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jueves, 18 de agosto de 2016

Las cualidades del verdadero francmasón

Las cualidades del verdadero francmasón
MANLY HALL


Todo verdadero Francmasón se da cuenta de que no hay sino una sola Logia, la del Universo, y una sola Hermandad, la compuesta por todos cuantos existen y se mueven en cualquiera de los planos de la Naturaleza. Sabe, además, que el Templo de Salomón es realmente el Solar del Hombre: - Sol - Om - On -, el Rey del Universo, manifestándose a través de los tres constructores primordiales. Se percata de que su voto de hermandad y fraternidad es universal, y que minerales, plantas, animales y hombres, todos están incluidos en el verdadero Taller Masónico. Su deber como Hermano mayor con todos los reinos de la Naturaleza a su albedrío, lo distingue como el artífice creador que preferirá morir antes que faltar a ésta su gran obligación. Ha consagrado su vida, ante el altar de su purificada conciencia, y se halla deseoso y alegre por servir a los inferiores por medio de los poderes recibidos de una superior jerarquía. El Francmasón místico, al adquirir ojos para ver más allá del ritual legible, reconoce la unidad de la vida, expresada a través de la diversidad de las formas.

El verdadero discípulo de la más profunda Francmasonería ha dejado para siempre de lado la adoración de la personalidad. Con su poderosa penetración, percibe que todas las formas existentes y su posición frente a los asuntos materiales carecen de importancia para él, comparadas con la vida que se está gestando dentro de sí mismo. Todo el que permite que las apariencias o manifestaciones mundanas lo aparten de las tareas que a sí mismo se ha asignado en el ejercicio de la vida Francmasónica, es un fracasado, porque la Francmasonería es una ciencia abstracta cuya meta final es el desarrollo espiritual íntegramente. La prosperidad material no es una medida para el engrandecimiento del alma. El verdadero Francmasón se da cuenta de que, detrás de esas diversas formas, hay una, vinculada al Principio de la Vida: el resplandor de la creación en todas las cosas vivientes. Es esta Vida la que él considera cuando mide el valer del hermano. Es a esta Vida a la que él apela para reconocer la Unidad espiritual. Comprende que el descubrimiento de esta chispa de Dios es lo que hace a él un miembro consciente de la Gran Logia Cósmica. Sobre todo, deberá llegar a comprender que esa divina chispa brilla tan resplandeciente en el cuerpo de un enemigo como en el del Hermano más querido. El verdadero Francmasón ha aprendido a ser eminentemente impersonal en pensamiento, en acción y en deseo.

El verdadero Francmasón no está obligado por ningún credo. Se da cuenta, mediante la luz resplandeciente de la jerarquía de su Logia, de que, como Francmasón, su religión debe ser universal: Cristo, Buda o Mahoma, el nombre importa menos que el resplandor de la luz de quien la lleva. Él reverencia todo santuario, se inclina ante el altar, sea mezquita, catedral o pagoda, dándose cuenta, gracias a su recto entendimiento, de la unidad de toda verdad espiritual. Todos los verdaderos Francmasones saben de aquellos que no son sino paganos y que, aunque tienen grandes ideales, no viven de acuerdo con ellos. Saben que todas las religiones no son sino una misma leyenda aunque contada de diversa manera por personas cuyos ideales pueden diferir, pero cuyos grandes propósitos se hallan de acuerdo con los mismos ideales que él sustenta.

Por el Norte, Este, Sur y Oeste se extienden las diferentes clases del pensamiento humano, y mientras los ideales del hombre difieren en apariencia, ocurre que una vez que todo se ha dicho, y las formas cristalizadas, con sus erróneos conceptos, son puestas de lado, sólo queda una verdad fundamental: todo lo establecido, en el fondo, es contribución a la construcción del Templo por la que el Francmasón labora desde el momento de su iniciación. Ningún verdadero Francmasón puede ser de estrechas miras, porque su Logia es la expresión divina de la amplitud. En ningún gran trabajo hay jamás lugar para mentes de estrecha percepción.

El Verdadero Francmasón debe desarrollar el poder de observación. Debe estar eternamente buscando en todas las manifestaciones de la Naturaleza aquello que intuye y no tiene, a causa de no haber sabido trabajar en acertada dirección. Debe convertirse en un estudioso de la naturaleza humana y ver en quienes le rodean, las varias y evolucionadas expresiones de una compacta Inteligencia espiritual. El Rito espiritual de su Logia está presente ante él en cada acto de sus compañeros. Toda la iniciación masónica es un secreto abierto, porque todos pueden verlo tanto en las transitadas avenidas de una urbe como en lo más entrañable de la selva. El Francmasón ha jurado que diariamente extraerá de la vida corriente un mensaje para sí y lo incorporará al templo de su Dios.

