El Fuego de la Transmutación Alquímica
Francisco Ariza
No se puede dejar de ver el mundo como un Misterio. Cuando esto sucede, la impresión es muy vívida, fulgurante, y aparece por sí misma, aunque somos nosotros, seres individuales, los que “aparecemos” ante esa realidad indubitable, y que nos incluye plenamente. Una realidad que “es todo lo que es” (“Brahmâ condicionado”, el Ser), pero al mismo tiempo “todo lo que no es” (“Brahma incondicionado”, el No Ser). La Suprema Identidad metafísica no admite dualidad alguna, aunque esta sea la más alta.
Frente a la ideología de los actuales “sopladores de carbón”, o sea la new-age y el circo del bazar pseudo-esotérico, que creen que el “yo” o la “conciencia individual” (ahankâra) ha de “disolverse” en una especie de vaga “conciencia cósmica” para alcanzar la “liberación”, la Alquimia espiritual por el contrario siempre ha propuesto la transmutación de ese mismo “yo” individual en un rayo de luz (buddhi, elemento supraindividual del ser humano) que lo “conecte” con su Ser originario, con su Sí Mismo (Atmâ).
Porque la transmutación alquímica es el “trabajo iniciático”, o sea el “paso” gradual del conocimiento especulativo de la doctrina metafísica y cosmogónica a su conocimiento operativo, efectivo y encarnado.
En el Arte hermético la “disolución” tiene que ver con la liberación o desenlace de ligaduras de tipo psicológico, y se corresponde con el proceso de purificación y regeneración alquímica, simbolizada por la sucesiva transmutación de los “metales impuros”. La verdadera y genuina “disolución”, o Liberación, es de orden metafísico y estrictamente espiritual pues es la absorción de lo “condicionado” en lo “no-condicionado”. Pero antes el alma se ha de purificar enteramente coagulando en un “cuerpo de luz intelectual”, o como dicen los textos alquímicos:
“este Mercurio celeste es espíritu en estado lucidísimo… naturaleza en sí misma brillante y transparente, casi diáfano, y de luz… no sometida a mezcla ajena alguna ni a ninguna pasión; acto de pura inteligencia, y con luz invisible e incorpórea, que es causa de esta luz visible”. (Cesare della Riviera: El Mundo Mágico de los Héroes).
“Fundidos, pero no confundidos” decía con toda lucidez el Maestro Eckhart para referirse al resultado de esa transmutación interior, que es un proceso operado por el “fulgor ígneo del dragón”, que aunque de naturaleza celeste -pues está dotado de alas- vive encadenado en el interior de la tierra. Ese fuego invisible, pero infinitamente más poderoso que el visible, es el principal agente de la transmutación de los “metales impuros”, capaz de licuarlos y devolverles su naturaleza original. Dicen de nuevo los textos alquímicos que sin ese fuego la “Materia de Obra” –equivalente a la “piedra bruta” de la Masonería- es algo inútil:
“y el Mercurio Filosófico es una quimera que sólo vive en la imaginación. Todo depende del Régimen de Fuego”.
El fuego del dragón alquímico es la propia energía de la kundalini: es a ella a la que hay que “despertar” de su “sueño” confortable, de su “beatífico confort espiritual”, para con su potencia renovada por una voluntad de ser, también indubitable, comenzar a ascender por el eje del “cuerpo sutil”, por la geografía del “alma viviente” (jivâtma), que no se distingue de Atmâ sino de manera totalmente ilusoria. Ese “espejismo”, producto de mayâ, crea la ilusión de separatividad entre el “yo” y el “Sí Mismo”. Saber esto, e interiorizarlo, es un jalón en el camino del Conocimiento.
Atraídos por la “Luz intelectual” emprendamos el viaje por esa geografía de lo invisible, ascendiendo por los sucesivos “estados de conciencia” que articulan todo su recorrido hasta alcanzar y “coronar” la cúspide. En el simbolismo constructivo esa cúspide es una piedra de diamante, “brillante y transparente”, el resultado de la transmutación de la piedra tosca. De esa piedra diamantina, símbolo del Conocimiento mismo, está hecha la copa del Grial. “Advertí que mi alma estaba vacía cuando fue llenada”.
Dragón alquímico
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