Atrayendo el Éxito
(Revista “El
Rosacruz” Julio de 1985)
Cortesía: CARLOS NAPOLEÓN
DEL CARPIO
El ser humano promedio comienza una búsqueda
peculiar desde los primeros años de su vida. El adolecente que empieza a intuir
que su personalidad está desarrollándose,
se ve más afectado quizás por ese deseo interno, que por los cambios fisiológicos y mentales.
Sería una cosa desafortunada para el progreso
de la civilización si, a través de una Ley Cósmica, cada uno de nosotros encontrara
de pronto una respuesta a sus plegarias, viera realizados sus deseos, que su
búsqueda quedara concluida. No solo sería el final del impulso que nos empuja a
lograr cosas mejores y más grandes, sino también el final de la búsqueda del
conocimiento y la solución de sus misterios de la vida. La civilización que
daría paralizada y empezaríamos a retroceder.
El artista nunca se siente satisfecho de su
arte. Muchos de ellos admiten que nunca esculpen una escultura, pintan un
cuadro, jamás cincelan, graban o labran una obra de su creación con la cual se
sientan completamente satisfechos.
Sucede lo mismo con el inventor y con la
música, y así sucederá siempre con el hombre que se dedique a desarrollar una
ética cultural en su sistema de negocios, que trate de perfeccionar su
mercadería, sus métodos de ventas y de publicidad, y de mejorar los servicios
que presta a sus clientes.
La persona que se siente completamente
satisfecha, que no escucha la crítica que procede de su voz interior es, por lo
general, un fracaso. Si logrado éxito hasta el presente, el fracaso está
escrito en su futuro. En el momento que se siente que se encuentra bajo la
sombra misma del éxito o que este está a la vuelta de la esquina, es seguro que
se encuentra muy lejos de conseguirlo. El deseo de alcanzar éxito, poder y
talento, ha sido posiblemente el mayor estímulo para que el hombre progresara
verdaderamente y busque la perfección.
Quizás muchas de las estructuras que ahora
están en ruinas y son irreconocibles a través de todo el mundo. Fueron
edificadas por hombres que laboraban bajo un látigo, que no tuvieron
inspiración ni amor a su trabajo; sin embargo, las cosas que han perdurado en
el mundo, desde la inclinada Torre de Pisa hasta los magníficos templos de
aprendizaje, arte, religión y ciencia, no fueron construidos por esclavos, sino
por amantes del arte en el cual trabajaron.
El
fuego interior
Lo mismo sucede en la actualidad. En los
tiempos modernos sentimos el mismo deseo de alcanzar el éxito, de lograr poder
personal, de ganar honores, de adquirir poder nacional e internacional. Tenemos
los mismos deseos de que se nos reconozca, de realizarnos y, algunos, de
obtener lujos. Aquellos que han logrado el éxito, o sea, que lo han atraído,
son quienes han trabajado fundamentalmente controlando en forma completa la
vida, bajo el impulso de la inspiración y el incentivo constante que les da el
deseo interior de hacer las cosas cada vez mejor.
No se puede tener éxito en la vida y
reducirlo a un elemento, ni tener felicidad y reducirla a una sola fase de
expresión emocional. No se puede tener pesadumbre y decir que ésta es una regla
fija. El éxito de una persona no se mide exactamente con una vara de un metro
de largo, sino es algo completa y exclusivamente personal. El éxito para uno,
tal vez no sea para otro el mismo grado de éxito.
No todo éxito está acompañado de riquezas. Las
cosas que no tenemos son a menudo las que más apetecen, y rara vez entendemos
la naturaleza verdadera de algunas cosas, especialmente de las cosas materiales,
hasta después de haberlas probado.
Hay quienes no buscan fundamentalmente dinero,
aun cuando lo que hacen puede ayudarles a aumentar lo que ya tienen. No es la
riqueza lo que les impulsa, sino el deseo de superación, de alcanzar la meta
que se han puesto en su vida, para avanzar más allá.
Los hombres que están atentos a la señal de
un ejército que se aproxima – aun en tiempos de paz – siempre miran más allá
del horizonte, escuchan lo que se les dice pero, al mismo tiempo, están atentos
a algunos sonidos amortiguando, algo así como pisadas de caballos. Prestan
atención a algo, buscan algo que desean agregar o excluir de su vida. Buscan el
éxito en algo.
Podrían preguntar a una mujer como aquella
que trabajaba en Paris con el radio me refiero a Madame Curie: “Después de toda
la educación que ha recibido y las posibilidades – enseñar, ofrece conferencias
o sencillamente ver el mundo –
¿Quiere decirme que usted disfruta de
permanecer sentada aquí? “
¿Le da esto algo de comer?”….
Ella contestaría: “No, ni siquiera un
mendrugo de pan”.
“Entonces, ¿le da ropa nueva?”
“No la que llevo puesta es la única que
tengo”
“¿La hace a usted más joven?”
“No he envejecido diez años en los últimos
dos”.
“¿Le evitará entonces la muerte?”
“No, la atraerá. Ese tubo contiene radio y
está destruyendo las células de mi cuerpo. Estoy más muerta que viva”.
“¿Qué es lo que la mantiene viva?”
“Mi deseo, mi ambición. Quiero alcanzar el
éxito – un éxito que no me dará otra cosa que el agradecimiento de las
multitudes que esperan”.
Ese es el éxito desde el punto de vista de
una persona como ella ganadora de un premio nobel de física. Gracias a Dios,
han existido miles de ellas que en el pasado trabajaron arduamente para lograr
tal éxito. Estamos cosechando y disfrutando los frutos de quienes lo alcanzaron
en los siglos pasados. El hombre o la mujer que busca el éxito en forma
egoísta, busca algo que nunca se materializará.
Canales
de instrumento
Un deseo justo vivir y laborar con el fin
de recibir aquellas recompensas que nos hará felices y nos permitirán
satisfacer las necesidades de la vida y disfrutar sus bendiciones. Pero debe
haber mucho más que eso. Si el deseo se detiene allí, podrá ser aceptable y
loable según el juicio del hombre, pero no será aprobado por el juicio de la
Mente Cósmica.
Los seres humanos fueron creados para ser
canales o instrumentos del trabajo creativo, y mientras no emprendan una
trayectoria de esfuerzos en la que puedan decir conscientemente: “Estoy
trabajando con el G:.A:.D:.U:. Como uno de Sus instrumentos”, no lograrán todo
el éxito verdadero que es posible.
No se puede decir cual trabajo es el más
importante. No se puede decir quien da la mejor luz, si la gran lámpara de
cuatro o cinco mil watts de la esquina de la calle o la pequeña luz que refleja
el instrumento en la cabeza de un cirujano durante una operación. El éxito en
la vida depende de cual sea nuestra contribución a las necesidades de la nación
o de la comunidad, o de la cómo cumplamos alguna misión cósmica. El éxito
depende de lo que hagamos bien por el bien de los demás.
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