Por Demolay
S i bien la masonería no es una religión, para la mayoría de los autores anglosajones —e incluso para los masones efectivamente iniciados en el Arte Real— la masonería es religiosa. Por supuesto, aquí el término «religioso» va en el sentido de “religar”, esto es, de volver a unir lo creado con Su Creador, tal cual es la vocación del ritual masónico, elaborado no para simplemente “sesionar”, sino sobre todo, y ante todo, para lograr en los asistentes a los Trabajos de una Logia esa nítida percepción de la trascendencia espiritual generada por la magia del simbolismo y del propio ritual. El ritual masónico solo es magnificente cuando proclama la aspiración y el anhelo del hombre de unirse en espíritu y en verdad con Su Creador.
Decir que toda obra masónica esta dedicada “a la Gloria del Gran Arquitecto del Universo” —los trabajos, las lecturas, las ceremonias— es reconocer que el trabajo masónico apela a la religación, y que el masón concientemente acepta el impulso espiritual que tiene de elevarse al Ser Supremo. Los masones que asumen la ritualidad y el simbolismo logial como una expresión y como una actitud espiritual, reconocen de inmediato que el significado masónico, real y profundo, apela una actitud religante entre el hombre y lo trascendente, entendido como una suprema manifestación de la Deidad, que en masonería se expresa como Gran Arquitecto del Universo. Todo el ideal iniciático —masónico y no masónico— supone que el operario busca y anhela fundirse de nueva cuenta con su propio origen; esto implica aceptar que “la parte” pretende fundirse con “el todo” y que “lo creado” demanda aglutinarse con Su Creador. El título de este paper no pretende, ni con mucho, emparejar cristianismo y masonería.
De entrada sabemos que sus formas y estructuras son diferentes, aunque sus esencias son similares. No obstante, a ningún cristiano dogmático le encantaría leer que tanto el cristianismo como la masonería conservan principios similares; el cristianismo, por contener verdades emanadas de la misericordia, el amor, el perdón y la conciliación entre los hombres. La masonería, por tener —nos guste o no— un origen cristiano, sobre todo si la hipótesis de su pasado templario no es rechazada.
La lucha masónica: una batalla perenne
La primera parte de la Iniciación pretende lograr la pureza del candidato que anhela la Luz de la Verdad. Tal dignidad supone el dominio de uno mismo, o sea, el control de las pasiones y de las formas irreales del mundo de las ilusiones.
En el lenguaje masónico se dice que un candidato debe aprender a dominar sus pasiones mediante el fortalecimiento y el ejercicio de la virtud. La virtud —de virtus, fuerza— es precisamente la energía que domina las pasiones y para que exista “ha de haber lucha”. Esta lucha esta dada por la pugna entre el bien y el mal, entre los vicios y los desenfrenos y entre las continencias y las mesuras. Los rituales masónicos definen el vicio como el “hábito de contentar nuestros deseos”; así, cada hombre que por hábito satisface sus deseos es un vicioso, y cada hombre que los domina es un virtuoso. Los símbolos masónicos que expresan esta lucha eterna son la Escuadra y el Compás. Bien sabemos los masones que nuestros símbolos asumen significados diferentes según la circunstancia, momento y lugar en que se ubican dentro del contexto logial. Cuando la Escuadra y Compás se contemplan como Luces Mayores en el marco ritual del Ara o Altar, entonces asumen un sentido perfectamente iniciático al expresar la contienda que ocurre en el interior del iniciado que aspira pasar de un estado de imperfección a otro de perfección espiritual. El iniciado busca transitar de la oscuridad a la luz, esto es, del occidente al oriente, o lo que es lo mismo, busca como Aprendiz pasar de la Regla a la Escuadra y de ésta al Compás. Así es como el Aprendiz se hace Compañero y el Compañero se hace Maestro. No obstante, es difícil entender las órdenes Templarias al margen de los conceptos cristianos, y una vez que los comprendemos, encontramos que cristianismo y masonería suponen una evolución del hombre conforme a la voluntad de Dios, Padre Celestial y Gran Arquitecto de Cielo y Tierra.
