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jueves, 30 de octubre de 2014

EL EMPERADOR CONSTANTINO NUNCA FUE CRISTIANO

EL EMPERADOR CONSTANTINO NUNCA FUE CRISTIANO


La fiesta del 25 de diciembre que, actualmente achacamos al nacimiento de Cristo, tiene sus orígenes en la celebración del solsticio de invierno (natalis invictus solis). En realidad es de conocimiento de la Iglesia Católica que Jesús de Nazaret nació en agosto. Será la reciente Iglesia Católica la que en el siglo IV d.C. para adaptar los ritos paganos de sus nuevos feligreses convierta la fiesta del Sol Invictus en la fecha de celebración de Cristo.

Esto queda atestiguado cuando el Papa Julio I pide en el 350 la celebración del 25 de diciembre para su nuevo dios. El Papa Liberio en el 354 decretara como día del nacimiento de Jesús esta fecha.

La fiesta romana del Sol Invictus se aplicó a tres dioses: Gabal, Mitra y el Sol. Juliano, el apóstata (así conocido a este emperador por parte de los cristianos), en el 361 afirmó que el único dios de esta festividad sólo podía ser el rey Sol. A esta fiesta también se la conoció anteriormente como Hagius Invictus, y tenía lugar desde el 22 al 25 de diciembre.

Gabal fue el dios Sol de la ciudad nativa de Emesa, en Siria. Mitra un dios solar de Persia. Y Helios fue la personificación del Sol para griegos y romanos. Sería el emperador Constantino quien decretaría el 7 de marzo de 321 como el diez Solis, es decir, domingo, como día de descanso, como así aparece reflejado en el Códice Justinianeo. La moneda romana de Constantino siguió portando el estandarte del Sol Invictus, la fiesta romana, hasta el 323. Finalmente el paganismo fue abolido por el emperador Teodosio I el 27 de febrero del 390.

El dios Mitra nació, por esas cosas, de una piedra (tal cual suena) un 25 de diciembre (vamos, que no nació de una concepción humana, sino de un misterio, a la sazón virginal), y su padre fue Ahura Mazda, el dios supremo del Zoroatrismo. Mitra, casualmente, nació en una cueva, y desde el primer momento portaba un gorro frigio, un cuchillo y una antorcha, y fue adorado por pastores, que fueron avisados por las estrellas (¿a alguno le suena esta historia?). En esta cueva aludida, Mitra estuvo acompañado de dos animales, una mula y un buey.

Dado que el mito de Mitra es muy anterior al nacimiento de Cristo (ya aparece en un tratado de los hititas y mitanis en el 1400 a.C.), se ve a las claras de dónde salieron los elementos del Belén popular siempre atribuido a Jesús de Nazaret.

In hoc signo vinces es una traducción en latín de la frase griega “?? ????? ????”, en tout?i nika, que significa “en este signo vencerás”.

Según la leyenda, el emperador Constantino adoptó esta frase griega “, ?? ????? ????”, como lema después de su visión de un Crismón en el cielo justo antes de la batalla del Puente Milvio contra Majencio el 12 de octubre del año 312. El símbolo del cristianismo primitivo consistía en un monograma compuesto por las letras griegas chi (X) y rho (P), los dos primeros en el nombre de Cristo (en griego: ???????). En épocas posteriores el crismón “IHS”, representaba las tres primeras letras de “Jesús” en griego latinizado (??????, latinizado IHSOVS) y el “In hoc signo” de la leyenda.


Pues bien, como se ve en las fotos de la moneda estamos ante un nuevo mito del Cristianismo. Constantino nunca creyó en el Cristianismo y dudo mucho que se produjera esta visión en la batalla del Puente Milvio. Sólo hay que ver las monedas con la celebración del Sol Invictus, propias de Constantino, para darse cuenta que continuaba celebrando la fecha del dios Mitra. Es decir, hablando claro y alto, Constantino seguía al mitraísmo.

¿Y por qué se hizo cristiano? Por una cuestión política seguramente, que no de convencimiento, dado que esta secta, el Cristianismo, era la más extendida del imperio. Recordemos que, además, sería Constantino el primero en instituir la figura del Sumo Pontífice, como así se autodeclaró, para convertirse en la primera autoridad del Estado y la religión.

Para comprender este dato mejor, haré notar que las legiones romanas en el 306 proclamaron Augusto a Constantino al propio tiempo que, en Roma, estallaba una sublevación contra Galerio. Los revoltosos nombra­ron emperador en lugar de éste a Majencio, hijo de Maximiano, que se unió a su hijo, abandonando su retiro, volviéndose a proclamar emperador. Más todavía, Galerio había nombrado Cé­sar a un general llamado Maximino Daia quien también quiso ser de la partida.

