La travesía de Caín y Abel hasta la igualación
Carlos Vázquez Iruzubieta
Leyendo el capítulo XXI titulado “Abel y Caín” de la obra El Reino de la Cantidad y los signos de los tiempos de René Guénon, publicada en 1945, se pueden desarrollar una variedad de asuntos pues como el propio autor explicó más de una vez, su obra no es otra cosa que una siembra de cuestiones apenas enunciadas para que otros desarrollen los aspectos que consideren de interés dentro de esa misma línea de pensamiento. Dos apuntes previos: en primer lugar la obra de Guénon es mucho, muchísimo más que un simple descubrimiento de asuntos por demás importantes; es más bien, un arcón pletórico de conocimientos con una línea moral en lo que se podría llamar una clara conducta intelectual. En segundo lugar, lo menos que se puede hacer si se intenta aprovechar las enseñanzas de un autor, es hacerlo sin desvíos ideológicos o intelectuales. Mal está utilizar las enseñanzas de alguien a quien, con ellas mismas o a propósito de ellas, se pretende destruir. Lo hizo el occidentalista-islamista Frithjob Schuon precisamente con René Guénon, de quien conservaba su amistad, cuando el cuerpo inerte del pensador francés mantenía aun su temperatura.
La democracia, a quien se debiera invocar como a las diosas védicas con el prefijo Sri (Su Reverencia Auspiciosa), ha generado varios mitos incombustibles. Entre los más venerados está la igualdad. Se suele preguntar: ¿Es que se puede pensar siquiera en un mundo en el que todos los hombres no sean iguales, siquiera ante la ley? Sí que es posible pensar en un mundo distinto, aunque esta respuesta sea un anatema para la tradición democrática occidental. Pero, para llegar al fondo de la cuestión fundamentaremos nuestra argumentación en un simbolismo tradicional. Es del todo necesario comenzar por los orígenes; es decir, que nos remontaremos a la primera sangre derramada en las páginas de la Biblia: el fraticidio consumado por Caín.
Este fraticidio posibilita más de una interpretación. La masonería suele dar la versión más favorable para el homicida, destacando los aspectos personales y familiares de este episodio; se puede consultar la obra El Secreto Masónico, p. 41, (ed. Martínez Roca, Barcelona 1987), del Gran Maestre Robert Ambelain, quien basándose en una enseñanza talmúdica explica que, habiendo sido Caín un hijo bastardo nacido de la infidelidad de Eva que copuló con el Dios Iblis, fue repudiado por su padre y por el Dios Adonai, a quien el Innombrable encomendó la administración de los elementos Tierra y Agua, y a Iblis los elementos Aire y Fuego. En esta disputa entre dioses y hombres, Caín debió soportar el rechazo de su padre y de su Dios, pagando por el pecado de su madre. Por ello, cuando los dos hermanos ofrecieron a Adonai sus ofrendas, la columna de humo que se levantó tras la quema sacrificial de los primogénitos del ganado de Abel, agradó a Adonai, mientras que los frutos de la tierra obtenidos con mayor esfuerzo por Caín, una vez quemados generaron un humo negro que se arrastró sobre la tierra sin elevarse. Ante tanta persecución e injusticia, mató a su hermano para liberarse de tan pesada carga. Esta versión está fraguada desde el punto de vista del homicida.
Aquí trataremos de situar al lector en el escenario escogido para nuestra explicación siguiendo las pautas dadas por René Guénon. Este autor expone lo siguiente: Abel era pastor y Caín agricultor. Son los dos estilos de vida humana, aunque en su progresión extensiva muestre una diversidad no es sólo un manojo de expresiones secundarias o sobreañadidas de una misma raíz. El pastor es nómada y el agricultor sedentario. El nómada necesita extensión para moverse con su ganado; el sedentario sólo un sitio donde fijar su vida. En la relación espacio-tiempo se puede decir que el sedentario se comprime en un sitio durante un tiempo que se le aparece siempre idéntico e indefinido; mientras que el nómada se expande en un espacio indefinido en un tiempo que modifica sus contingencias siempre renovadas.
