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viernes, 6 de abril de 2018

Cine y masonería

Cine y masonería


Desde los años 40, la masonería ha aparecido con inusitada frecuencia en un buen número de filmes. En ocasiones la aparición de la masonería ha sido fugaz, pero en otras se ha situado en el centro de la trama. Con el paso de los años, las productoras se han ido interesando por la masonería, no en vano tiene algunos elementos muy “fotogénicos”: el ser una sociedad, más o menos, discreta, el disponer de una iconografía que a muchos se les antoja inquietante y el estar envuelta en cierto misterio.

Como mínimo ocho presidentes de los EEUU en el siglo XX, han sido masones: William McKinley, Theodore Roosevelt, William Taft, Warren Harding, Franklin Delano Roosevelt, Harry Truman, Lyndon Johnson o Gerald Ford. El mismo presidente Clinton perteneció a una asociación de hijos de masones. EEUU es el único país del mundo en el que la masonería tiene un poder absorbente y está presente en algunas de las instituciones más importantes del país, en especial en el Pentágono. Pero también en Hollywood, tradicionalmente, siempre ha existido un buen número de actores y directores que pertenezcan a la orden. Así pueden entenderse los guiños de algunas películas producidas en Hollywood y los argumentos de otras. La masonería está presente en Hollywood.

¿Qué tienen en común Clark Gable, Glenn Ford, John Wayne, Peter Sellers, Oliver Hardy, Harold Lloyd, Harpo Marx, Mario Moreno “Cantinflas” o Telly Savalas? Todos son actores, en efecto, pero hay algo más: todos ellos, un buen día de su vida, desfilaron con la pernera izquierda del pantalón arremangado y el hombro izquierdo descubierto, con los ojos vendados, ante logias masónicas regularmente constituidas. En efecto, todos ellos fueron iniciados en la masonería. Y son sólo unos nombres extraídos al azar. Hubo y hay muchos más.

Para sus miembros, la masonería es un grupo que busca el perfeccionamiento del ser humano. Para sus detractores, una oscura sociedad que protagoniza desde conspiraciones hasta tráfico de influencias. Como siempre, la verdad ni es completamente blanca ni negra, sino que está hecha de matices grises y claroscuros. No es pues éste el momento de realizar un balance crítico de la masonería, sino solamente recordar en las páginas de cine de Identidad, unas cuentas películas que han tocado algunos aspectos de la sociedad.

“Fuerzas ocultas”: la iniciación masónica filmada

En 1943, Francia estaba ocupada, en buena medida por las tropas del III Reich. Muchos franceses habían decidido colaborar con el ocupante o bien con el Mariscal Petain en la zona donde se mantuvo una administración francesa. En los 10 años anteriores, desde que estalló a finales de 1933, el “escándalo Stavisky” (una estafa piramidal protagonizado por un ciudadano de origen judío en el que se vieron envueltos varios miembros de la masonería francesa), la derecha francesa había adoptado una fuerte actitud antimasónica. Henry Marqués-Riviére, realizó un guión para Nova Films que sería protagonizado por Maurice Remy y dirigido por Paul Riche; su título era significativo: Fuerzas Ocultas.

Las primeras escenas de la película fueron rodadas dentro de la Asamblea Francesa: los diputados graznan y aúllan, como animales de un zoológico. Uno de los diputados parece decir algo razonable: pide la unión de los franceses por encima de los partidos, más allá de la derecha y de la izquierda, exige un esfuerzo por alcanzar un régimen de justicia social. Su actitud llama la atención de otros diputados masones que le invitan a ingresar en la logia. Duda, pero finalmente, ignorando exactamente qué era la masonería, termina integrándose. Lo esencial de la película –y lo que la justifica– es precisamente, que, por primera vez se reprodujo una ceremonia de iniciación masónica, con todo detalle, algo inédito hasta entonces. Marqués-Riviére podía reproducirla porque él mismo había sido iniciado en las logias a finales de los años 20.

Algo teatral en su ejecución, la película muestra lo que ocurre en el interior de las logias cuando se cierran las puertas. La liturgia masónica, fielmente reproducida, suscitó en la época adhesiones incondicionales y odios profundos. La moraleja de la película es que no hay que entrar en lo que no se conoce. El diputado iniciado, poco después de jurar lealtad a la logia, es requerido para apoyar un tráfico de influencias, algo a lo que no está dispuesto en absoluto.

