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viernes, 4 de diciembre de 2015

¿Qué enigmas se esconden tras la figura de este personaje bíblico llamado Abraham? (4)

¿Qué enigmas se esconden tras la figura de este personaje bíblico llamado Abraham? (4)

El narrador bíblico del Génesis hace que Abraham levante la mirada y tenga un repentino encuentro con los seres divinos. Aunque Abraham estaba en la puerta de su tienda, no vio a los tres seres que se aproximaban. De repente, estaban «parados ante él». Y, aunque eran «hombres», reconoció su verdadera identidad de inmediato y se postró ante ellos, llamándoles «mis señores» y pidiéndoles que no «paséis de largo cerca de vuestro servidor» sin darle la ocasión de prepararles una suntuosa comida. Anochecía cuando los divinos visitantes terminaron de comer y descansar, y su jefe, preguntándole por Sara, le dijo a Abraham: «Volveré a ti por estas fechas el próximo año; para entonces, Sara, tu mujer, tendrá un hijo». La promesa de un heredero legítimo para Abraham y Sara en su ancianidad no era la única razón para que aquellos seres llegasen donde se encontraba Abraham. Había otra razón más siniestra: “Y los hombres se levantaron de allí para ir a inspeccionar Sodoma. Y Abraham fue con ellos para despedirles, y el Señor dijo: «¿Acaso voy a ocultarle a Abraham lo que estoy haciendo?»“. El Señor, tras recordar los servicios prestados por Abraham y el futuro que le había prometido, le desveló el verdadero objetivo del viaje. Se trataba de verificar las acusaciones contra Sodoma y Gomorra. «Las protestas por Sodoma y Gomorra son grandes, y son graves las acusaciones contra ellas», y el Señor dijo que había decidido «bajar y comprobar; si todo es como las protestas que me han llegado, las destruiré por completo; y si no, he de saberlo». La destrucción de Sodoma y Gomorra se ha convertido en uno de los episodios bíblicos del que más se ha hablado. Los ortodoxos y los fundamentalistas nunca dudaron de que el Señor Dios vertió literalmente fuego y azufre desde los cielos para borrar de la faz de la Tierra a aquellas ciudades pecadoras, mientras que los expertos han estado buscando unas explicaciones «naturales» del relato bíblico, tales como un terremoto, una erupción volcánica u otros fenómenos naturales que se pudieran interpretar como un acto de Dios, como castigo al pecado. Pero, en lo que concierne al relato bíblico que, hasta ahora, es la única fuente de interpretaciones, el acontecimiento no fue una calamidad natural. Se describe como un acontecimiento premeditado, ya que el Señor le desvela a Abraham con antelación lo que está a punto de suceder y por qué. Es un acontecimiento evitable, no una calamidad provocada por fuerzas naturales irreversibles. La calamidad tendrá lugar sólo si las «protestas» contra Sodoma y Gomorra se confirman. Y también era un acontecimiento que se podía posponer, un acontecimiento cuya ocurrencia podía darse antes o después, a voluntad.

