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domingo, 11 de febrero de 2018

LA PIEDRA FRANCA

LA PIEDRA FRANCA

ROCAS

Desde la antigüedad, las rocas fueron utilizadas para la construcción y la escultura monumentales. El renacimiento de la arquitectura en la Alta Edad Media no fue ajeno a utilización de este material. Tres son las categorías en las que pueden ser clasificadas:

1.- Ígneas o volcánicas: producidas por el enfriamiento de minerales fundidos al llegar en forma de lava a la superficie de la tierra. A este tipo pertenecen granitos, basaltos, dioritas y obsidianas.
2.- Sedimentarias: formadas por la acumulación de partículas. Estas pueden ser areniscas, producto de materiales provenientes de la erosión, unidas por algún material aglutinante. Su otro tipo, el que más nos interesa es la piedra calcárea o caliza,1 formada principalmente por restos orgánicos calcáreos.

Calcárea: que tiene cal.
Calcita: carbonato de cal natural.
Caliza: carbonato de cal natural
Cal: oxido de calcio que es la base del mármol, el yeso, la tiza. Se obtiene calcinando en hornos la piedra caliza.

3.- Rocas metamorfósicas, que son rocas volcánicas o sedimentarias cuya estructura varió como consecuencia de grandes presiones telúricas. El mármol es su mejor y más conocido ejemplo.
4.- Piedras duras o semipreciosas, como jade, cristal de roca, cuarzo, amatista, ágata y jaspe.

Detengámonos en las piedras calizas, preferidas por nuestros constructores medievales por dos razones: su coloración y textura uniformes y la facilidad para trabajarla y formar con ella bloques dimensionados a la medida de las necesidades del edificio. Su principal componente es el carbonato de calcio (CaCO3) en forma de calcita (forma natural) o aragonito (cristalizado), encontrándose también vestigios de dolomía (carbonato doble de cal o magnesia), arcilla, carbonato de hierro, cuarzo, pirita y fragmentos microscópicos de fósiles marinos. Precisamente, la llamada piedra sedimentaria autóctona, está bio-generada por la secreción calcárea de foraminíferos (protozoarios recubiertos de una concha dura, producto de esa secreción).

CAEN

En la Enciclopedia Británica se afirma que “desde 1050 al 1350, fue extraída de las canteras francesas más piedra que en toda la historia del antiguo Egipto”. Su destino: la construcción en el norte de Francia e Inglaterra.2 Y gran parte de ella provino de las canteras de Caen.

Normandía está íntimamente ligada a la historia de Inglaterra. En su región de Bayeux estaba el castillo de los duques de Normandía, donde nació el que sería rey de Inglaterra, Guillermo I el Conquistador.

Caen es la capital del departamento francés de Calvados, ubicado al nordeste, entre el estuario del río Sena y la península de Cotentin. Al sur y al este están las elevaciones normandas que flanquean el río Orne. Y en ellas las canteras que justifican este capítulo.

LAS CANTERAS

El mallete original de los canteros y talladores de piedra en las canteras y obras medievales. Totalmente de madera, el artesano lo iba girando dentro de su mano, con cada golpe, a los efectos de no deformar la herramienta.

A diferencia de las minas que tienen un desarrollo subterráneo, las canteras se establecen a cielo abierto.3 Sus trabajadores, los canteros, son personajes poco recordados en la revolución constructiva medieval, seguramente por no estar presentes en el sitio de la obra. Sin embargo su esfuerzo bajo difíciles condiciones meteorológicas y su contribución laboral, que comenzaba mucho antes de que se levantaran las paredes, justifican su especial mención a pesar de que no figuran en muchos de los antiguos estatutos gremiales.