Estas dos expresiones simbólicas tienen su correspondencia en la fórmula alquímica solve et coagula. El pastor disuelve en el espacio su errante vida, como si retornara a la indefinida amplitud del No-Ser indiferenciado, sin procurarse ataduras ni construcciones permanentes que le impidan trasladarse de un sitio a otro sin dificultades. El agricultor coagula, comprime su vida y termina edificando ciudades, construyendo templos y esculpiendo dioses, en una palabra, restringiendo su vida a un espacio limitado. El arte de los pastores es la música y la poesía; el de los agricultores es la arquitectura, la escultura y las ciencias particulares.
Los descendientes del estilo de vida de Caín, coagulados en un espacio, expresan sus símbolos artísticos de modo visual, que se caracteriza por la simultaneidad (la pintura, por ejemplo, o la escultura); en el caso de los de Abel, la expresión es sucesiva (la música, por ejemplo, o la poesía), lo que evidencia una diferencia notable: la visualización simultánea se realiza en el espacio, mientras que la sucesiva se consuma en el tiempo. En este supuesto existe una suerte de inversión de esta antinomia porque los nómadas tienen la referencia espacial y los sedentarios la temporal; es una inversión semejante a la de la interpretación analógica nunca mejor explicada que mediante el reflejo de nuestro rostro en el espejo: lo izquierdo aparece en el lado derecho y viceversa. El resultado real es que los que trabajan en el espacio terminan modificados por el tiempo, mientras que los que trabajan en el tiempo terminan estabilizados en el espacio.
Lo que demuestra la historia de la humanidad es que ni siquiera los pueblos originariamente nómadas han mantenido su estilo de vida, como que los hebreos, pastores y con predilección por Abel, lo perdieron a partir de los reyes David y Salomón, constructores de templos y palacios que son las evidencias propias de los descendientes de Caín, constructor de ciudades y de instrumentos de trabajo que aliviaban las duras condiciones laborales de sus semejantes. Con el sedentarismo perdieron los hebreos hasta el significado original de Los Tabernáculos. Pero, la ambición de los sedentarios no se detuvo tras conseguir lo que desearon. Ya con sus ciudades pobladas en número creciente, las extendieron y para hacer frente a los problemas que genera la aglomeración de personas avecindadas, se inventó un organización social encorsetada y cada vez más complicados hasta sublimar emblemas sacralizados como la democracia, el progreso y los derechos humanos, la humanidad o la fraternidad, aireados en la Revolución francesa, cuyo ideario masónico perdura sin dar tregua.
Tales emblemas empujaron con vehemencia las ambiciones de los sedentarios y comenzaron a hostigar a los nómadas hasta derrotarlos trayéndolos a las ciudades. Acosaron a las cada vez más escasas tribus nómadas con el solidario propósito de inculcarles la democracia, el progreso y los derechos humanos, situándose notoriamente en Occidente esa inacabable intención colonizadora que se extendió por todas partes y borró de la historia a los pueblos aborígenes de América del Norte y del Sur. Al fin de cuentas, lo que se quiere inculcar a las tribus “salvajes” y a los pueblos “atrasados” son los valores sedentarios de Occidente, que en nada se parecen a los nobles principios hierofánicos que influyeron en la conducta personal y especialmente social de los pueblos primitivos, más preocupados por lo sagrado que por el progreso sostenido.
Occidente colonizador ha perseguido sin piedad a los pueblos “salvajes” para someterlos a su Dios, a sus costumbres y a sus reglas jurídicas, sin haberse preguntado una sola vez si tales pueblos en la edad de su inocencia histórica, estaban dispuestos a cambiar de dioses, a mudar sus hábitos milenarios y a sustituir una puesta de sol en un horizonte ilimitado por una habitación urbana, estrecha y airecondicionada. Sometida la vida nómada por la sedentaria, el resultado es que se repite el simbolismo del fraticidio bíblico. Ha vencido como siempre y desde aquel origen cosmogónico el maldecido, vertiendo la sangre del bendecido Abel.