Al percatarse de que la calamidad era evitable, Abraham empleó una táctica dilatoria: «Quizás haya cincuenta Justos en la ciudad», le dijo al Señor. «¿Vas a destruir el lugar y no lo vas a perdonar por los cincuenta Justos que hubiere dentro?». Y, rápidamente, añadió: «¡Tú no puedes hacer tal cosa, matar al justo con el malvado! ¡No puedes! ¡El Juez de toda la Tierra no puede dejar de hacer justicia!». La súplica era para evitar la premeditada y evitable destrucción, si hubiera cincuenta Justos en la ciudad. Pero, en cuanto el Señor accedió a perdonar la ciudad en el caso de que hubiera esas cincuenta personas, Abraham se preguntó en voz alta si el Señor llevaría a cabo su destrucción si tan solo le faltaran cinco para ese número. Y, cuando el Señor accedió a perdonar a la ciudad sólo con que hubiera cuarenta y cinco Justos, Abraham continuó rebajando el número a cuarenta, y luego a treinta, a veinte, a diez. «Y el Señor dijo: ‘No la destruiré si hubiera diez’; y partió en cuanto dejó de hablar con Abraham, y Abraham volvió a su sitio». Al atardecer, los dos compañeros del Señor llegaron a Sodoma con la intención de comprobar las acusaciones contra la ciudad y dar cuenta de sus descubrimientos al Señor. La narración bíblica se refiere a ellos como Mal’akhim, traducido como «ángeles», pero que realmente significa «emisarios». Lot, que estaba sentado a las puertas de la ciudad, reconoció al instante, al igual que hiciera Abraham antes, la naturaleza divina de los dos visitantes, quizás por su atuendo, por sus armas, o quizás por el modo en que llegaron, tal vez por el aire. Ahora le tocaba a Lot insistir en su hospitalidad, y los dos emisarios aceptaron la invitación de pasar la noche en su casa. Pero no iba a ser una noche tranquila, pues la noticia de la llegada de los extraños agitó a toda la ciudad. «No bien se habían acostado, la gente de Sodoma rodeó la casa; jóvenes y viejos, toda la población, de cada barrio; y llamaron a Lot y le dijeron: ‘¿Dónde están los hombres que vinieron contigo anoche? Tráelos para que los conozcamos’». Y cuando Lot se negó a complacerles, la turba intentó entrar por la fuerza en su casa; pero los dos Mal’akhim «hirieron a la gente que estaba en la entrada de la casa cegándolos, tanto a jóvenes como a viejos; y se cansaron intentando encontrar la entrada». Los dos emisarios ya no precisaban de más indagaciones. Al percatarse de que, de toda la gente de la ciudad, sólo Lot era «justo», el destino de la ciudad estaba firmado. «Y le dijeron a Lot: ‘¿A quién más tienes aquí? Saca de este lugar a tu yerno, a tus hijos e hijas, y a cualquier otro pariente que tengas en la ciudad, pues la vamos a destruir». Lot se apresuró para llevar la noticia a sus yernos, pero se encontró tan solo con la incredulidad y la risa. De modo que, al alba, los emisarios apremiaron a Lot para que escapara sin demora, tomando con él sólo a su mujer y a sus dos hijas solteras: “Pero Lot remoloneaba; de manera que los hombres lo tomaron de la mano lo mismo que a su mujer y a sus dos hijas -pues la misericordia de Yavé estaba sobre él- y les sacaron fuera, y les pusieron fuera de la ciudad”.

Tras dejarlos fuera de la ciudad, los emisarios le insistieron a Lot para que huyera a las montañas: «¡Escapa, por vida tuya! No mires atrás, ni te pares en ningún sitio en la llanura», fueron las instrucciones; «escapa a las montañas, o perecerás». Pero Lot, temiendo no llegar a tiempo a las montañas y «ser alcanzado por el Mal y morir», les hizo una propuesta: ¿Se podría retrasar la destrucción de Sodoma hasta haber llegado a la ciudad de Soar, la que más lejos estaba de Sodoma? Y, tras aceptar, uno de los emisarios le urgió a que se apresuraran en llegar allí: «De acuerdo, escápate allá, porque no puedo hacer nada hasta que no llegues a esa ciudad». Así pues, la calamidad no sólo era predecible y evitable, sino que también se podía posponer; y se podía destruir varias ciudades en diferentes ocasiones. Ninguna catástrofe natural podría haber reunido todas estas características: “El sol se elevaba sobre la Tierra cuando Lot llegó a Soar;y el Señor hizo llover sobre Sodoma y Gomorra, desde los cielos, azufre y fuego de parte de Yavé. Y Él destruyó aquellas ciudades y toda la llanura, y a todos los habitantes de las ciudades y toda vegetación que crece del suelo”. Las ciudades, la gente, la vegetación, todo resultó «arrasado» por la terrible arma de los dioses. El calor y el fuego lo chamuscaron todo a su paso y la radiación afectó a las personas incluso en la distancia. La esposa de Lot, ignorando las advertencias de no detenerse y mirar atrás en su huida de Sodoma, se convirtió en un «pilar de vapor». El «Mal» que Lot temía había caído sobre ella. La traducción tradicional y literal del término hebreo Netsiv melah ha sido «pilar de sal», y en la Edad Media se llegó a escribir mucho para explicar el proceso por el cual una persona se podía transformar en sal cristalina. Sin embargo, si la lengua madre de Abraham y Lot era el sumerio, y el acontecimiento se registró no en una lengua semita, sino en sumerio, entonces se nos plantea la posibilidad de una explicación completamente diferente y más plausible acerca de lo que le ocurrió a la mujer de Lot. En un estudio presentado ante la American Oriental Society en 1918, y en el subsiguiente artículo de Beitráge zur Assyriologie. Paul Haupt, uno de los pioneros sobre asiriología en Estados Unidos, demostró concluyentemente que el término sumerio NIMUR significaba tanto sal comovapor, debido al hecho de que las primitivas salinas de Sumer eran ciénagas cercanas al Golfo Pérsico. El narrador hebreo bíblico malinterpretó probablemente el término sumerio debido a que el Mar Muerto recibe el nombre en hebreo de El Mar de Sal, y escribió «pilar de sal» cuando, de hecho, la mujer de Lot se convirtió en un «pilar de vapor». En relación con esto, conviene hacer notar que, en los textos ugaríticos, como por ejemplo en el relato cananeo de Aqhat, con sus muchas similitudes con el relato de Abraham, se describe la muerte de un ser humano a manos de un dios como el «escape de su alma como vapor, como humo por las ventanas de la nariz».