3 Recordemos lo dicho en el capítulo “El Constructor”, dado que la técnica medieval se basó en los mismos principios: “Las canteras eran superficiales, aunque se han encontrado túneles que ampliaban las posibilidades y la calidad de la extracción. Las herramientas utilizadas eran picos con los que se exponía la cara superficial y se determinaban los cuatro costados de un bloque rectangular. Para separarlo del lecho, se perforaban agujeros en los que se introducía madera que luego se mojaba en forma tal que al hincharse produjera el rompimiento definitivo. Palancas levantaban los bloques de toneladas de peso que se colocaban sobre troncos y eran empujados por hombres y animales hasta su destino o hasta las orillas del Nilo, donde también se usaban barcas para su transporte… el acabado definitivo a la piedra (se hacía) utilizando mazos, cinceles, reglas, escuadras y plomadas”.

Pero la extracción no era el único y más importante trabajo de los canteros: sin medios adecuados, el transporte de las piedras era difícil y oneroso. Ello obligó a adelantar el trabajo y cortar a la medida las piedras. Las proporciones habituales en el tallado eran de 8 x 6 x 8 pulgadas. El transporte se vio facilitado por la novedad de usar del caballo como bestia de carga, en lugar del buey.

LA PIEDRA FRANCA

Así se denominó a esta piedra de Caen, al igual que a todas las piedras sedimentarias extraídas de otras canteras. Distintos autores, especialmente ingleses, han sostenido que de esta designación proviene el free utilizado en Inglaterra para distinguir a los masons dedicados a la construcción de catedrales (freemasons) y que su origen está en el nombre que se aplicaba a la piedra de fácil corte y talla, freestone, a diferencia de la roughstone, la piedra dura y de más difícil corte, que era trabajada por los llamados “hard hewers” (“hacheros duros”) o “rough masons”.

Estos cambios semánticos, dice Jones, no deben sin embargo hacer olvidar que el mantenimiento de la expresión freemason debería buscarse en la desvinculación del constructor de catedrales de toda autoridad municipal y gremial6: vimos en el capítulo anterior cómo el reclutamiento de trabajadores para estos edificios se hacía sin considerar en absoluto su lugar de residencia. La dependencia de un nuevo patrón y la distancia hacían que en el lugar de la obra donde se establecían para trabajar no regía la autoridad de aquellos cuerpos, por lo que el masón era libre (free from …), un franc-mason (y no masón libre), franc-maçon o freemason.

En realidad, los ingleses utilizaban la expresión francesa maître maçon de franche pierre como correspondiente a la latina magister lathomus liberarum petrerum, lo que sugeriría un origen galo de la expresión. Bernard E. Jones acepta como posible esta hipótesis, por lo menos como inicial. La costumbre fue reduciendo por comodidad la forma inglesa free-stone mason master, llegándose a la palabra compuesta freemason. Debemos suponer que en Francia se produjo igual proceso (franc-maçon). En la España medieval también se hablaba de la piedra franca. Por considerarlo de interés para la masonería hispanoparlante, reproducimos de los archivos del Centro de Estudios de la Universidad Castilla La Mancha, las “Relaciones topográficas de Felipe II, correspondientes a la provincia de Guadalajara:

“En la villa de Tendilla, dia de Sant Andrés, último dia del mes de noviembre de mil y quinientos, y ochenta años, los mui magníficos S.res Juan Hernandez Escudero, y Gaspar Hernandez, Alcaldes ordinarios, y Anton Lopez Yuste, Alfonso Muñoz, Juan de Barahona, Alfonso Martinez de Azañon, Regidores, con los demás oficiales del Ayuntamiento de la dicha villa, me señalaron, y andaron de parte de Su Magestad hiciese discrepcion de las particularidades, grandezas, y cosas señaladas que en la dicha villa se hallaren para historia, y honra suia, conforme á la instruccion, y memorial que á la dicha villa embió el Liz.do Villegas, Corregidor de la Ciudad de Guadalajara, y yo Juan Fernandez de Sebastian Fernandez, por servir á Su Magestad, y obedesciendo lo suso dicho, empecé en la forma siguiente:

En los veinte y quatro digo: que en la dicha villa y sus términos no hay lo que el capítulo pregunta sino es muchas y mui buenas canteras de piedra franca mui rasa, donde se hacen muchas plata-formas y molduras; hanse sacado mui grandes piezas, colunas de más de doce piés en largo, y grandes piedras para moler en molinos de aceite; no hay otra cosa en respuesta deste capítulo.”

