Utopías fundacionales del Nuevo Mundo
Garaycochea
Representación de Manoa (El Dorado)
Desde que el continente americano fue explorado (mejor dicho, invadido) por distintas potencias europeas, a partir de los viajes de Cristóbal Colón, la imaginación colectiva quiso que se instalaran en su territorio fantasías que lo consideraron el sitio más adecuado para adquirir credibilidad y atraer a incautos y ambiciosos, aprovechando la densa ignorancia que rodeaba al Nuevo Mundo.
Cultivar la tierra o buscar minerales preciosos en un continente como Europa, del cual todo se conoce desde la Antigüedad, y en el que muchos compiten para conseguir lo mismo, no es una misión demasiado atractiva. Apoderarse mediante la fuerza y el engaño las riquezas que los nativos reunieron penosamente durante siglos, allí donde la civilización de los exploradores no había llegado, posee un atractivo indudablemente mayor.
En los mapas del Medioevo, los cartógrafos anunciaban, a partir de los límites confesados de la documentación disponible, Hic sunt dracones(Aquí hay dragones) o Hic sunt leones (Aquí hay leones). Era el mismo criterio que invitaba a dibujar serpientes de mar en aguas inexploradas. Si un país no había sido visitado aún, si de él se tenían testimonios tan escasos como indignos de crédito ¿por qué defraudar la expectativa de los pocos viajeros dispuestos a explorarlo, y desaprovechar la oportunidad de poblarlo a capricho con fantasías de todo tipo, algunas temibles, otras excitantes?
Desde una celda infame, Marco Polo inventó para los venecianos un continente completo, desde Persia hasta China y la India, que les anunciaba peligroso pero no por ello menos deseable, a lo largo del Camino de la Seda, con la promesa de colmarlos de maravillas que después de todo no eran imaginarias. Las informaciones pueden haber carecido del respaldo que planteaban, pero el efecto estimulante sobre los lectores (Cristóbal Colón, entre ellos) se hizo sentir durante siglos.
Colón dedujo en 1498 que el Paraíso Terrenal se encontraba no muy lejos del delta del río Orinoco. Allí debía estar el Árbol de la Vida, del que nacían cuatro grandes ríos; el Eufrates, el Tigris, el Nilo y ese otro tan caudaloso, que acababa de reconocer y no figuraba en ningún texto de la Antigüedad.
Señor, porque sé que habréis placer de la gran victoria que Nuestro Señor me ha dado en mi viaje, os escribo ésta, por la cual sabréis cómo en 33 días pasé de las islas de Canarias a las Indias con la Armada que los ilustrísimos rey y reina nuestros señores me dieron, donde yo hallé muchas islas pobladas con gente sin número, y de ellas todas ellas he tomado posesión por Sus Altezas con pregón y bandera real extendida y no me fue contradicho. (Cristóbal Colón: Carta anunciando el descubrimiento)
La Tierra, de acuerdo a sus hipótesis, no debía ser redonda, como planteaba Tolomeo, sino de forma parecida a una pera, con un promontorio similar al pezón de una mujer, donde se encontraría ubicado el Paraíso, la región de la Tierra que había sido creada para ser la más cercana al cielo. Del Nuevo Mundo, cabía esperar el fin de prolongado exilio de la especie humana, después del pecado de Adán y Eva.
A comienzos del siglo XVI, se hablaba en el Caribe de un manantial capaz de rejuvenecer a quien bebiera de sus aguas. En 1575 Hernando de Escalante Fontaneda, que había pasado años en la Florida, como cautivo de los indígenas, después de haber naufragado, publicó una Memoria, texto en el que menciona la fuente de la Juventud, que habría sido buscada (infructuosamente) por Ponce de León, decepcionado por no hallar en Puerto Rico las enormes riquezas que esperaba.
Lucas Cranach el Viejo: La Fuente de Juvencia
La leyenda de un manantial de aguas milagrosas había circulado por Europa durante el Medioevo, a partir de los textos árabes. Cuando los españoles llegaron al Caribe, las referencias a un lugar parecido se multiplicaron. Los informantes arahuacos de Santo Domingo, Puerto Rico y Cuba, lo situaban en una isla llamada Bimini, que coincidía con lo que hoy son las Bahamas.
El español Gonzalo Jiménez de Quesada encontró en lo que hoy es Colombia a los indígenas muiscas y se apoderó de objetos rituales realizados en oro, metal que sus informantes atribuyeron a un reino fabuloso ubicado en la impenetrable selva amazónica. Durante los años siguientes, varias expediciones fueron organizadas con el objeto de conquistar ese lugar que despertaba la codicia de ingleses y españoles. El rescate en metales precisos que Pizarro había obligado a pagar a los incas, después de capturar a Atahualpa, suministraba credibilidad a la leyenda. El Dorado era descrito por aquellos que nunca lo habían visto, como una ciudad maravillosa, en la que muros y pavimentos eran de oro y las piedras preciosas eran tan abundantes como los guijarros.
