Recurrí a la Biblia para buscar a los antepasados de Hiram, el arquetipo de maestro masón, pero que quede claro que el aborde a este libro es con ojos filológicos, filosóficos, simbólicos y alegóricos. Jamás se me ocurriría pensar que sus textos fueron inspirados y elaborados bajo el dictado de algún dios. Ninguno de sus libros fue revelado. ¿Por quién, además? Esas páginas no descienden del cielo, como tampoco las fábulas persas o las sagas mesopotámicas que aparecen en él.
El Antiguo Testamento no es tan antiguo como lo afirma la tradición. Yahvé no dictó nada a nadie, y menos en una escritura desconocida en esos tiempos. La Biblia, que no es más que un conjunto de textos, según su propia etimología, fue compuesta en varios procesos de amalgamas de fuentes originalmente separadas, o por añadidos de fuentes originales, realizados por varias o numerosas manos, quizá durante un largo periodo, pero no es preocupación de este autor la datación de aquella.
La parte de la Biblia que hoy conocemos como Antiguo Testamento es un conjunto de una cuarentena de libros que pretende recoger la historia y las creencias religiosas del pueblo hebreo que, aglutinado bajo la nación de Israel, apareció en la región de Palestina durante el siglo XIII a.C. Los análisis científicos han demostrado que buena parte de los libros legislativos, históricos, proféticos o poéticos de la Biblia son producto de un largo proceso de elaboración durante el cual se fueron actualizando documentos antiguos, añadiéndoseles datos nuevos e interpretaciones diversas en función del talante e intereses de los nuevos autores/recopiladores.
De este proceso provienen anacronismos tan sonados como el del libro de Isaías, profeta del siglo VIII a.C., donde aparece una serie de oráculos fechables sin duda en el siglo VI a.C. (dado que se menciona al rey persa Ciro); la imposible relación de Abraham con los filisteos (descrita en Gen 21,32), cuando ambos están separados aún por muchos siglos de historia.
La Iglesia católica oficial, así como sus traductores de la Biblia, sostienen que todos los textos incluidos en el canon de las “Sagradas Escrituras” han sido escritos bajo la inspiración del Espíritu Santo, y son, por tanto, obra divina. Tienen a Dios por autor principal, aunque sean al mismo tiempo obra humana, cada uno del autor que, inspirado, lo escribió. Más información al respecto lo encontrarán en Mentiras fundamentales de la Iglesia católica. Ediciones B. Barcelona, 1997, o en el iracundo ensayo de Fernando Vallejo, La puta de Babilonia. Planeta, Buenos Aires, 2007.
Nos cuenta el libro primero de Reyes que Hiram, el fundidor de Tiro, era hijo de una viuda de la tribu de Neftalí. En otro libro, el segundo de Crónicas, relata que el mismo personaje es hijo de una danita. También el libro nos cuenta que esas dos tribus hebreas fueron las que volvieron al Becerro de Oro y renunciaron al elaborado por Moisés. Según la tradición hebrea, el estandarte de la tribu de Neftalí es una serpiente, y particularmente considero que esto pudo suceder por la herencia hebrea en Egipto, pues la tradición bíblica indica que Neftalí era el hermano elegido de José para representar a la familia del faraón. También la tribu de Dan, según el relato bíblico, representaba a la serpiente, y entre los hijos de Jacob era el hijo que debía juzgar.
A los autores del Antiguo Testamento no les agradaban los danitas, a los que llamaban serpientes (Génesis 49:17). Sin embargo, adoptaron a Dani-El o Daniel, un dios fenicio, y lo transformaron en un profeta hebreo. Sus poderes mágicos eran como aquellos de los danitas que emanaban de la diosa Dana y sus serpientes sagradas. Daniel no era un nombre de persona sino un título. Los judíos habrían realizado un sincretismo entre las creencias de la India, Egipto y Fenicia.
De acuerdo con el libro de las Crónicas, este hijo de Dan, Hiram, era un hombre muy ingenioso y con gran habilidad para el trabajo con la plata, el oro, el latón y la piedra. También disponía de ciertas herramientas que podían perforar la piedra. Se decía que en la construcción del Templo no se habían empleado hachas, martillos o herramientas de hierro. Entonces, ¿cómo se construyó, al menos, simbólicamente?
En el Éxodo se pide a Moisés que levante un altar al Señor sin utilizar herramientas: parece emplearse aquí el mismo simbolismo que en el Templo. De acuerdo con las enseñanzas rabínicas, la prefabricación del Templo de Salomón la llevó a cabo el Shamir, un gusano o serpiente gigante que podía cortar la piedra.