De la Escuadra al Compás
La Escuadra representa lo material, lo brusco, lo denso, las pasiones y los vicios. El Compás alude lo contrario: lo espiritual, lo fino, lo sublime y virtuoso. Por esta razón, los Trabajos en el grado de Aprendiz se abren con la Escuadra sobre el Compás, justo para significar que el recién iniciado apenas conoce la luz de la verdad —por lo que se sienta en el lado norte de la Logia—. En tal condición, el masón aprendiz vive en el mundo de las ilusiones y de la materia, adherido a sus vicios y pasiones. Poco a poco, su trabajo iniciático hecho con el Martillo, la Regla y el Cincel, va logrando que su estado de piedra en bruto se vaya puliendo hasta lograr la perfección. En el grado de Compañero, los Trabajos se abren colocando Escuadra y Compás interpolados, indicando así que tanto lo material como lo espiritual se hallan en equilibrio. El grado de Compañero es, por lo tanto, un grado de transición, proporción y ponderación en el que la sensatez ante la vida empieza a manifestarse como prudencia y cordura. Esto indica que las luces de la sabiduría empiezan a vislumbrarse en el lejano oriente a los ojos del iniciante en los misterios de la Masonería. El Maestro, por su parte, aparece como un grado masónico excelso en el que la maestría significa el dominio total de la inteligencia y del espíritu sobre las pasiones y sobre la materia, y por ello el Compás esta sobrepuesto a la Escuadra. El Maestro se enseñorea de sus pasiones y domina sus instintos pues ha logrado el ideal iniciático. Es ya un hombre sabio y observa el orden del mundo desde el oriente.
El Camino
Las enseñanzas paulinas suscritas en el Nuevo Testamento asumen que el cristiano que ha apropiado a Yeshúa, ha Mashíaj como su Guía y Salvador, esta dispuesto a luchar consigo mismo para alcanzar su salvación y su ingreso al Reino de los Cielos. Esto implica una lucha interna en todo parecida a la que libra el iniciado trabajando en las canteras. En la Carta a los Gálatas, Paulo escribe:
Andad en el Espíritu, y así jamás satisfaréis los malos deseos de la carne. Porque la carne desea lo que es contrario al Espíritu y el Espíritu lo que es contrario a la carne. Ambos se oponen mutuamente, para que no hagáis lo que quisierais.
Si bien el ritual masónico refiere lo vicios y las pasiones como aquéllos contra los que el hombre —el iniciado— ha de luchar, lo cierto es que tal referencia es genérica y cada masón habrá de imaginar los vicios y pasiones que más se vinculan con él. Paulo no escatima palabras y enlista con precisión aquéllos llamamientos de la carne que conducen al hombre a su perdición. Tales vicios y pasiones —las obras de la carne, en el lenguaje cristiano paulino— son:
Fornicación, impureza, desenfreno, idolatría, hechicería, enemistades, pleitos, celos, ira, contiendas, disensiones, partidismos, envidia, borracheras, orgías y cosas semejantes a éstas de las cuales os advierto, como ya lo hice antes, que los que hacen tales cosas no heredarán el reino de los cielos.
Un cristiano que se mantiene en El Camino es como un masón que se mantiene fuera y alejado del mundo profano. El Camino es como el Mundo Masónico: un mundo de virtud, espíritu y trascendencia. Así como el masón pasa del mundo profano al mundo masónico, así el cristiano pasa de las obras de la carne a las obras del Espíritu. En ambos casos existe un sentido de pase de un punto a otro, de un estado del ser a otro estado del ser caracterizado por la elevación y la sublimidad. Tanto para el cristiano como para el masón, la lucha interna que ambos libran —uno por alejarse de las obras de la carne y el otro por deslindarse del mundo de los vicios y las pasiones— tiene un corolario que es el hecho de mantenerse “en Victoria”. El masón logrará “la maestría”; el cristiano la salvación y su acceso al Reino de los Cielos.