En 1539, Lope de Aguirre, un soldado español que formaba parte de la expedición de Pedro de Urzúa, que descendía el curso del río Marañón, en busca de El Dorado, se rebeló contra su superior, lo mató y se apoderó del mando de la expedición. En señal de independencia enarboló una bandera negra con dos espadas cruzadas. Navegando por el río Amazonas llegó al océano Atlántico y desde allí al mar Caribe. Desembarcó en la isla Margarita, asesinó a las autoridades españoles y escribió una carta insolente a Felipe II, donde da cuenta, entre otras cosas, de que él y sus hombres han elegido entre ellos un monarca que los gobierne, dada la lejanía e indiferencia de Felipe.
Rey Felipe, natural español, hijo de Carlos invencible:
Lope de Aguirre, tu mínimo vasallo cristiano viejo, de medianos padres, hijodalgo, natural vascongado, en el Reino de España, en la villa de Oñate vecino. En mi mocedad pasé el mar Océano a las partes del Perú, por valer más con la lanza en la mano y por cumplir con la deuda que debe todo hombre de bien; y así, en veinticuatro años te he hecho muchos servicios en el Perú en conquistas de indios y en poblar pueblos en tu servicio, especialmente en batallas y reencuentros que ha habido en tu nombre, siempre confirme a mis fuerzas y posibilidad, sin importunar a tus oficiales por paga, como aparecerá por tus reales libros.
Bien creo, excelentísimo Rey y señor, aunque para mí no has sido tal, sino cruel e ingrato a tan buenos servicios como has recibido de nosotros. (…) Mira, mira, Rey español, que no seas cruel a tus vasallos, ni ingrato, prestando tu padre y tú en los Reinos de Castilla sin ninguna zozobra, te han dado tus vasallos a costa de su sangre y hacienda, tantos reinos y señoríos como en estas partes tienes. Y mira, Rey y señor, que no puedes llevar con título de Rey justo ningún interés de estas partes, donde no aventuraste nada, sin primero los que en ello han trabajado sean gratificados. (Lope de Aguirre: Carta al Rey)
Tres siglos más tarde, el venezolano Simón Bolívar lee esa carta como la primera declaración de independencia del Nuevo Mundo, un gesto a la vez premonitorio y condenado al fracaso, que adquiere vigencia en las nuevas circunstancias. Deja de ser el delirio de un individuo aislado, para mostrarse como la alternativa política de los pueblos del continente.
El Tirano Aguirre fracasó en su empresa y recibió el castigo desmedido al que se exponía. Después de matar a su hija Elvira, para librarla de las humillaciones que la aguardaban tras la derrota del padre, fue ejecutado por sus propios hombres en 1561. Para completar el agravio, su cuerpo descuartizado fue entregado a la voracidad de los perros.
Francisco Pizarro y los soldados españoles que habían invadido el territorio de los incas, entraron en 1553 en la ciudad de Jauja, donde descubrieron enormes riquezas de las que pudieron apoderarse sin gran esfuerzo. El País de Jauja pasó a convertirse en una nueva forma del mítico País de la Cucaña que existía desde el Medioevo, como un sitio donde no hacía falta trabajar y los alimentos se encontraban disponibles para quienes los desearan.
A medida que los conquistadores españoles, portugueses o ingleses exploraban el Nuevo Mundo, no por casualidad las mismas leyendas los seducían, para indicar qué premio esperaban de sus empresas. La Ciudad de los Césares o Trapalanda fue otra ciudad mítica, en la que abundaban los metales preciosos (la plata, en este caso) que hubiera debido ubicarse para algunos en un valle remoto del sur de Chile, para otros en el centro de Argentina.
Tras la Revolución Francesa, los patriotas haitianos concibieron el proyecto de una nación negra, donde no hubiera esclavos, ni propiedad privada, ni tampoco blancos. ¿No era demasiado esperar que tantas reivindicaciones, tenazmente resistida por aquellos que detentaban el Poder, se obtuvieran de inmediato? El peso de la utopía no proviene de su viabilidad, que suele ser nula, sino del impulso que suministra a la acción de quienes las adoptan. Ni el Paraíso ni El Dorado estaban ocultos en la Amazonía, ni la sociedad sin privilegios iba a concretarse después de la Independencia, pero en la búsqueda de esos imposibles se ve armando la realidad contradictoria del Nuevo Mundo.
https://ogaraycocheab.wordpress.com/2013/02/03/utopias-fundacionales-del-nuevo-mundo-2/
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