Substancias odoríferas y otras entre los Mayas, Incas y Aztecas
KRUMM HELLER.
Investigando
bajo las deducciones paleoepigráficas del Profesor Hermann Wirth en las ruinas
de las islas de Pascua, en las de Yucatán y en sus exploraciones a la
misteriosa Eleusis, consagrada a Demeter, en Grecia, llegamos a la convicción
de que todos los citados cultos fueron precedidos por los primitivos misterios
nórdicos. Ellos dieron los primeros pasos de lo exotérico hacia lo esotérico
(de lo público hacía lo oculto). El uso de las plantas sagradas y de los perfumes
se originó allí. Lo mismo puede decirse de los sacerdotes Mayas e Incas o de
los adeptos de los templos egipcios, que cultivaban plantas olorosas y usaban
pebetes. No sólo se les usaba como extractos para embalsamar cadáveres, sino
también para preparar cierta atmósfera por medio del humo, en sus templos, a
fin de influenciar el ánimo de sus prosélitos. Cierto es que en Oriente se
encontraban las regiones de los perfumes, pero también las civilizaciones
americanas conocieron el empleo de las esencias y todavía hoy día se encuentran
indios quetchuas y aimarás, que viajan al pie del altiplano de los Incas, por
toda la América del Sur, Central y México, ofreciendo hierbas sagradas y
esencias. Hay curanderos que buscando hojas de coca recorren en el día treinta
millas, sin sentir el menor cansancio ni fatiga, y que recuerdan a los ascetas
semivolantes del Tíbet, (escritos por la señora Neel en su libro sobre el Tíbet.
A este
respecto, podemos recordar que cuando Cortes llegó a Méjico y Pizarro al Perú,
fueron enviados a saludarlos delegaciones del Rey de los Aztecas, Moctezuma, y,
respectivamente, del Jefe de los Incas. Lo primero que llevaban de regalo eran
esencias para preparar el terreno hacia un entendimiento recíproco. Cuando
firmaron la paz, las partes siempre estaban fumando, lo que después se conservó
bajo la forma de la pipa de paz. Sería de desear que el usual champagne de hoy
en las conferencias (véase Ginebra), fuese substituido por esencias
compensadoras.
Pero,
volviendo a los Aztecas e Incas, podemos demostrar hoy que las pocas
enfermedades y epidemias que entonces había, se curaban con relativa facilidad
por medio de esencias y baños. Una forma especial de la sífilis, que, por lo
general, desaparece comparativamente con facilidad y que no tiene
consecuencias, vino de México y tenía su divinidad particular. Esa divinidad,
exactamente murió, según la leyenda, en sacrificio voluntario al sol y le dio a
éste la fuerza de curar esa enfermedad por medio de sus rayos. Es conveniente
leer cómo juzgaban los sacerdotes médicos las sangrías y otras prácticas de los
médicos españoles y cómo las repelían con indignación, pues según ellos, eran
más perjudiciales que útiles a la salud.
No es
menester, entretanto, ir tan lejos. Podemos apelar al libro mayor de la
literatura mundial, la Biblia,, y ahí encontraremos que los profetas Ezequiel,
Isaías y Moisés, prescribían el uso de las esencias, y el sabio Salomón dio
instrucciones precisas para la fabricación de pebetes con fines médicos y para
el culto. También el pueblo de Israel, siempre comercialmente bien dotado, como
ya dijimos, y hoy todavía se revela entre los judíos, se servía de las esencias
para trocarlas por armas.
