EL CONOCIMIENTO PERDIDO DE LA HISTORIA
III
Recopilado por:
Herbert Oré Belsuzarri.
Otro hecho asombroso es que las
civilizaciones amerindias alcanzaron un alto grado de cultura mucho antes de la
conquista de América, detalle muy significativo si tenemos en cuenta el estado
de barbarie propio de aquella época.
Otro ejemplo sobresaliente de conocimientos
perdidos lo tenemos en lo concerniente a la rueda. De todos es conocido que
cuando los conquistadores españoles llegaron a América encontraron una cultura
india muy avanzada en México, Centroamérica y en la altiplanicie de los Andes:
carreteras pavimentadas, pasajes y túneles a través de las montañas,
estriberones sobre los lagos y largos puentes colgantes. Todo lo necesario para
un sistema de transportes altamente desarrollado, exceptuando los medios
corrientes, pero no encontraron huellas de ruedas, ni nada que demostrase que
habían sido utilizados por estos pueblos precolombinos. Todo parecía
transportado por caravanas de hombres o, como en los Andes, a lomos de las
llamas. En tiempo de los incas, los chasquis (corredores humanos) desempeñaban
el papel de cabalgaduras, siendo tan veloces en las carreras por relevos, que
los habitantes de las montañas principales recibían y comían el pescado fresco
de la costa en el mismo día, cosa que, dicho sea de paso, no ocurre actualmente
en Cuzco, la antigua capital inca. Pero a pesar de toda esta organización, de
esta técnica tan avanzada, de sus grandiosos sistemas de construcción y del
sistema de transporte de alimentos y vituallas, la falta de ruedas ha sido
considerada generalmente como una prueba de que los habitantes precolombinos de
América jamás llegaron a pasar del umbral de la Edad de Piedra.
Sin embargo, existen numerosas pruebas que
van en contra de esta teoría. En efecto, en muchos antiguos artefactos
mexicanos se han encontrado algunas «cosas» que pueden considerarse como
ruedas; generalmente en forma de juguetes con ruedas representando a perros (o
coyotes) y carros. En distintos lugares de México se han encontrado ruedas (en
Cholula, Oaxaca, Tres Zapotes y en El Tajín, cerca de Veracruz), como asimismo
en algunos sitios de Panamá.
Cuesta trabajo creer que los antiguos
americanos «inventaran» las ruedas para utilizarlas únicamente en los juguetes
y no en otros usos mucho más importantes, como tampoco podemos asegurar que los
discos circulares que observamos en los monumentos precolombinos no son los
predecesores de la rueda. Tampoco podemos estar seguros incluso de si lo que
parecen ser juguetes lo son realmente.
Y es que esos artefactos podían haber
tenido otro uso y significado de los que les atribuimos desde el punto de vista
de nuestra época y civilización actuales.
Parece ser que en la escritura maya han
podido ser identificadas mil combinaciones o elementos separados, consistentes
en glifos de una parte, dos partes o tres partes, con sus correspondientes
combinaciones. Sin embargo, ignoramos si el idioma maya, hablado hoy día en sus
diferentes dialectos, es realmente la lengua de los glifos mayas. Estos
fascinantes signos podrían seguir siendo un misterio, a menos que, como alguien
ha sugerido, algún superviviente descendiente de los antiguos mayas, aún vivo
en las más intrincadas selvas, conservara el secreto para descifrarlos. Los
indios lancadones de las selvas de Chiapas, que consiguieron huir a la llegada
de los españoles, y que son buscados en estos últimos años por los
antropólogos, han sabido conservar ciertas tradiciones mayas, pero han olvidado
aparentemente sus conocimientos sobre la escritura de su raza.
En Sudamérica existen inscripciones
escritas, localizadas en diversos lugares de la altiplanicie de los Andes y en
la región amazónica, pero en su mayoría son intraducibles e indescifrables.
También existe una leyenda del tiempo de los incas en la que se cuenta que la
escritura era conocida en épocas remotas en el Perú y tierras adyacentes, pero
que fue abolida bajo pena de muerte por un rey maya al ser advertido éste por
sus sacerdotes de que ella era la causa de la plaga que en aquella época
asolaba su Imperio (se podría incluso presumir una alusión alegórica en cuanto
al poder maléfico de la palabra escrita). Exceptuando estas vagas e indemostrables
indicaciones, no han podido ser hallados ninguna inscripción grabada o datos
escritos de los imperios prehistóricos de Sudamérica.