En mayo de 311 murieron Galerio y el viejo Maximiano. Quedaron pues, por un lado Majencio y Maxi­mino Daia y por otro Constantino con su nuevo Augusto, Licinio. El 28 de octubre de 312, no lejos de Roma, muy cerca del Puente Milvio sobre el Tíber, Constantino derrotó a las tropas de Majencio en una batalla memorable. Majencio pereció ahogado en el río y Constantino entró triunfante en Roma. Al año siguiente, cerca de Andrianópolis, Maximino Daia fue vencido por Licinio.

Los dos emperadores victoriosos se reunieron en Milán y en el año 317 se pusieron de acuerdo para nombrar césa­res a los dos hijos de Constantino: Crispo y Constantino el Joven, y al hijo de Licinio, Licinio el Joven. Parecía que la decisión era ló­gica pero, en realidad, asestaba un duro golpe al sistema electivo de los césares al ser sustituido por el sistema hereditario y, ade­más, con una herencia a distribuir entre tres personas pertenecientes a dos familias diferentes. La lucha no se hizo esperar. En 324 esta­llaron las hostilidades. Licinio fue derrotado en Andrianópolis, donde once años antes había vencido a Maximino Daia, luego también en Chrysópolis y por fin se rindió a Constantino que le había prometido respetar su vida, a pesar de lo cual lo hizo ejecutar así como a su hijo Licinio el Joven.


Desde el mismo inicio del Imperio habían ido instalándose en la propia Roma cultos nuevos, misteriosos, procedentes de las más re­motas y dispares regiones conquistadas. Los misterios asiáticos tenían la primacía. Mejor elaborados, con más años de experien­cia, captaron cada día más adeptos y prosélitos. Los cultos órficos, los de Isis, de Baal, de Mithra aumentaron en importancia y cada vez más se imponía el monoteísmo. Estaba terminando una era en la que se sucedían las antiguas e interminables listas de dioses, diosas y semidioses, de cielos, celos, infiernos, adulterios, asesinatos, metamorfosis, incestos y transformaciones. Los nue­vos cultos, incluso el cristiano, transformaron a su gusto las anti­guas ceremonias y liturgias, a veces conviviendo y a veces susti­tuyéndolas. Así, hacia el año 400, el religioso ortodoxo Juan Crisóstomo (347-404) escribió: “Se ha decidido fijar el aniversario del día desconocido del nacimiento de Cristo en la misma fecha en que se celebra el de Mithra o el Sol Invicto, a fin de que los cristianos puedan celebrar en paz santos ritos mientras los paganos se ocupan en los espectáculos circenses”. Constan­tino empezó por ser pagano y adepto al culto solar de Mitra, lo que se desprende de la numismática: sus monedas llevaban las efigies de Constantino y el Dios Solar.

Al año siguiente de la muerte de Licinio se inició la construcción, sobre la antigua Bizancio, de la ciudad de Constantinopla, que pasaría a ocupar un lugar de privilegio en el Imperio. Un año después, el emperador concedió el título de augusta a Elena, su madre, y en el 326 se desarrolló un drama familiar que al parecer estuvo en el origen del viaje de Elena a Tierra Santa, donde se le atribuye el descubrimiento del Santo Sepulcro y la invención de la Vera Cruz: Fausta, la esposa de Constantino, consiguió que su marido mandara ejecutar a Crispo, primogénito del emperador habido de su anterior matrimonio con Minervina; poco después, Fausta fue acusada de adulterio y Constantino la hizo ejecutar. Tales condenas fueron acompañadas del asesinato de varios miembros de la corte, lo que produjo una profunda ola de indignación entre la población de Roma. Pero el papado perdonó los pecados de Constantino, a cambio de que Helena de Constantinopla, la posteriormente canonizada Santa Elena, fuera a recuperar reliquias sagradas a Jerusalén. La piadosa Helena de Constantonipla en menos de un mes había ido y regresado a Jerusalén, recuperando todas las reliquias sagradas, incluyendo la famosa Sábana Santa. Al parecer la llamada Santa Elena tenía muy pocas ganas de estar perdiendo el tiempo en viajes sagrados.

Estas y otra historias romanas son explicadas durante la guía que efectuó en la ruta “Barcino”. Más información y reservas: http://www.planetainsolito.es/barcino/

http://www.carlosmesa.com/el-emperador-constantino-nunca-fue-cristiano/


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