La colonización de Occidente conlleva una serie de ventajas y beneficios publicitados desde distintos puntos de vista. Las organizaciones humanitarias son las empresas publicitarias. La primera protesta se dirige a la organización social del sometido a colonización. Es sabido que los pueblos tradicionales se organizan bajo rígidos rangos: la autoridad del jefe es absoluta y abarca todos los ámbitos, desde la jefatura social hasta la de sumo sacerdote y encargado de la economía del grupo que es, por lo general, de propiedad común, con escasa presencia de la propiedad privada. Este tipo de vida colectiva causa pavor entre los occidentales que se ponen de inmediato en la tarea de transformar esta visión colectiva y sagrada del grupo primitivo, adoctrinándolo en los valores de la democracia, y otros que aunque ajenos a la forma de gobierno que es en lo que consiste la democracia, se han apoderado de ese vocablo para utilizarlo como un comodín. Entonces se enseña que, por ejemplo la igualdad, es uno de los contenidos básicos de esta forma de gobierno, lo que es, al menos en sus orígenes, todo lo contrario pues sólo los ciudadanos atenienses o espartanos tenían derecho a tomar decisiones políticas, excluyendo a los demás.
La igualdad de los hombres primeramente y luego la igualdad de los sexos es una labor encomiable a juicio de los educadores de pueblos primitivos, comenzando con la supresión de un solo golpe la organización totalitaria y estratificada en rangos que no hace más que conservar la preeminencia de un jefe sobre todos los demás integrantes del grupo. La idea de los educadores es que no puede haber una organización social más envidiable que aquella que establece de modo expreso la igualdad de todos los seres humanos, siquiera, como dijimos antes, una igualdad ante la ley. Lo que de verdad acontece es una igualación como sistema social que no produce justicia ni felicidad.
Lo que han logrado con sutileza los sedentarios cainitas es establecer un sistema cerrado en el que los humanos tienen su vida identificada con números. La identidad personal va a ritmo creciente sustituyendo los nombre por los números. En un oficina pública o privada no se pregunta el nombre de la persona que intenta realizar una gestión, sino un número que la identifique en la base de datos. La gestión consiste en un tráfico de números que a su vez identifican diferentes tipos de gestiones; en la actualidad, por ejemplo, el número de una cuenta bancaria se compone de veinte dígitos; el nombre del titular es irrelevante pues, con su nombre e identidad corroborada no puede gestionar algo si desconoce los dígitos de su cuenta que están introducidos en la base de datos.
Este sometimiento del humano a la tiranía (necesaria) de los números es un provechoso resultado de la igualdad. Es preciso que todos sean iguales ante la ley, lo que significa que las distintas categorías de personas han sido sustituidas por distintas categorías de números. Hay prefijos numéricos para toda clase de personas. A quienes se los ha alejado de aquellas organizaciones tribales con jefes autoritarios y una organización social sin igualdad ni derechos humanos, se los ha introducido en un archivo ahíto de números..
Estas consecuencias son el resultado de la superpoblación mundial, centrada específicamente en las grandes y pequeñas ciudades, lo que a su vez trajo la necesidad de una organización administrativa que, con los avances técnicos favorecieron los desplazamientos y posibilitaron la comunicación tan ágil como la que disfruta el hombre actual. Aunque al mismo tiempo se le dificulta el uso de estos provechosos avances técnicos con reglas burocráticas que impiden el libre desplazamiento de las personas, lo que en la los tiempos primitivos hubiera resultado algo imposible de creer.
Al jefe de la tribu y a los integrantes de esa organización casi salvaje, se les ha premiado mediante la colonización occidental con el regalo de la igualdad; no obstante, se encuentran perdidos entre la maraña de normas jurídicas que les impiden moverse con la libertad que antes tenían cuando con su estilo nómada no dejaban de viajar por dondequiera que decidían libremente.
