Nereo de la Peña García
Sentada en una nube estaba una lombriz; tenía rato que esperaba su turno para entrar al cielo, maravillándose de poder sentir directamente sobre su cuerpo los rayos del sol, al principio el miedo a quemarse la hizo buscar la sombra, pero al fin se convenció de que esto no sucedería porque después de todo ya estaba muerta, qué más podría pasar. Algo más llamaba su atención: un silencio absoluto, a pesar de la cantidad de seres que esperaban su turno de entrada el orden era extraordinario, como si cada uno de los presentes sólo pensara y meditara en sí mismo. La fila daba la impresión de no avanzar; sin embargo Seita, que así se llamaba, se encontraba triste, no por haber muerto, ya que estaba consciente de que esto sucedería tarde o temprano, sino que se lamentaba de su triste vida. ¿Qué cosa le diría al Señor cuando estuviera frente a Él?... “Señor: la misión que me habéis encomendado ha sido cumplida”. ¿Cuál cumplida?... si ni siquiera sé si me haya encomendado alguna misión... el tiempo que me diste en la Tierra fue bien aprovechado; ¿cuál provecho?, si toda mi vida ha sido un desastre... De niña siempre viviendo con miedo, huyendo de un lado a otro; escondiéndome siempre de los animales dañinos, presenciando cosas terribles, como aquel día en que jugando con mis hermanas nos descuidamos y fuimos a parar dentro de un hormiguero; por cientos nos atacaron, destrozándonos con sus poderosas mandíbulas, devorándonos vivas, mutilándonos por completo; y nosotras sin ninguna defensa, sólo nos quedó huir lo más rápido posible. Todavía siento un escalofrío terrible tan solo al recordarlo; o como aquel otro en que después de escarbar todo el día en busca de alimento, fatigada y hambrienta salí al fondo del gran lago y cientos de pececillos me quisieron comer. Gracias a que siempre fui ágil pude escapar; pues siempre fui hábil para taladrar la tierra aun en lugares muy duros donde otros no se atreverían.
¿Cómo, Señor, en éstas condiciones se puede aprovechar el tiempo? Si solo se vive para escarbar ya sea en busca de alimento o huyendo?... De adulta concebí 7 veces: la primera tuve 2,000 huevecillos de los cuales 1,530 fueron devorados por gusanos mayores, 270 no incubaron y los 200 que quedaron fueron muriendo poco a poco en manos de otros animales al punto de que no sobrevivió ninguno; de las restantes camadas creo que viven solo unos 20 o 30, solo tú lo sabes, Señor. Claro que alguna vez busqué la luz, sólo que el miedo siempre me hizo retroceder, pues al salir a la superficie en busca de ella tenía que correr el riesgo de morir deshidratada por el sol, devorada por algún pájaro o triturada bajo las patas de algún gigante. La verdad creo que no la busqué lo suficiente porque al fin y al cabo de qué me serviría si ni ojos tengo. También recuerdo con dolor tantas y tantas ocasiones que por largo tiempo no llovía, la sed nos mataba y la tierra se endurecía tanto que dificultaba aún más nuestra pesada labor y teníamos que escarbar muy profundo en busca del precioso líquido. Por eso pienso, Señor, ¿cómo dedicarme a ti si siempre tuve tanto que hacer? ¿cómo poder decir “Señor, he cumplido” si todo fue tan... material?
Y así lamento tras lamento, paso a paso Seita fue avanzando hasta que llegó frente al Señor; su sorpresa fue inmensa: jamás nadie en el mundo pudo imaginar tanta belleza, el silencio no era tal, era música; la música más hermosa jamás tocada y no se había percatado cuando empezó a escucharla, fue como si la trajera adentro, y podía verla, no se explicaba cómo pero podía ver la música, ella que ni siquiera tenía ojos. Tal parecía como si cada una de sus células fuera un ojo y se quedó perpleja cuando se percató que también podía escuchar los colores; es más, esa bella música era producida por la inmensa gama de colores, que formaban el cuerpo del Señor y sintió que sus mejillas se ruborizaban cuando la tocó y se sintió humilde y por primera vez en su vida lloró.
