¿Qué enigmas se esconden tras la figura de este personaje bíblico llamado Abraham? (5)
El ataque sobre las ciudades cananeas no sólo pretendía destruir los centros de apoyo a Marduk, sino que también pretendía destruir al propio Nabu, que había ido allí en busca de asilo. Sin embargo, este segundo objetivo no se alcanzó, pues Nabu se las ingenió para escapar a tiempo a una isla del Mediterráneo, donde la gente le aceptó, aunque no era su dios: “Él [Nabu] entró en el gran mar, se sentó en un trono que no era suyo [porque] el Ezida, su legítima morada, había sido arrasada”. El cuadro que nos queda, a través de los textos bíblico y babilónico, del cataclismo que asoló el Oriente Próximo en los tiempos de Abraham, está mucho más detallado en La Epopeya de Erra. Este texto asirio, recompuesto en un principio a partir de los fragmentos encontrados en la biblioteca de Assurbanipal, en Nínive, comenzó a tomar forma y significado a medida que se iban descubriendo más versiones fragmentadas en otras excavaciones arqueológicas. Por el momento, queda definitivamente establecido que el texto se inscribió en cinco tablillas. Y, a pesar de las líneas perdidas o incompletas e, incluso, del desacuerdo entre los expertos acerca de adonde pertenece cada fragmento, se han conseguido compilar dos amplias traducciones: Das Era-Epos, de P. F. Góssmann, y L’Epopea di Erra de L. Cagni. La Epopeya de Erra no sólo explica la naturaleza y las causas del conflicto que llevó a la liberación del arma definitiva contra unas ciudades habitadas y al intento de aniquilar a un dios, Nabu, del que se creía que se ocultaba allí. También deja claro que tan extremas medidas no se tomaron a la ligera. Se sabe, por otros textos, que los grandes dioses, en aquellos tiempos de aguda crisis, estaban reunidos en una continua Asamblea de Guerra, en comunicación constante con el gran dios Anu: «Anu a la Tierra las palabras hablaba, la Tierra a Anu las palabras pronunciaba». La Epopeya de Erra aporta la información de que, antes de que se utilizaran tan terribles armas, tuvo lugar un enfrentamiento más entre Nergal/Erra y Marduk, en el cual Nergal utilizó diversas amenazas para persuadir a su hermano de que dejara Babilonia y cediera en sus pretensiones de supremacía. Pero esta vez, no consiguió persuadirle; y, de regreso a la Asamblea de los Dioses, Nergal recomendó el uso de la fuerza para expulsar a Marduk. Por los textos sabemos que las discusiones fueron acaloradas y ásperas; «durante un día y una noche, sin cesar» prosiguieron. Una discusión especialmente violenta se desató entre Enki y su hijo Nergal, en la cual Enki se puso de parte de su hijo primogénito Marduk: «Ahora que el Príncipe Marduk se ha elevado, ahora que el pueblo por segunda vez ha elevado su imagen, ¿por qué Erra sigue oponiéndose?», preguntó Enki. Al final, tras perder la paciencia, Enki le gritó a Nergal que se apartara de su presencia.
Enojado, Nergal volvió a sus dominios. «Consultando consigo mismo», se decidió a soltar las terroríficas armas: «Las tierras destruiré, las convertiré en un montón de polvo; arrasaré las ciudades, las convertiré en desolación; aplanaré las montañas, haré desaparecer a los animales; agitaré los mares, lo que se mueve en ellos diezmaré; haré que se desvanezca la gente, sus almas se convertirán en vapor; nadie será perdonado…». Por un texto conocido como CT-XVI-44/46 sabemos que fue el dios Gibil, hermano de los dioses Enki, Ninhursag, Shara y Enlil, cuyos dominios en África eran adyacentes a los de Nergal, el que alertó a Marduk de los destructivos planes que tramaba aquél. Era de noche, y los grandes dioses se habían retirado para descansar. Fue entonces cuando Gibil «estas palabras dijo a Marduk» respecto a las «siete terroríficas armas que por Anu fueron creadas; La maldad de estas siete contra ti se están poniendo», le dijo a Marduk. Alarmado, Marduk le preguntó a Gibil dónde se guardaban las terribles armas. «Oh, Gibil», le dijo, «esas siete, ¿dónde nacieron, dónde se crearon?». A lo cual Gibil reveló que estaban ocultas bajo el suelo: “Esas siete, en la montaña moran, en una cavidad dentro de la tierra habitan. Desde este lugar, con resplandor saldrán, de la Tierra al Cielo, vestirán