LA LEYENDA MASONICA DE HIRAM ABIFF (1 de 3).
* Herbert Oré Belsuzarri
* Herbert Oré Belsuzarri
Hiram Abiff es una figura simbólica de
la Masonería y la narración que se utiliza es una leyenda, creada para vehicular
un conjunto de enseñanzas. No se trata de una leyenda propiamente dicha, pues
todo masón especulativo sabe, de antemano, que muchos de los personajes
representados en el asesinato del Maestro Hiram, son totalmente simbólicos, y
representan virtudes y vicios humanos cada uno de ellos.
En la parábola usada en el ritual
masónico, Hiram Abiff, es asesinado por tres compañeros miembros del oficio que
trabajaban en la construcción del templo, en su afán de obtener información del
Maestro de forma ilícita. De todos modos cualquier información o secreto, Hiram
Abiff no lo reveló.
El cuerpo de Hiram, después del
asesinato fue escondido por sus asesinos llamados en el folclore masón: Jubelon, Jubelas y Jubelus. Cuando el
cuerpo fue hallado, se marcó esta tumba provisional con una plata de acacia,
luego el cuerpo de Hiram, fue recuperado por los maestros masones y posteriormente
enterrado por el Rey Salomón.
Robert Ambelain[1],
en su libro El Secreto Masónico, nos
narra la leyenda de Hiram Abiff de la siguiente manera:
Salomón, hijo de
David, recibe de Dios la misión de construir el templo siguiendo las
instrucciones del profeta Natán, al que el Señor ha dado en sueños las
indicaciones necesarias. Hiram, rey de Tiro, amigo de su padre, le aporta su
ayuda en materiales y, sobre todo, en obreros. Le envía, por ejemplo, a Hiram
el Fundidor. Un día, este último se dispone a efectuar el vaciado del mar de
fundición de bronce para el Templo en presencia de Salomón y de Balkis, reina
de Saba, a la que Salomón quiere seducir, a fin de casarse con ella. El pueblo
de Israel asistirá al vaciado.
Benoni, ayudante y
fiel discípulo del maestro de obras, ha sorprendido a la caída de la noche a
tres obreros, Fanor el sirio, albañil, Anru el fenicio, carpintero, y Metusael
el judío, minero, saboteando el molde del futuro mar de bronce. Benoni advierte
a Salomón de la traición de los tres cómplices, pero el rey, celoso de la
admiración que Balkis siente ya por Hiram el Fundidor, deja que prosigan los
preparativos.
Al ponerse el sol,
Hiram da la orden de proceder al vaciado. Y el gigantesco molde en que debe
fundirse el mar de bronce y que ha sido manipulado se agrieta. El metal en
fusión surge bruscamente y salpica a la horrorizada multitud. Benoni,
desesperado por no haber advertido personalmente a Hiram, se arroja entre la
ardiente lava.
Poco después, solo,
abandonado de todos, Hiram sueña ante su obra destruida. De pronto, de la
fundición que brilla enrojecida en las tinieblas de la noche se alza una sombra
luminosa. El fantasma avanza hacia Hiram, que lo contempla con estupor. Su
busto gigantesco está revestido por una dalmática sin mangas; aros de hierro
adornan sus brazos desnudos; su cabeza bronceada, enmarcada por una barba
cuadrada, trenzada y rizada en varias filas, va cubierta de una mitra de
corladura (plata dorada); sostiene en la mano un martillo de herrero. Sus ojos,
grandes y brillantes, se posan con dulzura en Hiram y, con una voz que parece
arrancada a las entrañas del bronce, le dice:
-
Reanima tu alma, levántate, hijo mío. Ven, sígueme. He visto los males
que abruman a mi raza y me he compadecido de ella...
-
Espíritu, ¿quién eres?