El hombre que pudo reinar: el mejor Kipling

En los siguientes 30 años, la masonería apenas apareció en el cine. A pesar de todo, esa época, de 1945 a 1975, es el período dorado en el que más actores miembros de la masonería aparecen en superproducciones. Pero no será hasta ese año, 1975, cuando se unen tres elementos: una interpretación excepcional, un guión original de envergadura y una ejecución esmerada. Con estos tres elementos, no es raro que El hombre que pudo reinar constituyera un éxito cinematográfico y aún hoy no haya perdido nada de su frescura.

La película está basada en la obra de mismo nombre escrita por Rudyard Kipling, él mismo francmasón. Interpretada por el dúo Michael Caine – Sean Connery, ambos en el cenit de su fama, y con Christopher Plummer en el papel de Kipling, consiguen uno de las mejores interpretaciones de la historia del cine. La película es relativamente fiel a la novela de Kypling y se desarrolla en el actual Afganistán, demostrándonos que aquel país no ha cambiado nada en 125 años.

Caine y Connery, sargentos mayores del ejército británico destacado en la India, son masones y, de paso, aventureros, vividores y estafadores. Pero tienen un extraño sentido masónico de la lealtad y traban amistad con el también masón Kipling ante el cual firman su proyecto de convertirse en reyes del Kafiristán. El llevar colgada del cuello la escuadra y el compás, les facilitará la tarea pues, no en vano, es el símbolo que dejó Alejandro Magno en la fabulosa ciudad de Iskandar fundada por él.

En la película aparecen por primera vez en el cine algunos símbolos y frases de reconocimiento utilizados por la masonería. John Huston, dueño del lenguaje cinematográfico, fue el artífice de esta gran película.

Sherlock Holmes versus el Jack el Destripador

El éxito de la película de Huston todavía no se había disipado cuando Bob Clark, director sobrio y buen artesano, lanzó un imaginativo producto que aunaba el interés por la personalidad de Sherlock Holmes –que siempre ha ocupado por derecho propio un lugar particular en la historia del cine- y el morbo por los asesinatos de Sherlock Holmes. Hacía poco que Billy Wilder había lanzado su extraordinaria Vida privada de Sherlock Holmes y faltaban todavía unos años para que el tema de Jack el Destripador se convirtiera en remake habitual en los años 80 y 90 con media docena de títulos, todos ellos de singular interés (desde Jack el destripador con Michael Caine, Armand Asante y Jane Seymour, hasta Desde el infierno con Jhonny Deep). Pero nadie había intentado una síntesis entre el personaje literario creado por Conan Doyle (francmasón, dicho sea de paso) y el mito del crimen, Jack el Destripador. Bob Clark se atrevió.

Imaginemos qué ocurriría si la investigación sobre los crímenes de Whitechapel en el misérrimo East End londinense de finales del XIX, hubiera sido encargada a Sherlock Holmes. Indudablemente, el pintoresco detective habría llegado hasta el final y desenmarañado la trama urdida en torno a los truculentos crímenes.

A poco de irrumpir en la investigación, Holmes –interpretado por Christopher Plummer- percibe que una sociedad secreta está implicada en los crímenes. Para él, las crueles incisiones realizadas por el asesino reproducen las que Hiram Abi, el arquitecto del Templo de Salomón, recibió de los “tres hermanos”: Jubelas, Jubelos y Jubelum, los “tres jewes” que, en la época, se confundió con “tres judíos”.

Holmes realiza ante las cámaras los gestos rituales, los saludos y signos de reconocimiento con los responsables de la investigación. De hecho, es rigurosamente cierto que Scotland Yard, la policía británica, históricamente siempre ha tenido un número inusualmente alto de francmasones y si un funcionario quiere prosperar dentro de la institución siempre se le recomendará ingresar en logia.

Finalmente, la propia masonería resuelve el problema de uno de sus miembros, enloquecido –que resultará ser Jack el Destripador- realizándole una precisa lobotomía.

La Búsqueda: el apogeo de lo secreto

En 2004 una película sabrá interpretar el nuevo clima de la época generado tras los atentados del 11-S: algo no encaja, una verdad oculta parece escapar de las crónicas de los diarios, como si algo bullera entre bambalinas y no entendiéramos lo que ocurre porque no estamos al corriente de la acción de las “fuerzas ocultas”. Éstas han existido siempre, así pues vale la pena mirar atrás para intentar percibir su influencia y su radio de acción. En ese contacto generado entre 2001 y 2004, aparece la primera entrega de La Búsqueda, a la que seguirá una secuela tres años después, del mismo carácter.