de terror”. Marduk preguntó una y otra vez dónde estaba este lugar; y todo lo que Gibil le pudo decir fue que «hasta a los dioses sabios les es desconocido». Entonces, Marduk acudió a su padre, Enki, con la temible noticia. «En la casa de su padre Enki entró». «Padre mío», le dijo Marduk, «Gibil me ha dicho esto: la llegada de las siete [armas] ha descubierto». Tras contarle a su sapientísimo padre las malas noticias, le urgió: «¡Hay que buscar su lugar, date prisa!». Los dioses no tardaron en volverse a reunir, pues ni siquiera Enki conocía el emplazamiento exacto en el que se ocultaban las armas definitivas. Pero, para su sorpresa, no todos los demás dioses quedaron tan impactados como él. Enki se pronunció con fuerza contra la idea, urgiendo a que se tomaran medidas para detener a Nergal, pues la utilización de las armas, señaló, «desolaría las tierras, a la gente haría perecer». Nannar y Utu vacilaron ante las palabras de Enki; pero Enlil y Ninurta estaban por la acción ya decidida. Y así, con la Asamblea de los Dioses sumida en el desconcierto, se le dejó la decisión a Anu. Cuando Ninurta llegó al Mundo Inferior con el mensaje de lo decidido por Anu, se encontró con que Nergal ya había ordenado cebar «las siete terroríficas armas» con sus «venenos», probablemente algún tipo de cabezas nucleares. Aunque en la Epopeya de Erra se siguen refiriendo a Ninurta por el epíteto lshum («El Abrasador»), también se cuenta con gran detalle que Ninurta le aclaró a Nergal/Erra que las armas sólo se podían utilizar contra objetivos específicamente aprobados.
Pero antes de que se utilizaran había que avisar a los dioses anunnaki que hubiese en los lugares seleccionados y a los dioses igigi, que tripulaban la plataforma espacial. Y que, por último, pero no menos importante, la humanidad tenía que ser perdonada, pues «Anu, señor de los dioses, se compadece del país». Al principio, Nergal se resistió a la idea de advertir previamente y el antiguo texto se extiende en relatar las duras palabras que se cruzaron ambos dioses. Al final, Nergal accedió a advertir con antelación a los anunnaki y a los igigi que tripulaban las instalaciones espaciales, pero no a Marduk ni a su hijo Nabu, ni a los seguidores humanos de Marduk. Entonces, Ninurta, intentando disuadir a Nergal de una aniquilación indiscriminada, utilizó una argumentación idéntica a la que, en la Biblia, se le atribuye a Abraham, cuando intentó que se perdonara a Sodoma: “Valeroso Erra, ¿Destruirías a los justos con los injustos? ¿Destruirías a los que han pecado contra ti junto con aquéllos que no han pecado contra ti?”. ¿Sería Abraham en realidad el dios anunnaki Ninurta? Los dos dioses argumentaron a favor y en contra sobre la extensión de la destrucción. Pero, más que Ninurta era Nergal el que se consumía en un odio personal: «¡Aniquilaré al hijo, y dejaré que el padre lo entierre; después, mataré al padre, y no dejaré que nadie lo entierre!», gritó. Con mucha diplomacia, indicando la injusticia de una destrucción indiscriminada, Ninurta consiguió por fin convencer a Nergal. «Escuchó las palabras pronunciadas por lshum [Ninurta]; sus palabras le atraían como aceite fino». Accediendo a dejar sólo los mares, a dejar fuera del ataque a Mesopotamia, modificó al fin sus planes. La destrucción sería selectiva y el objetivo táctico consistiría en destruir las ciudades donde pudiera ocultarse Nabu. El objetivo estratégico sería denegarle a Marduk su mayor trofeo, el aeropuerto espacial, «el lugar desde donde los Grandes ascienden»: “Enviaré un emisario de ciudad en ciudad; el hijo, semilla de su padre, no escapará; su madre dejará de reír; no habrá acceso al lugar de los dioses: el lugar desde donde los Grandes ascienden, arrasaré”. Cuando Nergal acabó de exponer sus planes de destrucción del aeropuerto espacial, Ninurta se había quedado sin palabras. Pero, como otros textos afirman, Enlil aprobó el plan cuando se le expuso para que tomara una decisión. Y, al parecer, también lo hizo Anu. Sin perder más tiempo, Nergal instó a Ninurta a ponerse en marcha: “Después, el héroe Erra se adelantó a lshum, recordando sus palabras; lshum también salió, de acuerdo con la palabra dada, con el corazón en un puño”.