Como ya lo
indicamos anteriormente, los pueblos primitivos se valían de un sueño especial
y artificial para el que aplicaban sus medicinas, entre ellas las esencias, para
curar enfermos. Los mexicanos tenían además del “peyotl”, otras plantas
medicinales, que alcanzaron gran influencia en todos los países del mundo,
entre ellas el tabaco. Apenas llegaron a México los primeros españoles
encontraron fumando a los nativos, y no pensaron que ese hábito iría a influir
tanto en la vida cultural y económica de toda la humanidad. Las hojas de tabaco
eran apretadas en tubos y puestas a secar; después se tragaba el humo. Fuera de
eso, había en los templos grandes recipientes en los que se quemaban hojas
secas de tabaco. Lo interesante es que en los escritos con figuras del “Codex Troano”,
se representaba a los sacerdotes fumando. Por Sahagún, el gran sacerdote
católico, sabemos que del tabaco se preparaba una especie de bebida, que
provocaba el ya mencionado sueño especial. La receta que todavía conservan los
indios, no se la revelan a nadie. En ciertas ceremonias rituales, los
sacerdotes deben fumar. Esa misma costumbre la encontramos más tarde entre los
indios tupís que ejecutaban sus danzas guerreras fumando. En el Código
(farmacéutico) florentino hallamos igualmente un cuadro en el que los
sacerdotes deponen pipas en el altar y, además, un dios representado con los
adornos del dios solar, Tonhatiu, y el dios del viento, Quetzalcoatl.
En la
fiesta de Quetzalcoatl, los fieles de rodillas, se presentaban cachimbas
(pipas). Asimismo en el alto relieve del altar de Palenque, vemos que la
divinidad ostenta por supremo emblema una aureola de humo. En las pirámides y
templos se quemaba incienso y en la composición del incienso tenía un papel
preponderante el tabaco. Éste conocido por flor Habana, proviene de México. En
realidad, el hábito de fumar se esparció del país sagrado de los Mayas, por el
mundo entero.
Los
etnólogos no ponen en duda el que haya sido México la patria del tabaco y del
chocolate. También fueron los Incas del Sur los primeros que plantaron patatas.
Hoy es muy difícil acentuar la significación de tales productos en todos los
países. Es de sentir solamente que la preparación de perfumes de esas plantas
haya pasado al olvido y tengamos que recurrir a los papiros en busca de los
rituales de los oficios divinos. Las patatas, cacao y tabaco eran plantas
sagradas, empleadas sólo y para los consagrados del dios. Fue mucho más tarde
que los españoles los hicieron accesibles a la gran masa y de ahí al mundo
entero (sacrílegamente, según la opinión de los naturales).
Cuando
pensamos en la importancia que para todos los pueblos de la tierra tienen esas
tres plantas arrancadas del conjunto de un pueblo, nos inclinamos a suponer que
existen muchas cosas más en los misterios mejicanos, de no menor importancia.
Durante los
primeros años de matrimonio, a las esposas estaba vedado fumar, pues ya
conocían su perniciosa influencia en la concepción. Es por eso que ello induce a
pensar que la inmensa disminución de la natalidad en el mundo se deba, en gran
parte, al hábito de fumar que han adoptado las mujeres.
“Palíoquina”
se llama en el Golfo de Darien a los curanderos, y en las “Tradiciones y
cantares de Panamá” el folklorísta Garay nos describe cómo los sacerdotes
indígenas aplican las esencias aromáticas al son de cantos mantrámicos,
mientras los enfermos son envueltos en una nube de humo y de perfumes.
Lo más
admirable es que el curandero, al ver las notas empleadas por nosotros en la
escritura de la música, se apresuró a transcribir las suyas, siendo digno de
notar que las transcritas por él eran las mismas Runas conocidas que
encontramos en las tradiciones nórdicas, es decir, las “Runas”, “Hombre”, “Dios”,
“Vida”.
Y estos
mismos indios aseguran que existe correlación entre tono, color y perfume,
asunto a que hemos de volver más tarde.
Siendo el
maíz el alimento principal de los antiguos como en los actuales mexicanos,
diremos que con él se preparaban muchas cosas y, entre ellas, substancias
odoríferas.
En uno de
sus códices antiguos, manuscrito, se ve a una mujer cocinando maíz para
sahumerios, y el texto dice: “auh in izquitl ín quincequía uel ínpan onmolonja
on motecaica icematonaoac tia quivelmatía” (y el maíz que ella tostaba se
esparció por todos los habitantes del mundo y, cuando los toltecas olieron el
maíz tostado, les olió muy bien).
