La preparación para la muerte y el nacimiento
Raquel Ofelia Barceló Quintal
Universidad Autónoma de Hidalgo
En el rito de iniciación el candidato es sometido a cuatro pruebas relacionadas con los cuatro elementos del mundo natural. El primer viaje es el que realiza en la Cámara de Reflexión, el descenso a la tumba significa ser devorado por la tierra como elemento, es también una “ingestión” por parte de este elemento en cuestión.
La entrada a la caverna es considerada el regreso a la tierra, el primer sentido del acto es que el candidato se considera muerto; por supuesto se trata de la muerte de un estado respecto de uno anterior; a través de esta muerte hay un cambio a otro estado o transformación en nacimiento.
El primer contacto físico del candidato con el rito iniciático es la venda que se le coloca en los ojos, así entrará al Gabinete de Reflexión para sufrir la primera prueba y realizar su “primer viaje”. Es en este preciso momento cuando pasa del estado profano al de postulante.
Este ritual iniciático es mixto, ya que incluye la agonía, la muerte y el renacimiento. El periodo de agonía está representado por la reclusión en el Gabinete de Reflexión donde el candidato, advertido por azogues funerarios, medita sobre la transitoriedad de la vida y la infinidad de los ciclos. Sentado frente a una mesa el postulante delimita su propia imagen ante un espejo, reflejo de la soledad de su conciencia, mientras escribe las líneas de un testamento [Langlet, 1999:35]. En los muros, coronada por las siglas alquímicas V.I.T.R.I.O.L.,4 está la silueta de un ave que lo mira, el gallo.
Como símbolo, la muerte es el aspecto perecedero y destructor de la existencia, indica lo que desaparece en la ineluctable evolución de las cosas pero también nos introduce en los mundos desconocidos de los infiernos o paraísos; lo cual muestra su ambivalencia análoga a la tierra y la vincula a los ritos de pasaje. Todas las iniciaciones atraviesan una fase de muerte antes de abrir el acceso a una vida nueva, en este sentido la muerte nos libra de las fuerzas negativas y regresivas a la vez que desmaterializa y libera las fuerzas ascensionales de la mente.
El profano pasa del “panteón de la muerte”, que atraviesa semidesnudo, como si fuera el subterráneo de las tinieblas para llegar al corazón de la verdad y así renacer a la vida verdadera. Penetrar en la oscuridad o ser enterrado simbólicamente equivale a una regresión, es como si fuera el paso de una puerta que nos lleva a otra estancia en un mismo movimiento. Desde el punto de vista de la partida se abandona un lugar, desde el punto de vista de la llegada se llega a otro. Analógicamente se abandona un estado accediendo a otro. La muerte consiste en despojarse de los pensamientos que nos atan al mundo para iniciar con un proceso de equilibrio. Observamos que el viaje subterráneo va seguido por un viaje que va hacia la libertad.
Esta muerte al mundo profano, lejos de ser considerada como tal, es el paso a un “segundo nacimiento” ya que sucede a la muerte en el mundo físico y material en el que vivimos. Se podría decir, en virtud de la analogía existente entre el nacimiento y la muerte “ordinaria”, que todo cambio de estado debe ser considerado como algo que tiene lugar en las tinieblas, lo que explica el simbolismo del color del Gabinete de Reflexión [Guénon, 1986]. El profano debe pasar por esta fase, que es un estado de oscuridad completa, antes de acceder a la luz. En esta fase el profano recapitula sobre los estados precedentes extrayendo, así, las posibilidades que se relacionan con el estado profano.
Desde el punto de vista cosmológico todo parte de un caos, de una noche cósmica donde todo está “en germen”, es decir, indiferenciado. La muerte será definitiva, ya que no podrá retroceder. Al aceptar la venda y al responder positivamente a las preguntas, el profano abandona, sin darse cuenta, el único mundo que conoce. El estado de oscuridad se prolongará durante los demás “viajes” que experimentará por medio de esa venda que, salvo una breve interrupción pero en la relativa oscuridad de la Logia, sólo se le retirará definitivamente para recibir la luz.
En el viaje a las entrañas de la tierra recibirá la primera prueba que se manifiestará con la privación de la vista. A pesar de estar despojado de la facultad de ver, el candidato “sabe” que no ha quedado ciego definitivamente. En cualquier caso todavía no puede oír, si bien esto no basta para informarle correctamente sobre su entorno. Ha perdido sus referencias habituales, ya no sabe hacia donde dirigirse. Si no fuera por la gravedad que le mantiene sujeto al suelo podría decirse que flota en el centro de una esfera y que ya no tiene derecha ni izquierda ni arriba ni abajo. Esta desorientación, debido a la pérdida de los puntos de referencia, es parte del rito de iniciación, es como si estuviera físicamente aislado del mundo y sólo le quedara la “conciencia del mundo” [Guénon, 1978]; de ahí que haya que guiarlo y que esté obligado a concentrarse en su interior.
En esta fase del ritual están presentes los principios de la alquimia a través de los minerales. Estos principios son el mercurio y el azufre. El alquimista mantiene con la materia relaciones muy próximas al metalurgista y al herrero, y análogas al alfarero y al panadero. Todos trabajan “algo” vivo que proviene de la tierra. El minero extrae el metal, el metalurgista lo funde, el herrero lo modela y el alquimista hace un poco de todo esto [Eliade, 1974]. Estas relaciones con la creación aparecen también en el pan que crea el panadero después de transformar elementos primarios. Todo parte de las profundidades de la tierra y después el hombre lo transforma, imitando con ello la obra divina.
