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miércoles, 31 de agosto de 2016

EL ATARDECER EN QUE PACHACAMAC, EL SANTUARIO MÁS FAMOSO DE LA CIVILIZACIÓN ANDINA, INGRESÓ A LA HISTORIA UNIVERSAL 3 de 3

EL ATARDECER EN QUE PACHACAMAC, EL SANTUARIO MÁS FAMOSO DE LA CIVILIZACIÓN ANDINA, INGRESÓ A LA HISTORIA UNIVERSAL 3 de 3
Guido Mendoza Fantinato

El duro golpe a la cosmovisión andina: los acontecimientos que sucedieron en el Templo Pintado.

El Curaca de Pachacamac nombrado por la administración del Tawantinsuyo, Tauri Chumbi, salió a recibirlos de manera pacífica, mostrando buena voluntad en su trato inicial con Hernando Pizarro y su comitiva[1]. Sin embargo, los generales de Atahualpa le exigieron sumisión absoluta ante las pretensiones de los foráneos de proceder a desmantelar las riquezas de oro y plata con que contaba el santuario. La tropa española procedió a alojarse en el palacio de Tauri Chumbi y así pasó a convertirse en la primera autoridad costeña desplazada por los nuevos acontecimientos.

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Mientras se aseguraba la recolección de los tesoros de oro y plata que guardaban los depósitos del santuario[2], Hernando Pizarro quiso dar un golpe efectivo y contundente contra Pachacamac y toda la milenaria tradición que él representaba. Para ello decidió ir a ver en persona lo que suponía era la fabulosa cámara recubierta de oro donde se encontraba depositado el ídolo, apoderarse de todas sus riquezas y proceder a destruirlo en el acto.

Sin embargo, los sacerdotes y guardianes del oráculo trataron de impedir el avance de Hernando Pizarro en su intento de ingresar al Templo, ya que nadie había osado durante siglos acceder a este lugar sagrado sin haber cumplido previamente un rígido tiempo de ayuno y preparación. Pizarro logró imponerse frente a tales prohibiciones y junto con algunos de sus soldados pudo finalmente subir hasta lo alto del templo, sorteando una serie de antesalas y patios, hasta llegar a la puerta principal decorada de tejidos y con adornos de corales y turquesas tras la cual se tenía acceso al recinto sagrado donde estaba el ídolo. Grande fue su decepción al no encontrar una cámara llena de refulgente oro y metales preciosos, sino más bien un ídolo hecho de madera mal tallada y mal formada, con la figura de un hombre en su parte superior, colocado en medio de una estrecha y oscura sala con pobres decoraciones y con algunas ofrendas pequeñas hechas en oro y plata esparcidas en el piso[3].

Terminando la tarde, los sacerdotes y los cientos de peregrinos que aguardaban impacientes en las pirámides y plazas cercanas vieron con gran horror y espanto cómo de pronto Pizarro apareció en lo alto del Templo Pintado empuñando el madero del ídolo de Pachacamac y acto seguido empezó a dar un discurso extraño en un idioma que ninguno de ellos comprendía[4]. Un silencio frío y sepulcral reinaba en la urbe, a la espera de la reacción de la más implacable de las iras que desataría Pachacamac ante el horrible sacrilegio que se estaba cometiendo. A continuación, con su espada, Pizarro quebró la imagen del ídolo y lanzándola por los aires, ésta terminó rodando hasta la base del Templo, mientras sus soldados procedían a desbaratar la bóveda y la sala principal del recinto sagrado.

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Mientras en el lado del mar y con profusos colores proyectados en el firmamento se apreciaba una espectacular puesta de sol en esa calurosa tarde veraniega, el horror se transformaba progresivamente en llanto e impotencia para los cientos de personas que acababan de presenciar allí el acto vandálico más feroz y sin precedentes cometido alguna vez contra la deidad más poderosa del mundo andino. Los lamentos y sollozos se oían por doquier y la gente empezaba a correr despavorida de un lugar a otro en medio de un tumulto mayúsculo sin poder dar crédito al terrible espectáculo del que habían sido testigos. En los exteriores de la urbe los miles de pobladores de los curacazgos vecinos que se habían apostado en las murallas exteriores de la ciudad sagrada para conocer los acontecimientos de esa tarde comenzarían a difundir la noticia hacia los lugares más distantes del Tawantinsuyo en medio de la confusión y el caos generalizado.