La Epopeya de Erra puede interpretarse, según Sitchin, como el registro sumerio de una destrucción nuclear. La Epopeya de Erra es una leyenda mitológica mesopotámica. Data del primer tercio del I milenio a. C., con mayor probabilidad en el siglo VIII a. C. Fue escrita por un sacerdote de Esagila, el templo de Marduk en Babilonia, de nombre Kabti-ilâni-Marduk, que se presenta a sí mismo como el transcriptor de un sueño visionario por el que el propio dios Erra le habría revelado el texto. Se compone de cinco tablillas, con un total aproximado de unos 700 versos. En ella se describe la muerte de las personas a manos del dios de esta manera: “Haré desvanecerse a las personas, sus almas se convertirán en vapor“. La desgracia de la mujer de Lot fue la de encontrarse entre aquéllos que se «convirtieron en vapor». Una a una, las ciudades «que indignaron al Señor» fueron arrasadas y se permitió escapar a Lot: “Pues cuando los dioses devastaron las ciudades de la llanura, los dioses se acordaron de Abraham, y enviaron a Lot lejos de las ciudades de la devastación“. Y, tal como se le había dicho, Lot fue «a vivir a la montaña y moró en una cueva, él y sus dos hijas con él». Después de presenciar la ígnea destrucción de toda vida en la llanura del Jordán, y la invisible mano de la muerte que vaporizó a su madre, Lot y sus hijas pensaron, según se nos dice en la Biblia, que habían presenciado el fin de la humanidad en la Tierra y que ellos tres eran los únicos supervivientes de la especie humana. Por esta razón la única forma de preservar a la humanidad, consistiría en cometer incesto y que las hijas concibieran hijos de su propio padre: «Y la mayor le dijo a la menor: ‘Nuestro padre es viejo, y no hay ningún hombre en la Tierra que se una a nosotras a la manera de todos en la Tierra; ven, hagamos que nuestro padre beba vino, y luego yaceremos con él, para que así podamos preservar la simiente de la vida de nuestro padre’». Y, de este modo, ambas se quedaron embarazadas y tuvieron hijos. La noche anterior al holocausto debió de ser una noche terrible para Abraham, preguntándose si encontrarían suficientes Justos en Sodoma como para que las ciudades fueran perdonadas. También preguntándose acerca del destino de Lot y de su familia. «Y Abraham se levanto temprano y fue al lugar en donde había estado en presencia de Yavé, y miró en dirección a Sodoma y Gomorra, y la región de la llanura; y vio el humo elevarse de la tierra, como de una fogata». Abraham estaba presenciando un tipo de Hiroshima, la destrucción de una llanura fértil y poblada por medio de bombas atómicas. Era el año 2024 a. C. (siglo XXI a.C.).

