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jueves, 5 de junio de 2014

MI VIEJO MALLETE

MI VIEJO MALLETE
 Federico G. Calero Daheza


Hace tiempo ya me apercibo de que, merced al destino y al trabajo desarrollado en el Tall.•., podía tener la bendición de ser elevado por mis HH.•. para dirigir los trabajos de la Log.•. desde el Trono de Salomón. Por ello pensé en tener el símbolo de la labor como V.•. M.•. y me impuse la tarea de buscar un mazo para desempeñar el arduo trabajo que me espera.

Deseaba que el mismo fuera algo fuerte y pesado, de tal modo, que cuando golpease con él, dominara la atención de todos. Busqué, recorrí, y seguí buscando. Buscaba algo muy especial; recordé que hay una madera que se denomina "lignitita" muy conocida como "la madera de hierro". Eso es lo que necesito para gobernar y dirigir, me dije. Hasta llegue a comprar uno que parecía ser lo que en verdad buscaba, pero al fin no resulto ser, sino un buen trabajo de laqueado en un sencillo mallete de hierro.

Desilusionado, cansado, y hasta aburrido, olvide mis afanes en pos de aquello que creía indispensable para la labor, hasta que hace apenas unos días, me asalto de nuevo esa obsesión y volví a recorrer tiendas, kioscos, anticuarios y hasta puestos callejeros en pos del Mazo.

Y me enrede en la maraña de una populosa zona de la ciudad de tienditas, localcitos, donde era tal la cantidad de objetos que servían para todo y para todos, que creía que jamás conseguirá lo que realmente buscaba.

Y me encontré de pronto ante una puerta y sin saber cómo, empujado quizá, por la invisible mano que me guiaba, sin yo saberlo, me encontré en el interior de un sitio que me hizo pensar que estaba fuera de la zona del crepúsculo del tiempo. El local, si así se lo puede llamar, era tan pequeño y tan oscuro que apenas si se perciban nuestras siluetas.

Y allí, como surgiendo de la nada, se dibuja una escalera de caracol. Avancé vacilante y silencioso. Eran tantas las vueltas del ascenso caracoliano que mi esposa que estaba muy junto a mí, se mareó como si estuviera en un carrusel.

Llegamos al final de ese laberinto de gradas y ante nosotros se apareció un cuartucho en el que habían miles y miles de cosas y podrá jurar que ninguna era al menos de mi época. Todas habían sido usadas una u otra vez; algunas sólo ayer; otras, siglos atrás.

Y allí estaba un hombre, un viejo, que parecía ser tan antiguo como los objetos que tenía en venta. Me dio la impresión de que él nunca esperaba saber el precio que obtendría por su mercancía. Su plateado y escaso cabello, las arrugas de su frente, que hablaban de la sabiduría e inteligencia esparcida en todo su ser; sus labios, en un rictus afable y acostumbrados a las buenas palabras; sus manos arrugadas pero firmes como ramas perennes de la acacia inmortal, se alargaron y nos dieron la bienvenida.

Sin palabras, sin preguntas, tan solo con ese brillo de sus ojos, ojos que han visto la luz, que han dicho la verdad y que han practicado la tolerancia. Esos ojos a la vez, me decían que le encantaba el regateo por cualquier trasto, un "tira y afloja", luego una sonrisa cómplice, un apretón de manos y el trato ya estaba hecho. Su hijo le ayudaba. Tan joven, pero tan ajeno al tiempo como el reloj de pared que sonaba, pero carecía de manecillas. Quedé tan absorto con todo ello que necesite que mi esposa me volviera a la realidad, apretándome mi brazo.

Le dije al anciano que buscaba un mallete, un mazo. Sentí entonces en mis espaldas, un viento helado, como si viniera de los siglos de los siglos. Me volví ante esa impresión, di unos pasos atrás, y quedé sorprendido al ver al joven con una bandeja colmada de mazos, entre sus manos.

No eran mazos corrientes. Algunos eran de madera, otro de hierro, unos de plástico, otros de hueso. Cada uno más hermoso que el otro. Yo ya no sabía cuál escoger, todos eran malletes Mass.•. y así lo manifesté.

La sonrisa huyó del rostro del anciano, su hijo me miró con benevolencia para mi mayor incomodidad y azoramiento aun, el vetusto reloj de pared se detuvo. Después de lo que me pareció el paso de mil siglos; el viejo me miro lanzándome nuevamente una sonrisa como para decirme que él me ayudaría a seleccionar un mazo.

Mi esposa aflojó mi brazo. Sentí que sus uñas se habían clavado en mi piel, traspasando mi chaqueta; el tonto reloj se puso a repicotear nuevamente; no me imaginaba para qué, ya que carecía de manecillas para decir algo.

Hijo mío, me dijo el anciano mirándome con bondad, quieres ser un buen V.•. de tu Log.•., verdad? ¿Por qué entonces, buscas un instrumento que podrá falsear y torcer tu carácter? Tú no pareces ser un hombre que exija obediencia estricta si ésta acarreara el deshonor para ti y tus HH.•. ¿Por qué quieres un mazo de hierro?

