y desde entonces Scholem publicó
en traducción alemana la sección que trata de la Creación. También se ha
de mencionar una versión popular en Idisch, del siglo XVI, hecha por
Zeví Hirsch Jotsch. Versiones hebreas de ciertas expresiones
difíciles, adscriptas a Jaim Vital, se hallan impresas en las márgenes de
la mayoría de las ediciones, bajo el título ''Dérej Emeth'' (Camino de
la Verdad). Posteriores traducciones hebreas, como la de Hilel
Zeitlín, no aparecieron impresas (con excepción de una pequeña parte que
se imprimió en Londres en 1,943); sí se publicó en hebreo la
traducción hecha por Judá Rosenberg, en la cual los pasajes del Zohar
aparecen dispuestos en el orden de los textos en la Escritura.
El Zohar dista mucho de ser una obra
sistemática. Sin embargo, cabe intentar la presentación de su doctrina con
el aspecto de un sistema. He aquí sus puntos principales, según los
presenta Müller. Los fundamentos y el origen del mundo están descritos en
referencias de hechos o en diseños simbólicos que forman una cosmología en
el amplio sentido del término. Así, se habla
de una primordial chispa como un punto anespacial a partir del cual la
Divinidad había hecho aparecer el espacio como primer envoltorio. A este
proceso, a esta emergencia siguen una "radiación" y una ''corriente
que avanza", dos términos que en arameo tienen significados estrechamente
ligados entre sí.
Como en la
enseñanza de la Gnosis, la sustancia del mundo está representada como
hallándose formada de luz, específicamente la ''Or Kadmaa'', la oculta luz
primordial del primer día de la Creación, que según el Comentario del Midrasch,
está reservada para ''los piadosos del Mundo Futuro". A diferencia de la
luz visible que fue creada en el cuarto día, y que también da lugar de su
abundancia a otra luz que no es luminosa, que es oscura, el opaco fuego
primordial, la sustancia de los colores y de todo ser material.
Otra figura que
se emplea para describir el proceso por el cual el mundo llegó a ser es la de
siembra o fructificación. La "Palabra" desempeña el papel central en
la obra de la Creación. Müller observa que por eso mismo el Zohar entra en
contacto con la exégesis bíblica alejandrina. En el Zohar se indica la estrecha
conexión de la Palabra con la Luz. En el relato de la Creación en él Génesis,
la Palabra aparece primero con la creación de la luz. En el Zohar se quiere
ofrecer una explicación del acto creador de la Divinidad. Y bien, esta
explicación no se satisface con la concepción de la Divinidad ni tampoco se
reduce al relato corriente de la Creación.
Un Ser último,
cuya naturaleza no puede ser inquirida y averiguada y al cual, por eso, se lo
denomina simplemente "Quien", crea para si un "Hejal"
("Palacio"). Este palacio se distingue porque en él se halla
estampado el Nombre de Dios. El Creador inmediato del mundo no es el divino Ser
primordial. Para la obra de la Creación se requería un segundo principio, el
cual es identificado con Metatrón o el Mesías.
Partiendo del
versículo 12 del capítulo X del libro de Jeremías se dice: Dios hizo la tierra
por Su fuerza. Quien hizo la tierra es el Santo, Bendito Sea, arriba; "por
su fuerza" quiere decir ''por el Tzadik", palabra esta última que
constituye una designación del Mesías. El mundo existente no es el primero. Lo
precedieron otros mundos, que son simbolizados por los reyes de Edom
mencionados en el capítulo XXXVI del Génesis. Por eso la Creación del mundo
puede representarse: como un proceso de purificación y separación de
"tohu- vebohu", de los escombros dejados de mundos precedentes.
Este nuestro
mundo —como también se enseña en el Séfer Yetsirá—, fue formado de sonidos y
letras pertenecientes al Nombre de Dios. En el Génesis se dice "y la
tierra estaba vacía y sin forma''. Con estas palabras se describe un estado
originario en el que no había sustancia hasta que el mundo fue grabado con
cuarenta y dos letras, las cuales son, todas, la ornamentación del Nombre
Santo. Las letras, cuando están juntas, ascienden y descienden y forman coronas
para ellas en todos los rincones del mundo. De este modo el mundo es
establecido por ellas, y ellas por el mundo. Fue formado para ellas un molde
como el sello de un anillo; cuando entraron y salieron fue creado el mundo y
cuando fueron juntadas en el sello, el mundo fue establecido...".
