EL LIBERTADOR DON JOSÉ DE SAN MARTIN (6 de 8)
HERBERT ORE BELSUZARRI
La relación de San Martín con los pehuenches es descrita de la siguiente manera: Ni bien se instala en Mendoza, cultiva estrechas relaciones con los Pehuenches, (habitantes milenarios de los faldeos cordilleranos del sur de Mendoza) y a comienzos de 1816, desde El Plumerillo, los invita a un Parlamento para reafirmar y renovar los vínculos existentes.
El objetivo de San Martín era el de mantener la alianza con los Pehuenches, para asegurarse el tránsito eventual de sus tropas por ese territorio y obtener ayuda en caso de una invasión española por el sur de Chile.
El Cruce de los Andes
En el comienzo de la primavera de 1816, en el Fuerte San Carlos, a unos 150 km. al sur de Mendoza se realiza el Parlamento. Anteceden a San Martín, que llega con 200 Granaderos y un Cuerpo de milicianos, decenas de mulas cargadas de presentes y regalos para ofrecer a los Pehuenches en prenda de amistad: pieles, dulces, telas, aguardiente, monturas, bordados, vestidos y toda clase de víveres. Las tribus Pehuenches concurren masivamente tocando sus instrumentos musicales. Los guerreros de lanza, en actitud de combate, llegaban pintados y montados a caballos. Detrás seguían los ancianos, las mujeres y los niños. Cada tribu que ingresaba, era precedida y escoltada por un grupo de Granaderos a Caballo, a la vez que era saludada con salvas de cañones desde el Fuerte, en señal de bienvenida. Los Pehuenches a su vez realizaban simulacros guerreros, haciendo gala de su destreza con los caballos.
Iniciado el Parlamento en la Plaza de Armas del Fuerte, el espacio central quedó ocupado por los Caciques y Capitanejos por un lado y el Gral. San Martín y el Comandante de Fronteras por el otro. El intérprete, luego de referirse a la amistad de San Martín y a los regalos obsequiados, pidió a las tribus Pehuenches que permitiesen el paso del ejército patriota por su territorio, con el fin de hacer guerra a los españoles chilenos…
Luego de un prolongado silencio, Ñecuñan, el pehuenche más anciano habló a los Caciques, preguntándoles si estaban de acuerdo con el pedido de San Martín. Todos los Caciques hablaron extensamente, sin interrumpirse y con mucha tranquilidad. Concluida la ronda, Ñecuñán, tomó nuevamente la palabra, y dirigiéndose a San Martín le dijo que todos los Caciques, menos tres, estaban de acuerdo en aceptar la propuesta. Acto seguido todos los Caciques abrazaron a San Martín, y uno de ellos, fue a avisar al resto de las tribus que la propuesta de San Martín había sido aceptada.
A continuación, en un gesto de confianza hacia San Martín, entregaron sus caballos y sus armas a los milicianos, dando inicio a los festejos que se prolongaron varios días. De regreso al Plumerillo, San Martín escribe a Guido:
"… Concluí con toda felicidad mi gran Parlamento con los indios del sur: auxiliarán al ejército no sólo con ganados, sino que están comprometidos a tomar una parte activa contra el enemigo…” Los hechos posteriores demostraron que el pacto fue respetado, y muchos Pehuenches colaboraron activamente, algunos también como baqueanos en el Cruce de la Cordillera.
José de San Martín en La Campaña Libertadora dijo: “La guerra la tenemos que hacer del modo que podamos. Si no tenemos dinero, carne y un pedazo de tabaco no nos han de faltar. Cuando se acaben los vestuarios nos vestiremos con las bayetitas que trabajan nuestras mujeres, y sino andaremos en pelotas como nuestros paisanos los indios. Seamos libres, que los demás no importan”.
La Batalla de Maipú.
A San Martín lo engrandece el haber reconocido siempre el valor de sus tropas negras, indígenas y mestizas en las batallas de Chacabuco, Maipú, Cancha Rayada y en la Campaña del Alto Perú.
Juan Bautista Alberdi, que lo entrevistó en París en 1843, trazó de él un retrato notable: "Yo lo creía un indio, como tantas veces me lo habían pintado; y no es más que un hombre de color moreno...". Además, "no obstante su larga residencia en España, su acento es el mismo de nuestros hombres de América".