De esta manera, la cosmovisión andina acababa de recibir uno de los golpes más certeros y devastadores en su largo desarrollo milenario. Simbólicamente la espada de Pizarro no sólo había quebrado el ídolo de madera, sino también una de las tradiciones más enraizadas y con mayor devoción en todo el ámbito pan andino. Pero al mismo tiempo, desde el punto de vista político y comercial, aquella tarde significó el inicio de la desarticulación del enorme poderío y prestigio de esta ciudad sagrada produciendo el inevitable colapso del mercado regional más grande del Pacífico suramericano. En el corto y mediano plazo ello implicó la destrucción de los sistemas económicos y de intercambio de producción vigentes para millones de pobladores de la costa y la sierra, desde Guayaquil hasta el Collao, y que habían florecido exitosamente por más de quince siglos bajo el prestigio del culto a Pachacamac.

Con estos dramáticos acontecimientos del 30 de enero de 1533, cuya trascendencia remecería profundamente los históricos cimientos de la civilización andina construidos en más de 4,500 años de desarrollo autóctono y geográficamente desconectada del resto de civilizaciones del planeta, el santuario más famoso de la costa suramericana prehispánica ingresaría al registro de la historia universal.

TOMADO DE:
Secretaría General de la Comunidad Andina
Biblioteca Digital Andina
http://www.comunidadandina.org/BDA/docs/PE-CA-0045.pdf


[1] No olvidar que la principal autoridad religiosa del Santuario, al que Hernando Pizarro llamaba “el obispo” había sido capturado durante los trágicos sucesos de Cajamarca en noviembre de 1532.
[2] Según María Rostworoski, a pesar de la intensa presión española, los sacerdotes de Pachacamac dilataron la entrega del botín. Cuando finalmente cumplieron, Pizarro se mostró disgustado: había esperado mayores tesoros del santuario más famoso del mundo andino. Sin embargo, según cálculo del mismo Hernando Pizarro, el botín arrojó 85,000 castellanos de oro y tres mil marcos de plata. ROSTWOROSKI, María y ZAPATA, Antonio. Ibid.,Guía de Pachacamac, página 53.
[3] La narración de Estete nos dice lo siguiente:"(...) Y así contra su voluntad y de ruin gana nos llevaron, pasando muchas puertas hasta llegar hasta la cumbre de la mezquita, la cual era cercada de tres o cuatro cercas ciegas, a manera de caracol; y así se subía a ella; que cierto, para fortalezas fuertes eran más a propósito que para templos del demonio. En lo alto estaba un patio pequeño delante de la bóveda o cueva del ídolo, hecho de ramadas con unos postes, guarnecidos de hoja de oro y plata, y el techo puestas ciertas tejeduras, a manera de esteras para la defensa del sol porque así son todas las casas de aquella tierra, que como jamás llueve no usan de otra cobija; pasado el patio estaba una puerta cerrada y en ella las guardas acostumbradas, la cual, ninguno de ellos osó abrir. Esta puerta era muy tejida de diversas cosas; de corales y turquesas y cristales y otras cosas. Finalmente que ella se abrió y según la puerta era curiosa, así tuvimos por cierto que había de ser lo de dentro; lo cual fue muy al revés y bien pareció ser aposento del diablo, que siempre se aposenta en lugares sucios. Abierta la puerta y queriendo entrar por ella, apenas cabía un hombre, y había mucha oscuridad y no muy buen olor. Visto esto trajeron candela; y así entramos con ella a una cueva muy pequeña, tosca sin ninguna labor; y en medio de ella estaba un madero, hincado en la tierra, con una figura de hombre hecha en la cabeza de el, mal tallada y mal formada, y al pie, y a la redonda de él muchas cosillas de oro y plata ofrendadas de muchos tiempos, y soterradas por aquella tierra (...)". Para mayor referencia sobre la descripción del santuario y estos sucesos se sugiere revisar el trabajo de Arturo Jiménez Borja y la importancia histórica de Pachacamac. JIMENEZ BORJA, Arturo. Pachacamac Guide. Lima, Instituto Nacional de Cultura, Dirección General del Museo Nacional, 1988. página 16. También se puede visitar el siguiente sitio web: http://www.arqueologiadelperu.com.ar/pch.htm
[4] Según describe Miguel de Estete se trataba de un encendido discurso sobre los errores de la idolatría, en el que Hernando Pizarro recalcaba que aquel madero no era el verdadero dios sino, muy por el contrario, la personificación del mismo demonio. Por su parte, también el historiador norteamericano William Prescott ha resaltado en sus trabajos algunos detalles sobre el momento del ingreso de Hernando Pizarro a la sala principal donde estaba depositado el ídolo de Pachacamac.

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