El
"establecimiento" del mundo se halla estrechamente ligado con la
existencia del hombre. La doctrina de la emanación en sus cuatro etapas del
desarrollo del mundo y la doctrina de las Sefirot están, las dos, corporizadas
en el Zohar, donde son vastamente ampliadas. En relación a las Sefirot, la base
de Ser es designada con las palabras Ein Sof (sin fin), o, simplemente, como
Ein (nada), el oscuro fondo indiferenciado para una existencia ya diferenciada,
pero todavía inmaterial. Las diez Sefirot, (emanaciones, elementos de creación,
están dispuestas en tres grupos de tres, conocidas como ''el mundo del
intelecto" (Olam ha-muschkal), el mundo sensible (del sentimiento), (Olam
ha-murgasch) y “el mundo de la Naturaleza” (Olam ha-mutbá), con la décima
sefira, Malkut, el "Reino" que combina en sí los contenidos del ser
más elevado, es decir, las cualidades de todas las Sefirot, para trasmitirlas
al hombre.
Las Sefirot de
la primera triada son Kéter (Corona), Jojmá (Sabiduría) y Binan
(Discernimiento); de la segunda triada, Jésed (''Gracia"), Pájad (temor) y
Tiféret (Belleza); de la tercera triada son Netzaj ("Victoria''), Hod; o
la triada central corresponden Kéter, Tiféret, Yesod. Malkut. Hay también otras
designaciones y agrupamientos. Ocasionalmente el Ein-Sof se fusiona con Kéter,
que entonces domina a las otras Sefirot. A esto se ha de agregar que entre la
Sabiduría productiva (Jojmá) y la Razón discriminatoria (Binah) se halla a
veces incluido un tercer elemento, Daat o Conocimiento.
La cuarta Sefirá
también se llama Guedulá (''Grandeza"), para expresar el amor universal
que se vierte interminablemente, y la quinta, Gueburá (''Fuerza"), que
expresaría el poder auto concentrado y limitante. Las dos Sefirot medias, Jésed
y Gueburá corresponden estrechamente a los atributos divinos de Misericordia y
Severidad. La sexta Sefira, Tiféret, en virtud de su posición central se llama
Lev ha Schamaim (''Corazón de los Cielos"); la novena Sefira, Yesod, el
''fundamento de la vida", combina los poderes creadores masculino y
femenino.
Con frecuencia, por ser el asiento del Tzadik (''El Justo"), es decir, el Mesías es designado Tzedek ("Justicia''). La décima Sefira, por el asiento de la Schejiná, es llamada Schejiná. Toda una cantidad de conceptos religiosos básicos (''Schabat", ''Paz'', "Comunidad de Israel"), también se emplean como designaciones descriptivas del “Reino”. Para destacar la conexión orgánica de las Sefirot (emanaciones, Elementos Creadores), es a menudo su conjunto diseñado como un árbol, o presentado en la forma de un hombre, correspondiendo, cada una, a una parte diferente del organismo humano.
Hay diez nombres
de Dios correspondientes a las diez Sefirot. Se asigna el nombre Señor al
principio del amor; y el nombre Dios se asigna al principio del Juicio y la
Severidad. Así estos nombres sólo designan diferentes lados de la esencia
divina.
Según Müller,
así se evita aparentemente el peligro de que las Sefirot individuales fueran
consideradas como seres divinos independientes. La doctrina de las Sefirot
(Emanaciones) se pone en relación con la vida y la conducta real a través de
sus combinaciones con un principio que se formula así: Lo que hay arriba
también hay abajo y lo que está abajo está también arriba. Esto implica que el
mundo inferior refleja como en un espejo al mundo superior y que hay un
contacto directo entre ellos, una relación de acción recíproca. La idea se
vuelve parte integrante de la religión judía en la creencia de que el hombre
abajo puede influir en las esferas más elevadas y que la corriente de bendición
de arriba debe primero ser puesta en movimiento desde abajo o, como lo dice el
Zohar, es el símbolo de la unión de los sexos. Este símbolo se basa en
expresiones del Cantar dé los Cantares.
