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miércoles, 25 de febrero de 2015

PIRÁMIDES PROHIBIDAS

PIRÁMIDES PROHIBIDAS


La pirámide es mucho más que una figura geométrica o un monumento con cuatro caras acabado en punta. Representa ante todo un símbolo universal: la “montaña sagrada”. Y como otros símbolos heredados de la Tradición Primordial, rememora un pasado muy lejano en el que los humanos vivían existencias largas y felices, en un mundo que –según diversos mitos– fue arrasado por una terrible catástrofe cósmica.



Los “sabios de la academia” han querido hacernos creer que las construcciones piramidales son un fenómeno local, característico de tan sólo algunos lugares (Egipto y Nubia, Sumeria y Mesopotamia, ciertos enclaves de Asia y Europa y, por supuesto, América), cuyos antiguos pobladores no mantuvieron contacto entre sí. Estos académicos defienden que si existen pirámides en tantos países, es simplemente porque son relativamente fáciles de construir y porque constituyen las estructuras artificiales más estables y sólidas.

Según la doctrina ortodoxa extendida en el ámbito universitario, estas estructuras no tienen siempre el mismo propósito: algunas de ellas se emplean como tumbas (pirámides egipcias y túmulos en Europa y Asia), y otras como plataformas elevadas para erigir altares y templos (sería el caso de América y de Mesopotamia), o bien como “contenedoras de reliquias sagradas” (así sucede con las estupas budistas en la India y en el Sudeste de Asia, o con las pagodas chinas).

Para la arqueología convencional no es lo mismo un túmulo o una pirámide construidos con propósitos funerarios, que un templo elevado al que se accede por medio de escaleras, o un vistoso edificio (la estupa) cuya función es guardar reliquias para venerar un santo budista o conmemorar un hecho reseñable de la historia. Desde mi punto de vista, esta categorización es empobrecedora y reduccionista. De hecho, no se ha demostrado que el propósito de las pirámides egipcias de la IV Dinastía fuese el de recintos funerarios, puesto que no se ha rescatado ningún cuerpo dentro de las mismas (ni siquiera en la de Micerinos, en la cual se encontraron restos humanos, pero cuya datación es muy posterior a su construcción).

En cambio, sorprende el hallazgo de un sepulcro bajo la pirámide de las inscripciones de Palenque, en Chiapas (México), en un área donde –según la arqueología oficial– estas edificaciones se emplearon únicamente como plataformas elevadas de los templos. Los académicos también defienden que, excepto en algunas áreas culturales próximas, fueron erigidas sin mediar ningún contacto entre sus constructores. Sin embargo, cada vez surgen más evidencias de que debió existir una antigua relación entre culturas muy lejanas en el tiempo y en el espacio. Por ejemplo, la presencia de símbolos (como el dragón), de reliquias (como el jade) o de detalles constructivos idénticos, demuestran que las pirámides de América y de Asia pueden tener mucho en común. Si algo define a la “piramidología” actual es la constatación de que la construcción de edificios piramidales no es sólo un fenómeno universal, arraigado en las cuatro esquinas del mundo, sino que –y esto es lo más importante– se fundamenta en idénticos presupuestos simbólicos y culturales.

CONSTRUCCIONES DE… ¡23.000 AÑOS!

Zahi Hawass, el arqueólogo más influyente de Egipto, escribe lo siguiente en el prefacio de Guía de las pirámides de Egipto (Folio, 2007): “No hay pruebas arqueológicas de una civilización avanzada antes del 3200 a. C. Parece que la gente se apasiona más por las teorías y las conjeturas sobre una civilización perdida que por la civilización que hemos descubierto en Giza y en otras localidades de Egipto: la egipcia, de cuya existencia estamos seguros. ¿Qué necesidad tenemos de buscar otra? Somos científicos y, en consecuencia, individuos de amplias miras, pero debemos fundar nuestro pensamiento del pasado sobre pruebas arqueológicas”.

Cuando escribió estas palabras, Hawass seguramente ignoraba los cambios que estaban experimentando las bases de la arqueología tras las dataciones de los conjuntos megalíticos en Gobleki Tepe (Turquía) y en Gunung Padang (Java, Indonesia). El yacimiento turco, con estructuras subterráneas circulares, está datado en torno al 12.000 a. C., incluso antes.

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