Y en el testimonio notarial (4 de julio de 1604) de las excavaciones realizadas en las ruinas de Taibilla (siglo XI, cabeza de un distrito rural de Murcia), dirigidas por don Pedro de la Cruz Tribaldos, vicario de Yeste:

Las piedras sillares que se hallaron tenian asientos y quiçialeras de puertas hechas con las mismas piedras aunque toscaniente, y como esta dicho se hallaron otras munchas piedras sillares de piedra franca y toua en el edifiçio del dicho quarto, por donde algunos de los presentes dixeron que les parezia que aquel edifiçio auia sido edificado de las ruinas de los edifiçios romanos.

Igualmente, era conocida como piedra franca de grano fino la que se extraía de las canteras de la aldea La Pedriza, en Jaén, utilizada en las partes principales de los edificios.

LAS MARCAS

Para identificar el resultado de su trabajo, tanto en cantidad como en calidad, cada tallador tenía su marca distintiva que grababa en la piedra que terminaba. Las marcas eran figuras geométricas, cruces o iniciales,- inicialmente muy toscas,- cuya forma era impuesta por el tipo de herramientas que se utilizaba. El orgullo profesional hacía de estas marcas un distintivo honorífico del artesano, que lo transmitía a sus hijos que ocupaban su lugar en el oficio. En las piedras de muchas catedrales se pueden ver hoy estas marcas. Junto con ellas, otras que indicaban la cantera de donde procedían las piedras y la posición que debían ocupar en el edificio.

LA COLMENA LABORAL

Ya contamos con la materia prima y con la mano de obra. Intentemos visualizar como se conjugaban estos dos elementos para construir una catedral.

En los meses de mayor actividad, cuando el verano permitía trabajar sin inconvenientes y el promotor proveía los fondos necesarios, una obra llegaba a ocupar hasta mil quinientas personas, número que incluía desde los artesanos especializados hasta los más simples obreros. Cada uno de ellos ocupando su lugar dentro de la jerarquía que le otorgaba su habilidad y experiencia. Por supuesto que el lugar más alto lo ocupaba el Arquitecto.

EL ARQUITECTO

Para lograr los magníficos resultados que nos asombran hasta hoy en día, el arquitecto debió ser un personaje de amplios conocimientos o de una inteligencia y experiencia fenomenal. Distintos autores han intentado calificarlos y sus sugerencias son por demás variadas. Nos encontramos con aquellos que les niegan la posesión de conocimientos algebraicos, aduciendo que en documentos contemporáneos se demuestra su ignorancia de temas básicos sobre geometría, trigonometría y álgebra. Otros, que dejándose llevar por su admiración hacia los resultados no retacean sus elogios y recuerdan la existencia de los tratados romanos clásicos de Vitruvio y la obra de los árabes que compendiaron y desarrollaron los conocimientos de la antigüedad, y cuyos resultados pasaron a Europa a través de España. De lo que no cabe duda es de que el trabajo de proyectar, contratar, comprar materiales, coordinar, administrar y vigilar supuso la posesión de una personalidad excepcional.

