De los constructores sagrados a los masones operativos 3 de 3
Hurtado Amando.
La Orden del Templo había acumulado un
enorme poder, constituyendo un auténtico
estado dentro de los estados europeos y por encima
de ellos, en muchos casos.
Recaudaban más tributos que los mismos
reyes y organizaban “provincias”
templarias a las que dotaban de organismos
semejantes o superiores en eficacia a los de las
monarquías feudales de su tiempo. Los
masones en Francia pagaban
sus tributos a la Orden y no a la corona, dada la protección que recibían
del Templo y su estrecha colaboración. Por ello, cuando a principios
del siglo XIV, la muy
decaída y rica
Orden del Templo fue perseguida en
Francia por el rey Felipe IV el Hermoso y fue
disuelta por el papa Clemente V –tras la muerte en la hoguera de
su último Gran Maestre, Jacques
de Molai, y la dispersión
por toda
Europa de sus caballeros-, empezó a
forjarse una leyenda, que se fue engrosando y decantando a través de los siglos posteriores y que culminó en
el XVIII, que atribuiría a la Orden del Templo el
origen de la Francmasonería especulativa
o simbólica. Algo que es históricamente falso, aunque algunos grados superiores de la
Masonería del Rito Escocés y del Rito
de Cork recojan la gesta caballeresca templaria como motivo de meditación iniciática. Veremos,
más adelante, en qué consisten esencialmente los grados masónicos y qué
otras leyendas y mitos recogen con el
mismo fin.
Hemos aludido antes
a la práctica de ceremonias
rituales, mediante las cuales se recibía
en las cofradías gremiales a los nuevos miembros que entraban a formar parte de ellas como profesionales de
alguno de los oficios. Se perseguía con
ello seleccionar los reclutamientos
mediante el control del número de profesionales existente en cada ciudad o villa y, al mismo tiempo, se intentaba asegurar
la capacidad profesional normalizada de
los candidatos para prestigiar el ejercicio de la profesión correspondiente.
En cada oficio existía una jerarquización de deberes y obligaciones, representada por distintos
niveles profesionales: en todos
los oficios había aprendices y oficiales
o compañeros. Al frente de ellos, en cada
taller concreto, había un “maestro”, que
solía ser un oficial de mayor edad y
experiencia que contaba, también,
con mayor solvencia económica y comercial para hacerse cargo del patronazgo y de la
dirección. Los obreros más
cualificados de los talleres formaban
cofradías o fraternidades laborales, de
carácter local o regional, ya
que, a diferencia de otros oficios, el
de los constructores exigía
frecuentes desplazamientos o viajes en busca
de trabajo.
Cuando el
candidato al ejercicio “normalizado”
de un oficio deseaba ingresar en un
taller, las normas establecían que tenía que prestar juramento de lealtad hacia
sus cofrades o compañeros profesionales,
y de honradez en el desempeño de su
labor. Si ésta implicaba la aplicación de conocimientos técnicos especiales, que los miembros del
taller en cuestión solieran practicar en
sus trabajos, el candidato debía jurar que mantendría el “secreto” profesional
correspondiente, a fin de no dañar los intereses de quienes le acogían.
Con frecuencia, el candidato era sometido a
alguna “prueba” que evidenciara su valor, su capacidad profesional u otras cualidades
físicas y morales, según muy antiguas tradiciones nunca extinguidas, sino simplemente “revestidas”
para respetar, al menos en lo formal,
las creencias religiosas católicas socialmente imperantes.
En esto consistía, a grandes rasgos, lo
que suele llamarse la
“iniciación” en los diversos oficios.
Naturalmente, los aprendices debían, a
continuación, pasar un tiempo (variable,
según las épocas y circunstancias, entre siete años y más)
aprendiendo de los oficiales la
práctica del oficio en
cuestión, antes de pasar a ser
uno de ellos mediante nuevo juramento y previa aceptación de quienes iban a ser sus compañeros.
Las cofradías de constructores no eran
excepción a este modus operando formal, puesto que, como hemos visto, sus raíces históricas llegaban muy lejos
en el tiempo. En las cofradías de
constructores o masones no ingresaban todos los obreros del oficio. El aspirante
pasaba primeramente por un período de aprendizaje controlado,
dependiendo durante esa etapa
del “maestro” o jefe del taller
para el que trabajaba. Transcurrido un tiempo, el aprendiz era propuesto a
la cofradía y, en su caso, “registrado”
como tal en las listas de la misma. A partir
de aquel momento, el aprendiz
pasaba otro período de aprendizaje antes
de “entrar” o ser admitido como
compañero de pleno derecho. Durante ese
tiempo, era lo que los anglosajones
llamaban un “entered apprentice”. Los
historiadores masonólogos han venido
analizando este tema de manera especial durante el último
tercio del siglo XX, a partir de nuevas
documentaciones, poniendo de
relieve diferencias interesantes entre la organización del oficio en Escocia, Irlanda e Inglaterra,
respectivamente. Los Estatutos llamados de Schaw (1598/99) señalan la existencia de maestros masones profesionales
en Escocia, cuando en Inglaterra no existía
esa categoría o grado laboral, que mucho
después sirvió de base histórica para el
desarrollo del grado iniciático de Maestro, en la Masonería simbólica o especulativa del siglo XVIII. Los
ingleses contaban solamente con
aprendices “ingresados” y compañeros (fellows) del oficio.
