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jueves, 9 de abril de 2020

Císter y la orden del temple: Dos brazos de la Revolución espiritual vivida en el siglo XII.

José Antonio Vázquez



Como ya he señalado en otras ocasiones, no se puede entender el fenómeno cisterciense, del que el Temple es una manifestación, sin comprender la situación de la cultura y la sociedad europea en el momento de su nacimiento.

El siglo XII es un siglo fundamental para comprender la historia europea, en él se intentó llevar a cabo una revolución social y cultural progresista, por parte de una serie de movimientos místicos que hicieron una crítica a la sociedad feudal y a la Iglesia comprometida con ella.

Por eso, es curiosa la atracción de algunos grupos “neotemplarios” actuales por los aspectos más feudales y militaristas de la orden del temple, es decir, por los aspectos más contingentes y superficiales de la misma, que indican un desconocimiento de lo que supuso la revolución cisterciense en Europa y el carácter antifeudal y antigregoriano de la actuación del temple y del Císter.

La reivindicación de una Iglesia pobre, contemplativa, sin vínculos esclavizantes con el feudalismo, la crítica a la situación social que la división estamental suponía, el apoyo al proyecto imperial frente a una jerarquía romana que quería imponerse sobre la sociedad y frente a unos poderes nacionales que querían absolutizarse, fueron los ideales que dieron nacimiento al Císter y al Temple.

Durante el siglo XI una fuerte corriente eclesiástica crítica con la alta jerarquía eclesial fue tomando cuerpo, a su cabeza están los monjes que hacen una crítica al monacato benedictino tradicional, demasiado vinculado a la nobleza feudal y, por lo tanto, solidario de sus intereses. Císter nace de estos monjes “revolucionarios”, así como la idea de la cruzada tiene que ver con estos movimientos de transformación de la sociedad, que intentan generar un renacer espiritual en occidente, una transformación eclesial y social, así como la extensión de este nuevo orden al Oriente más rico y desarrollado. La toma de Jerusalén es el símbolo de la victoria de este proyecto. El Temple será la institucionalización de estos ideales y un instrumento para conseguirlos, apoyado por cistercienses y por los grupos esotéricos medievales.

Como explica Rene Guenon no hay duda de que en las órdenes de caballería existía un pensamiento esotérico vinculado al hermetismo, que les permitió servir de nexo de unión entre el Islam y la cristiandad, gracias a tener una visión ecuménica de tipo esotérico. Es por eso, que parte de la herencia templaria hay que buscarla en la masonería, la institución occidental actual heredera del esoterismo tradicional occidental. Por supuesto, la masonería no es la continuadora de la orden del Temple en un sentido jurídico e histórico, pero sí que en ella se ha guardado lo poco que ha sobrevivido del esoterismo medieval, que tuvo en la orden del temple un lugar privilegiado.

Pero la experiencia central de la espiritualidad templaria no fue la experiencia esotérica, sino la experiencia monástica cisterciense, una experiencia mística centrada en el Amor y con un fuerte contenido de compromiso político y social. Una experiencia más allá de la religión institucional, pero no contraria a ésta, sino deseosa de su transformación y renovación. La experiencia que Císter trató de transmitir no era sólo una experiencia interna y espiritual sino una experiencia integral, que abarcaba a los ámbitos sociales y políticos, promoviendo una sociedad más fraterna, más democrática y solidaria, en la medida que las circunstancias de la época lo permitían.

Estos movimientos reformadores católicos fueron aniquilados progresivamente a medida que Roma se fue imponiendo sobre la sociedad y a medida que los poderes nacionales se fueron absolutizando, marcando la desaparición del Temple en el siglo XIV, el final de ese intento de reforma de la Iglesia y la sociedad, y la consolidación progresiva de una Iglesia más autoritaria y unos poderes seculares alejados de los ideales espirituales y humanistas.

La orden del Temple desapareció, no hay instituciones actuales que sean herederas históricas del Temple. Las únicas instituciones que conservan de forma fragmentaria y separada elementos de lo que dio origen y convivió en el temple, son las órdenes monásticas cistercienses y la masonería. Sin embargo, ambas instituciones en gran medida desconocen lo que fue el Temple o tienen visiones parciales del mismo.

Si hoy existiera la orden del Temple y quisiera ser fiel a la misión que tuvo en su origen, tendría que representar un catolicismo renovador, ecuménico, laico y acogedor de la masonería, como el Temple histórico acogió el ecumenismo esotérico de su época. Hoy su misión sería ayudar a renovar la Iglesia y la sociedad, trabajando en una dirección progresista, apoyando la laicidad como ámbito común donde todos podemos convivir, con una visión ecuménica e interreligiosa que le haría promover el ir más allá de las religiones hacia la mística como meta a la que las instituciones religiosas deben estar subordinadas.

Los grupos diversos que se interesan por el Temple hoy deberían intentar centrarse en conocer la espiritualidad cisterciense y lo que representó la revolución cisterciense, además de intentar reconciliarse con la masonería, apoyando un proyecto laico y progresista de sociedad, como el Temple combatió el autoritarismo eclesial o secular en la época en que vivió, para poder considerarse herederos espirituales del proyecto cisterciense-templario.

Y la vigencia de esta orientación es hoy tan urgente como lo fue en la Edad Media.

Por eso, resulta desalentador el carácter marcadamente tradicionalista de muchos de los grupos más serios vinculados a la memoria del Temple.

Es necesario un movimiento de amigos del Temple de orientación progresista, místico y laico, que trabaje por renovar la Iglesia y la sociedad. Ayudar a que esto ocurra lo antes posible debería ser una de las prioridades de los grupos de amigos del Temple hoy.

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