No se han encontrado planos completos de ninguna de las catedrales, castillos o puentes construidos, lo que podría significar que el arquitecto iba planificando a medida que progresaba la obra. Pudo tener en la propia Logia un lugar despejado que le permitiera ir ilustrando sus ideas pero generalmente utilizaría para ello tablas o telas. Su principal colaborador era un supervisor, llamado parlier (que podríamos traducir como orador) que se encargaba de hacer cumplir sus órdenes. Pero estas habrían sido dadas a cada especialista, en cada etapa. Aún para el corte de las dovelas que formarían las bóvedas se dibujaría una plantilla o molde, con la ayuda de grandes reglas, escuadras, compases, cuerdas de trazado, herramientas que podemos ver en las manos de los arquitectos representados en dibujos de la época. Todos estos planos parciales constituían el verdadero “secreto” del arquitecto y su posesión más preciada, por lo que se los llevaría con él al terminar el trabajo. Por supuesto que la importancia de su trabajo y la demanda del mismo harían que fuera el mejor retribuido, con lo que tendría asegurado su futuro.

Por encima de los conocimientos teóricos, la construcción medieval constituía un trabajo esencialmente práctico. Comenzaba con el trazado sobre el terreno de los límites del futuro edificio y el lugar exacto de sus cimientos, columnas y pilares. Construidos estos ya era posible comenzar a levantar las paredes.

Veamos ahora el cuerpo de la pirámide laboral de constructores a que nos referimos. No lo haremos por jerarquía sino tratando de seguir el proceso de construcción.

LOS HERREROS

Hachas para el corte grueso de la piedra, garfios para moverla, herraduras para los caballos que la transportarían, martillos, cinceles, clavos, cadenas para reforzar las paredes, eran elementos sin los cuales se hubiera hecho imposible la construcción. Este era el importante trabajo de los herreros, que junto con sus auxiliares, el fraguador y el afilador competían permanentemente para hacerlo mejor e inventar nuevos medios, quizá algo separados del resto de los artesanos, pero integrando el equipo de constructores.

LOS CARPINTEROS

Este es otro grupo de artesanos cuya contribución fue esencial para lograr los resultados y acompañar el progreso en las construcciones. Sus técnicas se fueron adaptando maravillosamente a los cambios estilísticos que se iban produciendo. En primer término el levantamiento de andamios. Sin ellos no hubiera sido posible llegar a los más de cien metros de altura de nuestras impresionantes muestras arquitectónicas. Para lograrlo, debieron ingeniarse para adaptar a las exigencias la madera con que contaban.

Cuando la altura no permitió apoyar sus estructuras en el suelo, inventaron plataformas livianas en las que un marco era recubierto por una superficie de estera y elevada poco a poco a medida que subía la altura de las paredes. La alternativa eran los andamios en espiral que cubrían todo el espacio interno del edificio y por el cual circulaban los artesanos y cargaban los materiales los peones. Pero no solamente andamios: todos los arcos, bóvedas, aberturas y cúpulas requerían un sostén provisorio hasta que los materiales fraguaran. Y allí se demostró el verdadero talento de los carpinteros: armaban estas estructuras sobre el piso y luego las aseguraban a los pilares y contrafuertes ya construidos.

LOS MEZCLADORES

Totalmente ignorados, los mezcladores o yeseros asumían una gran responsabilidad en los trabajos de albañilería. Eran quienes debían preparar la mezcla o argamasa, el material de agarre que unía las piedras. Para aquel lector no habituado a la utilización de estos términos es de interés para sus lecturas posteriores conocer la relación entre las distintas definiciones que puede encontrar en los diccionarios.

La piedra calcárea es la que tiene cal en forma de carbonato. Calcinando en hornos la piedra caliza molida, esta se oxida, obteniéndose así el óxido de calcio, CaO, que es la cal. Con cal, agua y un material árido como la arena se forma la mezcla o argamasa o mortero que sirvió a nuestros masones para unir las piedras entre sí. Agregándole grava se obtenía el hormigón, ideal para rellenar huecos.