El Francmasón trata de aprender todo lo que redunda en mayor servicio del Divino Plan, y convertirse en el instrumento mejor en manos del Gran Arquitecto, en eterna labor por desarrollar la vida a través de las cosas creadas. El Francmasón se da cuenta, además, de que los votos, hechos por su libre voluntad, le dan la divina ocasión de ser un vivo instrumento en las manos de un Maestro Constructor.

El verdadero Maestro Francmasón entra en su logia con un supremo pensamiento en la mente: “¿Cómo podré yo, individualmente, ser más útil al Plan Universal? ¿Qué puedo hacer yo para ser capaz de interpretar los misterios que aquí se desarrollan? ¿Cómo puedo yo vislumbrar el secreto de las cosas que jamás intuirá quien carezca de espiritual visión?”.

El verdadero Francmasón es supremamente altruista para toda expresión y aplicación de los poderes que le han sido conferidos. Ningún verdadero Hermano busca nada para sí mismo, sino que emprende labores altruistas para el bien de todos. Ninguna persona que asuma una obligación espiritual puede ya colocarse al margen de su ejercicio, de lo contrario no es merecedora ya ni del más vil de los desempeños. La verdadera Luz sólo llega a quienes, aun sin poder gran cosa, siempre dan alegremente todo cuanto poseen.

El verdadero hermano de la Orden, como sea que se halle trabajando por mejorarse durante toda su existencia, tanto mental como física y espiritualmente, hace de sus propios deseos el objetivo de su tarea. Tiene un deber y tal deber consiste en poder servir a los planes ajenos. Debe estar dispuesto, a toda hora del día o de la noche, a despojarse de sus propias conveniencias ante el llamado a la acción. Hay que realizar el trabajo, y él ha dedicado su vida a servir a Aquellos que no conocen de las ataduras del espacio y el tiempo. Debe estar, pues, listo en todo instante, y su vida debe convertirse en una constante preparación para que ese llamado pueda sonar cuando menos lo espere. El Maestro Francmasón sabe que los más útiles para la labor son aquellos que tienen mayor experiencia de la vida. No se encuentra ésta dentro de la techada logia, que es la base de su grandeza, sino que más bien, se encuentra en los problemas de la vida diaria. El verdadero estudiante masónico es reconocido por sus actos fraternales y por su sentido de ecuanimidad.

Todo Francmasón sabe que el quebrantamiento de un voto significa una correspondiente sanción. Hay que dejarle que por sí mismo comprenda que el fracaso de no vivir mental, espiritual y moralmente de acuerdo con los más altos ideales, constituye de por sí el mayor de los perjurios. Cuando un Francmasón juró consagrar su vida a la construcción del Templo Ideal, pero mancha su templo viviente pervirtiendo el poder mental, la fuerza emotiva y la energía activa, está quebrantando un voto, y en consecuencia se impone, no horas, sino épocas de privación y miseria espiritual. Si es Francmasón de verdad, está más obligado a reprimir el lado negativo de su propia naturaleza, que permanentemente trata de minimizar al Maestro en formación. Debe percatarse de que una vida mal dirigida es como un voto quebrantado, y que el servicio cotidiano, la purificación y el templo constructivo de la energía, es una viviente invocación que construye dentro de él y atrae hacia sí el poder de creación. Su vida es, pues, la única plegaria aceptable a los ojos del Altísimo. Una vida impura es una verdad quebrantada; una acción destructora es una maldición viva; una mente estrecha es una cuerda estrangulante en torno a la garganta de su pretendida grandeza.

Los verdaderos Francmasones saben que su trabajo no es secreto, pero comprenden que debe permanecer ignorado por quienes no viven la verdadera vida masónica. Pero, aunque los llamados secretos de la Francmasonería fueran divulgados a toda voz, la Fraternidad quedaría completamente a salvo; porque se requieren cualidades espirituales especiales para que los verdaderos secretos masónicos puedan ser comprendidos aun por los propios hermanos. De ahí que las llamadas “exposiciones” sobre la Francmasonería, publicadas en millares y decenas de millares de ejemplares desde 1730 hasta nuestros días, no pueden causar daño a la Fraternidad. Tan sólo revelan las formas externas y las ceremonias rituales de la Francmasonería. Sólo quienes han sido debidamente sopesados y considerados veraces, verticales y justos, se hallan realmente en condiciones, por su propio desarrollo, para apreciar el significado íntimo de la Orden. Para el resto de sus hermanos, dentro o fuera de la logia, sus sagrados rituales seguirán siendo, como dijera Shakespeare, “palabras, palabras, palabras”. Sólo dentro del real Francmasón se encuentra el oculto Poder que, emanando refulgente de sí mismo constituye la palabra del auténtico Constructor. Su vida es la única palabra de pase que lo hace admisible ante la mística Logia Masónica. Su impulso espiritual es el brote de acacia que, a través de las tinieblas de la ignorancia, sirve todavía de prueba de que el fuego espiritual sigue ardiendo. Dentro de sí mismo, debe edificar aquellas cualidades que harán posible su verdadero entendimiento con la Orden en que se ha comprometido a servir. Es posible mostrar al mundo meras formas que nada significan, pero la vitalidad que encierran permanece secreta hasta que el Espíritu se halla en condiciones de su íntima revelación.

