Evolucionismo, creacionismo y diseño inteligente 2 de 3
Nicolás Jouve de la Barreda
El principio de demarcación y la neutralidad de la ciencia
En realidad, no existe contradicción en los ámbitos específicos y distintos con los que la teología y la ciencia explican el misterio de la creación de la materia, el Universo y la vida. Aquella nos revela la causa, ésta nos describe el cómo. De este modo, dos de las cualidades inherentes al ser humano, el sentido de trascendencia y la búsqueda de una explicación por medio de la razón, encuentran satisfacción complementaria en el esclarecimiento de la creación. Nuestro sentido de la trascendencia nos lleva a admitir una intervención sobrenatural en la creación, mientras que la ciencia explica que en el origen de todo hubo una gran explosión seguida de la expansión de las partículas subatómicas, la formación de los átomos, el enfriamiento de las masas gaseosas y la condensación en miríadas de astros, en uno de los cuales, en un pequeño planeta de un suburbio del inmenso espacio nos encontramos nosotros, producto final de una extraordinaria y complejísima cadena de sucesos.
Por otra parte, la teoría de la evolución, como todas las teorías científicas, es completamente neutra en lo que concierne al pensamiento religioso. No surgió para oponerse a una idea de trascendencia sino para explicar un fenómeno natural como es el de la diversidad espacio-temporal de los seres vivos. Es curioso constatar que en el momento actual vivimos un cierto reencuentro por parte de muchos científicos con la religión, y que este reencuentro se da más entre los físicos, particularmente los físicos teóricos, que entre los biólogos moleculares. Tal vez por el reconocimiento en un poder infinitamente superior en el origen de la materia y del Universo, del que puede explicar la aparición de la vida y su diversificación a base de modificaciones graduales de los genes y los genomas. De este modo, el físico se enfrentaría al enigma del paso de la nada al todo, mientras que el biólogo molecular ha adquirido una posición de poder manipulador sobre una naturaleza que nos ha revelado los secretos de su plasticidad.
Lo cierto es que el ámbito de análisis de la realidad del Universo, el mundo y la vida, la metodología utilizada para comprender su origen es diferente para la ciencia, la filosofía y la teología, aunque todos persigan el mismo fin y traten de comprender el sentido de la existencia. De esta manera queda reivindicado el principio de demarcación, que establece los ámbitos específicos de actuación de todas las ciencias, que en el caso de las positivas no admite ningún modo de pensamiento que se aparte de la experimentación, pero que llevado a su extremo de negar cualquier otra realidad supone caer en el Cientificismo, que al darle la espalda a la filosofía y la teología renuncia a la legítima y necesaria búsqueda de explicaciones de todo aquello que hoy no sabemos y la ciencia no es capaz de explicar.
Pruebas experimentales de la evolución
En cualquier caso, la Biología como ciencia ha alcanzado un nivel de elucidación causal, en lo que a la explicación de los seres vivos como entes que evolucionan se refiere, muy superior al de la Física en relación con el origen de la materia o del cosmos. La teoría de la evolución, explicada, confirmada y admitida por las aportaciones de la Genética a lo largo del último siglo es, desde el punto de vista científico, irrebatible. Los distintos elementos necesarios para entender la teoría de la evolución por selección natural han sido ya sobradamente demostrados por las contribuciones de la genética, la biología molecular y la biología del desarrollo. Así, han quedado demostrados la flexibilidad de los genomas y los mecanismos que contribuyen a aumentar la diversidad de los seres vivos, como la mutación, el intercambio genético por medio de la transferencia horizontal y la recombinación, seguida de la selección natural, que opera cribando las poblaciones en el sentido de dar mayor oportunidad reproductiva a los individuos portadores de las mejores combinaciones genéticas. Estos mecanismos considerados independientemente son universales, con las variantes propias de los distintos sistemas de organización biológica y coincidentes en su conjunto, sobre todo porque todos los seres vivos comparten un mismo tipo de moléculas informativas, el ADN, un código genético universal y unos mecanismos de variación y expresión genética comunes, que no dejan lugar a dudas sobre el origen monofilético de la vida. La evolución lo inunda todo y lo explica todo, como señalaba el Profesor Theodosius Dobzhanski (1900-1975), Profesor de Genética en la Universidad de California, Davis, considerado el fundador de la Genética evolutiva experimental y autor entre otras de un importante ensayo titulado La Genética y el Origen de las especies [5] , cuando afirmaba que “todo en biología tiene sentido a la luz de la evolución” [6]