El uso de la palabra yesero para definir al obrero que preparaba la mezcla (no hemos encontrado una palabra más adecuada que mezclador) proviene del hecho de que para hacer mezcla se puede usar también yeso. El yeso o gypsum, es un mineral común, el sulfato de calcio molido. Deshidratado por la acción del fuego puede usarse también solo (yeso de París). Cuando el operario o escultor le agrega agua se convierte en un material que se puede amasar fácilmente y que por endurecerse con rapidez sirve para el enlucido de paredes o techos, que mezclado con cola sirve para estucar esas mismas superficies y que puede usarse para hacer estatuas, moldes y piezas de cerámica.

Pues bien: el preparar una buena mezcla era una especialidad muy apreciada entre las que conformaban los oficios de los constructores de catedrales. Tanto es así, que en distintos reglamentos figuran las penas a que se harían acreedores aquellos que proveyeran el producto sin ajustarse a las especificaciones debidas.

LOS MASONES

Los masones en sentido estricto son los que en definitiva armaban los cimientos, levantaban las paredes, levantaban las columnas y pilares, techaban el edificio y lo decoraban. Todo el esfuerzo del arquitecto y la habilidad de los artesanos que acabamos de mencionar coincidían en el albañil, de cuya pericia en la utilización de los materiales según los planos e indicaciones del proyectista dependería el éxito de los resultados.

Conscientes tanto de su responsabilidad como de sus limitaciones, levantaban lenta y pacientemente las paredes, esperando el tiempo adecuado para que el mortero utilizado fraguara convenientemente. Los fríos y las lluvias del invierno suspendían su trabajo que no era abandonado antes de cubrir convenientemente el que ya se había cumplido. Estas fueron las principales causas por las que la construcción de una catedral se demorara durante largos años.

La tarea del masón no se reducía a un cumplimiento mecánico de las órdenes del proyectista, sino que su habilidad se medía por la capacidad para interpretar los dibujos parciales que recibía en la logia y por su visión amplia para idealizar el edificio cuando estuviera terminado. El desvío de la vertical en un solo grado podía traer consecuencias desastrosas en estructuras donde el equilibrio de cada elemento dependía de los demás.

Su primera responsabilidad era levantar lo que arquitectónicamente se denominan elementos sustentantes: muros, pilares y columnas.

El muro es el elemento continuo formado por piezas entre las cuales no hay otro hueco más que los vanos (puertas y ventanas). El tipo de piezas que lo componen y su disposición son conocidos por distintos nombres, entre los que nos interesan la mampostería con utilización de piedras brutas de tamaño variado, unidas o no por argamasa; el opus caementicium, mezcla de cantos rodados, arena y cal; y el opus cuadratum hecho con piedras de igual altura. Se denomina obra de sillería cuando se utilizan bloques de piedra de gran tamaño y labradas adecuadamente para su encaje. Si las piedras son más pequeñas y menos labradas, la obra se llama de sillarejo.
¡Error!Marcador no definido.

Los vanos mencionados no podían ser simples aberturas hechas en el muro, pues este se debilitaría hasta llegar a derrumbarse. Las posibles soluciones para sostenerlo eran dos: el dintel, que ya mencionamos en el capítulo de “El Constructor”, y que cierra el vano en forma plana sin crear demasiados problemas técnicos; y el arco, elemento que nos interesa especialmente por su aplicación en las construcciones de estilo románico y luego gótico. El arco cerraba la abertura en forma curva. Para lograrla se utilizaban piedras con forma de cuña truncada, trapezoidal, que se iban colocando desde abajo, a la izquierda y a la derecha, sobre una estructura provisoria de madera, la cimbra. Para cerrar el arco se encajaban arriba la llamada la piedra clave, (que nuestros Hermanos recordarán de los rituales de grados superiores). En ella se concentraban las líneas de fuerza que generaba todo el peso del edificio, pasaban por las “dovelas” y llegaban a los muros o pilares.. Terminado el arco de piedra ya se podía retirar la cimbra.

Las paredes eran muy gruesas, por lo que para abrir un vano era necesario darle apoyo con varios arcos. Estos se hacían de mayor a menor, dando lugar a un conjunto llamado arquivolta que adorna todas las construcciones medievales.