Pero, ¿dónde se encuentran las ruinas de Sodoma y Gomorra? Los antiguos geógrafos griegos y romanos decían que el otrora fértil valle de las cinco ciudades se inundó con posterioridad a la catástrofe. Los expertos modernos creen que la «devastación» de la que se habla en la Biblia provocó una brecha en la costa meridional del Mar Muerto, con lo que las aguas sumergieron las regiones bajas del sur. La porción restante de lo que una vez fue la costa sur se convirtió en un accidente geográfico al que los lugareños llamaron figurativamente el-Lissan(«La Lengua»), y el otrora poblado valle de las cinco ciudades se convirtió en la nueva zona sur del Mar Muerto, que aún lleva el apodo local de «Mar de Lot». Mientras tanto, en el norte, el desplazamiento de las aguas hacia el sur hizo que la línea costera retrocediera. Los antiguos informes han recibido confirmación en tiempos modernos a través de diversas investigaciones, comenzando por una exhaustiva exploración de la zona a cargo de una misión científica patrocinada por el Instituto Bíblico Pontificio del Vaticano. Importantes arqueólogos, como W. F. Albright y P. Harland, descubrieron que las poblaciones de las montañas de alrededor de la región se abandonaron repentinamente en el siglo XXI a.C., y no se volvieron a poblar hasta varios siglos más tarde. Y hasta el día de hoy, las aguas de los manantiales de los alrededores del Mar Muerto están contaminadas de radiactividad «suficiente para producir esterilidad y otras afecciones, tanto en animales como en personas que las absorban durante unos cuantos años». Pero la nube de la muerte, elevándose en los cielos de las ciudades de la llanura, no sólo aterrorizó a Lot y a sus hijas, sino también a Abraham, que no se sintió seguro ni en las montañas de Hebrón, a unos ochenta kilómetros de distancia. En la Biblia se nos dice que levantó su campamento y se trasladó bastante más al oeste, para residir en Guerar. Por otra parte, ya nunca más se aventuraría a entrar en el Sinaí. Años más tarde, incluso, cuando el hijo de Abraham, Isaac, quiso ir a Egipto debido a una hambruna en Canaán, «Yavé se le apareció y le dijo: ‘No bajes a Egipto; vive en la tierra que te mostraré’». El paso a través de la península del Sinaí, por lo que parece, aún no era seguro. Pero, ¿cuál era la razón? Según Sitchin la destrucción de las ciudades de la llanura fue sólo una exhibición secundaria. Al mismo tiempo, también fue arrasado con armas nucleares el aeropuerto espacial de la península del Sinaí, dejando tras de sí una radiación mortal que persistió durante muchos años. El principal objetivo nuclear estaba en la península del Sinaí; y la víctima real, al final, sería Sumer. Aunque el fin de Ur no tardó en llegar, su triste destino comenzó a vislumbrarse a partir de la Guerra de los Reyes, acercándose poco a poco. El Año del Juicio Final -2024 a.C- fue el sexto año del reinado de Ibbi-Sin, el último rey de Ur. Pero, para encontrar los motivos de la calamidad, tendremos que remontarnos en los registros de aquellos fatídicos años hasta la época de la guerra.

Tras fracasar en su misión y humillados por dos veces a manos de Abraham, una en Kadesh-Barnea y la otra cerca de Damasco, los reyes invasores no tardaron en ser apartados de sus tronos. En Ur, Amar-Sin fue sustituido por su hermano Shu-Sin, que ascendió al trono para encontrarse con que la gran alianza se había hecho añicos, y que los hasta entonces aliados de Ur se disputaban ahora el imperio que se desmoronaba. Aunque los dioses Nannar e Inanna también habían resultado desacreditados en la Guerra de los Reyes, Shu-Sin puso en ellos su confianza. Fue Nannar, afirman las más antiguas inscripciones de Shu-Sin, el que «pronunció su nombre» para la realeza, ya que era «el amado de Inanna», y ella misma se lo presentó a Nannar. Shu-Sin alardeaba de que «la Sagrada Inanna, la dotada de sorprendentes cualidades, la Primera Hija de Sin», le había dado armas con las cuales «entablar combate con el país enemigo que no sea obediente». Pero todo esto no fue suficiente para impedir la disgregación del imperio sumerio, y Shu-Sin no tardó en recurrir a los grandes dioses en busca de socorro. A juzgar por los anales, Shu-Sin, en el segundo año de su reinado, buscó los favores del dios Enki construyéndole un barco especial que surcara los mares hasta el Mundo Inferior. El tercer año del remado fue también de preocupación por buscar el acercamiento a Enki. Pero poco más se sabe de esto. Quizás fuera un subterfugio para pacificar a los seguidores de Marduk y de Nabu; aunque, evidentemente, la intentona fracasó, pues el cuarto y el quinto año presenciaron la construcción de una imponente muralla en la frontera occidental de Mesopotamia, creada específicamente para protegerse de las incursiones de los «Occidentales», los seguidores de Marduk. A medida que crecía la presión desde el oeste, Shu-Sin recurrió a los grandes dioses de Nippur en busca de perdón y de salvación. Los anales, confirmados por las excavaciones arqueológicas de la Expedición Americana a Nippur, revelan que Shu-Sin emprendió obras masivas de reconstrucción del recinto sagrado de Nippur, a una escala desconocida desde los días de Ur-Nammu. Las obras culminaron con la elevación de una estela en honor de Enlil y Ninlil, «una estela como ningún rey hubiera construido jamás». Shu-Sin buscaba desesperadamente la aceptación, la confirmación de que era «el rey al cual Enlil, en su corazón, había elegido». Pero el dios Enlil no estaba allí para darle respuesta; tan solo Ninlil, la esposa de Enlil, que seguía en Nippur, escuchó las súplicas de Shu-Sin. Compasivamente, respondió «para prolongar el bienestar de Shu-Sin, para extender el tiempo de su reinado», le dio un «arma que fulmina con el resplandor, cuyo terrorífico destello alcanza el cielo».