La igualación obligatoria tiene rasgos dictatoriales. Hoy en el primer mundo no se puede acceder a los servicios básicos si no se tiene abierta una cuenta corriente bancaria, pues no se permite el pago personal. Todos deben igualarse en el deber de atender los pagos de tales servicios del modo en que la burocracia lo ha reglamentado. Todos los usuarios son iguales porque el Estado moderno los ha igualado. No hay una igualdad en los términos proclamados por la Revolución francesa porque esa igualdad así como las demás proclamaciones no son más que entelequias que los políticos han convertido en promesas electorales. La igualdad, puesto que no puede cobrar existencia por ser un paradigma, ha terminado convertida en una degradante igualación. Esta igualación tiene por finalidad principal suprimir en la medida de lo posible los conflictos sociales que perturban la acción cotidiana de gobierno. Ser iguales ante la ley significa estar numerados y sometidos a la acción de la burocracia, que se mueve con lentitud y en perjuicio de los gobernados.
El crecimiento del estilo sedentario ha logrado grandes beneficios en provecho propio, independientemente de la voluntad de los gobernantes que han perdido todo el control, por lo cual no tienen otra opción que acceder al movimiento para sostenerlo o para acelerarlo. Cómo se puede dudar, entonces, que lo que necesita el ser humano colonizado por las reglas del sedentarismo en especial urbano, es que el Estado cese su actividad de igualación y abandone la publicidad de la igualdad, pues lo que de verdad necesita el ser humano es desigualarse para volver a ser él mismo y no un número.
La desigualación está presente en la vida actual, aunque parezca una ilusión. Tomemos por ejemplo un código penal moderno. Todo código sancionador contiene tipos penales que describen conductas enunciadas abstractamente, acompañadas de una sanción o pena. La descripción de la conducta delictiva y la pena a graduar entre un mínimo y un máximo ya está estableciendo la posibilidad de desigualar las conductas delictivas. Un sistema político que ha establecido la igualdad de los humanos debiera establecer penas idénticas para actos humanos idénticos; sin embargo, las escalas penales adelantan la idea de que no a todos se les impondrá la misma pena por la misma conducta reprochable. Se está indicando que no habrá igualdad puesto que ante un mismo delito, homicidio por ejemplo, un homicida recibirá una pena y otro homicida, otra pena mayor o menor. Esta desigualación siempre se ha considerado como una conquista de la ciencia jurídico-penal, porque posibilita ajustar en mayor medida la decisión judicial a la verdad de los hechos probados mediante la flexibilización del sistema punitivo. Y este ajuste, al desigualar, permite hacer uso de normas jurídicas más aceptables.
Sin embargo, la desigualación no termina allí, pues los códigos contienen circunstancias que modifican la responsabilidad criminal. Son las eximentes, las atenuantes y las agravantes. Lo que el hombre cuando legisla ha tenido que reconocer es que no todos los hechos son iguales y que la justa aplicación de la ley exigía una desigualación de las circunstancias de cada caso. No obstante, esta actitud legislativa que rompe la igualdad ciega, se queda en la desigualdad de los arquetipos sin llegar a la de las individualidades que es, en definitiva, lo que de verdad importa.
Este ejemplo de las leyes penales nos sive para demostrar que es posible entender un mundo de desigualdades provechosas y que la igualdad en cualquiera de sus expresiones prácticas no es más que una ilusión inconquistable, así como cualquier otro reclamo social con pretensiones de universal. Lo que toca aclarar es que estudios como el presente carecen de un propósito proselitista o de cerilla que encienda la llama de la recuperación de lo perdido, porque lo perdido es irrecuperable. Solamente hemos querido exponer una realidad a partir de los orígenes para poner en evidencia que encierran los ciclos cósmicos con carácter de fatalidad; es decir, la creciente decrepitud de la condición humana y su despeñamiento irreversible que es, por lo demás, lo que de un modo histórico se demuestra con sólo echar una mirada al pasado.
Estas palabras no conllevan una justificación de la perversión y de quienes la sustentan; sólo describen la identidad del signo de los tiempos que vivimos. Tampoco cabe preguntarnos si hubiera sido posible una vida social impulsada por lo que significa como símbolo el pastoreo nómada de Abel. Hemos caído en las redes de los cainitas sedentarios y ya no es posible retroceder el reloj de los ciclos ni aventurar presagios imposibles. Sólo cabe ya, hablar de lo que nos ha ocurrido y sopesar las faustas e infaustas consecuencias que nos ha proporcionado al final de los ciclos el estilo sedentario de vida humana.
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