¿INGENIERIA GENETICA EN LA ANTIGUEDAD?
Autor: Herbert Oré B.
Sabemos que existen en la Tierra decenas de miles de
formas de vida que se han adaptado a los climas y a las condiciones más
inhóspitas. El oso polar duerme sobre el hielo, cosa que yo no recomendaría a
un león; el canguro da saltos gigantescos, mientras la tortuga se arrastra;
ciertas especies de serpientes se han adaptado a los climas tropicales y se
hielan con el frío. Seguramente les parecería interesante experimentar con los
materiales genéticos disponibles en la Tierra , para descubrir qué animales están mejor
adaptados a ciertas condiciones medioambientales y cuáles son más resistentes y
sobreviven mejor. ¿Es una idea absurda?
Nosotros mismos lo hemos hecho y lo hacemos
así. No por medios genéticos (hasta hace muy poco), sino por la reproducción
selectiva. Hemos creado vacas suizas y alemanas que pastan tranquilamente en el
clima tropical de Kenia; hemos combinado diversas razas de ganado vacuno para
producir vacas más fuertes y más productoras de leche; hemos cruzado cabras con
ovejas; hemos cruzado variedades de cereales para adaptarlas mejor a un nuevo
entorno; y ahora hemos empezado a producir vegetales por medio de la ingeniería
genética. No podemos saber en absoluto qué acabarán inventando los científicos:
¿quién puede decir que no producirán un día, por ingeniería genética, a una
persona capaz de vivir 240 años?
Así es como aparecieron los monstruos y los
seres híbridos que no habían existido antes en la Tierra. Los seres
humanos hablaban de ellos con pasión: aquellas criaturas «divinas» los
asombraban y los asustaban. Y cuando estas criaturas de película de terror se
extinguieron o murieron en el diluvio, quedaron en el recuerdo de las
tradiciones populares. Alcanzaron la categoría de mitos y leyendas, de símbolos
de un tiempo remoto en que los dioses habían creado seres de todo tipo.
Pero yo no quiero infravalorar las
posibilidades de la imaginación humana. El poeta griego Homero (h. 800 a . C.) describió en las
aventuras de Odiseo a las sirenas, cuyo canto era tan seductor que hacían
perder la voluntad y la memoria a los marinos. Aunque Homero no describe con
detalle a estas sirenas, la imaginación de otros autores posteriores las
representó como mujeres aladas con patas de ave. Otro griego, Hesíodo (h. 700 a . C.) imaginó a la
monstruosa Medusa, de cuya cabeza salían serpientes que se retorcían y se
agitaban y cuyo aspecto era tan terrorífico que convertía a las personas en
piedra. Naturalmente, Hesíodo no vio nunca a una Medusa. También conocemos las
leyendas del caballo volador Pegaso y del ave fénix que resurge de sus cenizas.
Todo esto y mucho más es fruto de la imaginación humana, de la que dependen
todos los cuentos populares. Pero la imaginación no surge de la nada: necesita
puntos de referencia para arrancar. Aunque nuestra razón lógica se siga
resistiendo a la idea de un parque zoológico lleno de monstruos que habría
existido hace mucho, mucho tiempo, esta resistencia no cambia dos hechos
inevitables:
•
Los antiguos escritores e historiadores describieron a estas criaturas y
afirmaron, además, que habían sido creadas por los dioses.
•
Los escultures y estuquistas de hace millares de años preservaron para
la eternidad a estos seres híbridos.
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