Se supone que su primer objetivo era el aeropuerto espacial y su complejo de mando oculto en el «Monte Más Supremo» y las pistas de aterrizaje que se extendían en la gran llanura adyacente: “lshum se dirigió al Monte Más Supremo; las Siete Terroríficas, [armas] sin par, le siguieron por detrás. El héroe llegó al Monte Más Supremo; levantó la mano-el monte fue aplastado; la llanura junto al Monte Más Supremo arrasó después; en sus bosques, no quedó en pie ni el tallo de un árbol”. Y así, con un ataque nuclear, fue arrasado el aeropuerto espacial, aplastado el monte en el cual se ocultaban sus controles y asolada la llanura en donde estaban las pistas. Fue una hazaña de destrucción que llevó a cabo Ninurta (lshum), según atestiguan las crónicas,. Entonces, llegó el turno de Nergal/Erra, para dar salida a sus ansias de venganza. Guiándose desde la península del Sinaí hasta las ciudades cananeas por la Calzada del Rey, Erra las arrasó. Las expresiones utilizadas en la Epopeya de Erra son casi idénticas a las utilizadas en el relato bíblico de Sodoma y Gomorra: “Entonces, imitando a lshum, Erra siguió la Calzada del Rey. Acabó con las ciudades, en desolación las convirtió. A las montañas llevó el hambre, hizo perecer a los animales”. Los versículos que siguen pueden estar describiendo la formación de la nueva extensión del Mar Muerto, por la ruptura de la costa meridional, y la eliminación de toda la vida marina que había en él: “Él cavó a través del mar, lo dividió en su totalidad. Todo lo que vive en él, hasta los cocodrilos lo marchitó. Como con fuego abrasó a los animales, sus cereales convirtió en polvo”. Así pues, La Epopeya de Erraabarca los tres aspectos de un posible acontecimiento nuclear: la destrucción del aeropuerto espacial del Sinaí; la «aniquilación» de las ciudades de la llanura del Jordán; y la brecha del Mar Muerto que trajo como consecuencia su extensión por el sur. Sería de esperar que hubiera constancia de tan singular acontecimiento destructivo. Y, ciertamente, hay descripciones y recuerdos de la catástrofe nuclear en otros textos. Uno de ellos, conocido como K.5001 y publicado en Oxford Editions of Cuneiform Texts, vol. VI, resulta especialmente valioso, debido a que está en el original sumerio y, además, es un texto bilingüe en el cual el sumerio va acompañado por una traducción en acadio. Indudablemente, es uno de los textos más antiguos sobre este tema; y, por sus términos, da la impresión de que sea éste u otro original sumerio similar el que sirvió como fuente para el relato bíblico. Dirigido a un dios cuya identidad no queda clara en este fragmento, dice: “Señor, portador del Abrasador que quema al adversario; que aniquiló al país desobediente; que marchitó la vida de los seguidores de la Palabra Malvada; que hizo llover piedras y fuego sobre los adversarios”.
La acción de los dos dioses, Ninurta y Nergal, cuando los anunnaki que custodiaban el aeropuerto espacial advertidos de antemano, tuvieron que escapar «ascendiendo a la bóveda celeste», se registró en un texto babilónico en el que un rey recordaba los trascendentales acontecimientos que habían tenido lugar «en el reinado de un rey anterior». Éstas son sus palabras: “En aquel tiempo, en el reinado de un rey anterior, las cosas cambiaron. Lo bueno se fue, el sufrimiento era habitual. El Señor [de los dioses] se enfureció, concibió la ira. Él dio la orden: los dioses de aquel lugar lo abandonaron. Los dos, incitados para perpetrar el mal, hicieron que los guardianes se quedaran aparte; sus protectores subieron a la bóveda celeste“. El Texto de Codorlaomor, que identifica a los dos dioses por su epítetos como Ninurta y Nergal, lo cuenta así: “Enlil, entronizado en la nobleza, se consumía de furia. Los devastadores sugirieron el mal de nuevo; el que abrasa con fuego [Ishum/Ninurta] y el del viento maligno [Erra/Nergal] llevaron a cabo juntos su mal. Los dos hicieron huir a los dioses, les hicieron huir del abrasador“. El objetivo, de donde hicieron huir a los dioses guardianes, era el Lugar de Lanzamiento: “Lo que se elevó hacia Anu para lanzar hicieron que se marchitara; hicieron desvanecerse su superficie, su lugar desolaron“. Y así, el aeropuerto espacial, el trofeo por el cual se habían llevado a cabo tantas Guerras de los Dioses, quedó arrasado; el Monte en el que estaban alojadas las instalaciones de control fue aplastado; las plataformas de lanzamiento se desvanecieron de la faz de la Tierra; y la llanura cuyo duro suelo habían utilizado las lanzaderas como pista, fue arrasada, no quedando ni un solo árbol en pie. Ya no se volvería a ver aquel gran lugar nunca más, pero la cicatriz que se hiciera sobre la faz de la Tierra aquel terrible día aun se puede ver en nuestros días. Es una inmensa cicatriz, tan inmensa que sus rasgos sólo se pueden ver desde el cielo, pues se reveló hace pocos años, cuando los satélites comenzaron a fotografiar la Tierra. Es una cicatriz para la cual los científicos aún no han encontrado una explicación. Al norte de este enigmático rasgo de la superficie de la península del Sinaí, se extiende la llanura central del Sinaí, que son los restos de un lago de una era geológica anterior. Su suelo, duro y liso, es ideal para el aterrizaje. Desde esta gran llanura de la península del Sinaí se pueden ver, en la distancia, las montañas que la rodean y le dan su forma ovalada. Las montañas de caliza se ciernen blanquecinas sobre el horizonte, pero allá donde la gran llanura central se une con la inmensa cicatriz del Sinaí, el tono negro de la llanura crea un fuerte contraste con la blancura de los alrededores.
