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martes, 26 de junio de 2018

Movilidad social en las colonias españolas

Movilidad social en las colonias españolas
Garaycochea

Anónimo peruano: Cuadro de castas

Hay sociedades, como la norteamericana de fines del siglo XIX y gran parte del siglo XX, que alimentan el mito del progreso para todos los ciudadanos que se esfuercen. Aquellos que trabajen honestamente y estudien, pueden mejorar sus ingresos y lograr en forma automática el reconocimiento de la comunidad. No conviene imaginar que esto sea cierto, sino apenas un mito, que estimula a quienes lo creen, a pesar de las evidencias de que en la realidad no sucede casi nunca. Para eso están los mitos: ellos suministran explicaciones improbables de la realidad, que consuelan, mientras entregan modelos inadecuados.

Concluida la etapa de la conquista del territorio del Nuevo Mundo, que permitió el enriquecimiento y la adquisición de títulos de nobleza a unos cuantos soldados que hubieran pasado hambre en España, el régimen colonial estaba muy lejos de alentar cualquier esperanza de progreso mediante el esfuerzo personal. A cincuenta años del primer viaje de Colón, ya no quedaba en las Indias nada por “descubrir”, los territorios estaban asignados y la administración se dedicaba a controlar militarmente a los nativos y organizar la explotación de las riquezas mediante el trabajo de esclavos.

Aunque la distancia de Madrid permitía a los conquistadores tomarse todo tipo de ventajas, en la confianza de no ser investigados y sancionados, la sociedad colonial había establecido una serie categorías que regían para todos los habitantes, que hubieran debido mantener cuidadosamente separada a la gente y conservar los privilegios y exclusiones, cuando las diferencias entre los distintos grupos tendían a diluirse y confundirse en la práctica.

Pomán de Ayala: Criollos y Españoles

Por un lado estaban los peninsulares, aquellos que habían tenido la suerte de nacer en España. Muchos de ellos emigraban porque la vida en su patria no les ofrecía demasiadas posibilidades de progresar. Los había de todos los oficios: administradores, militares, artesanos, comerciantes, agricultores. Los hombres predominaban sobre las mujeres, con lo que resultaba inevitable que no se resignaran a la soledad y hallaran pareja entre las indígenas americanas primero, en las esclavas que estaban a su servicio posteriormente, todo eso a pesar de la prohibición de matrimonio. Esas mujeres suministraron una descendencia mestiza, en ocasiones reconocida, con más frecuencia no.

La descendencia ilegítima gozaba de una situación conflictiva. Por un lado, quedaban fuera de la familia de la madre y rara vez era aceptada como miembros de la familia del padre. En muchos casos se trataba de mestizos con acceso informal a los círculos del poder y alejados del trato con sus familias americanas, en el caso de los descendientes de indígenas. Para los descendientes de africanos, la ruptura era definitiva. Aunque esa gente se encontraba cerca del poder, una Real Cédula de 1549 establecía que los cargos públicos no estaban disponibles para “hombres ilegítimos” (no obstante lo cual, el Rey podía autorizar excepciones).

Cuando se comparaban con los peninsulares, los criollos cargaban con la marca de haber nacido en el Nuevo Mundo. Podían ser descendientes de peninsulares por ambas ramas o incluir entre sus antecesores a mujeres nativas americanas, como se afirma en la actualidad de José de San Martín (a quien sus enemigos denigraban llamándolo “Cholo”) o la mítica bisabuela paterna, Josefa Marín de Narváez, que genera dudas en la genealogía de Simón Bolívar (de ella, mestiza o zamba, el héroe habría heredado la piel olivácea, es decir, no suficientemente clara, para los detractores contemporáneos).

El capitán Francisco Marín de Narváez, hombre soltero y de mala fama en Caracas, donde permaneció pocos años, que le bastaron para establecer una considerable fortuna, reconoce a Josefa como hija en el testamento que redacta en España, donde afirma que la tuvo de una dama blanca que no identifica.


Declaro que tengo una hija natural y por tal la reconozco, nombrada Josefa, de edad de cinco a seis años poco menos, a la cual hube [con] doncella principal cuyo nombre callo por su decencia, con la que pudiera contraer [matrimonio] sin la dispensación cuando la hube, y que está criando por mi orden en casa del Señor Capitán Gonzalo Marín Granizo, mi tío y mi hermana doña María Marín la conoce. (Francisco Marín de Narváez: Testamento)

Cuadro de castas: Mestizos

Trataba de ocultar, probablemente, que la madre era descendiente (blanqueada) de una india o negra. Narváez no hubiera aceptado casarse con ella, pero podía apartarla y reconocer a su hija, la única que había tenido. Josefa fue criada por sus tíos paternos y bautizada como blanca de calidad en la Catedral de Caracas. Muerto el padre y puesta en posesión de una considerable fortuna, Josefa fue casada muy joven con un primo blanco, llegado de la Península, a quién le dio varios hijos en los pocos años de vida que le quedaban, mientras blanqueaban definitivamente a su descendencia.

Los criollos viejos provenían de los primeros conquistadores, asentados en América y sospechosos de impureza racial. ¿Quién estaba libre de algún antecesor indígena o (lo que se consideraba todavía peor) algún antecesor africano? Los peninsulares se consideraban superiores a ellos. Incluso los criollos nuevos gozaban de un prontuario más fácil de verificar. Ellos acaparaban los empleos y honores, también las prebendas y generaban la irritación de aquellos que no podían competir en igualdad de condiciones.