Sin embargo, los incas utilizaban un
extraño sustituto de la escritura, que quizá aún no hemos podido comprender del
todo. Este era el quipu, una cinta adornada con borlas, con cuerdas
anudadas de distintos colores, que los españoles vieron utilizar en todo el
Imperio inca para registrar el número de habitantes, los tributos, la
producción de la tierra, las levas militares y, aparentemente, todo el
«papeleo» de aquel Imperio tan perfectamente organizado y esencialmente
socialista. Una casta especial de «lectores» de quipu se encargaba de
traducir estas cintas de cuerda, y era tan exacto el control de cuentas que
llevaban que, según se decía, si faltaba una sola sandalia en todo el vasto
Imperio, ellos lo sabían. También es posible que el quipu fuese una
forma de escritura o bien una escritura «más allá de la escritura»,
prescindiendo del alfabeto y convirtiéndose en un sistema de computación.
Cuando consideramos las posibles variantes de elementos separados implicados en
una cinta de quipu, no sólo debemos tener en cuenta el número de cuerdas,
su longitud, el color de las hebras, los variantes trenzados, la frecuencia y separación
de los nudos e incluso la forma de cada nudo, forzosamente tenemos que llegar a
la conclusión de que las combinaciones son infinitas, por lo que todas las
palabras de este idioma podían encerrarse dentro de su marco lingüístico.
Al analizar los progresos científicos y
mecánicos de las antiguas civilizaciones del mundo, sus técnicas de
construcción demasiado avanzadas para aquella época remota, sus conocimientos
de las matemáticas y de la medicina, sus conceptos sobre la naturaleza y el
cosmos, uno llega a preguntarse si las antiguas civilizaciones del mundo no
llegarían incluso a conocer la estructura atómica, el triunfo más grande del
hombre moderno.
Nuestra propia palabra «átomo» deriva de
una palabra griega que significa «aquello que no puede dividirse» o «cortado».
Existe incluso una referencia de Demócrito, aunque atribuida a fuentes
fenicias, según la cual el átomo indivisible era, en efecto, divisible. Algunos
de los textos budistas y de los Vedas de la antigua India contienen
incluso descripciones de uniones de partículas de entidad que ahora podemos
comprender en el sentido de la teoría atómica y de las interrelaciones
moleculares, aunque ello no obsta para que estos pasajes de dichos textos,
considerando la época en que fueron escritos, nos suenen a algo verdaderamente
asombroso.
Los comentarios de los antiguos budistas
nos proporcionan un medio fácil para comprender las descripciones que hacen
sobre la interrelación de las moléculas al hablarnos de uniones de lengüetas
interfiriendo y uniéndose con otras uniones de lengüetas, y al exponer que es
imprescindible desarticular las conexiones para escapar del «renacer y de la
rueda de la existencia» (esto último podría considerarse como otro ejemplo del
conocimiento antiguo reapareciendo a través de la filosofía).
El escritor y yogui indio Paramhansa
Yogananda demostró en 1945 (año I de la Edad Atómica), que un sistema de filosofía
hindú, el Vaisesika, se deriva de la palabra sánscrita visesas, la
cual puede traducirse como «individualidad atómica».
De acuerdo con ciertos manuscritos
sánscritos que aún se conservan, un indio llamado Aulukya, en el siglo VIII a.
C, expuso, utilizando misteriosas palabras, lo que parece ser la moderna teoría
científica sobre la naturaleza atómica de la materia, las distancias
interatómicas, la relatividad del tiempo y del espacio, la teoría de los rayos
cósmicos, la naturaleza cinética de la energía, la ley de la gravedad como algo
inherente a la materia en el campo terrestre y el calor como causa principal de
los cambios moleculares.
Sería sorprendente si todo este
conocimiento de extrema antigüedad, que el hombre moderno comenzó a intuir
durante el Renacimiento (y que aún continúa redescubriendo), hubiese sido
realizado por los antiguos astrónomos, matemáticos, filósofos y pedagogos.
Quizá sería más comprensible si considerásemos todo esto como un legado de una
civilización, o sistema de civilizaciones, mucho más antigua y más extendida de
la que sólo una parte, igual que la que emerge de un iceberg, ha llegado hasta
nuestros días o ha sido descubierta por el hombre moderno.
Resumen tomado de: MISTERIOS DE LOS MUNDOS OLVIDADOS - CHARLES BERLITZ.
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