La separación
del "Rey'', es decir, Tiféret, de la Reina, o sea, de la Schejiná, trae
sufrimiento y discordia. Su unión trae arrebato y armonía a todos los mundos.
El Zohar menciona ángeles. Parecería que su angelología derivara del misticismo
más antiguo. Su centro está en la Merkabá, en el misticismo del Carro Celestial,
en el cual seres de grados y rangos diversos aparecen unidos en una tarea
común. Las cuatro ''Bestias" ofrecen la clave para cuatro tipos básicos de
la naturaleza humana; ellas están dominadas por los cuatro
arcángeles. Son los portadores y distribuidores de la vida más elevada,
que tiene su centro en el ''depositario de la vida". En el Zohar también
aparecen demonios. Su presencia se explica por referencia a las enseñanzas del
mismo Zohar sobre ética en general.
Para la
Concepción del universo en el Zohar es esencial que todas las potencialidades
éticas puedan tener su origen el organismo macro cósmico, por encima de todo en
la triada medía del árbol de las Sefirot, y no meramente en el hombre. El
principio del mal ha de ser en último término ubicado en el lado izquierdo, que
es el principio de negación. Por sí mismo el lado izquierdo no representa el
mal; su función es ofrecer un suplemento al absoluto principio positivo del
lado Derecho, presentándole una antítesis; luego, un principio medio reconcilia
a los dos. El principio izquierdo, negativo, no se vuelve malo hasta que se
coloca en el lugar del positivo lado derecho. Sólo entonces la izquierda se
vuelve el "otro lado'', una designación bajo la cual el Zohar abarca todo
lo que es enemigo de la existencia. Hay, así, una oposición armoniosa y hostil
a la vez entre los lados. Esta oposición armoniosa es comparada en el Zohar a
la separación de las aguas en el segundo día de la Creación; la posibilidad del
mal es allí insinuada. En la omisión de la fórmula "Y Dios vio que era
bueno", mientras que la oposición hostil es ilustrada por la revuelta de
Koreh.
En la doctrina
de las Sefirot (Emanaciones, elementos creadores) el contraste entre positivo y
negativo puede ser representado en su forma extrema por el contraste entre una
región completamente llena con existencia o espiritualidad y una de los
confines exteriores de la existencia y vacía de espíritu. En la serie de las
Emanaciones puede cada una ser considerada siempre como la “envoltura” o “casa”
de la de antes de ella; una relación figurada como de una nuez con su cáscara.
Para el Zohar,
en el centro de la existencia está el hombre. Por eso se dice que el mundo
adquirió permanencia sólo merced a la creación del hombre. Según resulta del
segundo capítulo del Génesis todas las otras creaturas se hicieron visibles
merced a la aparición del hombre; el Nombre de Dios sólo se completó junto con
el nombre humano de Abraham.
El sustantivo
"hombre" tiene significados distintos y, sin embargo, conectados
entre el prototipo divino, un hombre primordial, "Adam Kadmon", y el
primer hombre (Adam ha-Rischon), ambos en una manera de incluir en sí el todo
de la humanidad.
El perecedero
hombre individual es habitualmente llamado con las palabras equivalentes a
"hijo de mujer". En correspondencia al perfecto hombre primordial
está luego la futura consumación del hombre en la persona del Mesías. Hombre en
general, ya sea cósmico o terrenal, ya sea como raza o como individuo, tiene su
hogar real en esas esferas exaltadas en las que también están situados los
seres celestiales. Para el Zohar el árbol de las Sefirot representa a la vez al
organismo del mundo y la original forma espiritual del hombre: ''La forma
humana abarca en sí todo, todo lo que hay en el cielo y en la tierra, los seres
superiores y los inferiores". En un texto de enmienda al Zohar se dice:
"La forma del hombre es la santa Schejiná". La traducción aproximada
de Shejná al español sería: la Presencia Divina. Según Müller, el Zohar en su
concepción a la vez cósmica y religiosa del organismo humano se acerca a la
tradición talmúdica según la cual el número de huesos en el cuerpo humano, 365,
corresponde al número de los días del año. A su vez, el número de órganos del hombre,
248, corresponde al número de las prohibiciones consignadas en la Tora. Así,
como en toda concepción mística del mundo, el hombre aparece como la copia del
Cosmos, como ''Microcosmos" (Universo Pequeño), correspondiente al
"Macrocosmos" (Gran Universo) o ''Macroantropos'' (Hombre
Grande).