Del Compás a la Cruz: el trabajo iniciático
El estado hirámico no es un estado distinto al estado Crístico. Para los masones, el estado hirámico es la consecución de un espíritu realizado que ha logrado trascender su propia condición inferior y tosca para, ulteriormente, alcanzar un estado anímico y emocional, espiritual y moral acorde con su destino, según los trazos elaborados por el Gran Arquitecto del Universo. El masón entiende que tal logro —su propia emancipación— no ha sido ajena ni ha estado exenta de la voluntad de Dios, porque no hay nada sobre la tierra que se encuentre desvinculado de la Creación Divina. Para el masón espiritualmente realizado, la soberanía de Dios en el orden universal es innegable, pues Él es Arquitecto y Constructor de todo cuanto existe. El trabajo personal e iniciático de un masón esta expresado como el dominio de sus pasiones y de su baja naturaleza y ha sido fruto del ejercicio de ciertas facultades que le han sido dotadas por Dios, Gran Arquitecto de Cielo y Tierra. Por lo mismo, bien aplica la sentencia de Santiago:
Toda buena dádiva y todo don perfecto provienen de lo alto y descienden del Padre de las luces…
Si bien las facultades instintivas, afectivas e intelectuales son un don divino, en tanto son dádivas del Gran Arquitecto, éstas sin embargo son ejercidas y fortalecidas con el trabajo y ayuda de las herramientas de la construcción que el operario va aprendiendo a usar en cada viaje de su vida. Lo que Dios nos da, nosotros lo fortalecemos con nuestra fe e inteligencia, con nuestra voluntad y compromiso. Pero también, lo que Dios da, Él nos lo quita —como a Job— y al hombre común —y con más razón al masón iniciado— le queda una muy clara conciencia de que su existencia en la tierra no es una casualidad, ni del destino ni de los átomos, y aunque poco a poco puede explicar el origen de la vida en las cadenas ADN, no puede explicar las causas últimas de su existencia. Por ello, un masón —más aún si es templario— comprende a cabalidad que su presencia en el mundo es obra divina, y por ello, su sentido del destino y de ulterioridad está definido por la Soberanía de Dios, Gran Arquitecto del Universo. En las órdenes templarias de la Comandancia el masón toma su Compás, su Cruz, su espada y su blasón y así pertrechado sale con las armas de la fe, la razón y la misericordia. Pablo, de nueva cuenta, en su Carta a los Efesios parece indicar a los Caballeros de la Fe su cometido cuando dice:
Por esta causa tomad toda la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y después de haberlo logrado todo, quedar firmes. Permaneced, pues, firmes, ceñidos con el cinturón de la verdad, vestidos con la coraza de la justicia y calzados vuestros pies con la preparación para proclamar el evangelio de la paz. Y sobre todo, armaos con el escudo de la fe con que podéis apagar todos los dardos de fuego del maligno. Tomad también el caso de la salvación y la espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios…
Así, los templarios somos armados Caballeros; caballeros de fe y de paz, de justicia y de proclamación, pero también de lucha permanente contra nuestros enemigos más temibles: la ambición, la ignorancia, la hipocresía, las obras de la carne y la maldad, que son, en toda forma, vivas representaciones del maligno. El masón —como Caballero Templario armado en una Comandancia— lleva su Trulla, Nivel, Plomada, Escuadra y Compás de la misma manera que carga su Cruz, para caminar por el mundo venciendo los obstáculos que el conflicto moral le plantea durante su vida. El lenguaje profano de la Masonería francesa —inspirado por un racionalismo ajeno al espíritu iniciático y espiritual del Arte Real de Labrar la Piedra en Bruto— se apoya más en el discurso grecolatino para insinuar las enseñanzas de la moral más pura, que en las formas sublimes del lenguaje iniciático y vital. Esta moral indica que el hombre debe alejarse del mal y vivir en el bien, y ello significa que el operario del Arte debe trabar una contienda seria y comprometida contra sus deseos y pasiones. Si triunfa en esa batalla, saldrá libre de sí mismo y será fuerte no por vencer a los demás, sino efectivamente poderoso por vencerse a sí mismo. Habrá alcanzado entonces la victoria, la emancipación total, la plena libertad. Pero…
https://demolay.wordpress.com/2009/09/
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