La masonería ha tenido una gran influencia en los EEUU desde su fundación. La mayor parte de los firmantes de la Declaración de Independencia eran masones y el propio George Washington aparece en la iconografía de aquel país, con el mandil masónico. La película nos cuenta que el tesoro de los templarios, por indecibles caminos, llegó a los EEUU y allí fue custodiada por los “padres de la independencia” que, finalmente, lo escondieron… pero dejaron algunas pistas que el protagonista, Nicolas Cage –que realiza también una de sus habituales actuaciones inexpresivas- sigue hasta, por supuesto, encontrarlo.

La película, en el fondo, se hace eco de la tradición defendida por cierta masonería de tener un origen templario. Los símbolos masónicos aparecerán a lo largo de toda la película y las referencias a personajes históricos de la orden.

La segunda parte, La Búsqueda: el diario secreto, irá en la misma dirección e incluso será algo más dinámica girando en torno a otro misterio de la historia norteamericana: el asesinato de Lincoln. Las referencias a la masonería están más atenuadas pero se alude a la carta de la Reina Victoria de Inglaterra al General Albert Pike que será uno de los grandes maestres de la masonería norteamericana al que el mistificador “Leo Taxil” considerará en sus libelos antimasónicos como el primer servidor de Satanás en la masonería. La película cita también la figura de Frederic Bartholdi, el escultor masónico que diseño la Estatua de la Libertad y que, según el filme, debió dejar una pista de dónde está oculto en nuevo tesoro buscado por el inexpresivo Cage.

La Liga de los Hombres Extraordinarios

Allan Moore y Kevin O’Neill realizaron un cómic en el que reunieron a todos los iconos de las novelas de terror de finales del siglo XIX y principios del XX. Ahí estaban todos: era la Liga de los Hombres Extraordinarios. Ahí están el profesor Alan Quatermain, típico explorador británico, Mina Harker, protagonista femenino del Drácula de Stocker, convertida ya en vampira, el Capitán Nemo, personaje de Julio Verne, presentado como hindú, el dúo Jekyll/Hyde, el hombre invisible, el mismísimo Dorian Gray… La combinación, podría haber sido mediocre, desequilibrada y desequilibrante, sin embargo, llevada al cine, el director desarrolla hábilmente la trama hasta convertir el filme en un vademécum de la literatura fantástica de finales del XIX. Sólo por eso, esta película merecería ser vista. Pero también ella hay unas leves alusiones a la masonería que justifican su presencia en este artículo.

En efecto, el personaje del Capitán Nemo luce algunos símbolos masónicos que aparecen también en la decoración de las estancias bajo su control y en el puño de uno de los bastones coronado por una calavera que aparece en la cinta.

Nemo es un nacionalista hindú resentido con el Imperio Británico y que se ha convertido en una especie de tecnopirata habiendo diseñado una nave prácticamente invulnerable que pone al servicio de sus ideales pacifistas llevados hasta el extremo de hacer la guerra a quien no los comporte.

Conclusiones: mucha ficción, poco realismo

Dejando aparte la calidad de estas películas –que oscila de lo brillante a lo convencional- casi todas ellas tienen en común dedicar mucho más tiempo a pintar una francmasonería fantástica que tiene muy poco que ver con la realidad de la institución. Hay que reconocer que la cinta que presenta más elementos realistas sobre la masonería es, precisamente, la primera que se filmó durante la ocupación alemana.

Es cierto que el filme Fuerzas ocultas se resiente del clima de la época y que la película se realizó bajo la ocupación alemana, pero no hay que olvidar que el guión fue realizado por un antiguo franc-masón que se limitó a aportar dos elementos inestimables: la reproducción exacta y rigurosa de una iniciación masónica como no había hecho hasta entonces –y como no se volvería hacer nunca más– ninguna película, y la presentación de la masonería como una organización que ejerce el tráfico de influencias.