En un texto de Shu-Sin catalogado como «Colección B» se sugiere que, en sus esfuerzos por restablecer los antiguos lazos con Nippur, Shu-Sin pudo intentar reconciliarse con los de Nippur, tales como la familia de Téraj, que habían dejado Ur tras la muerte de Ur-Nammu. El texto afirma que, después de hacer que la región donde estaba situada Jarán «temblara de pánico ante sus armas», se hizo un gesto de paz: Shu-Sin envió allí a su propia hija como prometida, presumiblemente para el jefe de la región o para su hijo. Posteriormente, su hija volvería a Sumer con un séquito de ciudadanos de la región, «estableciendo una ciudad para Enlil y Ninlil en las fronteras de Nippur». Fue la primera vez «desde los días en que se decretaban los destinos, en que un rey había establecido una ciudad para Enlil y Ninlil», afirmaba Shu-Sin. Con la ayuda probable de los repatriados de Nippur, Shu-Sin reinstauró también los altos servicios del templo en Nippur, concediéndose a sí mismo el papel y el título de Sumo Sacerdote. Sin embargo, todo esto sería en vano. En vez de una mayor seguridad, se dieron mayores peligros, y la inquietud por la lealtad de las provincias distantes dio paso a la seria preocupación por el propio territorio de Sumer. «El poderoso rey, el Rey de Ur», dicen las inscripciones de Shu-Sin, se encontró con que el «pastoreo de la tierra» de la misma Sumer se había convertido en la principal carga real. Todavía hubo un último intento por atraer a Enlil de vuelta a Sumer, para encontrar refugio bajo su égida. Parece ser que por consejo de Ninlil, Shu-Sin construyó para la divina pareja «un gran barco de recreo, adecuado para los más largos de los ríos… Lo decoró a la perfección con piedras preciosas», lo equipó con remos de la más fina madera, puntiagudas perchas y un fuerte timón, y lo dotó de todo tipo de comodidades, incluido un lecho nupcial. Después, «puso el barco de recreo en la amplia cuenca que hay frente a la Casa de Placer de Ninlil». Estos aspectos nostálgicos tocaron la fibra del corazón de Enlil, pues él se había enamorado de Ninlil, siendo ésta una joven enfermera, cuando la vio bañándose desnuda en el río; de modo que volvió a Nippur: “Cuando Enlil escuchó [todo esto] de horizonte a horizonte se apresuró de sur a norte viajó; a través de los cielos, sobre la tierra se apresuró,para gran regocijo con su amada reina, Ninlil”. Sin embargo, el sentimental viaje no fue más que un breve interludio. Se han perdido algunas líneas importantes de las tablillas, por lo que se nos ha privado de los detalles de lo que sucedió después. Pero las últimas líneas se refieren a «Ninurta, el gran guerrero de Enlil, que confundió al Intruso», al parecer, después de que se descubriera «una inscripción, una malvada inscripción» sobre una efigie en el barco, quizás con la intención de echar una maldición sobre Enlil y Ninlil. No se conocen registros que nos hablen de la reacción de Enlil a este desagradable asunto; pero todas las demás evidencias sugieren que abandonó Nippur de nuevo, pero esta vez llevándose a Ninlil con él.