Esta correspondencia cuadra bien, no sólo al
hombre, sino a todo el mundo del hombre, que, como ''tierra", es
opuesto a os cielos; la misma dualidad se aplica también a la propia
tierra, haciéndose una distinción entre una "más elevada" tierra
celestial, simbólicamente designada la "Tierra Santa", y la
"Tierra Inferior", el mundo de la vida diaria del hombre. En la
tierra superior moró también el primer hombre antes de que descendiera a
nuestra tierra, en el "Jardín" y "Edén", por el
procedimiento del misticismo de letras, "Can" (jardín) indica la
fuente de cuerpo y alma, mientras que “'Edén” designa la totalidad de los poderes celestiales que fluyen en él y del cual, a su
vez, brotan las corrientes que fecundan la vida terrestre. En la condición
original del hombre antes de su pecado, la “vestidura”, es decir, el cuerpo, es
todavía de la índole de la luz; la imagen de Dios es aún visible en ella; el
todo de la Naturaleza mira con reverencia al hombre que todavía se halla
vinculado con su origen celestial y dotado con toda sabiduría.
Como consecuencia
del pecado, lo abandona la imagen divina, su cuerpo se vuelve oscuro y seres
inferiores como las bestias son capaces de inspirar en él el sentimiento del
miedo. Aunque el cuerpo del hombre refleja como un espejo, misterios
celestiales, su esencia real está constituida por su alma.
En el Zohar,
como en los sistemas teosóficos y muchos sistemas filosóficos, el alma es
representada como triple. Las tres designaciones que se encuentran en la
Escritura, Néfesch, Rúaj y Neschamá, se emplean para indicar tres grados del
alma en su relación al mundo superior y al inferior.
Néfesch, que
literalmente significa vitalidad o fuerza vital, o acaso también impulso vital,
provee al hombre con sus sentimientos e impulsos, con todo lo que exteriormente
lo conecta con el mundo terrenal y que interiormente tiene en común con las
bestias.
En el otro
extremo de la escala está Neschamá (literalmente, aliento, respiración), que es
el aliento de espiritualidad más elevada, el puente que lo vincula con el mundo
celestial. El vínculo de conexión entre las dos está constituido por el Rúaj
(literalmente, "aire", viento), el órgano propio de la vida interior
del alma.
Se ha de señalar
que las mencionadas tres especies no son partes separadas del alma humana, que
esencialmente es una, y sus actividades se entremezclan. Así, también en, esto
el ser humano reproduce su prototipo divino, en el cual tres facultades forman
una única esencia. Esta unidad del alma se designa con el simple nombre
"Yo" (Aní). Según Müller, con este nombre el Zohar designa, no tanto
la unidad individual como a esa unidad cósmica divina de la que brota la unidad
individual y que en la forma más enfática Anojí se encuentra conspicuamente a
la cabeza del Decálogo. De esto proviene el hecho que este ''yo" sea
ocasionalmente identificado con la Schejiná. La parte más elevada, más
espiritual del alma es designada como “hablante”, es decir, el alma, que tiene
señorío de palabras, pues en virtud de esta capacidad refleja más profundamente
la índole divina. La palabra hablada, lo mismo que el alma, tiene tres grados:
respiración, voz y palabra propiamente llamada así, es decir, el significado de
la palabra.
En su lado
material está formada de tres elementos más elevados: Fuego, Aire y Agua. Esto
lo indica el análisis de la raíz A-M-R (Palabra, hablar), en las palabras que
significan fuego, agua y aire. El lenguaje humano constituye una de las más
íntimas conexiones del hombre con el origen divino. Ocasionalmente el Zohar
enuncia esta idea al identificar el templo de Dios con el órgano humano del habla.
La relación del
alma al cuerpo merece la atención del Zohar, una atención particularísima. La
primera entrada del alma en el cuerpo en el nacimiento es una maravilla
perpetua. A ella aplica el Zohar este versículo de los Salmos: "Cuan
grandes son tus obras, oh Señor". Así como la muerte es un ascenso a las
esferas celestiales, así el nacimiento es un descenso del alma del Jardín de
Edén “superior” al “inferior”, y de ahí a la tierra misma. Ya en el momento de
la concepción el niño revolotea en forma etérea sobre la pareja parental.