-
La sombra de todos tus padres, el antepasado de aquellos que trabajan y
que sufren. ¡Ven! Cuando mi mano se deslice sobre tu frente, respirarás en la
llama. No temas nada. Nunca te has mostrado débil...
-
¿Dónde estoy? ¿Cuál es tu nombre? ¿Adónde me llevas? –pregunta Hiram.
-
Al centro de la Tierra, en el alma del mundo habitado. Allí se alza el
palacio subterráneo de Enoc, nuestro padre, al que Egipto llama Hermes y que
Arabia honra con el nombre de Edri...
-
¡Potencias inmortales! –Exclama Hiram-. ¿Entonces es verdad? ¿Tú
eres...?
-
Tu antepasado, hombre, artista.., tu amo y tu patrono. Yo fui Tubal
Caín.
Llevándole como en
un sueño a las profundidades de la Tierra, Tubal Caín instruye a Hiram en lo
esencial de la tradición de los cainitas, los herreros, dueños del fuego.
En el seno de la
Tierra, Tubal Caín muestra a Hiram la larga serie de sus padres: Enoc, que
enseñó a los hombres a construir edificios, a unirse en sociedad, a tallar la
piedra; Hirad, que supo antaño aprisionar las fuentes y conducir las aguas
fecundas; Maviel, que enseñó el arte de trabajar el cedro y todas las maderas;
Matusael, que imaginó los caracteres de la escritura; Jabel, que levantó la
primera tienda y enseñó a los hombres a coser la piel de los camellos; Jubal,
el primero en tender las cuerdas del cinnor y del arpa, extrayendo de ellos
sones armoniosos ... Y por último, el propio Tubal Caín, que enseñó a los
hombres las artes de la paz y de la guerra, la ciencia de reducir los metales,
de martillear el bronce, de encender las forjas y soplar sobre los hornillos.
Y transmitió a
Hiram la tradición luciferina.
Al comienzo de los
tiempos, dos dioses se reparten el universo. Uno, Adonai, es el amo de la
Materia y del elemento Tierra; el otro, Iblis, es el amo del Espíritu y del
elemento Fuego.
Adonai crea al
Primer Hombre del barro que le está sometido y lo anima. Movido a compasión por
el bruto incomprensivo que Adonai quiere convertir en su esclavo y su juguete,
Iblis y los Elohim (los dioses secundarios) despiertan su espíritu, le dan la
inteligencia y la comprensión. Mientras Lilith, la hermana de Iblis, se
convertía en la amante oculta de Adán, el Primer Hombre, y le enseñaba el arte
del pensamiento, Iblis seducía a Eva, surgida del Primer Hombre, la fecundaba
y, junto con el germen de Caín, deslizaba en su seno una chispa divina. En
efecto, según las tradiciones talmúdicas, Caín nació de los amores de Eva e
Iblis. Abel nacerá de la unión de Eva y Adán.
Más tarde, Adán no
sentirá más que desprecio y odio por Caín, que no es su verdadero hijo.
Aclinia, hermana de Caín, que la ama, será entregada como esposa a Abel. Y a
pesar de ello, Caín dedica su inteligencia inventiva, que le viene de los
Elohim, a mejorar las condiciones de vida de su familia, expulsada del Edén y
errante por la tierra. Pero un día, cansado de ver la ingratitud y la
injusticia responder a sus esfuerzos, se rebelará y matará a su hermano Abel.
Para justificarse,
Caín responde personalmente a Hiram. Insiste sobre lo doloroso de su suerte.
Sólo él trabajaba la tierra, arando, sembrando, recolectando, efectuando todas
las labores penosas, mientras que Abel, cómodamente echado bajo los árboles,
vigilaba sin esfuerzo los rebaños. Cuando les tocaba ofrecer los sacrificios
prescritos a Adonai, amo exterior de la esfera terrestre, Caín elegía una
ofrenda incruenta: frutos, haces de trigo. Abel, por el contrario, ofrecía en
holocausto a los primogénitos de sus rebaños. Y, presagio funesto, el humo del
sacrificio de Abel subía recto y orgulloso en el espacio, mientras que el del
fuego de Caín caía hacia el suelo, mostrando el rechazo de Adonai.