Los miembros de la orden rechazan esta última atribución e insisten en presentarse como una organización que busca solamente el perfeccionamiento del ser humano y en cuyo interior está prohibido hablar de política, negocios o religión. Pero la historia de la orden masónica desdice en buena medida estos nobles ideales: la masonería fue el motor intelectual de las revoluciones liberales desde el siglo XVIII a mediados del siglo XX, y con demasiada frecuencia ha confundido la fraternidad masónica con la complicidad entre masones. Fraternidad no es amiguismo.

El misterio de Luis Buñuel y su Ángel Exterminador

Buñuel sin duda es uno de los padres del cine español, aunque buena parte de su obra se realizó desde México o desde Francia. En 1962 dirigió El Ángel Exterminador, producción mexicana protagonizada por Silvia Pinal que siguió a Viridiana, el éxito internacional que propulsó de nuevo la carrera de Buñuel. Es una película extraña: unos altos burgueses acuden a una cena, pero no pueden salir de la habitación en la que tiene lugar el ágape. La comida empieza a escasear, las relaciones personales se van deteriorando y el salvajismo va sustituyendo a las maneras burguesas del inicio. Tal es la trama de esta película, cuyo título estuvo inspirado por una idea de Bergamín.

La película es considerada como una de las grandes obras del cine mexicano y figura entre las mejores 1.000 películas de la historia del cine según The New York Times. Buñuel hubiera preferido haber rodado la película en París o Londres, sin embargo, el presupuesto era limitado y muy modesto. No es ningún secreto que en aquel momento gobernaba en México el Partido Revolucionario Institucional, buena parte de cuyos cuadros estaban vinculados a la masonería. Quizás fuera por eso que Buñuel lanzó varios guiños a la masonería.

Uno de los protagonistas resulta ser miembro de la Logia Amanecer nº 21 del Oriente de México. En una de las escenas dos personajes se dan la mano y se transmiten la palabra de paso del Grado de Compañero. También se oye a uno de los personajes lanzar el grito masónico de ayuda.

Buñuel no era masón, pero todo induce a pensar que conocía la temática masónica muy a la perfección. De hecho, él mismo era autor del guión.

La B’nai B’rith en Hollywood

La llamada “Orden Independiente de los B’nai B’rith” o “Hijos de la Alianza” es una curiosa organización que solamente admite a judíos sionistas y se estructura a modo de una organización masónica. Fue fundada en Nueva York en 1843 por Henry Jones y otros 11 compañeros. Se suele decir que es la “masonería judía” y ha sido la matriz de otras organizaciones de defensa de los derechos humanos como la Liga Antidifamación de los EEUU. Tiene el estatuto de Organización No Gubernamental.

Está presente en 58 países y cuenta con 50.000 miembros en todo el mundo, 7.000 de los cuales están distribuidos en 28 países europeos. Está presente en el Parlamento Europeo y en el Consejo de Europa, así como en las delegaciones de la ONU en Ginebra y en la UNESCO en París. Su objetivo es la “lucha contra el antisemitismo, el racismo, la xenofobia y la defensa del Estado de Israel”, así como defender la identidad, la cultura y el patrimonio judíos.

En el ejercicio de estas funciones, los b’nai b’trih norteamericanos, al percibir la extraordinaria fuerza del séptimo arte a mediados de los años 20, instalaron varias logias en Hollywood cuyos miembros participaron en la creación de la industria del cine. El 1927, el presidente de los B’nai B’rith, firmó un acuerdo con el organismo regulador de la industria del cine para evitar los temas antisemitas. Más tarde, cuando Cecil B. de Mille rodó Rey de Reyes, la orden consiguió que cambiara algunas escenas para evitar que la responsabilidad de la muerte de Cristo recayera sobre los judíos.

En los años 40, lo logia de los B’nai B’rith en Hollywood llegó a contar con ¡1.600 afiliados! Logias de la orden se interesaron en los años 70 por la industria de la televisión. Fruto de esa actividad fue la extraordinaria proliferación de series cinematográficas que en los años 70 trataron el tema del Holocausto.

Los B’nai B’rith son una estructura diferente a la franc-masonería, pero su estructura interior es idéntica: estructuración en grados, ritos de iniciación, existencia de una jerarquía rectora. Habitualmente, la relación entre ambas organizaciones es buena. Resulta imposible desvincular algunas tendencias de Hollywood del peso que los B’nai B’rith tienen en la industria de Hollywood.

https://trabajosmasonicos.wordpress.com/2015/07/06/cine-y-masoneria/

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