El negro no es un tono natural en la península del Sinaí, donde la blancura de la caliza y el tono rojizo de la arenisca se combinan en tonos que van del amarillo brillante al gris claro y el marrón oscuro, pero no el negro, que llega a la naturaleza a través del basalto. Sin embargo, aquí, en la llanura central, al noreste de la enigmática y gigantesca cicatriz, el color del suelo es negro, a causa de millones de pedazos de roca ennegrecida, esparcidas como por una mano gigante por toda la región. No se ha dado ninguna explicación para tan colosal cicatriz sobre la superficie de la península del Sinaí, desde que fuera observada desde los cielos y fotografiada por los satélites de la NASA. No se ha dado ninguna explicación para los pedazos de roca ennegrecida que se esparcen por esta zona en la llanura central. Ninguna explicación, a menos que uno lea los versículos de los textos antiguos y acepte la conclusión de que, en tiempos de Abraham, Nergal y Ninurta barrieron el aeropuerto espacial que había allí con sus armas nucleares: «Lo que se elevó hacia Anu para lanzar, hicieron que se marchitara; hicieron desvanecerse su superficie, su lugar desolaron». Bastante más al oeste, en Sumer, no se sintieron ni se vieron las explosiones nucleares ni sus brillantes resplandores. Pero lo que hicieran Nergal y Ninurta acabaría teniendo un profundo efecto en Sumer, en sus gentes y en su propia existencia. Pues, a pesar de todos los esfuerzos de Ninurta por disuadir a Nergal para que no causara daños a la humanidad, ésta se vio inmersa en un gran sufrimiento con posterioridad. Aunque no había sido su intención, la explosión nuclear provocó un gigantesco viento radiactivo que comenzó como un torbellino: “Una tormenta, el Viento Maligno, recorrió los cielos”. El torbellino radiactivo comenzó a difundirse y a moverse en dirección oeste, con los vientos predominantes del Mediterráneo. Poco después, los augurios que predecían el fin de Sumer se hicieron realidad; y el mismo Sumer se convirtió en la postrera víctima nuclear. La catástrofe que hizo caer a Sumer a finales del sexto año de reinado de Ibbi-Sin se describe en largos poemas que lloran el hundimiento de la majestuosa Ur y de los otros centros de la gran civilización sumeria. Estas lamentaciones sumerias, que nos recuerdan el bíblico Libro de las Lamentaciones en donde se llora la destrucción de Jerusalén a manos de los babilonios, llevaron a pensar a los expertos que las tradujeron que la catástrofe sumeria fue también el resultado de una invasión, en la cual se enfrentaron tropas elamitas y amoritas.