Caín explica
entonces a Hiram que, en el curso de las edades, los hijos nacidos de él, hijos
de los Elohim, trabajarán sin cesar por mejorar la suerte de los hombres, y que
Adonai, lleno de celos, tras intentar aniquilar a la raza humana mediante el
Diluvio, verá fracasar su plan gracias a Noé, advertido en sueños por los Hijos
del Fuego sobre la inminente catástrofe. Al devolver a Hiram a los límites del
mundo tangible, Tubal Caín le revela que Balkis pertenece también al linaje de
Caín y que es la esposa que le está destinada desde toda la eternidad.
Después, antes de
la partida de la reina hacia Saba, Hiram y Balkis se unirán en secreto, a pesar
de la celosa vigilancia de Salomón. Hiram, descendiente de las Inteligencias
del Fuego, y Balkis, descendiente de las Inteligencias del Aire, no podrán sin
embargo permanecer unidos. Hiram será asesinado por tres Compañeros, deseosos
de conocer indebidamente la contraseña de los Maestros, con objeto de percibir
el mismo salario que ellos. El crimen tendrá lugar dentro del templo de
Jerusalén en construcción, desierto en ese momento. Y Balkis, al regresar al
país de Saba, sin haber sido nunca la esposa de Salomón, se cruzará, sin
verlos, con los tres asesinos, que se llevan el cadáver de Hiram para
enterrarlo en secreto.
Sólo se estremecerá
en su seno el niño que va a nacer de sus amores fugitivos con el Maestro
Obrero, ese niño que será más adelante el primero de los hijos de la viuda.
Tal es la leyenda
de Hiram, que no hará su aparición en el seno de la francmasonería especulativa
hasta alrededor de 1723, la francmasonería especulativa de los siglos
anteriores la ignoraba. Hasta ese momento, Hiram no gozaba de mayor importancia
en los relatos iniciáticos que Nemrod, Noé, Abraham o Moisés.
La cosa se
comprende fácilmente, ya que en la Biblia Hiram queda reducido a su papel de
fundidor, sin que se le presente en ningún momento como el arquitecto del
templo de Jerusalén. Si se quiere precisar la verdadera identidad de ese
arquitecto, hay que atenerse al relato bíblico, según el cual fue el mismo Dios
quien comunicó los planes a David, por mediación del profeta Natán, durante una
visión o un sueño.
Como se ve, la
leyenda de Hiram, procedente de las tradiciones propias de los herreros
cainitas de los alrededores del Sinaí, está emparentada con una vía próxima a
las tradiciones tántricas indias, es decir, proviene de la mano izquierda, por
utilizar el lenguaje particular de estos temas y del esoterismo. Con ella se
asocian otras tradiciones, como la de Prometeo, la rebelión de los Titanes, el
descenso de los ángeles caídos al monte Hermón, narradas en el libro de Enoc.
Según se dice, todas ellas enseñaron a los hombres conocimientos tan diversos
como nuevos, pero susceptibles de causar su perdición.
En esta narración
de la leyenda se puede visualizar lo siguiente:
-Hiram,
el fundidor de Tiro, era hijo de una viuda de la tribu de Neftalí (I Reyes,
7-13) o de Dan. Esas dos tribus hebreas fueron las que volvieron al becerro de
oro y renunciaron al dios de Moisés.
-Hiram
tuvo por padre a un tirio, también fundidor, llamado Ur. En hebreo, esa palabra
significa “Luz”. Recordemos la importancia de la Luz con mayúsculas en toda la
ruta luciferina.
