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jueves, 25 de septiembre de 2014

La sexualidad Medieval

La sexualidad Medieval


Aunque las costumbres amorosas de las gentes del Medievo se vieron constreñidas por la influencia de la Iglesia, en la vida diaria a partir del siglo XII cambiaron conceptos como sexo y cuerpo humano, y la mujer se convirtió en objeto de culto. 

De entre todas las actividades físico-fisiológicas que los seres humanos realizan a lo largo de sus vidas es sin duda la sexualidad la que de una forma más profunda trasciende más allá de las propias sensaciones físicas. El sexo ha estado presente de manera protagonista en la Historia, hasta que el puritanismo que surgió de la Reforma protestante y de la Contrarreforma católica en el siglo XVI lo convirtió en un elemento tabú, que se ha arrastrado hasta la actualidad. 


En la Edad Media, el sexo se contemplaba de un modo mucho menos cerrado que en los últimos cinco siglos. La sexualidad medieval se vivía a través de la confluencia de tres componentes: la atracción natural hacia los contactos corporales y físicos con individuos del otro o del mismo sexo, el sentimiento del amor culminado en el acto sexual y la búsqueda del placer físico. Por todo ello, el sexo se convirtió en el elemento íntimo “mas si cabe que en la Antigüedad clásica” que influyó con una mayor intensidad en el comportamiento privado y en la vida cotidiana de los hombres y mujeres del Medievo. 

La prostitución, un negocio próspero para las instituciones medievales.
En una sociedad jerarquizada y reglamentista como la medieval, la documentación de tipo jurídico es abundantísima y, dentro de ella, lo relacionado con el sexo ocupa un lugar muy destacado. Claro que tantos reglamentos servían de muy poco, pues la hipocresía dominante provocaba que esas normas no se cumplieran en la mayoría de los casos. 

También en la Edad Media, el sexo movía a su alrededor una serie de intereses económicos que propiciaron una intensa lucha por el control de sus manifestaciones más lucrativas. Por ejemplo, la práctica de la prostitución generó un beneficio económico del que se aprovecharon sin el menor escrúpulo todo tipo de instituciones y particulares.

Desde luego, el control y la práctica de la sexualidad tuvo mucho más que ver con la división en clases y el dominio social que con la moralidad. En una sociedad en la que el linaje ocupaba un lugar muy destacado “y con él los derechos de sucesión y de herencia”, asegurar la paternidad era absolutamente necesario y, en esta época, sólo se podía llevar a cabo mediante un férreo y estricto control de las relaciones sexuales, sobre todo, claro, de las que mantenían las mujeres. 

De lo profano y sensual a la prohibición y el rechazo
En la Edad Media el sexo se utilizó de manera frecuente en la lucha por el poder, y no me refiero sólo al uso de los jóvenes príncipes y princesas como moneda de cambio y de pactos estratégicos, sino sobre todo a su uso como arma de propaganda política para denigrar al contrario. Es lo que ocurrió con el rey Enrique IV de Castilla, al que sus detractores llamaron "el impotente" para deslegitimar de esta forma a su hija Juana y provocar el ascenso de la princesa Isabel. 

También se revisaron antiguas teorías.
Así, Aristóteles había sentenciado que "la mujer es un hombre imperfecto". Esta afirmación del famoso filósofo griego se retomó en el siglo XIII para imponer la idea de que el hombre era superior a la mujer, en un siglo en el cual lo femenino estaba ganando posiciones de manera acelerada.

Por otra parte, el final de la Antigüedad coincidió con el triunfo del cristianismo, lo que provocó un cambio sustancial con respecto a la concepción del cuerpo humano. La cultura antigua había contemplado el torso de hombres y mujeres sin apenas pudor. Egipcios, griegos y romanos representaron en pinturas y escultura cuerpos desnudos, resaltando la belleza física, y no ocultando ninguna parte de la anatomía. Pero el triunfo del cristianismo y la introducción del concepto de pecado original, por el que Adán y Eva sintieron la vergüenza de la desnudez y del sexo como fuente original de pecado, fueron cambiando sustancialmente las cosas. 

Con el cristianismo instalado en el poder, primero en el bajoimperial romano y después en los reinos germánicos, se inició un proceso de represión de la libre sexualidad y de sus principales manifestaciones públicas, que se impuso en Occidente a partir de la confesión y de la red de parroquias desde las que se controló la sociedad. 