Algunas veces se argumenta que la evolución no es más que una teoría incapaz de ser demostrada experimentalmente. Este argumento se aplica por igual para los fenómenos de variación de una especie con el tiempo, la transformación de un ser vivo en otro diferente o la diversificación y aparición de nuevas especies. Paradójicamente, quienes piensan así para aferrarse a un creacionismo radical inconscientemente están cayendo en una corriente totalmente opuesta, el “cientificismo”, al asentar dogmáticamente que la única verdad aceptable es la que se puede constatar en el campo científico. Sin embargo, tanto la transformación de las especies como la aparición de una especie han sido explicadas experimentalmente de forma reiterada a una escala temporal, constatada en el laboratorio o en la propia naturaleza. Antes de continuar, convendría precisar el significado del término evolución, que se puede definir como una transformación de las poblaciones o las especies con el tiempo. De este modo, las pruebas experimentales exigidas se han de referir a la posibilidad de apreciar cambios genéticos en las poblaciones o en las especies a lo largo de las generaciones, de forma tal que puedan ser apreciadas por el hombre. Pues bien, las revistas de Genética publican anualmente miles de trabajos que demuestran la flexibilidad de los genomas y la respuesta a la selección, bien sea natural o artificial de cientos de poblaciones de plantas, animales o microbios bajo análisis experimental.
Pensemos en la síntesis de una nueva especie vegetal, obtenida por cruzamiento entre especies más o menos distantes, seguida de la duplicación cromosómica para regularizar la fertilidad. Ahí están las obtenciones de los trigos sintéticos, el triticale, el algodón sintético, las brasicas y muchas otras formas inexistentes en la naturaleza y creadas en pocas generaciones por las manos de los mejoradores de plantas a imitación del mecanismo de la aloploidía [7] , que ha enriquecido de forma extraordinaria la evolución de las plantas superiores. Si deseamos algo más natural, tenemos una evidencia clara en las modificaciones que se aprecian en las poblaciones de las plagas de insectos, que llegan a hacerse resistentes a insecticidas o pesticidas tras el uso reiterado de estos agentes sobre la población, como consecuencia de una selección natural a favor de los genotipos resistentes. Pensemos del mismo modo en la respuesta a la selección artificial que explica las transformaciones de los animales salvajes y las plantas silvestres hasta su constitución en especies domésticas. En el mundo de los microorganismos es bien conocida la aparición de nuevas cepas de bacterias en los hospitales, tras la utilización masiva de determinados antibióticos, lo que provoca una selección natural de las formas genéticamente resistentes, o la rápida aparición de cepas de virus patógenos, como el virus HIV causante del SIDA, a partir de unas cepas no virulentas en apenas unas décadas.
Existen sobrados experimentos demostrativos de las consecuencias de la variación genética y la selección natural, seguida de diversificación, especiación o extinción de especies o poblaciones. Si todos estos cambios obedecen a la selección natural y somos capaces de apreciarlos en un período tan corto de tiempo, además de tratarse de evidencias reales de la evolución ¿quién puede negar la existencia de modificaciones evolutivas más profundas a más largo plazo?. Aquí tampoco cabe dudar, dada la evidencia de los cambios de formas de los seres vivos que se aprecian en el registro fósil. Por ejemplo, los fósiles del Pleistoceno [8] demuestran que la distribución geográfica de muchos animales derivó como respuesta a las etapas glaciales e interglaciares, y hoy constatamos efectos semejantes en la distribución de especies de plantas y animales a nuestra escala temporal, en muchas ocasiones como consecuencia de los cambios ecológicos y climáticos producto de la influencia humana. En resumen, la certeza de la teoría de la evolución es tan axiomática como el cambio de los sistemas estelares, la aparición y desaparición de estrellas y planetas, o las modificaciones de las condiciones ambientales de las que tanto depende precisamente la aparición de la vida y la biodiversidad.
http://www.arbil.org/108barr.htm
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