Antes de morir el candidato deberá redactar un testamento en el que consigna sus últimas voluntades, las que le permiten “sobrevivir” de algún modo en el mundo que se abandona. En el momento de la muerte es guiado por un masón designado al efecto, quien es un iniciado que ya ha muerto en el mundo profano y que por ello es capaz de guiarlo. El masón designado pide al candidato que responda las siguientes preguntas: ¿Qué debe un hombre al Creador?, ¿qué se debe a sí mismo?, ¿qué debe a sus semejantes y a su patria? Después, el muerto en su ataúd está sólo y abandonado. En el silencio esta muerte le separa de ese mundo al que está acostumbrado, abandona su esfera de evolución horizontal para embarcarse en un breve descenso según un eje vertical simbólico. El Gabinete de Reflexión también opera como el “útero o matriz” de la Madre Tierra (Mater Genitrix), pues como dice Mircea Eliade: “el candidato a la iniciación se sitúa antes de su nacimiento biológico, en la noche cósmica, a fin de participar de un segundo nacimiento”.
La luz de la vela que ilumina débilmente la estancia del Gabinete simboliza, precisamente, el germen de ese nuevo nacimiento que está representado por el gallo figurado en una de las paredes. Esta ave que anuncia por naturaleza al sol; es decir, la luz del día a través de su canto cuando todavía está la oscuridad, cuando todos duermen, anuncia la vida, el movimiento. Por eso, los primeros cristianos hicieron del gallo un símbolo de resurrección.
El gallo, además de ser considerado un ave eminentemente solar, simboliza también al dios Hermes, el guía que conduce al iniciado en su camino hacia el conocimiento. La banderola que aparece encima del gallo con la inscripción “Vigilancia y Perseverancia” alude directamente a un estado activo de la conciencia y a un estar “despierto” interiormente para recibir la influencia espiritual (intelectual) que al menos virtualmente le será conferida al candidato durante el rito de la iniciación en el interior de la Logia.
El pan y el agua simbolizan la vida. El primero, antes trigo, pasó a convertirse en harina, que mezclado con el agua y activados por la levadura y bajo la transformación de la luz, en forma de fuego, se crea la carne. Los huesos son cubiertos con esta carne para nacer [Langlet, 1999:45]. Como todos los demás símbolos encadenan varios significados o varios “niveles de significación” que no son contradictorios ni antinómicos. El pan simboliza la vida, de ahí que se diga que “cada día tenemos nuestro pan cotidiano”, es decir, que el pan nos da la vida diaria.
El espejo y el color plata, que ha servido para pintar los símbolos en el muro, indican que la luz llega por reflejo, lo que equivale al conocimiento indirecto del exterior. Este conocimiento no es más que mental, es un simple conocimiento por reflejo que pasa de la sombra a la realidad aprenhendida del exterior al interior [Langlet, 1999:50]. Este paso implica la renuncia a lo mental, a esa facultad discursiva que en lo sucesivo se transforma en impotente ya que no podría sobrepasar los límites que su propia naturaleza le impone, es decir, que el centro de consciencia debe transferirse del cerebro al corazón. Es lo que Guénon denomina una regeneración psíquica ya que es en el orden psíquico donde se sitúan las modalidades sutiles del ser humano que deben llevarse a cabo en las primeras fases del desarrollo iniciático [Guénon, 1986].
El tiempo encerrado en el reloj de arena es considerado “casi” eterno comparado con la condición humana, pues se convierte en cíclico al voltearlo indefinidamente. Langlet dice, con relativa frecuencia, que “encontramos lá pidas en las que aparece un reloj de arena adornado con dos alas. Simboliza el tiempo que se va, a pesar de que el reloj de arena ya lo simboliza de por sí” [1999:42]. En este caso, las alas simbolizan el tiempo espiritual y el reloj de arena el símbolo permanente de los estados espirituales.
La guadaña además de ser una herramienta agrícola, describe un semicírculo por encima de la tierra según un plano horizontal, símbolo de una espiral en movimiento como cuando corta el trigo.
La guadaña y el reloj de arena, entrecruzados, además de recordar la muerte y el tiempo, nos remiten a condiciones temporales como la cruz y las escuadras. El cruce de los dos símbolos es una forma de indicar su influencia mutua, en este caso la guadaña devora al tiempo [Roberts, 1974]. Por otra parte, Michelle Vovelle encontró ambos símbolos en la tumba de un caballero de Malta en la que un esqueleto armado con una guadaña sostenía un reloj roto en su parte central [Vovelle, 1993]; W. Kirk McNulty considera que el reloj de arena es un emblema del paso del tiempo y del estado mortal del hombre [McNulty, 1998]. En lo que coinciden los autores mencionados es en que existe una ruptura con el tiempo y el espacio.
Durante esta fase el postulante empieza a recibir las primeras enseñanzas iniciáticas. En la iniciación, muerte y nacimiento son dos fases de un mismo cambio de estado y el paso de un estado a otro se considera siempre el paso de la oscuridad a la luz. En este sentido, la caverna (la tierra o vientre materno) sería el lugar de ese tránsito, pero esto, aún siendo estrictamente verdadero, no se refiere a un sino a uno de los aspectos de su complejo simbolismo. Terminada la prueba del “descenso a los infiernos”. El candidato masón conoció sus estados más densos e inferiores de los que ha de purificarse para poder ascender posteriormente hacia sus estados sutiles y superiores.
Después de salir del Gabinete de Reflexión, el candidato queda abandonado de sí mismo, físicamente desnudo o casi desnudo, y simbólicamente abandonado; es decir, despojado de todos los objetos metálicos que simbolizan aquello que desprende un brillo engañoso.
Nota.
4. Visita Interiora Terrea. Rectificando que Ingenies Ocultan Lapiden (“Visita el interior de la tierra y
rectificando encontrarás la piedra oculta”).
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