-La
leyenda de Hiram nos cuenta que éste fue instruido, durante un descenso al
centro de la tierra, por Tubal Caín, su antepasado fundidor. Y Tubal Caín, por
cierto la palabra de paso en la Maestría Masónica, es citado en el Génesis 4-22
de la siguiente forma: “Sela parió a Tubal Caín, forjador de instrumentos
cortantes de bronce y de hierro. La hermana de Tubal Caín era Naema”. El rabí
Simeón (a quien se atribuye el Zohar, el principal libro de la Cábala) nos
aclara: “Naema era la madre de todos los demonios (sic), porque procedía del
lado de Caín”. Naema es hermana y esposa de Tubal Caín, lo mismo que Isis es
hermana y esposa de Osiris.
-Tubal Caín es un antepasado cercano de Hiram Abiff y la séptima generación nacida de Iblis (Samael, Prometeo, Lucifer, Baphomet…), el dios de la Luz y Ángel de Luz en la tradición judía, como se puede ver en el árbol genealógico de la tradición luciferina descrito más arriba. Con lo cual, podemos asegurar que Hiram Abiff tenía por antepasado directo a Tubal Caín e Iblis, el dios de la Luz.
-Hiram Abiff no solo pertenece a una genealogía “luciferina”, sino una clara ligazón de éste y sus antepasados con el dios de la Luz, llamado como hemos dicho Iblis (Samael, Lucifer, Baphomet, Prometeo…).
Los misterios relatados pertenecen a la Iniciación Primordial que fue a parar a las masonerías operativas de Egipto, de Israel… Recogidos por el escocismo y memphis-misraïm, por los Ritos de la Orden Illuminati y la Societas OTO, por el Sistema denominado Rojismo, esos misterios son fundamentales en la iniciación.
El deber de los iniciados es “descubrir” la auténtica tumba de Hiram Abiff para poseer su Luz y sus misterios. Así descubren de quien descienden y quienes son, alcanzando la transformación y la iniciación completa. La mayoría de buscadores de la tumba de Hiram Abiff dirigen sus pasos hacia el interior del templo, mientras otros, encabezados por el Rojismo y los Illuminati de todos los tiempos, los dirigen hacia el Monte Zión y las entrañas de la tierra.
Raymond Francois Aubourg Dejean, en su Libro Los Hijos de la Luz, nos narra otra
variante de la Leyenda de Hiram Abiff.
- El Maestro Hiram
–
Hiram Abif (Hiram
Habif o Abi “el huérfano”), hijo de una viuda de la tribu hebraica de
Nephthali (Neftali
o Dan) y de padre Tireo llamado Ur, había sido iniciado en el secreto de la
geometría, «la ciencia de las ciencias» y en el arte de la construcción. Hiram
era Maestro en el «Arte del Trazado», ciencia misteriosa sin la cual ningún
gran edificio podría ser concebido (*9).Era capaz de resolver las más grandes
dificultades técnicas y de manejar los materiales más rebeldes. Sabía tallar la
piedra mejor que cualquier otro de los mejores artesanos. Pero, lo mejor de
todo, Hiram era Maestro metalista, conocedor en la fundición del cobre y del
bronce y de la realización de todas las obras de metal (*47), experto en la
ciencia secreta de las aleaciones que le habían enseñado los Maestros Fenicios
iniciados en las escuelas de los misterios de Egipto y de Grecia, descendientes
de aquellos que habían sido instruidos por Hermes, el descubridor de la columna
de piedra de Tubalcain.
Hiram llegó a
Jerusalén precedido por su prestigioso renombre y fue acogido con grandes
honores. De gran estatura, Hiram portaba siempre alrededor del cuello una cadena
de oro donde estaba colgada una medalla de forma triangular sobre la cual
estaba grabado: de un lado, el ojo de aquel que lo veía todo y sobre el revés,
las cuatro letras del nombre impronunciable de Dios y que se pueden solamente
deletrear (*47).