El culto a la belleza del cuerpo fue sustituido por una condena del mismo y la Iglesia desarrolló una verdadera obsesión por reglamentar primero y prohibir en su caso la práctica sexual. 

Ahora bien, a principio del siglo XII, al albur del crecimiento y desarrollo de las ciudades, de la diversificación social, de la instauración de un nuevo código de costumbres, de una más relajada moralidad y de la sublimación del llamado "amor cortés", las manifestaciones de la sexualidad se desarrollaron de modo extraordinario. Poetas, trovadores, artistas, príncipes y princesas dieron rienda suelta a una nueva sexualidad, más abierta y libre, llena de voluptuosidad y sensaciones hasta entonces casi olvidadas. Fueron los tiempos de Amor literario.

Los siglos XII y XIII alteraron el concepto del sexo y del cuerpo humano que la Iglesia había impuesto hasta entonces y se desarrolló una nueva cultura en la que lo profano y lo sensual se impusieron a la prohibición y al rechazo. La sociedad medieval alcanzó entonces un verdadero esplendor de la sexualidad, que se intensificó cuando la crisis azotó en los siglos XIV y XV a los hombres y mujeres del bajomedievo, que buscaron, y encontraron, en la liberalidad sexual una válvula de escape a las muchas miserias que los angustiaban. 

Si los siglos XII y XIII vieron triunfar el amor cortés y convirtieron a la mujer en un verdadero objeto de culto, los siglos XIV y XV contemplarán el triunfo de la sociedad civil sobre la Iglesia, al menos en lo que respecta a la libertad sexual. Las epidemias de peste, las guerras y las hambrunas harán que los seres humanos vuelvan a ver en el sexo una manera de olvidar la alteración de los valores sociales. Las viejas instituciones tradicionales como la familia o la religión serán sustituidas por otras más efímeras como la diversión, el ocio y, por supuesto, el sexo. 

En medio de la crisis, Europa vivirá una verdadera primavera sexual. 

La sexualidad no dejará de ser una manifestación más, si bien es una de las más importantes y a la vez de las más ocultadas, de la situación social en cada momento. En la Edad Media, el axioma parece bien claro: a mayor permisividad, sea por la causa que sea, mayor grado de liberalidad sexual. 

La sublimación de la belleza corporal femenina
Por otra parte, no cabe duda de que el sexo también se utilizó como una válvula reguladora de las pasiones humanas. En las violentas ciudades medievales, el sexo actuaba a modo de colchón de las efervescencias masculinas, derivando hacia los burdeles, controlados por lo poderes públicos, las energías que, sin esta salida, podrían provocar graves alteraciones del orden. 

Así, cuando la Iglesia necesitó asentar el principio de autoridad y universalidad del catolicismo, las manifestaciones de la libre sexualidad se persiguieron con saña y se regularon hasta extremos asfixiantes, como ocurrió en la Alta Edad Media. Por el contrario, cuando la sociedad, bien sea por canalizar el crecimiento o bien para olvidar las calamidades de la crisis, estaba desesperada, las manifestaciones sexuales antes perseguidas no sólo se permitían sino que se protegían e incluso se alentaban. 

Una de las principales muestras de la actividad sexual es la atracción corporal de los amantes. El deseo carnal se convierte en ocasiones en una pasión irreducible ante la cual nada se detiene. En la novela Triste deleitación. Escrita en castellano por un anónimo autor catalán en el siglo XV, se describía al amor como "una inmoderada, violenta y escondida privación y deseo grande a abrazar la querida cosa". Por supuesto que el anónimo novelista se refería al amor sexual y no al platónico. 

Esta idea del amor como pasión irrefrenable que sojuzga toda voluntad es casi general en cualquier obra escrita sobre la pasión amorosa desde finales del siglo XI, momento en el cual el amor cortés comenzó a imponer sus presupuestos por encima de cualesquiera otros. Con este amor cortés surgió “o tal vez despertó de nuevo porque estaba dormido desde el siglo IV” un nuevo concepto del sexo y de la sexualidad, y en ello tuvo mucho que ver el sentimiento de idealización de la mujer y de la relaciones amorosas, llegando así a sublimar el amor sexual. 