El mazo que vayas a usar, debe ser algo como tú mismo. Pareces ser un hombre de paz, con un gran sentido de igualdad; que conoce el verdadero valor de los hombres y el intrínseco valor de las cosas. Te he mirado y me he formado una idea de cómo te llevas tú con tus semejantes.

Quieres algo hecho de un material que recuerde que eres un hombre que ha conocido tiempos difíciles, tiempos buenos, tiempos malos, tiempos fáciles, tiempos de guerra, tiempos de paz, tiempos de triunfos y tiempos de fracasos, tiempos de amor y tiempos de reposo, tiempos de estudio y tiempos de enseñanza y que cuando manejes el emblema de tu autoridad, te des cuenta del bien y del mal y que si alguna vez has errado con él, rectifiques tu conducta y te hagas más bueno y más tolerante. ¿Quieres algo así, Verdad?

Mudo y con un nudo en la garganta, asentí sin parpadear.

Aquí, hijo mío, está el mallete que necesitas. Y al decir esto me mostró un mazo.

¡Oh, Dios! ¡Qué mazo! Era tan feo como el pecado mismo. Con nudos grandes y duros, sucio y desprovisto de majestad. Parecía el mazo de Matusalén. Volví a la realidad y esbozando una sonrisa me dije: -"Me está tomando el pelo. Cómpralo y síguele el juego".

El viejo pareció comprender y antes de que yo pudiera articular palabra alguna, me dijo pacientemente, como reflexionando para sí mismo: -"El hombre sigue siendo hombre. ¿Cuándo llegara la hora de confiar el uno en el otro y cuándo le dará el beneficio de la duda antes de golpearle? Mira ese reloj en el muro... tú no confías en él porque no tiene manecillas, pero dime… ¿Por qué habría de tenerlas"?

Ha sido construido por el tiempo mismo, para decirte que el tiempo está transcurriendo, que el tiempo pasa… escucha su Tic, escucha su Tac, es el pulso del ser, es el sístole del dar, es la diástole del recibir.

No importa si es mediodía aquí o medianoche allí, simplemente no importa. Se mueve para los que viven y se detiene para los que mueren, pero sigue respirando para quienes quieren escucharle al paso de sus años.

El anciano alargó su mano y su joven hijo puso en ella una virutilla de acero. Parecía que el joven y el viejo se comunicaban sin palabras. Las arrugadas manos del anciano comenzaron a raspar los siglos del vetusto mallete.

Al cabo de algunos minutos, que parecieron interminables, tenía ante mí uno de los más hermosos malletes que jamás haya visto. Era nudoso y estaba hecho de una blanca madera de Olivo, de aquel Olivo de la Paz.

El anciano me dijo: -Ignoro su antigüedad, pero no está seco, ni es quebradizo. No es pesado, pero un suave golpe llama a la audiencia e impone respeto. Es así como deberás gobernar y dirigir a tu Tall.•. y a tus HH.•. Con juicio firme y solido; con sabiduría, con fe, con fraternidad, con igualdad verdadera y absoluta tolerancia.

Con la sensación del Olivo y la Paz en tus manos y no con el peso del duro acero, para imponer tu voluntad a los otros, especialmente a los HH.•. de tu arte.

Este mazo es viejo como el tiempo, pero quién lo va a saber, a menos que tú se lo digas. Deja que él te diga que para dirigir tu Log.•. debes emplear reglas de una época en la que los hombres de Paz caminaban libres por la faz de la tierra.

Sobrecogido y con lágrimas en los ojos, contemplé al anciano.

Él ya no sonreía; lucía cansado, pero hondamente satisfecho.

Abrí mi boca y me atreví a balbucear cuanto pedía que yo pagase por ese mallete, por mi mallete.

Puso su vetusta y arrugada mano sobre mi hombro y me dijo: -"Hijo querido, Hermano mío, jamás tendrás el dinero suficiente para poder comprar este mallete. Tenlo para ti. Sólo asegúrame que lo usaras con sabiduría y rectitud. Llévalo contigo y recuerda siempre este momento

Su joven hijo sonrió por primera vez, como para asegurarme de que estaba bien que me llevara conmigo el mallete de buena fe.

Hasta hoy, no recuerdo como salí de ese lugar, ni cómo bajé esa escalera de caracol, pero si recuerdo que me vi en la calle, entre la maraña de gente, con el mallete apretado entre mis manos muy junto a mi corazón y caminé… y seguí caminando buscando la huella para retornar a mi hogar.

Mi esposa tiembla cuando recordamos aquel día, aquel cuartucho, aquel anciano, aquel joven, aquel reloj que aun sin manecillas, marca el curso de la vida.

Yo sé que todo aquello sucedió, porque estoy aquí, sentado contemplando el mallete, mientras me pregunto a mí mismo: -¿Qué hará este mallete por mí? O lo que es más importante: ¿Que haré yo por mi Log.•. que me puso aquí?

¿Qué haré yo por mis HH.•. que me dan el calor que necesito?

¿Qué haré por mi Ord.•. que tan generosamente me cobija?

Y quiero hacer y quiero ser el V.•. M.•. laborioso para éste, mi justo Tall.•.

El V.•. M.•. honesto para ésta, mi Aug.•. Ord.•.

El V.•. M.•. Sabio para éste, mi "VIEJO MALLETE".


P.•. V.•. M.•. Federico G. Calero Daheza

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