Después de haber
invocado la asistencia de Adonai, «el Señor todo poderoso, Maestro de los
Maestros y Gran Arquitecto del Universo», a quien él pide: «la belleza de la
inspiración, la fuerza para la ejecución y la armonía de la concepción», Hiram
abrió el gigantesco trabajo el 2do. día del 2do. mes del 4to. año del reino de
Salomón (967 A de C) (*27). El genio del arquitecto Hiram lo colocaba por
encima de todos los hombres y su inteligencia, su sabiduría, sus altos
conocimientos y su gran habilidad ejercía tal influencia que todos se
inclinaban ante la voluntad y la autoridad de aquel a quien todos daban
respetuosamente el título de «Maestro».
- La construcción
del Templo –
La construcción del
Templo dura 6 años, 5 meses y 21 días (*1). A la puerta del Oriente se
levantaba un sublime pórtico con un triple alineamiento de más de doscientas
columnas. Hiram talla él mismo la sala subterránea del santuario, las
fundaciones del «Sanctum Sanctorum», a la que él da la proporción de un cubo de
diez codos de arista, tallados en un gigantesco bloque de granito negro y
rosado que, según una antiguas leyenda, habría caído del cielo; tesoro ofrecido
por Yahvé a los artesanos con el fin de que construyeran sobre él el santuario
de Dios (*56). Para los antiguos hebreos, el «Santo de los Santos» era la
cámara nupcial en la cual se consumaba la unión de Yhavé con su complemento
femenino: Shekinah (o Matronita), consorte de Yahvé (*34). En el fondo de esta
sala subterránea, debía presidir el nicho conteniendo el relicario sagrado: el
«Arca de la alianza».
Hiram fundió las
dos columnas destinadas a soportar la entrada del templo, las diez cubas y los
diez zócalos, las calderas, copas y vasos necesarios para los sacrificios y la
práctica del culto y el «Mar de airain» (aleación de estaño y de cobre,
material tradicionalmente empleado para la confección de los instrumentos del
culto, apreciado por sus excepcionales cualidades de incorruptibilidad y de
resonancia) (*47), gigantesco copón de reborde esculpido en forma de pétalos de
loto, sostenido por doce toros de bronce, que debía adornar la puerta
occidental del edificio. El monumental estanque, que hacía parte de las más
grandes maravillas hechas por la mano del hombre, estaba destinado a la
purificación de los 15.000 sacerdotes de las 24 clases jerárquicas que
oficiaban y mantenían cada día el templo (*56).
Salomón reunió a
los príncipes de Israel más dignos y expertos para escoger siete de entre
ellos: Jehoshaphat, Zadoc, su hijo Azariah, Elihoresphs, Aliah, Bernaiah y
Abiathar y nombrarlos «Gabaonitas», guardias del «Sanctum Sanctorum» (*46), la
sala subterránea donde estaba ubicada el “Arca de la alianza” y las joyas y
objetos sagrados del Templo. Salomón ordeno eso por el temor de que algunos
malhechores cargados por la envidia, trataran de destruir tan preciosos objetos
y para proteger el Arca de la alianza de todas las profanaciónes.
A pesar de una
cierta rivalidad con Hiram, debido al prestigio excepcional que el arquitecto
adquirió durante la construcción del Templo y su rechazó de dar al Soberano el
poder sobre las corporaciones, Salomón amaba a los Masones quienes, sabiendo
manejar los hombres y dirigirlos, habían puesto en pie las premisas de una
sociedad industrial jerarquizada (*56).