Se cuenta que Naga (asociado a la serpiente) escapó de su país llevándose consigo la sabiduría de la arquitectura. La asociación de lo esotérico y los principios de la autoiluminación manifestados en el simbolismo arquitectónico dieron, eventualmente, origen a la Masonería moderna.
Los “dioses arquitectos” como Thoth o Hermes se encuentran fuertemente asociados a la sabiduría de la serpiente. Otras referencias también asocian el Shamir a la serpiente, tales como el Testamento de Salomón.
La visión gnóstica de la serpiente y del papel que juega al inducir a Eva a tomar el fruto del árbol se expresa por medio de un juego de oposiciones. Teniendo en cuenta que es la serpiente la que convence a Adán y Eva a que prueben el fruto del conocimiento y, por tanto, que desobedezcan a su creador, ella se convierte en un símbolo de redención. Se trata del primer éxito del principio trascendente frente al principio del mundo, el cual está interesado en impedir que el hombre adquiera conocimiento y se convierta en el huésped intramundano de la luz. Este acto de la serpiente determina el comienzo de la gnosis en la Tierra, en la cual, por medio de su origen, se convierte en una forma de oposición al mundo y a Yahvé, siendo sin duda una forma de rebelión.
Más de un movimiento gnóstico derivó su nombre del culto a la serpiente: Ofitas, del griego ophis; Naasenos, del hebreo nahas, recibiendo el grupo en su conjunto el nombre Ofítico. Un ejemplo de este culto lo tomo del relato sobre los Peratas de Hipólito: “La serpiente universal es precisamente el sabio oráculo de Eva. Este es el misterio del Edén; este es el río que fluye del Paraíso; este es el signo con el cual fue marcado Caín. Caín es aquel cuya ofrenda no fue aceptada por el dios de este mundo, quien en cambio recibió el sangriento sacrificio de Abel, pues el dueño de este mundo se deleita en la sangre. Esta serpiente es la que en los últimos días, en tiempo de Herodes, ha aparecido bajo la forma de hombre…”.
Este optar por el “otro”, por lo que tradicionalmente se considera infame, constituye un método herético, algo mucho más serio que un mero y sentimental tomar partido por el más débil.
La figura del Caín, cuyo nombre fue utilizado por una secta gnóstica (los cainitas) es solo el ejemplo más prominente del funcionamiento de este mundo. En la construcción de una serie completa de estos pares de opuestos, que se extiende a través del tiempo, se opone concientemente a la visión oficial, una visión rebelde de la historia en su conjunto. La alianza con Caín crece y abarca a todas las figuras bíblicas que han sido “rechazadas”.
El culto a la serpiente
Tal vez la serpiente sea el animal simbólico y emblemático que más ha desempeñado un papel importante en la mitología y en el simbolismo de casi todas las culturas. El Sol, el Universo, la eternidad, Dios, el mundo, en todas las grandes concepciones del hombre de las primeras edades, ningún animal ha disfrutado de tanta estima, ni ha sido más constante y diversamente empleado en el lenguaje metafórico que la serpiente.
Un ejemplo muy importante de su culto lo tenemos con el mismo Moisés que, condolido de los males que afligían a su pueblo, subió a la cima del Sinaí para implorar a Yahvé que acudiera en su favor. Concluida su plegaria, observó que a corta distancia del sitio en que se hallaba yacía una serpiente muerta al parecer. A poco sobrevino otra serpiente, que amparándose en la primera, la arrastró contra unas hierbas de euforbio que crecían en abundancia en aquel lugar, a cuyo contacto el desfallecido reptil recobraba instantáneamente sus perdidas fuerzas. Moisés vio en esto una revelación de Yahvé, y apresuradamente fue a coger buena provisión de aquella salutífera hierba; bajó entre los suyos y la aplicó a los enfermos, que curaron sus heridas en el acto. En conmemoración a este acto, instituyó la Serpiente de Bronce, de la que nos habla la Biblia, para recordar a los hebreos el poder y las inagotables bondades del Eterno.
Así, la serpiente es el símbolo de la vida que se desprende del pasado y sigue viviendo. El poder de la vida hace que la serpiente se desprenda de su piel para volver a nacer. A veces, también es representada por un círculo comiéndose la cola, símbolo arcano de la alquimia llamado Ouroboros.
Christian Gadea Saguier
http://losarquitectos.blogspot.pe/2008/03/la-biblia-hiram-y-la-serpiente.html
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