José Antonio Vázquez
Lo primero que hay que hacer al hablar de esoterismo es diferenciar el esoterismo del ocultismo, esa corriente relacionada con la práctica de las diversas mancias y los fenómenos paranormales.
El esoterismo es un camino de madurez humana que quiere llevarnos a la experiencia espiritual, sea lo que sea lo que entendamos por esa palabra. Las mancias y otros conocimientos “ocultos” han formado parte del conjunto de saberes vinculados al esoterismo pero siempre se han considerado “artes secundarias”, que además pueden ser “negativas” cuando se les presta excesiva atención olvidando que le centro del esoterismo no son los “fenómenos” sino la experiencia espiritual.
El esoterismo es pues un camino espiritual que se caracteriza por intentar llevarnos más allá de la mente dual y emocional hacia una experiencia espiritual, transpersonal, más allá de la razón y la emoción. Para ello se vale del trabajo con símbolos, con la energía y sabiduría de los arquetipos, para ir ampliando nuestra conciencia y transformando nuestra existencia.
El esoterismo es un fenómeno que ha existido en la mayoría de tradiciones espirituales religiosas, también en el cristianismo (como da prueba de ello la existencia de la masonería o el martinismo).
Para el esoterismo cristiano no existe un esoterismo universal sino diversos esoterismos según la religión a la que están vinculados, aunque podamos encontrar una serie de características comunes en todos ellos.
Para este esoterismo la tradición espiritual se habría ido trasformando a lo largo de la historia, apareciendo de modo diverso en cada época, pero no tiene una visión cíclica sino providencial, de modo que la actuación del Espíritu en la historia no sigue una dirección siempre decadente, sino que considera que tradiciones espirituales posteriores pueden ser mucho más perfectas que otras anteriores, que pueden haberse corrompido.
Para los esoterismos confesionales el esoterismo no es el centro de la tradición espiritual a la que están unidos, sin limitarse a ser un hermenéutica espiritual de las Escrituras y buscando alcanzar la experiencia espiritual que las fundamenta, se someten a la mística confesional, a la dimensión monástica de cada tradición, el verdadero núcleo de la misma, que supera toda división entre esoterismo y exoterismo.
El esoterismo cristiano, por tanto, siempre ha estado “alimentado” por la mística cristiana, intentando adaptar sus enseñanzas y aprender de la mística cristiana. Buena muestra de ello, es la relación y subordinación de la masonería medieval a la institución monástica.
El esoterismo cristiano tiene además una visión universalista asimétrica, es decir, sabe que hay verdad y sabiduría en muchos caminos espirituales, pero considera que el camino cristiano es el más pleno, estando todo lo bueno y santo de los otros caminos en relación con Cristo, siendo una manifestación del Cristo desconocido que debe estar dispuesto a acoger y a incorporar, sin perder nunca su identidad cristiana y su adhesión al cristianismo como el camino más perfecto para él.
Frente a esta visión del esoterismo cristiano tradicional ha surgido el pensamiento de René Guenon, una corriente de pensamiento esotérico que considera al esoterismo como la tradición primordial, o tradición espiritual por excelencia, de las que las religiones serían meras adaptaciones y “exteriorizaciones”. El esoterismo estaría por encima de las religiones y sería una doctrina “perenne”, establecida de modo permanente desde el comienzo de la historia (Edad de oro) y que a lo largo del tiempo habría ido deformándose, siendo en la actualidad la doctrina del vedanta advaita la mejor representante de la tradición primordial.
Esta visión de René Guenon defendida hoy en ciertos ambientes esotéricos es difícilmente compatible con una fe religiosa, así como tampoco es aceptable para el pensamiento laico, ya que Guenon consideraba el pensamiento laico como radicalmente erróneo y antiespiritual, viendo en la modernidad un modelo de degeneración cultural propio de la última edad (la menos espiritual) del ciclo (Kali Yuga).
Además del esoterismo cristiano o confesional y del esoterismo guenoniano, fruto del proceso de secularización de la modernidad, ha nacido un esoterismo laico.
El esoterismo laico intenta ser un camino de humanización que pretende desarrollar las dimensiones más profundas del ser humano desde una perspectiva puramente natural y sin definir la existencia o no de la transcendencia. La espiritualidad laica es una experiencia humana, la más profunda que no tiene porque ser definida en términos confesionales.
Este esoterismo laico basado en la común humanidad de todos tiene una legítima visión universalista, intenta defender y desarrollar las dimensiones humanas más profundas, comunes a todos. No intenta definirse por encima de las religiones ni al margen de ellas (puede aprender de ellas), sino en una perspectiva laica y no religiosa. Por ello, nunca intentará convertirse en una creencia dogmática que excluya las otras creencias.
Desde esta perspectiva el esoterismo laico y el religioso pueden convivir y colaborar, cada uno desde sus perspectivas, en la defensa de los valores humanos fundamentales y en el respeto hacia las diversas tradiciones e ideologías, entendidas como frutos de un enriquecedor pluralismo.
El esoterismo guenoniano representa, por el contrario, una visión difícilmente compatible con una visión laica o una fe religiosa, puede ser una aportación interesante en diversos puntos, siempre que se tome de modo crítico y no de la manera dogmática y rígida como ha sido y es vivido por alguno de sus seguidores. Pero la visión guenoniana del esoterismo cada día parece más problemática y menos viable como camino válido para las diversas corrientes esotéricas existentes hoy (en especial para las diversas corrientes masónicas).
No hay comentarios:
Publicar un comentario