Hasta el siglo XII, la sociedad medieval consideraba la práctica de las relaciones sexuales como intrínsecamente pecaminosas, sucias y despreciables. Sólo la necesidad de la reproducción del género humano ordenada en las Sagradas Escrituras justificaba la práctica sexual. Pero, con el amor cortés, la mujer “y con ella todo su cuerpo” adquirió un reconocimiento, casi una veneración, extraordinario. La práctica sexual dejó de ser pecaminosa y sucia y se convirtió en una virtud en torno a dos sensaciones agradables: el placer y la belleza. 

Hacia 1100 se produjo un verdadero giro copernicano en la percepción de la sexualidad: el cuerpo de la mujer fue entonces, más que nunca, un objeto de deseo, y la belleza corporal se situó por encima de otros atractivos y virtudes. Este nuevo ideal consistía en alcanzar el placer a través del deleite carnal y del disfrute de la belleza. Para ello se sublimará el adulterio, en un claro intento de superar las relaciones matrimoniales de conveniencia carentes de amor sexual 

La gran cuestión sobre el coito: ¿hay derecho al orgasmo?
También se cultivó la excitación sexual en todas las expresiones artísticas, incluso recuperando en la escultura gótica la técnica de "pafios mojado" que no se utilizaba desde el siglo V. Asimismo se buscaron fórmulas para provocar la atracción del amado, lo que dio lugar a la proliferación de los filtros de amor y de los bebedizos, pero también a la eclosión de alcahuetes, celestinas y correveictiles que se convirtieron en algunas ciudades de la baja Edad Media en una verdadera cofradía de profesionales del contacto amoroso. 

En el mundo de los símbolos, de tanta importancia y presencia en la baja Edad Media, el sexo adquirió ahora toda una simbología propia. 

Para la Iglesia, el matrimonio era la única situación en la que hombre y mujer podían realizar el acto sexual, y siempre con el fin de la procreación, sin caer en pecado, aunque se consentía la barraganía y la prostitución como alternativa a las relaciones sexuales entre los esposos. El matrimonio, institución convertida por el cristianismo en uno de los sacramentos, era el ámbito exclusivo de la sexualidad permitida. Por ello, las relaciones matrimoniales pasaron a ser consideradas como algo sagrado, pues habían sido sacralizadas mediante una bendición divina a través del ritual de la boda, que la Iglesia reglamentó en 1137. Así, el matrimonio y la prostitución legalizada se convirtieron en los únicos marcos permitidos para la práctica de las relaciones sexuales. 

Sobre si debía o no haber placer en el coito entre esposos se desató una encendida polémica en la que terciaron destacados escritores de la Iglesia. La mayoría, con san Bernardino de Siena a la cabeza, sostuvo que los esposos debían evitar el placer en el coito, pero algunos, como el mismísimo santo Tomás de Aquino, aceptaban que existiera placer siempre que el coito fuera destinado a la procreación. 

El matrimonio era desde luego el instrumento de la iglesia para el control y la canalización de la sexualidad, que además se blindaba ante la imposibilidad de disolverlo, pues se convertía, como sacramento que era, en algo permanente hasta la muerte al menos de uno de los dos cónyuges. Por ello, la Iglesia pugnó por la estabilidad de los matrimonios, un pilar que garantizaba una sexualidad controlada y a la vez convenía a sostener los vínculos de la sangre que requería el sistema feudal. 

La Iglesia, dueña de alguno de los lupanares más concurridos
Considerada la principal válvula de escape para las pasiones carnales, la prostitución se convirtió en la Edad Media en una verdadera institución social aunque despertó dos sentimientos contradictorios, Por un lado se consideraba pecaminosa y por ello condenable, pero a la vez se trataba de un fenómeno inevitable y como tal fue tolerado e incluso fomentado. 

Las autoridades urbanas tuvieron un doble motivo para permitir e incentivar la prostitución. El punto más importante es que lograban controlar y regularizar esta práctica y, a la vez, conseguían unos notables ingresos para las arcas municipales, pues, al menos en el siglo XV, en tomo al 5% de los ingresos de los concejos procedía del arriendo de los burdeles, que solían ser propiedad de los municipios. 