La
fabricación de perfumes y esencias hizo que se llegara a la ciencia moderna del
asfalto. Sabemos aún, por las narraciones de los conquistadores europeos, que
los antiguos mejicanos ya conocían la extracción de esencias del asfalto
(alquitrán) , otra prueba de la altísima cultura de ese pueblo.
En el
calendario mexicano, los festejos de la primavera comienzan con el sacrificio
de las criaturas en el altar de los dioses Tepictoton y otros en el templo de
Tlaloc. La población mexicana en los primitivos tiempos de los aztecas y mayas
se calcula en más de 8º millones. La mujer mexicana es sumamente fecunda, y aun
hoy no son pocas las Familias de 20 y más hijos, de modo que así puede comprenderse
este uso religioso empleado para contener el fuerte aumento de población. Esas
inmolaciones fueron descritas por los sacerdotes españoles como horribles
crueldades, sirviendo ellas de pretexto principal para que los colonizadores
españoles arremetieran contra la religión y el culto de los indígenas. Cuando
comparamos sinceramente hoy día los crímenes que se cometen en torno al
artículo 218 del Código penal alemán, tal vez notemos un “plus” para la moral
de México en aquellos tiempos remotos. Con respecto a las inmolaciones humanas,
es preciso decir que los mexicanos creían en una reencarnación; cada una de
esas criaturas se volvía una especie de dios que partía para una más alta
encarnación. Los sacerdotes de Tialoc que practicaban actos, para nosotros tan
horribles, ostentaban los colores del culto solar y estaban provistos de un
saco de copal. Quemaban el incienso y éste, hecho con resinas de árboles
sagrados, se mezclaba a los vapores que se desprendían de los corazones
incendiados de las víctimas moribundas y eran ahí aspirados ávidamente por los
creyentes, para encarnar en sí mismos las fuerzas espirituales de las
criaturas. Estaban como en la presencia de dioses y dejaban que el vapor
actuara en ellos como un misterio.
Si estudiamos
las condiciones de las guerras actuales y observamos que los beligerantes
apelan al mismo dios implorando victoria para sus ejércitos, nos ha de
complacer el relato del cuadro que describimos a continuación y tomado del
antiguo país civilizado de los aztecas.
En la vasta
planicie mexicana acampaban varías poblaciones. Las más conocidas eran los
Mexitis, cuyo nombre fue el que sirvió para designar el país; venían después
los totonaques, los otomíes y muchos otros, que por lo general peleaban entre
ellos, esas guerras no eran tan brutales como las nuestras ni de exterminio.
Hasta cierto punto la guerra figuraba como un acto sagrado, Debemos
comprenderla como una lucha de los propios dioses que se debía decidir en la
tierra. Los hombres eran los instrumentos y los enviados para ello de los
dioses omnipotentes.
En
determinadas épocas y por intermedio de delegaciones previamente designadas,
aparecían los adversarios, vestidos de guerreros, en las arenas del combate. Se
utilizaba un gigantesco templo en las dos plazas principales y delante de ese
templo se realizaba una ceremonia sagrada real, del modo más dignamente
posible, quemando perfumes y olores exquisitos en su puerta. Mediante los
vapores que ascendían imploraban a los dioses para que bendijesen las armas de
ambos contendientes. Entonces, las sacerdotisas, puestas en trance, indicaban
el tiempo y lugar en que debía realizarse el primer encuentro.
Las
batallas se trababan en forma caballerosa. Una vez terminada la guerra volvían
juntos para la capital del vencido, a fin de firmar satisfactoriamente la paz,
que celebraban con grandes ceremonias y perfumaciones de acción de gracias a
uno de los dioses.
Entre
nosotros, por el contrario, vemos el descortés tratado de Versalles, firmado
por los modernos pueblos civilizados que en todo instante discuten las altas
conquistas de su cultura.
¿No sería
lícito pensar con cierta razón en la conocida frase de Seume: “Mirad, acaso
nosotros los salvajes no somos todavía gente mejor”.
TOMADO DE: INCIENSO Y COSMOTERAPIA
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