Arquivolta en una puerta. El espacio semicircular por encima de la puerta se cerraba con un tímpano.

El arco utilizado por los constructores románicos era el llamado de medio punto que formaba exactamente una semicircunferencia.

El techo o cerramiento entre dos arcos de medio punto (que por esto se identificaban como arcos fajones) adquiría así, naturalmente, la forma de un medio cilindro, conocido como bóveda de medio cañón o simplemente de cañón.

Nuevas cimbras de madera se iban utilizando para sostener las bóvedas mientras se construían. Un buen revoque aseguraba su estabilidad. Cuando se secaba las cinchas eran retiradas y se pasaba al nuevo sector a cubrir.

Cuando dos pasillos abovedados se cruzaban en ángulo recto se formaba la denominada bóveda de arista, precisamente por el hecho de que en el cruce aparecen líneas o aristas.

Estas líneas eran problemáticas, allí era donde las bóvedas se caían, por lo que se agregaban arcos interiores que los reforzaban, dando lugar a lo que se llamó bóveda de arista con crucería. A pesar de ello, seguía existiendo un punto flojo, cual era el propio muro que soportaba las bóvedas. La solución fue la de construir a los costados de los arcos fajones y por fuera del edificio, contrafuertes o estribos que reforzaban la estructura sin ocupar espacio en el interior.

CÚPULAS

Esta imagen ya se vio: pechinas sosteniendo una cúpula, sistema muy usado en la arquitectura bizantina y luego en la románica.

El estilo románico empleó también el sistema de trompas para sostener una cúpula sobre un espacio cuadrado limitado por paredes: en cada ángulo su construía una semicúpula (trompa) que servía de apoyo a la cúpula mayor que se había proyectado.

TECHADORES Y TEJADORES

Los encargados de construir las partes abovedadas visibles ocupaban un destacado lugar en los equipos de masones románicos. Pero por fuera, las bóvedas estaban sometidas a las inclemencias del tiempo. Lluvia y nieve eran enemigos implacables de la construcción y si se los dejaba infiltrarse podían arruinar toda la obra. Por eso debieron protegerla con una cubierta.

En la primera ilustración podemos apreciar claramente la estructura de madera. En la segunda los arcos fajones (2), las bóvedas de cañón(3), los contrafuertes (1) y finalmente el techo exterior (4). De él se ocupaban techadores, tejadores y carpinteros, que debieron esmerarse en lograr techos herméticos inclinados o a dos aguas. Sobre una estructura de madera se fijaban planchas del mismo material, que se protegía con una capa de brea. Láminas de plomo plegadas a martillo en los bordes de cada plancha completaban su impermeabilización. Finalmente se colocaban tejas de cerámica o pizarra. Cada plancha era modular, pudiendo retirarse por separado para su reparación.

El agua ya no podía infiltrarse. Pero si del techo se precipitaba por las paredes, nuestra amigable pero delicada piedra franca se erosionaría rápidamente. Para evitarlo, debieron construirse canalones de desagüe adornados por gárgolas de piedra artísticamente tallada.

LOS PEONES

Para cargar las piedras en las canteras, cavar los canales para los cimientos, alcanzar los bloques y la mezcla para continuar elevando las paredes, estaban los obreros comunes, los peones, los más bajos en la escala, sin ninguna preparación pero con la fuerza necesaria para encarar estas tareas. Eran estos desarraigados, esclavos escapados que ansiaban su emancipación o hijos de labradores sin medios pero con familias numerosas quienes constituían esta fuerza de trabajo, mal paga y viviendo en condiciones muy precarias. Su única esperanza se basaba en la posibilidad de adquirir conocimientos en alguno de los oficios de los artesanos que trabajaban en la obra, pasar a ser sus “sirvientes” y gracias a la práctica, convertirse ellos mismos en artesanos.

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