Cuando se encontraron las primeras tablillas de lamentaciones, los expertos creyeron que había sido sólo Ur la que había sufrido la destrucción. Pero, con el descubrimiento de más de estos textos, se percataron de que Ur no había sido la única ciudad afectada, ni el punto central de la catástrofe. Estas lamentaciones, no sólo eran similares a los llantos por el destino de Nippur, Uruk o Eridú, sino que, además, en algunos de los textos se ofrecían listas de las ciudades afectadas; y parecía de que el mal comenzaba por el sudoeste y se extendía en dirección nordeste, abarcando la totalidad del sur de Mesopotamia. Daba la impresión de que una catástrofe generalizada y repentina había caído sobre todas las ciudades, no en lenta sucesión, como sucedería en el caso de una progresiva invasión, sino de una vez. Expertos como Thorkild Jacobsen, en The Reign of Ibbi-Sin, llegaron a la conclusión de que los «invasores bárbaros» no habían tenido nada que ver con tan «estremecedora catástrofe», una calamidad de la que dijo que resultaba «realmente muy enigmática». «Sólo el tiempo dirá si llegaremos a saber con claridad lo que sucedió en aquellos años», escribió Jacobsen, «pues estamos convencidos de que el relato completo de lo sucedido aún está lejos de nuestro alcance». Pero se puede resolver el enigma si relacionamos la catástrofe de Mesopotamia con la explosión nuclear del Sinaí. Los textos, excepcionales por su longitud y, en muchos casos, también por su excelente estado de conservación, suelen comenzar con un lamento por el abandono repentino de todos los recintos sagrados de Sumer por parte de los distintos dioses y sus templos «abandonados al viento». Después, se describe la desolación provocada por la catástrofe con versos como éstos: “Llevando la desolación a las ciudades, [llevando] la desolación a las casas; llevando la desolación a los corrales, el vacío a los rediles; ya no hay bueyes en los corrales de Sumer, las ovejas ya no holgan en sus rediles; sus ríos corren con aguas amargas, en sus campos de cultivo crecen las malas hierbas, en sus estepas crecen plantas que se marchitan”. En ciudades y aldeas, «la madre no cuida ya de sus hijos, el padre no dice ya ‘Oh, esposa mía’, los pequeños ya no crecen con las rodillas fuertes, ni las niñeras cantan sus nanas, la realeza se ha arrebatado de la tierra». Antes de que terminara la Segunda Guerra Mundial, antes de que Hiroshima y Nagasaki fueran aniquiladas con armas atómicas llovidas del cielo, se podía leer aún el relato bíblico de Sodoma y Gomorra y aceptar la tradicional lluvia de «azufre y fuego» por falta de una explicación mejor.
Para los expertos que aún no se habían enfrentado a lo terrorífico de las armas nucleares, los textos sumerios de lamentaciones les hablaban de la «Destrucción de Ur» o la «Destrucción de Sumer». Pero no es eso lo que describen estos textos. En realidad describen una desolación,no una destrucción. Las ciudades seguían allí, pero sin gente; los corrales estaban allí, pero sin animales; los rediles seguían existiendo, pero vacíos; los ríos corrían, pero sus aguas se habían hecho amargas; los campos aún se extendían, pero sólo crecían en ellos las malas hierbas; y en las estepas brotaban las plantas, pero sólo para marchitarse. Invasión, guerra, asesinato; todos estos males eran bien conocidos para la humanidad de entonces. Pero, tal como especifican los textos de lamentación, esto fue algo único, algo que nunca antes se había experimentado: “Sobre el País [Sumer] cayó una calamidad, desconocida para el hombre: una calamidad que nunca antes se había visto, que no se podía resistir“. La muerte no fue a manos del enemigo, ya que era una muerte invisible, «que recorre la calle, que queda suelta en el camino; se yergue junto a un hombre, y sin embargo nadie puede verla; cuando entra en una casa, nadie se entera». No había defensa contra este «mal que ha arremetido contra el país como un fantasma. La muralla más alta, los muros más gruesos, atraviesa como una inundación; no hay puerta que pueda impedirle el paso, ni cerrojo que le haga dar la vuelta; a través de la puerta, como una serpiente se desliza; a través de las bisagras, como el viento entra». Los que se ocultaron tras las puertas, fueron derribados dentro; los que subieron corriendo a los tejados, murieron en los tejados; los que huyeron a las calles, fueron alcanzados en las calles: “La tos y la flema debilitaban el pecho, la boca se llenaba de saliva y espuma, se quedaban mudos y aturdidos, una maligna parálisis, una maldición, un dolor de cabeza, sus espíritus abandonaban sus cuerpos“. Y la muerte era espantosa: “La gente, aterrorizada, difícilmente podía respirar; el Viento Maligno los atenazaba, no les concedía otro día. Las bocas se anegaban en sangre, las cabezas se revolcaban en sangre. El rostro palidecía con el Viento Maligno“. El origen de esta muerte invisible era una nube que apareció en los cielos de Sumer y «cubrió el país como con un manto, extendiéndose sobre él como una sábana». Con tonos marrones, durante el día, «al sol en el horizonte lo cubría de oscuridad». Por la noche, luminosa en sus bordes «con un estremecedor resplandor cubría la tierra», tapaba la Luna: «de la Luna extinguía su salida». La nube mortal «envuelta en terror, sembrando el miedo en todas partes», se trasladó de oeste a este hasta llegar a Sumer, empujada por, «un gran viento que se acelera en las alturas, un viento maligno que asola el país».