“No temas, hija mía –le dijo-, pues en verdad yo te conozco, sé quién eres, sé lo que piensas, sé lo que has sido y sé lo que serás, porque Yo soy parte de ti y lo que no sabes es que tú eres parte de mí; todo lo que pasa, pasa porque Yo soy Todo y Todo soy Yo, aún la nada es mi parte y por lo tanto todo y nada es igual. Soy la quietud del movimiento, la suavidad de la fuerza, el movimiento y la fuerza son generación; soy espacio y vacío, nazco y muero a cada instante y así todo conmigo se genera y regenera; todo empieza y todo acaba, nada muere porque Yo soy inmortal de tal forma que solo cambia y se transforma según su albedrío, para bien o para mal y de esta forma Yo soy el Espíritu, la Materia y la Energía. Por esto, hija mía, no te apenes, pues has cumplido fielmente con Mi mandato”.
“El Universo, hija mía, está regido por leyes y ni la más minúscula de sus partes escapa a estas leyes; así todos cumplen con una parte del consenso universal. Algunos seres han creado otras leyes; dicen que por orden mía. Y las denominan morales, sólo que se da el caso de que las violan o las ajustan a su conveniencia; otras que dicen son civiles, pero tampoco las cumplen; la verdad es que Yo solo he creado las Universales y éstas sí son inviolables y se cumplen al pie de la letra.
“Tú al cavar tantos hoyos has removido la tierra, transportando de un lado a otro miles de sustancias nutritivas que las plantas aprovechan, la tierra por ti removida se ha suavizado permitiendo que la humedad se distribuya más parejo, los ácidos y jugos gástricos que tu cuerpo deshecha enriquecen la tierra, todo esto contribuye a que la distribución de vitaminas y minerales necesarios para la vida sea más equitativa y no se concentre en núcleos inútiles, así las plantas han podido crecer y dar flores, éstas han perfumado el ambiente llenándolo de ricos aromas, los perfumes han atraído miles de abejas que se han encargado de polinizar y colectar su néctar, permitiendo de ésta forma que haya frutos y alimentos, ricas mieles y tantas y tantas cosas bellas que sería interminable enumerarlas. El miedo, hija mía, fue el motor que te impulsó a ser precavida, aguzó tu astucia y permitió tu sobrevivencia; sin él hubieses sido descuidada, torpe e inútil; te ayudó a seleccionar lo bueno de lo malo y desarrolló tu espíritu.
“Confundiste la fuente de luz, hija mía, aunque sólo mentalmente, porque creíste que era el sol, sin embargo tu alma sí buscó la verdadera fuente y esto lo demuestra el hecho de tener conciencia de ello, pues nadie busca algo que no conoce. Dices que no te dedicaste a mí, quizás porque no oraste mucho. Debes saber hija mía que con pocas excepciones las oraciones son para pedir, el que merece no tiene necesidad de pedir y este es el que ha vivido en armonía conmigo, el otro es el flojo, el rebelde sin razón, el pobre de espíritu y necesariamente debe volver a empezar su trayecto a Mí. Y por supuesto hija mía, tampoco los mercaderes y los mercenarios de mi voz me son gratos.
“Y por último hija mía, al morir serviste de alimento a los preciosos hijos de la pajarita que te cazó. Ahora entrarás en Mi reino; lo llaman el Paraíso pero debes de saber que no vienes a holgazanear; como muchos creen, no como ya te lo he dicho: aquí no caben los flojos, por el contrario ahora que ya sabes tendrás mayores responsabilidades, porque la sabiduría es eso: responsabilidad”.
-Señor, una pregunta: has hablado tanto pero no te he visto mover la boca ni una sola vez, ¿cómo es posible esto?
“Hija mía, los seres que aman se comunican con los ojos, los ojos del Alma”.
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