Poco después, en febrero de 2031 a.C., todo Oriente Próximo se sobrecogió con un eclipse total de Luna, que veló al satélite durante la noche a lo largo de todo su curso. Los sacerdotes del oráculo de Nippur no podían apaciguar la ansiedad de Shu-Sin. Era, dijeron en su mensaje escrito, un augurio «para el rey que gobierna las cuatro regiones: su muralla será destruida, Ur quedará desolada». Rechazado por los grandes dioses de antaño, Shu-Sin se embarcó en una última acción, no se sabe si por despecho o como un último intento por ganarse el apoyo divino, al construir en el recinto sagrado de Nippur un santuario para un joven dios llamado Shara. Éste era hijo de Inanna; y como Lugalbanda, que había llevado este epíteto con anterioridad, también este nuevo Shara («Príncipe») era hijo de un rey. En la inscripción en la que se le dedicaba el templo, Shu-Sin afirmaba ser el padre del joven dios: «Al divino Shara, héroe celeste, amado hijo de Inanna: su padre Shu-Sin, el rey poderoso, rey de Ur, rey de las cuatro regiones, ha construido para él el templo Shagipada, su amado santuario; vida al rey». Era el noveno año del reinado de Shu-Sin. También fue el último. El nuevo soberano en el trono de Ur, Ibbi-Sin, no pudo detener la decadencia y la ruina. Lo único que pudo hacer fue acelerar la construcción de murallas y fortificaciones en el corazón de Sumer, alrededor de Ur y de Nippur. Pero el resto del país quedó desprotegido. En sus propios anales, de los cuales no se ha encontrado ninguno más allá del quinto año, se dice poco de las circunstancias de sus días. Se sabe mucho más por el sorprendente cese de mensajes habituales y de documentos comerciales. Así, los mensajes de lealtad, que el resto de centros urbanos subordinados debía enviar a Ur cada año, dejaron de llegar uno tras otro. Los primeros en dejar de llegar fueron los mensajes de lealtad de las regiones occidentales. Después, al tercer año, fueron las capitales de las provincias orientales. Aquel mismo año, el comercio exterior de Ur «se detuvo de forma significativamente repentina», según C J. Gadd, en History and Monuments of Ur. En la recaudación de impuestos de Drehem, cerca de Nippur, donde se tomó nota a lo largo de toda la III Dinastía de los envíos de bienes y ganado y de la recaudación de impuestos en miles de tablillas de arcilla, también se detuvo abruptamente la meticulosa anotación durante aquel tercer año. Ignorando a Nippur, cuyos grandes dioses la habían abandonado, Ibbi-Sin puso su confianza en los dioses Nannar e Inanna, proclamándose en su segundo año como Sumo Sacerdote del templo de Inanna en Uruk. Una y otra vez, Ibbi-Sin pidió guía y palabras tranquilizadoras a sus dioses. Pero todo lo que escuchaba eran oráculos de destrucción y desolación. En el cuarto año de su reinado, se le dijo que «El Hijo en el oeste se elevará. Es un augurio para Ibbi-Sin: Ur será juzgada».

En el quinto año, Ibbi-Sin se convirtió en Sumo Sacerdote de Inanna en su santuario de Ur. Pero tampoco esto le sirvió de ayuda. Aquel año, el resto de ciudades de Sumer dejó de enviar mensajes de fidelidad. También fue el último año en que aquellas ciudades entregarían los tradicionales animales para los sacrificios del templo de Nannar, en Ur. Dejaron de reconocerse la autoridad central de Ur, sus dioses y su gran templo-zigurat. Cuando dio comienzo el sexto año, los augurios «referentes a la destrucción» se hicieron más urgentes y concretos. «Cuando llegue el sexto año, los habitantes de Ur estarán atrapados», decía uno de estos augurios. La calamidad profetizada llegará, decía otro augurio, «cuando, por segunda vez, el que se llama a sí mismo Supremo, como uno cuyo pecho ha sido ungido, llegue del oeste». Aquel mismo año, como revelan los mensajes, «occidentales hostiles han entrado en la llanura» de Mesopotamia. Sin encontrar resistencia, no tardaron en «entrar en el interior del país, tomando una a una todas las grandes fortalezas». A lo único que se pudo aferrar Ibbi-Sin fue a los enclaves de Ur y de Nippur. Pero antes de que terminara aquel fatídico sexto año, se detuvieron repentinamente en Nippur las inscripciones que honraban al rey de Ur. El enemigo de Ur y de sus dioses, el «que se llama a sí mismo Supremo», había llegado al corazón de Sumer. Como los augurios habían predicho, el dios Marduk volvía a Babilonia por segunda vez. Los 24 años fatídicos, desde que Abraham dejara Jarán, desde que Shulgi fuera sustituido en el trono, desde que comenzara el exilio de Marduk entre los hititas, habían venido a converger en el Año del Juicio Final, 2024 a.C. La tablilla en la cual está inscrita la autobiografía de Marduk prosigue relatando su regreso a Babilonia después de 24 años de estancia en la Tierra de Hatti: “En la tierra de Hatti pedí un oráculo [acerca] de mi trono y mi Señorío; Allí en medio [pregunté]: «¿Hasta cuándo?» 24 años, allí en medio, anidé. Después, en aquel vigésimo cuarto año, recibió un oráculo favorable: Mis días [de exilio] terminaron; a mi ciudad [me encaminé]; para mi templo Esagila como un monte [elevar/reconstruir], para [restablecer] mi imperecedera morada. Levanté mis talones [hacia Babilonia] a través de tierras [fui] a mi ciudad su [¿futuro? ¿bienestar?] establecer, para [instalar] un rey en Babilonia en la casa de mi alianza, en el montañoso Esagil, creado por Anu en el Esagil elevar una plataforma en mi ciudad“. La deteriorada tablilla hace después una relación de ciudades a través de las cuales pasó Marduk en su camino hacia Babilonia. Los poco legibles nombres de las ciudades nos indican que la ruta de Marduk desde Asia Menor hasta Mesopotamia le llevó en un principio hacia el sur, hasta la ciudad de Hama, la bíblica Hamat; después, hacia el este, a través de Mari. Y llegó a Mesopotamia, tal como habían predicho los augurios, desde el oeste, acompañado por partidarios amoritas u «occidentales».