El Maestro Francmasón sabe que la caridad es una de las mayores marcas que los Hermanos mayores han desarrollado, y que eso significa no solamente una organizada caridad material, sino caridad del pensamiento y de la acción. Sabe que no todos los obreros se hallan a la misma altura, pero que, dondequiera que estén, deben tratar de proceder lo mejor posible, de acuerdo con sus luces. Cada cual labora con los instrumentos que posee, y él, como Maestro Francmasón, no debe desperdiciar su tiempo en criticar, sino en ayudar a que esos instrumentos sean mejorados. En vez de culpar a los pobres instrumentos, o herramientas, debemos cuidarnos siempre a nosotros mismos y alegrarnos por tenerlos.

El real Maestro Francmasón no encuentra culpa; no critica ni se queja, sino que, con ausencia de malicia y con total espíritu caritativo, trata de demostrar la verdad de su Creador. Trabaja en silencio, sufre con compasión, y si los elementos con quienes y por quienes trabaja lo maltratan, su última palabra debe ser una plegaria por ellos. Cuanto más íntegro es el Francmasón, cuanto más perfecta es su Orden, cuanto más paternal se muestra, más amplios son los ámbitos de su Logia, hasta que todas las cosas vivientes quedan a cubierto bajo los azules pliegues de su manto. Trabajando con los menos, trata de ayudar a los más, dándose cuenta por medio de su amplio entendimiento, de la debilidad de otros al par que de la fortaleza de su derecho.

Un Francmasón no debe estar orgulloso de la posición que ocupa. No debe envanecerse con los honores, sino, con humilde corazón, sentirse eternamente responsable de su propio puesto, al representar a su alcance y nivel la trascendental importancia de su Orden. Cuanto más avanza, más cuenta se da que pisa en terreno quebradizo, y si por un momento se permite perder su sencillez y su humildad, su falencia es inevitable. Un verdadero Francmasón nunca se siente a sí mismo engreído y prepotente. Un estudiante puede llegar a la cumbre de la Montaña de los Tontos, satisfecho de su propia posición, pero el verdadero Francmasón debe ser siempre ejemplo de ecuanimidad y sencillez.

Un Francmasón no puede ser ordenado ni electo sólo por balotaje. Se desarrolla a través de edades o etapas de purificación de sí mismo y de transmutación espiritual. Hay miles de Francmasones que tan sólo son hermanos nominales, porque su ineptitud para ejemplarizar los ideales de la Orden los hace incapaces de la responsabilidad de las enseñanzas y fines de la

Francmasonería. La vida masónica constituye la primera llave del Templo, y sin esa llave no se abre ninguna de sus puertas. Cuando este hecho sea comprendido y vivido verdaderamente, la Francmasonería despertará y pronunciará la palabra largamente reprimida. Entonces, la Orden pasará de especulativa a operativa y la vieja Sabiduría tanto tiempo oculta surgirá de entre las ruinas de su templo como la mayor de las verdades espirituales que jamás se haya revelado al hombre.

El verdadero Maestro Francmasón reconoce el valor de buscar la verdad dondequiera que pueda hallarla. Para él no debe significar diferencia si ella la encuentra en el campo del enemigo; si es la verdad, él irá alegremente en su demanda. La Logia Masónica es universal; por consiguiente, todo verdadero Francmasón buscará la Luz por todos los ámbitos de la creación. El verdadero personero de la Orden conoce y aplica una gran paradoja. Debe buscar las más altas manifestaciones en los más bajos lugares, y enfrentar en las más altas, las más bajas expresiones. El Francmasón que levanta a su alrededor una infranqueable barrera, a sí mismo se cierra el paso a la luz y se hace inasequible al resto de sus Hermanos. Éste es un error que se comete con frecuencia. Es precisamente ahora que más que nunca cuando el mundo necesita de la Antigua Sabiduría. El Francmasón que dice sostener su doctrina mediante su vida, que muestre al hermano la gloria de actuar. Si es que posee las claves de la verdad, dejémosle abrir la puerta, y que con su vida, no con sus palabras, sino con el ejemplo, predique la doctrina tan largamente profesada.



La Paternidad de Dios y la Fraternidad del Hombre deben unirse en la estructura del Templo Eterno - la Gran Labor -, mediante el cual todas las cosas adquieren el ser, y por su intermedio la glorificación del Creador.

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