- Balkis, Reina de
Saba –
El templo de
Jerusalén era la obra más admirable de cuantas se han visto tanto por su
magnitud como por la inmensa riqueza empleada en él. Por todo lado estaba
cubierto del legendario oro rojo que abundaba en las montañas del lejano Reino
de Saba, región más meridional de Abisinia (o Etiopía), la más rica del
oriente, que su Reina Balkis gobernaba como heredera dinástica de Sab, primer
hijo de Hermes. La Reina había vendido su oro a Salomón a cambio del trigo que
su pueblo necesitaba para alimentarse. La orgullosa y seductora Reina, vino con
su numerosa comitiva a rendir homenaje al Rey Salomón y a ver por sí misma la
verdad de la maravillosas relaciones que había oído ponderar del esplendor y de
las riquezas del templo y saber a cuales fines habían servido las riquezas de
Saba que la Reina había enviado a Salomón (*56).
El escritor francés
Gerard de Nerval cuenta de manera romancesca la leyenda de «la Reina de la
mañana y de Soliman, Príncipe de los genios», en la cual se cuenta como el Rey
Salomón fue seducido por esta mujer de gran belleza, en la cual engendró un
hijo (*18), pero quien no tenía interés sino por el Maestro Arquitecto Hiram a
quien ella quería conquistar y llevar a su lejano Reino para unirse a él y
construir otros templos.
Otros autores
contaron que el niño que la bella Balkis llevaba en sus entrañas era el fruto
de sus amores con el Maestro constructor (*56)
- La muerte del
Maestro –
El magnífico templo
estaba casi terminado; le faltaba solamente el techo de teja, pero Hiram no se
apareció por la obra. Los Maestros Masones se inquietaron y lo buscaron sin
éxito. Habiendo visto huellas de sangre en el umbral de las puertas de
occidente, del norte y del oriente, un grupo de vigilantes llegó a la
convicción de que el Maestro Hiram había muerto.
Después de
investigaciones, 9 compañeros denunciaron que los llamados Jubelón (o Abairam o
Abi-Balah) Jubelás y Jubelós (*46) (o Halem, Sterkin y Hotherfut) (*1), tres
malos compañeros decepcionados del rechazo de Hiram de darles la Maestría y a
quien habían intentado arrancarles por la fuerza la palabra de paso de los
Maestros Masones, habían golpeado a muerte al Gran Maestro con las herramientas
de la obra (*47).
Después de siete
días de búsqueda, es Satolkin, jefe de la corporación de los carpinteros que
encontró el cadáver de Hiram en descomposición en una fosa de 7 pies de
longitud, 5 de longitud y 3 de profundidad, disimulada al pie de un acacia y
cubierta con una rama de ese árbol, sobre una pendiente del valle de Cedrón. El
Maestro Hiram fue reconocido por su medalla pectoral de oro donde estaba
grabado el ojo de Adonai (*46).
Tres mil años antes
de la construcción del templo de Jerusalén, encontramos en Egipto, el mito del
Maestro asesinado en uno de las pinturas murales del santuario de Deir el Medineh:
la leyenda del «Iniciado perfecto», aquel del Maestro Horemheb (o Neferhotep),
asesinado por un obrero que quería usurparle su función. El nombre de este
difunto Maestro está formada de dos palabras egipcias que significan «la
perfección - del conocimiento- en la belleza» (*56).
El Rey Salomón
ordenó a Adoniram, elegido Jefe Arquitecto del templo para suceder al Maestro
Hiram, que preparara los funerales del Maestro con magnificencia y construyera
un obelisco de mármol blanco y negro en el corto plazo de 9 días. El corazón
del Maestro Hiram embalsamado por Jeroboam y colocado en una urna del oro más
puro, que se ubicó sobre el pedestal del obelisco (*46). Los siete Príncipes de
Israel, los «Gabaonitas», guardias del «Sanctum Sanctorum», trajeron el cadáver
del Maestro que fue sepultado con gran pompa en un lugar secreto del templo,
bajo el «Santo de los Santos» que Hiram había hecho con sus propias manos con
tanto arte y donde se reunía el capítulo de los Maestros, al amparo de los
profanos, la secreta «Cámara del medio», disimulado en el centro de un
subterráneo del templo.