Sin embargo, no era un fenómeno natural. Era «una gran tormenta enviada por Anu, que había llegado desde el corazón de Enlil». El producto de las siete terroríficas armas, «en un único desove se engendró. Como el amargo veneno de los dioses en el oeste se engendró». El Viento Maligno, «llevando la penumbra de ciudad en ciudad, transportando densas nubes que traían la penumbra desde el cielo», era el resultado de un «luminoso resplandor»: «Desde en medio de las montañas había descendido sobre la tierra, desde la Llanura de No Compasión había llegado». Aunque la gente estaba desconcertada, los dioses conocían las causas del Viento Maligno: “Un estallido maligno anunciaba la siniestra tormenta, un estallido maligno era el precursor, de la siniestra tormenta; poderosa descendencia, hijos valientes eran los heraldos de la peste”. Los dos hijos valientes, Ninurta y Nergal, soltaron «en un único desove» las siete armas mortales creadas por Anu, «desarraigándolo todo, arrasándolo todo» en el lugar de la explosión. Las antiguas descripciones son tan precisas como las descripciones modernas de los testigos presenciales de una explosión atómica. Tan pronto como las «terroríficas armas» fueron lanzadas desde los cielos, hubo un inmenso resplandor: «esparcieron impresionantes rayos hacia los cuatro puntos de la tierra, abrasándolo todo como el fuego», dice en un texto. En otro, una lamentación sobre Nippur, se recuerda «la tormenta, en el destello de un relámpago creada». Después, se elevó en el cielo un hongo atómico, «una nube densa que trae la oscuridad», seguido de «fuertes ráfagas de viento, una tempestad que abrasa furiosamente los cielos». Más tarde, los vientos predominantes, soplando de oeste a este, se pusieron a difundir el mal en Mesopotamia: «las densas nubes que traen la penumbra del cielo, que llevan la penumbra de ciudad en ciudad». Y no uno, sino varios textos atestiguan que el Viento Maligno, que llevaba la nube de la muerte, fue generado por unas gigantescas explosiones: “En aquel día cuando el cielo fue aplastado y la Tierra fue herida, su faz asolada por el remolino, cuando los cielos se oscurecieron y cubrieron como con una sombra”. Los textos de lamentación identifican el lugar de las terribles explosiones «en el oeste», cerca del «seno del mar» -una gráfica descripción de la curva costa del Mediterráneo en la península del Sinaí, desde una llanura «en medio de las montañas», una llanura que se convirtió en un «Lugar de no Compasión». Era un lugar que había servido antes como el lugar desde el cual los dioses ascendían hasta Anu. Además, también se hablaba de un monte en muchas de estas indicaciones de lugar. En La Epopeya de Erra, el monte cercano al «lugar desde el cual los Grandes ascienden» recibía el nombre de «el Monte Más Supremo». En una de las lamentaciones se le llamaba el «Monte de los Túneles Ululantes». Este último epíteto nos recuerda las descripciones que aparecen en los Textos de la Pirámide acerca del monte con empinados túneles y pasadizos subterráneos al cual iban los faraones egipcios en busca de la otra vida. En Escalera al Cielo, Sitchin lo identifica con el monte al cual llegó Gilgamesh en su viaje al Lugar de las Naves Voladoras, en la península del Sinaí.
Partiendo desde este monte, un texto de lamentación afirma que la mortífera nube de la explosión fue transportada por los vientos hacia el este «hasta la frontera de Anshan», en los Montes Zagros, afectando a todo Sumer, desde Eridú, en el sur, hasta Babilonia, en el norte. La muerte invisible se movió lentamente sobre Sumer, durando su paso unas 24 horas, un día y una noche que se recordarían en los lamentos, como en éste de Nippur: «En aquel día, en aquel único día; en aquella noche, en aquella única noche la tormenta, en un destello de relámpago creada, al pueblo de Nippur dejó postrado». El Lamento de Uruk describe la confusión sembrada tanto entre los dioses como entre el pueblo. Diciendo que Anu y Enlil anularon a Enki y a Ninki cuando «determinaron el consenso» para el empleo de las armas nucleares, el texto afirma después que ninguno de los dioses había previsto tan terribles consecuencias: «Los grandes dioses empalidecieron ante su inmensidad» cuando presenciaron los «rayos gigantes» de la explosión «alcanzar el cielo [y] la tierra temblar en su centro». Cuando el Viento Maligno comenzó a «esparcirse por las montañas como una red», los dioses de Sumer emprendieron la huida a sus amadas ciudades. En el texto conocido como Lamentación Sobre la Destrucción de Ur se hace una relación de todos los grandes dioses y de algunos de sus más importantes hijos e hijas que «abandonaron al viento» las ciudades y los grandes templos de Sumer. Y el texto llamadoLamentación Sobre la Destrucción de Sumer y Ur añade detalles dramáticos a esta huida precipitada. Así, «Ninharsag lloraba con amargas lágrimas» cuando huyó de Isin; Nanshe gritaba, «Oh, mi devastada ciudad» cuando «el lugar en donde moraba cayó en la desgracia». Inanna salió apresuradamente de Uruk, navegando en dirección a África en un «barco sumergible», lamentándose de haber dejado atrás sus joyas y otras posesiones. En su propia lamentación por Uruk, Inanna/Ishtar lloraba la desolación de su ciudad y su templo, debido al Viento Maligno «que en un instante, en un abrir y cerrar de ojos se había creado en el medio de las montañas», y contra el cual no había defensa alguna. Una sobrecogedora descripción del miedo y la confusión reinante, tanto entre dioses como entre hombres, ante la inminencia del Viento Maligno, se da en El Lamento de Uruk, que fue escrito años después, cuando llegó el tiempo de la Restauración. Cuando los «leales ciudadanos de Uruk cayeron presa del terror», las deidades residentes de Uruk, a cuyo cargo estaba la administración y el bienestar de la ciudad, hicieron sonar la alarma. «¡Levantaos!», llamaron a la gente en mitad de la noche; huid, «¡ocultaos en la estepa!», les dijeron. E, inmediatamente, los mismos dioses, «las deidades huyeron y tomaron senderos desconocidos». Y el texto afirma con pesimismo: “Así, todos sus dioses evacuaron Uruk; se mantuvieron lejos de ella; se ocultaron en las montañas, escaparon a las distantes llanuras”.