Durante el siglo XX una caudalosa bibliografía enfocó las vinculaciones de San Martín con la política británica y francesa y con la masonería, planteando la cuestión de sus motivaciones. Si fue tan corta su vivencia de América, si tenía de ella una borrosa imagen, si había servido dos décadas al rey, es difícil creer en su patriotismo como pasión determinante. Resulta verosímil por tanto la hipótesis de que era agente masón de los proyectos británicos o franceses. Hoy es posible otra explicación: Era un mestizo y sufría en carne propia la injusticia del sistema colonial.
Partiendo de esa versión y de los indicios expuestos en el libro “Jinetes Rebeldes” del argentino Hugo Chumbita, se obtuvo la confirmación a través de testimonios concordantes de tres ramas de descendientes de Carlos de Alvear: los Christophersen, los Santamarina y los Verger. Los mismos datos son corroborados por las memorias manuscritas de Joaquina, que obran en poder de Diego Herrera Vegas.
"Esto no se puede decir", le advirtió Pedro Christophersen III a su hija Magdalena cuando le contó el secreto preservado durante generaciones. La abuela de Pedro III era doña Carmen de Alvear, nieta de Carlos y prima hermana del presidente de la república Marcelo de Alvear. Magdalena conserva un añoso ejemplar de un libro de Sabina de Alvear y Ward, que le sirvió para completar aquel relato.
Pero entonces quién era el General español Señor Don Diego de Alvear Ponce de León, para ello nos remitimos a lo escrito por Hugo Chumbita: El futuro brigadier de la armada española don Diego de Alvear y Ponce de León (1749-1830), nacido en Montilla (Córdoba), con ascendientes nobles en Burgos, arribó al Río de la Plata en 1774. Tomó parte en acciones contra los portugueses y luego contra los ingleses. En 1778 dirigió una división encargada de ejecutar el tratado de límites sobre los ríos Paraná y Uruguay. Entonces, en algún lugar de las misiones jesuíticas, el marino se relacionó con una joven guaraní, que engendró un niño. Alvear lo encomendó al teniente gobernador de la reducción de Yapeyú, el capitán Juan de San Martín, y a su esposa Gregoria Matorras, de 40 años, que ya tenía cuatro hijos. Ellos se avinieron a criarlo como propio y el niño fue José Francisco de San Martín.
En 1780, Juan de San Martín tuvo que irse de Yapeyú tras un conflicto con los guaraníes. Tres años después todos viajaron a España y la familia Alvear cuenta que Diego de Alvear se mantuvo en contacto con ellos y costeó los gastos para que Francisco José siguiera la carrera militar.
En 1781, Diego de Alvear se casó con María Josefa Balbastro. Se radicaron en las Misiones y tuvieron nueve hijos, uno de ellos Carlos, nacido en 1789. En 1804, la familia embarcó hacia España. Pero antes de llegar, en un combate con navíos ingleses murieron la esposa, siete hijos, un sobrino y cinco esclavos. Don Diego perdió la mayoría de sus bienes. Prisioneros, Alvear y su hijo Carlos fueron llevados a Londres. Allí, Carlos pudo estudiar y a Diego lo indemnizaron. Además, se casó con una joven inglesa, Luisa Ward, con quien tuvo más hijos.
En 1806 regresaron a España, don Diego ocupó nuevos destinos militares y, según los Alvear, ayudó y mantuvo un trato afectuoso con su hijo José Francisco. Carlos supo que aquél era su medio hermano y fueron grandes camaradas. Al producirse la Revolución de Mayo, concibieron juntos el regreso, aprovechando las importantes relaciones de su padre en Londres y en Buenos Aires.
San Martín y quienes conocían su filiación guardaron siempre reserva. Para ingresar a la milicia en España era necesario acreditar que era hijo legítimo y todos quedaron obligados a mantener esa versión. En cierto sentido, él vino a América a buscar a su madre. Habló muy poco de sí mismo, y cuando lo hizo omitió referirse a su origen.
José de San Martín padeció su "destino americano": no saber quién era, el extrañamiento, la ausencia materna, la conciencia de ser hijo de la violencia de los dominadores sobre los pueblos nativos. Se alzó desafiando al mundo de su padre. Transformó su humillación en rebeldía política. La persona, la memoria y la significación de San Martín no son patrimonio de una familia, ni siquiera de un país. Es una figura americana y universal.
SU TESTAMENTO
1° Dejo por mi absoluta heredera de mis bienes, habidos y por haber a mi única hija Mercedes de San Martín actualmente casada con Mariano Balcarce.