El Rey Salomón
dispuso que entre los Maestros más adelantados se eligieran 5 para desempeñar
la intendencia del edificio para la terminación del templo. Fueron el Hebreo
Gareb, jefe de los obreros en oro y plata, Zelec de Gebal, jefe de los obreros
en piedras, Satolkin, jefe de los carpinteros, el Fenicio Yehu-Aber (o Joabert
o Johaben), jefe de los obreros fundidores del bronce y Adoniram (hijo de
Abda), superintendente de los trabajos (*46).
A la muerte del
Maestro Hiram, Salomón concibió para los obreros unas constituciones que les
serían particulares, emanando de diez de las palabras escritas por Yahvé sobre
las tablas de piedra entregadas a Moisés (*34). La leyenda pretende que Salomón
confía la construcción del pueblo al colegio de los 12 Maestros puestos por
Hiram a la cabeza de los cuerpos que conformaban la cofradía, colocándolos a la
cabeza de las 12 tribus de Israel, con misión de luchar contra la extorsión y
las iniquidades tributarias en las tribulaciones, origen del estado de pobreza
en que se halla el pueblo de Israel (*46).
- El castigo de los
asesinos –
Después del trágico
acontecimiento de la muerte del Maestro Hiram, los autores del crimen trataron
de escapar del castigo que les aguardaba y se ocultaron.
Tres meses después
de la muerte de Hiram, un extranjero llamado Pharos, originario de Joppe
(Jaffa), informó al Rey Salomón que había visto a un hombre ocultarse en una
caverna al oeste de Jerusalén, cerca de las costas de Joppe; se ofreció a
conducir a los nueve Maestros designados por Salomón para prenderlo. Es el
Maestro Fenicio Yehu-Aber, quien sorprende dormido a Jubelón, jefe de los
criminales. No pudiendo contener su impaciente celo, lo mató de una puñalada y
separó la cabeza del tronco del traidor; la cual fue después colocada en la
torre oriental del templo de Jerusalén hasta que se encontrasen a sus dos
cómplices (*46).
Habían transcurrido
seise meses desde que tuvo lugar el castigo de Jube-lón cuando Ben Dekar,
intendente del palacio del Rey Salomón, hizo publicar un aviso en el Reinado
vecino de Gheth (o Gath) en el que se hacia la descripción de los asesinos del
Maestro Hiram. Algunos días más tarde, recibió la noticia de que los dos
homicidas se habían refugiado en las canteras cercanas de Gheth. El Rey Salomón
resolvió solicitar del Rey Maachab (Makah) de Gheth, la aprehensión de Jubelás
y Jubelós. El Rey Maachab ordenó que se encontrase a los criminales y se les
entregara a los emisarios del Rey Salomón. Quince Maestros, acompañados de una
fuerte escolta se apoderaron de los 2 criminales, los cargaron de cadenas y los
llevaron a Jerusalén para ser juzgados y luego martirizados y decapitados; sus
cabezas fueron clavadas sobre las puertas de Jerusalén (*46).
- El Delta sagrado
–
Desde una época muy
remota, cuando vivía el patriarca Enoch, nadie pudo decir el verdadero nombre
de Dios hasta que el fue pronunciado por el propio Yahvé cuando apareció a
Moisés en la zarza encendida (*1). El legislador del pueblo Hebreo mandó hacer
una gran medalla de oro, en la que grabó el nombre sagrado de Dios y la colocó
en el Arca de la alianza.
En la época de
Samuel, los Filisteos se apoderaron de la Arca y fundieron la gran medalla de
oro para construir un ídolo, de tal manera que el nombre de Dios quedó perdido
para siempre.
El nombre sagrado
subsistía solamente sobre el delta de oro empotrado en la piedra de ágata
gravado por Enoch; pero nadie conocía la localización del sitio donde el
patriarca bíblico había disimulado el precio secreto 2.770 años antes.