Su deseo, prosigue Marduk, era llevar la paz y la prosperidad al país, «alejar el mal y la mala suerte y llevar un amor maternal a la Humanidad». Pero todo se malogró: contra su ciudad, Babilonia, ya que un dios adversario «su ira ha traído». El nombre de este dios enemigo se cita al comienzo de una nueva columna del texto. Pero todo lo que ha quedado de él es la primera sílaba: «Divino NIN». Sólo podía estar refiriéndose al dios Ninurta, dios de Nippur, que conformaba una tríada de dioses junto con su padre Enlil y a su madre Ninlil. Poco se nos cuenta en esta tablilla de las acciones tomadas por este adversario, pues todos los versículos que vienen después están severamente dañados y el texto se hace ininteligible. Pero podemos extraer algunos de los hilos perdidos en la tercera tablilla de los Textos de Codorlaomor. A pesar de sus aspectos enigmáticos, aquí se nos pinta un cuadro de confusión total, en donde dioses enemigos marchan unos contra otros a la cabeza de sus tropas humanas. Los partidarios amoritas de Marduk se abalanzaban por el valle del Eufrates hacia Nippur, y Ninurta organizó las tropas elamitas para combatirles. A medida que leemos las crónicas de aquellos difíciles años, nos encontramos con que el texto babilónico, escrito por un adorador de Marduk, atribuye a las tropas elamitas, y sólo a ellas, la profanación de templos, incluidos los santuarios de Shamash e Ishtar. Pero el cronista babilónico va aún más lejos. Acusa a Ninurta de culpar falsamente a los seguidores de Marduk de la profanación del Santo de los Santos del dios Enlil en Nippur, lo cual provoca que Enlil tome partido contra Marduk y su hijo Nabu. Sucedió, dice el texto babilónico, cuando los dos ejércitos enemigos se enfrentaron en Nippur. Fue entonces cuando la ciudad santa fue saqueada, y cuando su santuario, el Ekur, fue profanado. Ninurta acusaba a los seguidores de Marduk de esta mala acción; pero no era así, ya que fue Erra, su aliado, el que lo hizo. La repentina aparición de Nergal/Erra en la crónica babilónica seguirá siendo un enigma hasta que volvamos a la Epopeya de Erra. Nergal es el dios de los muertos y el amo del infierno. Su carácter es orgulloso, impetuoso y violento. Es amante de las epidemias, las guerras y las catástrofes, y su dominio, y su placer es la muerte. Su meta es ser el más fuerte donde quiera que esté. Para consagrarse como dios de los infiernos emprende una aventura que se cuenta como leyenda. Resulta que Ereshkigal, hija del gran dios Anu, se ha erguido como soberana de un reino independiente y terrible en los infiernos. Los mismos dioses solo pueden llegar allí despojándose de sus poderes, por lo que corren el riesgo de acabar como prisioneros.