Los mestizos fueron creciendo en número e influencia durante los tres siglos del régimen colonial. Aunque no pagaban impuestos, las leyes les impedían poseer tierras. Por eso arrendaron tierras a quienes las habían recibido de la Corona, aprendieron oficios y buscaron empleo en las empresas de los peninsulares y criollos. Cuando no hallaban medios lícitos de supervivencia, robaban a peninsulares e indígenas por igual.

Los indígenas habían poblado el Nuevo Mundo desde épocas remotas. Los conquistadores encontraron sociedades que obedecían a distintos sistemas, desde tribus a imperios, y si bien no las respetaron como sus iguales, porque estaban convencidos de su superioridad, utilizaron parte de las estructuras que descubrieron. En ciertos casos exterminaron a las autoridades indígenas, mientras que en otros las conservaron, siempre y cuando se sometieran a los invasores.

El contacto de los nativos americanos con los europeos fue catastrófico para los primeros. Los recién llegados trajeron enfermedades como la viruela y la sífilis, que eran desconocidas al oeste del Atlántico y en pocos años diezmaron la población, con más eficacia que los fusiles y cañones del ejército. El plan de concentrar a los indígenas en reducciones controladas por el clero (como fue el caso de las misiones jesuíticas) lugares donde se mantenían las estructuras ancestrales, como la propiedad colectiva de la tierra y el aprendizaje de nuevas técnicas productivas, introdujo el progreso de ese grupo, después del indiscriminado exterminio del siglo XVI.

Los negros llegaban al Nuevo Mundo en las peores condiciones, para ser subastados como esclavos. Se calcula que fueron un millón a lo largo de tres siglos. Habían sido vendidos por sus autoridades locales o fueron secuestrados por piratas. Llegaban de distintas naciones africanas y se encontraron en América, donde se los vendía para que cultivaran las haciendas de los peninsulares y criollos ricos. No podían andar solos por la calle, de noche, sin contar con un permiso escrito de su dueño.

Tal como los peninsulares habían convivido y se mezclaron con las indígenas americanas, los africanos no tardaron en tener descendencia de otros grupos de una sociedad que se fundaba en la división en castas.

La industria minera improvisaba fortunas que eran derrochadas (…) en España. La Corona (…) estimuló la iniciativa privada a condición de aprovecharse siempre del tercio y del quinto. Los mineros ricos, se puede decir, se ennoblecían automáticamente. La institución de la encomienda de tierras y de indios, también daba categoría social, como consecuencia de la riqueza. La agricultura no creó en el Alto Perú las mismas fortunas que la minería. Era más bien una fuente de riqueza de los cautos y prudentes, para aquellos españoles que hacían vida sedentaria, ociosa y de simple parasitismo, (…) ya que eran los mayordomos y los indios que (…) la hacían producir por los métodos ligeramente renovados de su vieja tradición. (Gustavo Adolfo Otero: La Vida Social en el Coloniaje)

Las revueltas indígenas de fines del siglo XVIII, estimularon en el Virreinato del Perú la incorporación (por la fuerza) de esclavos, libertos e indígenas, en batallones que los agrupaban por castas. La medida fue resistida por los criollos ricos, que utilizaban a esa gente como principal fuerza de trabajo y acaparaban el uso y abuso de honores y vistosos uniformes militares. Las invasiones inglesas al Virreinato del Río de la Plata, a comienzos del siglo XIX, impulsaron la formación de batallones similares.

La administración de los Borbones impulsaba una serie de reformas al régimen colonial que hubieran debido disminuir el poder que habían adquirido los criollos ricos, con el objeto de fortalecer económica y administrativamente a la Corona. Se aumentaron los impuestos, se cobraron multas a los ociosos que perdieran su tiempo en las pulperías. En algunos casos, las multas eran conmutadas por la realización de obras públicas sin remuneración.

En Caracas, la familia de los Bolívar y Palacios, por ejemplo, gestionaron títulos de nobleza para los jóvenes herederos, Juan Vicente y Simón. El tío Esteban, que vivía en Madrid, dedicó varios años de su vida y una respetable cantidad de dinero, producto de las ventas del añil y el cacao, a un trámite infructuoso (¿quedaban huellas del origen de la abuela Marín?).

Prohibiciones de ese tipo alimentaron los resentimientos de distintos sectores de la sociedad, que se acumularon durante la existencia de la Colonia. A comienzos del siglo XIX, Juan Vicente Bolívar no pudo casarse con Josefa Tinoco, una parda con la que tuvo varios hijos reconocidos, por la prohibición legal de que un blanco contrajera matrimonio con alguien perteneciente a otra casta (considerada por las instituciones como inferior a la suya) a pesar de una relación que había durado años y siendo ambos solteros, por lo tanto de libres de contraer matrimonio. La muerte prematura de él en 1811, dejó a la mujer y los hijos en la indefensión y destino de la herencia de Juan Vicente en disputa durante décadas.

Un moreno rico difícilmente podía aspirar a casarse con una mujer blanca, como tampoco consideraría nunca un noble la posibilidad de casarse con una parda. (….) El resultado fue una gradación sumamente compleja y un grado considerable de fluidez en el sector medio, libre; por ejemplo, entre los pardos y mestizos, no así en los extremos. (Verena Stolke: Racismo y sexualidad en la Cuba Colonial)

Cuadro de castas

https://ogaraycocheab.wordpress.com/2013/01/10/movilidad-social-en-las-colonias-espanolas/

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