En Alemania y
Francia, donde los masones constructores
de catedrales dejaron las más monumentales
huellas, el desarrollo
de sus cofradías merecería un
análisis específico. La historia del Compañerazgo en Francia, donde
perdura aún, a
través de una larga y accidentada trayectoria, ha constituido y sigue constituyendo
objeto de numerosos estudios,
como uno de los posibles
antecedentes de la Francmasonería
filosófica o simbólica.
La construcción, mucho más
que otros oficios, requería la participación
en las obras de personas expertas en disciplinas cuyo conocimiento no era impartido
de manera general y no estaba al
alcance de todos, en sociedades
en las que el desarrollo cultural se ceñía a pautas sociales
y dogmáticas demasiado estrictas. Los masones conservaban su propia tradición cultural y
la transmitían oralmente, mediante la
iniciación y a lo largo del período de aprendizaje. Sin embargo, no
todos los constructores pretendían ni
alcanzaban una iniciación superior en el Arte
de la construcción. La mayor
parte de
ellos eran solo lo que hoy
llamaríamos obreros del oficio. El
“arte” va más allá de la mera técnica rutinaria, destinada a
conseguir un fin inmediato, y no todos los que realizaban esa labor poseían idéntica
capacidad o circunstancias favorables para desarrollarlo. Por eso, sólo
determinados miembros de las cofradías de masones abordaban el aprendizaje de conocimientos que, estando
implícitos en la base del oficio, eran, a su vez, fuente del posible
despliegue de posibilidades que
éste encerraba.
Ha llegado hasta nosotros
buen número de manuscritos estatutarios de los antiguos masones
medievales, como los de Bolonia
(Italia), del siglo XIII, y los de Ratisbona (Alemania), del siglo XV. Los deberes
reglamentados de los cofrades
masones medievales ingleses fueron recogidos en
diversos manuscritos, de los que
los más antiguos conservados se remontan
a los siglos XIV y XV. Se trata de las
Ordenanzas de Cork y los manuscritos llamados Regius y Cooke. A través de
ellos y de otros posteriores, englobados
bajo el nombre de “Old Charles” (Antiguos Deberes), sabemos que
la Geometría era considerada por los masones como ciencia madre
de todas las demás
ciencias, puesto que todo, en el
universo, tiene medidas que pueden traducirse en formas,
y viceversa.
El conocimiento de la Geometría comportaba el de
otras disciplinas, ya que éstas, en definitiva, no pueden abordarse sin
considerar la medida o intensidad, en el espacio y en el tiempo,
de vibraciones sonoras o
luminosas. Los antiguos manuscritos mencionados
definen la Francmasonería
como el “conocimiento de la naturaleza y la comprensión
de las fuerzas que hay en
ella”. El arte masónico o “arte real”,
término utilizado ya por el neoplatónico Máximo de Tiro, se identificaba con la geometría, una de las
ciencias del quadrivium pitagórico. La
constancia de la Geometría (y de la
expresión de la medida, que el Número) en todos los niveles de la naturaleza, manifestaba, para
los masones iniciados, la presencia
constante del Gran
Arquitecto del Universo en todo lo existente. El concepto de “Gran Arquitecto del Universo” plasmaba, en parte, la idea
del “Dios-Constructor” o “Dios-creador”
del medio social y cultural
cristiano en el que se desarrollaban las cofradías
medievales de constructores . La Unidad, primera
manifestación del Ser, desdoblándose y expresándose a través de la pluralidad, la Trinidad, resumiendo el
gran principio dual del universo en
su conjugación ternaria, y otros tantos conceptos
pitagóricos, se hallaban en la
interpretación geométrica del mundo heredada por los masones medievales.
La rica y vieja tradición de los
constructores sagrados había pervivido en culturas diferentes, manteniéndose al margen de las
definiciones teológicas y
teogónicas imperantes en cada una
de ellas, pero facilitando siempre una ósmosis que permitía traducir sus
valores como valores “geométricos”. Veremos que los fundadores
de la neomasonería o Masonería
simbólica, en el siglo XVIII,
aludirán a ello indicando que los
nuevos masones ya no tendrían que
observar la religión
de los lugares en que se hallasen
sus talleres, como habían hecho hasta
entonces, sino la religión
natural que conduce al desarrollo
de la Virtud personal, en
armonía con lo universal.
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