Se prepara un banquete celeste, pero Ereshkigal se ha independizado tanto de los dioses, que no va a participar en el banquete y en su lugar envía a un mensajero para que recoja allí lo que le corresponde. Nergal se niega a participar de la mesa con ese emisario y hace que Ereshkigal se enfade y reclame las disculpas del insolente Nergal. Pero Nergal, orgulloso, no se amilana y viaja a los infiernos acompañado por catorce demonios que le permiten cruzar las siete puertas hasta el mundo del infierno. Una vez ante la diosa se muestra muy cortés y divertido, tanto, que hechiza a la bella diosa y puede volver a su casa. Ereshkival luego se da cuenta de los sucedido y colérica quiere castigar al infame. Manda un emisario a Anu y le dice que quiere de vuelta a Nergal para dejarlo en el reino de los muertos, y amenaza con grandes calamidades si no se le complace. Ante el reto, Nergal acepta y vuelve con fuerza y violencia, estimulado por la situación. Si se debe quedar en los infiernos no puede ser de otro modo que de amo. Llega y coge a Ereshkival por el pelo y la lanza al suelo. La diosa pide clemencia y le promete que se casará con él si la suelta. Nergal acepta el trato y toma a la diosa entre sus brazos con ternura, se casa con ella y se convierte así en el rey de los infiernos. Más tarde Nergal se identifica con el dios de las plagas Erra. Marido satisfecho, descansando en el lecho conyugal y sumergido en una vida ociosa es incapaz de tomar decisiones, por lo que el mundo vive una paz total. Pero los dioses infernales, fieles servidores de Erra, los Sibitti, están desesperados por entrar en acción, ya que este silencio no les gusta, sus armas se oxidan por falta de acción y quieren luchas y sangre. Los Sibitti sacan a Erra del letargo y le animan a que lance el grito de guerra. Pero el amplio proyecto de sangre, elaborado entonces por Erra, no se podrá llevar a cabo si no se depone al dios Marduk protector de la ciudad. Erra trata de convencer a Marduk de que se vaya con el argumento de que él es el único que puede dar nuevamente brillo a su estatua del palacio. Pero Marduk no acepta ya que se acuerda de que la última vez que abandonó el trono sobrevino el diluvio. Erra insiste y promete que no dejará que los demonios del infierno puedan subir a la ciudad. Ante tanta insistencia, Marduk se convence y acepta. Abandona y se va a la morada de los dioses, dejando a Erra como dueño del lugar.

Inicialmente Erra cumple lo prometido, hombres y dioses disfrutan de la paz y la tranquilidad. Pero más tarde reina el salvajismo, los templos son profanados y todos los valores se pierden. Erra, para poner orden, regresa a su templo y todo vuelve a la normalidad. De lo que no hay duda es de que se cita a este dios Erra en los Textos de Codorlaomor, y de que se le acusa de la profanación del Ekur: “Erra, el inmisericorde, entró en el recinto sagrado. Se estableció en el sagrado recinto, contempló el Ekur. Abrió la boca, y dijo a sus jóvenes hombres: «¡Llevaos el botín del Ekur, llevaos las cosas valiosas, destruid sus cimientos, echad abajo el recinto del santuario!»”. Cuando Enlil, «noblemente entronizado», supo que su templo había sido destruido, que su santuario había sido profanado, y que, «en el Santo de los Santos, el velo había sido rasgado», se apresuró a volver a Nippur. «Cabalgando delante de él, había dioses vestidos de brillantez». El mismo Enlil «despedía resplandor como un relámpago», cuando bajó de los cielos. Cuando descendió al recinto sagrado «hizo temblar el lugar sagrado». Después, Enlil se dirigió a su hijo, «el príncipe Ninurta», para averiguar quién había profanado el templo. Pero, en lugar de decirle la verdad, que había sido Erra, su aliado, Ninurta apuntó su dedo acusador a Marduk y a sus seguidores. Al describir la escena, los textos babilónicos afirman que Ninurta, al encontrarse con su padre, actuaba sin el debido respeto: «sin temer por su vida, no se quitó la tiara». A Enlil, «mal le habló-no hubo justicia; se concibió la destrucción». Y así provocado, «Enlil hizo que se planeara el mal contra Babilonia». Además de las «malas acciones» contra Marduk y Babilonia, también se planeó un ataque contra Nabu y su templo Ezida en Borsippa. Pero Nabu se las ingenió para escapar en dirección oeste, a las ciudades fieles a él que había en las cercanías del Mediterráneo: “Desde Ezida Nabu, a dirigir todas sus ciudades se encaminó; hacia el Gran Mar se dirigió”. Y los versículos que siguen en el texto babilónico muestran un paralelismo directo con el relato bíblico de la destrucción de Sodoma y Gomorra: “Pero cuando el hijo de Marduk en el país de la costa estaba, El-de-el-Viento-Maligno [Erra] con calor la tierra de la llanura hizo arder”. Ciertamente, estos versículos deben haber tenido una fuente común con la descripción bíblica de la lluvia de «azufre y fuego» que «arrasó aquellas ciudades y toda la llanura». Tal como atestiguan las referencias bíblicas, como el Deuteronomio, la «maldad» de las ciudades de la Llanura del Jordán consistía en que «habían abandonado la alianza del Señor e iban y servían a otros dioses». Como sabemos ahora por el texto babilónico, las acusaciones contra ellas se basaban en que se habían pasado al bando de Marduk y de Nabu en aquel último choque entre los dioses enfrentados. Pero, mientras que el texto bíblico lo deja ahí, el texto babilónico añade otro importante detalle.


https://oldcivilizations.wordpress.com/2015/06/25/que-enigmas-se-esconden-tras-la-figura-de-este-personaje-biblico-llamado-abraham/

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