Salomón quiso tener
el delta de oro para consagrar el templo de Jerusalén a la gloria del «Gran
Arquitecto del Universo» y ordenó a tres Maestros: Zabulón, Satolkin y
Yehu-Aber de ponerse a buscar la bóveda secreta de Enoch para extraer la piedra
y el delta gravado. Después de grandes estudios y penosos viajes, los 3
Maestros lograron descubrir la entrada de la bóveda subterránea en la cual
encontraron el cubo de ágata, en una de cuya cara estaba incrustada un triángulo
de oro muy brillante que tenía esculpido en su centro las 4 letras de la
palabra inefable (*46).
Después de terminado el templo de Jerusalén, el Rey Salomón estableció una escuela de arquitectura en Jerusalén, en la que los obreros del templo recibiesen la instrucción requerida y los medios de llegar a la perfección en el «Arte Real»; pero con la muerte de Hiram, el alma de la obra había desaparecido. La obra del Gran Maestro debía quedarse sin acabar; es por ello que para los Masones « llueve en el templo», que espera todavía su techo (*11). Los obreros se separaron, se repartieron a través del mundo, propagando las doctrinas de las corporaciones de constructores y los altos conocimientos de la construcción del templo.
Después de terminado el templo de Jerusalén, el Rey Salomón estableció una escuela de arquitectura en Jerusalén, en la que los obreros del templo recibiesen la instrucción requerida y los medios de llegar a la perfección en el «Arte Real»; pero con la muerte de Hiram, el alma de la obra había desaparecido. La obra del Gran Maestro debía quedarse sin acabar; es por ello que para los Masones « llueve en el templo», que espera todavía su techo (*11). Los obreros se separaron, se repartieron a través del mundo, propagando las doctrinas de las corporaciones de constructores y los altos conocimientos de la construcción del templo.
No hay duda que el pastor Anderson cuando recibió
el encargo de compilar los antiguos usos y costumbres de la masonería
operativa, destruyó u omitió muchos documentos en lo que se ha calificado como
auténtico auto de fe. A partir de ese momento se hizo muy difícil reconstruir
las leyendas y tradiciones del período anterior. Es posible que Anderson y
Desaguliers aprovecharan algunos residuos que encontraron en estos documentos y
con ellos construyeron la leyenda de Hiram, o es posible que, tomaran a este
personaje secundario en la mitología de los masones “operativos” y lo magnificaran a efectos didácticos. Por otra parte
se ha dicho también que la Leyenda de Hiram Abiff lo construyo el monje
benedictino, Walafrid Strabon por encargo de los primeros Grandes Maestros de
la Logia de Londres.
El presente artículo se tomo del Libro: Hiram Abiff Mas Alla de la Leyenda de Herbert Oré.
El presente artículo se tomo del Libro: Hiram Abiff Mas Alla de la Leyenda de Herbert Oré.
[1]
Robert
Ambelain es un masón con altos grados.
Gran Maestre Consumado Mundial del Honor del Rito de Memphis-Misraim
(1985);
Gran Maestre de Honor del Grande Oriente Mixto de Brasil;
Gran Maestre de Honor del antiguo Grande Oriente de Chile;
Presidente del Supremo Consejo de los Ritos Confederados de Francia;
Gran Maestre de Francia del Rito Escocés Primitivo (Early Grand
Scottish Rite);
Compañero imaginero del Tour de France (Union Compagnonnique des
Devoirs Unis), con el nombre de “Parisien-la-liberté” (1945).
* Herbert Oré Belsuzarri, es un autor y escritor masón del Perú, ha producido diversos libros masonicos y no masonicos que tienen por característica una narración agil y amena, producto de haber sido maestro universitario y un destacado ingeniero.
* Herbert Oré Belsuzarri, es un autor y escritor masón del Perú, ha producido diversos libros masonicos y no masonicos que tienen por característica una narración agil y amena, producto de haber sido maestro universitario y un destacado ingeniero.
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