En Uruk, el pueblo fue abandonado al caos, sin dirección ni ayuda. «El pánico se apoderó de la muchedumbre en Uruk, su sentido común se distorsionó». Entraron en los santuarios rompiéndolo todo, mientras se preguntaban: «¿Por qué parece tan lejano el benévolo ojo de los dioses? ¿Quién ha provocado todo este pesar y lamento?». Pero sus preguntas quedaron sin respuesta; y, cuando la Tormenta Maligna pasó, «el pueblo fue amontonado en pilas y el silencio cayó sobre Uruk como un manto». Por El Lamento de Eridú sabemos que la diosa Ninki huyó de su ciudad hasta un puerto seguro de África: «Ninki, su gran dama, volando como un ave, dejó su ciudad». Pero Enki se alejó de Eridú sólo lo suficiente como para apartarse del camino del Viento Maligno, pero lo suficientemente cerca como para ver su destino: «Su señor permaneció fuera de la ciudad. El Padre Enki permaneció fuera de la ciudad, por el destino de su herida ciudad lloró amargas lágrimas». Muchos de sus leales súbditos le siguieron, acampando en las cercanías. Durante un día y una noche observaron a la tormenta «poner su mano» sobre Eridú. Después de que «la tormenta portadora de mal saliera de la ciudad, barriendo los campos», Enki entró en Eridú. Se encontró con una ciudad «cubierta con el silencio, sus habitantes yacían amontonados». Aquéllos que se salvaron le dirigieron un lamento: «¡Oh, Enki», lloraban, «tu ciudad ha sido maldecida, ha sido convertida en un territorio extraño!», y sollozaban preguntándose adonde ir y qué hacer. Pero, aunque el Viento Maligno había pasado, el lugar seguía siendo inseguro, y Enki «se quedó fuera de la ciudad, como si fuera una ciudad extraña». Más tarde, «abandonando la casa de Eridú», Enki llevó a «aquéllos que habían salido de Eridú» al desierto, «hacia una tierra hostil». Allí utilizó sus conocimientos científicos para hacer comestible el «árbol desagradable». Desde el extremo norte de la amplia extensión del Viento Maligno, desde Babilonia, Marduk, preocupado, le envió a su padre Enki un mensaje urgente, ante la inminencia de la llegada de la nube de la muerte a su ciudad: «¿Qué debo hacer?», preguntaba. El consejo de Enki, que más tarde Marduk transmitiría a sus seguidores, fue que aquéllos que pudieran abandonar la ciudad, que lo hicieran, pero que fueran sólo hacia el norte. Y, en la misma línea del consejo que le dieran los dos emisarios a Lot, a la gente que huía de Babilonia se le aconsejó «no volverse ni mirar atrás». También se les dijo que no llevaran consigo alimentos ni bebida, pues estos podrían haber sido «tocados por el fantasma». Si no era posible la huida, Enki aconsejaba ocultarse bajo tierra: «Métete en una cámara bajo la tierra, en la oscuridad», hasta que el Viento Maligno haya pasado.