La explotación de aquellas casas de prostitución dio lugar a situaciones que hoy pueden parecer paradójicas, pero que no extrañaban en absoluto a los habitantes del Medievo. Así, el concurrido prostíbulo de Southwark (Londres) pertenecía al obispo de la ciudad y el de Tarazona (Aragón) era alquilado por su obispado. Otro ejemplo sería el burdel de Segovia, que estaba construido sobre el solar que en su día ocupara el monasterio del Santo Espíritu, por lo cual pagaba una renta a la iglesia segoviana. 

La mayoría de estos prostíbulos eran propiedad de los concejos que los arrendaban a "hostaleros" como un servicio municipal más. 

Los lupanares eran un verdadero centro social en muchas ciudades. Los había extensos, que ocupaban varias calles, como el de Florencia, o reducidos a una o dos casas. Había algunos que eran oscuros y sórdidos, y otros como el de Valencia, causaban admiración por la limpieza, las flores y el primor con los que estaban engalanados. A pesar de que estas casas de prostitución eran frecuentadas por personas de toda condición, en su entorno se desarrollaba en ocasiones una vida marginal y violenta, y se convertían a veces en refugio de maleantes. En general constituían guetos en los que quedaban recluidas las prostitutas sin posibilidad de escapar de ese modo de vida.
 
Sexo, Literatura y arte
Pese a que muchos siguen considerando la Edad Media como una época mojigata y represiva, ante la evidencia del arte y la literatura parece claro que la sexualidad se contemplaba con ojos mucho más permisivos y abiertos que en los siglos posteriores. 

La literatura medieval está llena de obras de altísimo contenido sexual, especialmente la de los trovadores de los siglos XII y XIII, la de los novelistas de los siglos XIII al XV y la de los juglares de los romances bajomedievales. El duque Guillermo IX de Aquitania, el poeta gallego Eanes de Cotan o el mismo Alfonso X el Sabio escribieron poemas con tal carga erótica que su lectura sonrojaría al más pícaro. 

En la literatura de tema amoroso abundan los contenidos atrevidos. Así, los amantes son graciosos y afables, ardientes y obedientes a los deseos de su pareja. Además, engalanan su cuerpo y sus cabellos para parecer más atractivos y se perfuman y acicalan para deleite de todos los sentidos. 

Pintura y escultura no le van a la zaga.Los relieves de algunas catedrales e iglesias muestran escenas eróticas de amantes en pleno coito, son numerosísimas las pinturas en las que se muestran cuerpos desnudos de amantes copulando “algunas pintadas en techumbres de catedrales” y son legión las miniaturas de alto contenido erótico, en ocasiones pornográfico incluso.
La belleza del cuerpo se sublimará en la pintura del Quattrocento, especialmente representada por Botticelli. 

Con la Iglesia toparon
Desde el Siglo IV, la Iglesia vivió permanentemente obsesionada por el sexo. La doctrina eclesiástica era simple: toda relación carnal fuera del matrimonio era pecado y por tanto condenable. Así, en los libros penitenciales se fijaron las directrices en materia sexual. 

Prohibieron las relaciones sexuales "anormales" en el matrimonio, tales como mantenerlas durante el periodo menstrual de la mujer, utilizar métodos anticonceptivos, el sexo oral, la utilización de posturas antinaturales en el coito, la penetración anal o la masturbación mutua. La obsesión por controlar el sexo llegó hasta tal extremo que la Iglesia reglamentó que los esposos no podían practicarlo en fechas como Navidad, Cuaresma, Pentecostés, fiestas dedicadas a la Virgen, los sábados y los domingos. 

Fuera del matrimonio, cualquier manifestación sexual estaba prohibida, con especial condena al incesto, la masturbación, el bestialismo, la homosexualidad, el uso de afrodisíacos y el adulterio. La práctica de cualquiera de estas "perversiones" era castigada con penas de cárcel, que iban desde tres años para las lesbianas hasta quince para el bestialismo. 

La Iglesia, a través de la confesión, dispuso de una notable información sobre las prácticas sexuales de los hombres y mujeres de la Edad Media, y así pudo imponer una campaña de represión que triunfó ya en el siglo XVI con la intervención de la mismísima Inquisición.

http://historiasinhistorietas.blogspot.com/2012/09/la-sexualidad-medieval.html

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