2° Es mi expresa voluntad el que mi hija suministre a mi hermana María Emilia, una pensión de mil francos anuales, y a su fallecimiento, se continúe pagando a su hija Petronila, una de 250 hasta su muerte, sin que para asegurar este don que hago a mi hermana y sobrina, sea necesaria otra hipoteca que la confianza que me asiste que mi hija y sus herederos cumplirán religiosamente ésta voluntad.
3° El sable que me ha acompañado en toda la guerra de la Independencia de América del Sur, le será entregado a general de la República Argentina don Juan Manuel de Rosas, como una prueba de satisfacción, que como argentino he tenido al ver la firmeza con la que ha sostenido el honor de la República contra las injustas pretensiones de los extranjeros que tratan de humillarlas.
4° Prohíbo el que se me hagan ningún género de funeral, y desde el lugar que falleciere se me conducirá directamente, al cementerio sin ningún acompañamiento, pero sí desearía, que mi corazón sea depositado en el de Buenos Aires.
5° Declaro no deber y haber jamás debido nada a nadie.
6° Aunque es verdad que todos mis anhelos no han tenido otro objetivo que el del bien de mi hija amada, debo confesar, que la honrada conducta de ésta, y el constante cariño y esmero que siempre me ha manifestado, han recompensado con usura, todos mis esmeros haciendo mi vejez feliz. Yo le ruego continúe con el mismo cuidado y contra acción la educación de sus hijas (a las que abrazo con todo mi corazón) si es que su vez quiere tener la feliz suerte que alguna vez tuve yo; igual encargo hago a su esposo, cuya honradez y hombría de bien no ha desmentido la opinión que había formado de él, lo que me garantiza continuara siendo la felicidad de mi hija y nietas.
7° Todo otro testamento o disposición anterior al presente queda nulo y sin ningún valor.
Hecho en París a veintitrés de enero de mil ochocientos cuarenta y cuatro,
y escrito todo de mi puño y letra.
Mausoleo donde descansan sus restos en Argentina.
III. LA MONARQUÍA QUE PROPUSO SAN MARTIN.
Antes ya se mencionó que San Martín, propuso en el Perú una monarquía, y eso ocurrió en un escenario que se debe por lo menos ligeramente conocer. Una vez que las fuerzas expedicionarias desembarcaron en el Perú el 7 de setiembre de 1820 en Pisco y se establecieron en Huara, iniciaron negociaciones con el Virrey Pezuela que produjeron las conferencias de Miraflores que se dieron entre el 30 de setiembre y el 1 de octubre de 1820. En ellas, el tema de la futura organización del país no estuvo ausente. Los negociadores nombrados por San Martín, Tomás Guido y Juan García del Río, propusieron la idea de crear “en estos países una monarquía constitucional e independiente que tuviese a su cabeza un príncipe de la familia real de España”, propuesta que fue rechazada por el Virrey Pezuela quien señaló que un tema de tal trascendencia como ese debía ser analizado por el gobierno superior español.
La fidelidad de Pezuela al absolutismo provocó su desprestigio, especialmente debido a que la mayor parte de los oficiales a sus órdenes eran liberales. El 29 de enero de 1821, los jefes liberales, dirigidos por el general José de La Serna, lo derrocaron por medio del llamado Pronunciamiento de Aznapuquio. Pezuela se embarcó inmediatamente hacia España y La Serna fue confirmado Virrey del Perú por la corona española.
¿Qué propuso San Martín a Pezuela primero y a La Serna después? Los delegados de San Martín: Tomas Guido, Juan García del Río y José Ignacio de la Rosa; y los delegados del virrey: Manuel de Llano y Nájara, José María Galdeano y Mendoza y Manuel Abreu, se reunieron el 4 de mayo de 1821. Los delegados patriotas fueron instruidos para que se abstuviesen de llegar a algún acuerdo en tanto que no fuese reconocida la independencia de las Provincias Unidas de Río de la Plata, Chile y Perú. Como ya había ocurrido en las anteriores conferencias de Miraflores, los españoles se mantuvieron inflexibles en cuanto al hecho de no reconocer la independencia, lo que hacía que ambas partes mantuvieran posiciones insalvables. Se decidió solo un armisticio de 20 días y se programó una entrevista personal entre los jefes adversarios, es decir entre La Serna y San Martín. Esta reunión se dio en Punchauca el 2 de junio de 1821.
La Serna y San Martín en Punchauca.
No hay comentarios:
Publicar un comentario