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lunes, 16 de febrero de 2015

DONATISMO: UNA HEREJÍA OLVIDADA

DONATISMO: UNA HEREJÍA OLVIDADA

Alfredo Orte

En los albores del siglo IV, justo cuando Constantino declaraba la libertad religiosa de la comunidad cristiana, surgió en el norte de África una importante herejía que encumbró la figura de un obispo: Donato el Grande. Su influencia llegó a ser tal, que la iglesia de Roma se mostró impotente para reprimir y controlar a los herejes, que no sucumbieron hasta la llegada del Islam en el siglo VII. Hemos seguido sus huellas en una tierra extraña, donde la versión oficial rechaza su existencia.


Hace unos cuantos años llegué hasta la aldea leonesa de Peñalba de Santiago, donde, en el centro de un caserío, se yergue una preciosa iglesia levantada en el siglo X por una comunidad de monjes mozárabes. El párroco del templo tuvo la amabilidad de mostrarme el interior de la misma y, mientras paseaba mi vista por sus rincones, un detalle llamó mi atención: un ábside similar al que cobijaba el altar se dibujaba en la penumbra, en el muro oeste. «¿Le sorprende el contraábside? Al parecer, procede de una corriente del norte de África, muy antigua, del tiempo de los donatistas». Hasta ese momento, nunca había oído hablar de aquel cisma, y mucho menos de una supuesta influencia de la arquitectura cristiana africana en estas tierras de León.

En el siglo IV, la iglesia cristiana vive en pocos años una transformación radical. De ser perseguida, pasa a erigirse en referencia religiosa oficial del Imperio Romano, en un primer momento, y poco después, a censurar y sancionar todas las manifestaciones espirituales que se desviaran de la norma establecida. La alianza entre Iglesia y Estado obligó a la curia a hacer borrón y cuenta nueva sobre los tiempos pretéritos, aquellos en los que algunos presbíteros cedieron a las amenazas y a las persecuciones renegando de su fe, y entregando los libros sagrados de su prohibido culto a Cristo. El donatismo surge para dar continuidad a ese espíritu de lucha, resistencia y veneración por los mártires que habían muerto defendiendo su credo. Para no dar pie al olvido de aquellos momentos, algunos miembros de la iglesia africana vieron con malos ojos la nueva realidad que surgía del Edicto de Milán, que confería a Constantino el papel de protector y máximo adalid en la Tierra de la nueva religión. Con el nombramiento de Ceciliano como obispo de Cartago, un grupo de prelados de la región de Numidia (actual Túnez) impulsaron un cisma, que acabaría por nombrar a Donato de las Casas Negras como nuevo obispo de su iglesia.

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