AMIGOS DEL BLOG

viernes, 23 de septiembre de 2016

Mu, el continente sumergido

 Mu, el continente sumergido

 Eslava Galan, Juan


Resultado de imagen para el continente mu 

 En 1864, Charles Étienne Brasseur de Bourgbourg (1814-1874), un obispo belga que había ejercido su santa misión entre los indígenas mejicanos, encontró en la Biblioteca de la Sociedad Histórica de Madrid un manuscrito titulado Relación de las cosas del Yucatán, obra de su colega fray Diego de Landa (1524-1579), destinado en México poco después de su conquista por Hernán Cortés. En el fervor de su juventud, Landa había arrojado al fuego decenas de libros mayas supuestamente depositarios de doctrinas idolátricas, pero cuando creció en edad y sabiduría atemperó su celo y, dejándose llevar por una tardía vocación científica, intentó descifrar la escritura de aquel pueblo.
Resulta irónico que el inquisidor que condenó a las llamas los tesoros inestimables de los archivos mayas sea hoy la principal fuente de lo poco que conocemos de la escritura maya. Fray Diego de Landa aplicó a su estudio las convenciones propias de las escrituras fonéticas del español y otras lenguas europeas, una labor absolutamente improductiva porque la escritura maya era ideográfica (como el jeroglífico egipcio) y no fonética. No obstante, el esforzado obispo identificó como letras veintisiete signos que se lo parecieron y plasmó sus conclusiones en su informe citado que quedó inédito y olvidado hasta que Brasseur de Bourgbourg dio con él, lo editó, resumido, en Francia e Inglaterra y puso en circulación la idea, hoy muy arraigada entre muchos pseudohistoriadores, de que las culturas precolombinas olmeca, tolteca, maya y azteca son producto de algunos atlantes supervivientes del hundimiento de su isla que llegaron al continente americano.
En el curso de sus investigaciones, fray Diego de Landa había oído decir a los indios que descendían de los supervivientes de una tierra hundida en el mar. El fraile, más familiarizado con la Biblia que con los escritos del pagano Platón, pensó que se referían a las míticas Diez Tribus perdidas de Israel, la descabellada idea propuesta siglos atrás por el bizantino Kosmas Indicopleustes.
Brasseur de Bourgbourg, armado con el disparatado alfabeto maya de Landa, se lanzó a traducir, a su manera, el manuscrito maya conocido como Códice Troano. El texto resultante describía una catástrofe volcánica en una tierra que Brasseur denominó, arbitrariamente, «Mu», simplemente porque en el códice aparecían dos signos levemente parecidos a estas letras del alfabeto latino propuesto por Landa. Brasseur, ni corto ni perezoso, decidió que fueran el nombre de aquella tierra imaginaria.6
La historia de la catástrofe que Brasseur creyó encontrar en el Códice Troano se parecía tanto a la de la Atlántida que acabó relacionándola con ella. En estos textos supuestamente traducidos por Brasseur se basan todas las especulaciones sobre Mu, el continente perdido en el Pacífico, que hoy compiten con las de la Atlántida.
La obra de Brasseur creó una escuela con destacados discípulos tan disparatados como el maestro, entre los que cabe mencionar al médico francés Augustus Le Plongeon (1825-1908), fotógrafo y arqueólogo aficionado, quien, tras hurgar en las ruinas mayas del yucatán, llegó a la conclusión de que los mayas fueron la cuna de la civilización a través de la Atlántida primero y de Egipto después.
El supuesto continente sumergido Mu inspiró, por su parte, una subliteratura atlántida bastante notable. Hacia 1926, el inventor y mitógrafo James Churchward (1851-1936) publicó El continente perdido de Mu, cuna de la humanidad,7 en el que aseguraba haber descifrado los anales de Mu en unas tabletas hasta entonces celosamente guardadas por los sacerdotes de un monasterio de la India. El paralelo con el sabio Solón de los diálogos platónicos es evidente. De la lectura de estas tabletas se deducía que el Paraíso Terrenal no estuvo en Asia sino en Mu, el continente hundido en el océano Pacífico. «La historia bíblica de la Creación, el relato de los siete días y las siete noches en que Dios creó el mundo, no se originó, por lo tanto, en los pueblos del Nilo y el Éufrates sino en este continente sumergido, la verdadera cuna de la humanidad.»
James Churchward es un notable precursor de la historiaficción, este ingenuo subgénero literario que florece en nuestro tiempo y que no hay motivo para rechazar siempre que no pretenda sustituir a la Historia con mayúscula. Churchward se oponía a la teoría darwinista de la evolución y publicó una serie de libros sobre el origen del hombre en aquel continente perdido.8 Sus textos abruman al lector con multitud de datos arqueológicos o procedentes de la tradición ocultista, de la especulación y de la pura fantasía, con mucha nota a pie de página que remite al lector a libros desconocidos o a códices que solamente Churchward parece haber consultado. Leemos, por ejemplo: «En aquel tiempo las gentes de Mu eran civilizadas y cultas. No existía la violencia en la faz de la tierra, puesto que todos los pueblos eran hijos de Mu y acataban la soberanía de su tierra de origen.» Naturalmente, los habitantes de Mu eran «blancos y notablemente hermosos, con ojos grandes y de mirada suave y cabello negro y lacio. Había también otras razas con la piel negra, amarilla o tostada, pero éstas no dominaban».
Advertimos cierto tufillo racista, ¿no?
El mismo que advertimos en Karl Zschaetzsch, quien, en 1922, cuando ya Hitler estaba incubando su serpiente, imaginó en su libro Atlántida, patria primitiva de los arios una isla poblada por germanos rubios y vegetarianos a los que corrompió una especie de Eva llegada del mundo exterior con la fórmula de la fermentación de las bebidas alcohólicas. Después de esta caída, la Atlántida fue aniquilada por la cola de un cometa que pasó demasiado cerca de la Tierra.

Según las ensoñaciones de Churchward, Mu decayó debido a una catástrofe natural: «El subsuelo estaba minado de cavernas en las que se había acumulado gas volcánico. Estos depósitos letales fueron los asesinos de Mu: el gas escapó a través de los volcanes, y las grutas se hundieron al descender la presión interna sobre la corteza, lo que provocó la inmersión en el mar de todo el continente de Mu. Sus hijos supervivientes, desperdigados por toda la Tierra, originaron las civilizaciones conocidas.» 

No hay comentarios:

Publicar un comentario