El lento avance de la tormenta casi le cuesta caro a algunos de los dioses. En Lagash, «madre Bau sollozaba amargamente por su templo sagrado, por su ciudad». Aunque Ninurta se había ido, a su esposa le costaba dejar la ciudad. «Oh, mi ciudad. Oh, mi ciudad», seguía llorando, mientras se quedaba atrás. La demora casi le cuesta la vida: “En aquel día, la dama-la tormenta la alcanzó; Bau, como si fuera una mortal la tormenta la alcanzó“. En Ur, sabemos por las lamentaciones, una de ellas compuesta por la misma Ningal, que Nannar y Ningal se negaban a creer que el fin de Ur era irrevocable. Nannar le dirigió una larga y emocionada súplica a su padre Enlil, en busca de soluciones para evitar la calamidad. Pero «Enlil le respondió a su hijo Sin» que no se podía cambiar el destino: “A Ur se le concedió la realeza-no se le concedió un reinado eterno. Desde la antigüedad, cuando se fundó Sumer, hasta el presente, cuando el pueblo se ha multiplicado-¿Quién ha visto nunca una realeza que reine eternamente?“. Mientras aquella súplica se pronunciaba, recuerda Ningal en su largo poema, «la tormenta seguía avanzando, con su maligno ulular sometiéndolo todo». Era de día cuando el Viento Maligno llegó hasta Ur; «aunque de aquel día aún tiemblo», escribió Ningal, «del fétido olor de aquel día no huimos». Cuando llegó la noche, «un amargo lamento se elevó» en Ur. Sin embargo, el dios y la diosa se quedaron; «del horror de aquella noche no huimos», afirmaba la diosa. Después, la aflicción llegaría al gran zigurat de Ur, y Ningal se daría cuenta de que Nannar «se había visto sorprendido por la tormenta maligna». Ningal y Nannar pasaron una noche de pesadilla, una noche que Ningal juraría no olvidar nunca. Pasaron la noche en la «casa termita» (cámara subterránea) dentro del zigurat. Fue al día siguiente, cuando «la tormenta se había ido de la ciudad», que «Ningal, con el fin de salir de su ciudad se puso precipitadamente un vestido», y junto con el afectado Nannar salieron de la ciudad que tanto amaban. Mientras partían, vieron la muerte y la desolación: «la gente, como fragmentos de cerámica, llenaba las calles de la ciudad; en sus nobles puertas, allí donde iban a pasear, había cadáveres por todas partes; en sus bulevares, donde se celebraban las fiestas, yacían esparcidos; en sus plazas, donde tenían lugar las festividades de la tierra, la gente yacía amontonada». Los muertos no eran enterrados: «los cadáveres, como manteca bajo el sol, se derretían por sí mismos».
Después, Ningal elevaría su gran lamentación por Ur, la que fuera majestuosa ciudad, capital de Sumer, capital de un imperio: “Oh, casa de Sin en Ur, amarga es tu desolación. ¡Oh, Ningal, cuya tierra ha perecido, haz tu corazón como agua! La ciudad se ha convertido en una ciudad extraña, ¿cómo se puede existir ahora? La casa se ha convertido en casa de lágrimas, hace mi corazón como agua. Ur y sus templos han sido entregados al viento”. Todo el sur de Mesopotamia había quedado postrado; el suelo y las aguas envenenados por el Viento Maligno: «En las riberas del Tigris y el Eufrates, sólo crecían plantas enfermizas. En los pantanos crecían juncos enfermizos que se pudrían en el hedor. En los huertos y en los jardines no había brotes nuevos, y pronto quedaron yermos. Los campos cultivados ya no se araban, ni semillas se plantaban en el suelo, ni canciones resonaban en los campos». En el campo, los animales también se vieron afectados: «En la estepa, quedó poco ganado grande y pequeño, todas las criaturas vivas llegaron a su fin». Los animales domesticados, también, fueron aniquilados: «Los rediles se han entregado al viento. El ronroneo del giro de la mantequera ya no resuena en el redil. Los corrales ya no dan manteca ni queso. Ninurta ha dejado a Sumer sin leche».«La tormenta aplastó la tierra, lo barrió todo; rugía como un gran viento sobre la tierra, nadie podía escapar; asolando las ciudades, asolando las casas. Nadie recorre las calzadas, nadie busca los caminos». La desolación de Sumer era completa. Y todo ello había ocurrido en tiempos de Abraham, aunque desconocemos si las consecuencias de estas explosiones nucleares le afectaron.
Fuentes:
Erich von Daniken – El retorno de los Dioses
Zecharia Sitchin – La guerra de los dioses y los hombres
Zecharia Sitchin – El código cósmico
Zecharia Sitchin – La escalera al cielo
Zecharia Sitchin – Los reinos perdidos
Simón Dubnow – Manual de la historia judía: desde los orígenes hasta nuestros días
https://oldcivilizations.wordpress.com/2015/06/25/que-enigmas-se-esconden-tras-la-figura-de-este-personaje-biblico-llamado-abraham/
No hay comentarios:
Publicar un comentario