Antes del
nacimiento el alma tiene un encuentro con el divino hombre primordial en el
umbral de ambos mundos. El hombre, acompañado por el impulso bueno y el malo,
vive a través de los días que le son otorgados, que son preservados para él en
la existencia real hasta la hora de su muerte y su juicio.
La conducta del
hombre en la esfera moral es testimonio de la especie de facultades supra
sensuales con las que ha sido conectado. Con sus buenas acciones se atrae a sí
seres benéficos, y con sus malas acciones, seres demoníacos.
Después de su
muerte su morada en el Más Allá es determinada por su manera de vida sobre la
tierra. El hombre está continuamente expuesto a influencias cósmicas que actúan
a través de las estrellas, o, más precisamente, de los seres espirituales que
obran a través de las estrellas. Además, los planetas se hallan en misteriosa
conexión con los órganos del cuerpo humano: Saturno con el bazo, Júpiter con el
hígado y Marte con la bilis. En concordancia con el Talmud, para el Zohar del exceso
de estas tres influencias brotan los tres pecados considerados como cardinales:
adulterio, idolatría y asesinato. En sueños, el alma está dominada por el
néfesch, exactamente como de día es dominante el rúaj.
La parte más
elevada del alma asciende entonces a regiones celestiales, para mirar la
presencia del Rey. Los sueños son uno de los medios por los cuales todo lo que
ha de ocurrir es anticipadamente anunciado. El dormir es también una rápida
imagen del proceso de la muerte, en el cual las tres partes del alma se separan
una de otra.
Por un tiempo Néfesch merodea sobre el cuerpo,
causando así “los dolores de la tumba”. Rúaj entra en el más bajo Jardín
de Edén y Neschamá al Jardín de Edén superior. Por un tiempo el
fallecido retiene la forma de su cuerpo, pero después es dotado con un
cuerpo nuevo y más sutil para su vida en los reinos más elevados de la existencia.
Al entrar al camino de su existencia más elevada, el hombre vuelve a
encontrarse con el Adam Kadmón, su prototipo celestial. Para las almas de
los iniciados la manera de ascender a los reinos más elevados de la
existencia es algo diferente. Y es así en virtud de haber estado más o
menos en contacto directo con esas regiones aun en su vida terrenal, de
modo que los seres celestiales han escuchado al Maestro Simeón ben Yojai
mientras enseñaba aquí sobre la tierra, y la manera en que la enseñanza es
llevada a cabo en la Academia tiene su contraparte en la “Academia
Superior”.
El Zohar enseña también una doctrina de
transmigración de las almas, Guilgul, es decir, circuito. Así, por
ejemplo, la unión de una pareja casada es solamente el redescubrimiento
mutuo de dos almas que estaban unidas antes del nacimiento.
El Zohar asigna importancia al
engendramiento físico del hombre y todo lo vinculado a él. De ahí la
creencia de que si un hombre no ha contribuido a la obra física de la
creación por engendramiento de descendientes, permanecen cerradas para él
ciertas esferas de la existencia humana después de la muerte. El camino
recto para el hombre consiste solamente en que él encuentre su
propia conexión con los mundos “superior” e “inferior”.
“Por sus acciones el hombre siempre atrae
hacia sí algún emisario del otro mundo, bueno o malo, según las sendas que
sigue”. La conducta de un hombre puede conducirlo a la meta deseada de dos
maneras, por ascenso y por retorno (teschubá). De estos caminos el segundo
es superior y sus posibilidades son ilimitadas. Es que brota de un impulso
que es parte del impulso general del mundo que trata de retornar a Dios.
Después de la muerte el penitente alcanza a
etapas de existencia más elevadas que él perfectamente justo. La meta
misma es más universalmente humana o casi sobrehumana. El Zohar alaba la
suerte de los que han descubierto cómo vincularse con los mundos
celestiales. Y una tarea infinitamente más exaltada espera a los elegidos
que lo han alcanzado: La de cooperar ellos mismos en la obra de Dios.
Tomado de la Revista Doalogo Entre Masones Octubre 2014
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