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viernes, 29 de junio de 2018

Servidumbre y compra de la libertad

Servidumbre y compra de la libertad
Garaycochea

Siervo medieval

Suele darse por descontado que los seres humanos cosideran a la libertad como un bien supremo y empeñan todos sus esfuerzos en obtenerla por primera vez o recuperarla cuando la han perdido, como si la independencia fuera una aspiración natural, que se manifiesta apenas alguien sufre cualquier tipo de represión. La posibilidad de que se renuncie voluntariamente a la libertad, queda fuera de todo análisis.

Junto a las historias de hombres libres y de esclavos que llaman la atención durante la etapa de conquista del territorio del Nuevo Mundo por los europeos, hay otras menos destacadas, aquellas de los siervos, hombres y mujeres que habiendo nacido libres, renunciaban a ese estado, para ponerse a disposición de quienes pudieran darles trabajo y estabilidad (una situación que comparada con la de un asalariado de la actualidad, resulta más atractiva de lo que podría pensarse).

En los tiempos bíblicos se conoció la servidumbre, que aparece presentada siempre como una situación indeseable. Los israelitas viven en esa condición, tanto en Egipto como en Babilonia. Cuando se liberan, la institución de la servidumbre personal se mantiene en los casos de pagos de deudas, por un máximo de siete años. No obstante, el siervo podía decidir su permanencia junto al amo por más tiempo, hasta el próximo jubileo, y en ese caso se le perforaba el lóbulo de una oreja.

Servidumbre Medioevo

La servidumbre se había establecido en el Imperio Romano durante los años finales de la Antigüedad, cuando Constantino publicó un edicto de 322 que la reglamentaba. La institución prosperó durante el Medioevo. Los siervos se encontraban próximos de los esclavos en cuanto a la carencia de recursos, pero se diferenciaban de ellos en el tipo de sumisión que los ligaba al señor feudal, a pesar de ser considerados libres. Habían establecido un contrato por tiempo predeterminado, durante el cual no podían ser vendidos separados de sus tierras, y no obstante soportaban la intervención de su señor en numerosos asuntos, que iban desde la posibilidad de desplazarse, hasta la de contraer matrimonio. Ellos no podían comprar ni vender tierras, se encontraban obligados a participar en los ejércitos que organizaran sus señores, que los transferían en herencia, junto con el resto de sus propiedades.

¿Qué podía justificar, antes de las guerras de la Independencia, que tanta gente nacida libre, en un continente donde la milenaria institución de la servidumbre había desaparecido tres o cuatro siglos antes (como era el caso de Inglaterra) o acababa de desaparecer pocos años antes (Francia) o se encontraba en retirada, a pesar de la resistencia de los terratenientes (Alemania y Rusia), se prestaran para perpetuarla en América?

La promesa de obtener tierras fértiles, herramientas para cultivarlas, y sobre todo libertad, una vez que se cumpliera el contrato de servidumbre, que podía durar entre siete y catorce años, resultaba tentadora para campesinos y artesanos que podían ser hombres libres, pero no disponían de recursos en Europa. Se trataba también de un panorama atractivo para aquellos (delincuentes y prostitutas) que habían pagado la comisión de algún delito en la cárcel y por ese motivo quedaban marcados para siempre ante la opinión pública, ya no podían reincorporarse a la sociedad. Se los consideraba muertos civiles.

Hasta 1705, sabiendo leer, [en Inglaterra] era paradójicamente mejor ser condenado a muerte, para poder emigrar a las Américas, que ser condenado a diez años de prisión. (…) En las colonias la necesidad de hombres se estaba volviendo insaciable. De no ser por los convicts-labourers, Inglaterra jamás hubiera poblado tan rápidamente sus colonias (América, Australia) antes de la gran migración transoceánica que comenzó en 1820. (Yann Moulier-Boutang: De la esclavitud al trabajo asalariado)

En las colonias inglesas de América del Norte, bastaba que un terrateniente local pagara cinco libras a las autoridades locales, para que lo autorizaran a introducir un ex presidiario, que en adelante trabajaría para él varios años, sin recibir paga. Benjamín Franklin, uno de los padres de la Independencia norteamericana, veía en esta gente un peligro para las costumbres austeras de los pobladores, olvidando que a ellos se debía buena parte de la prosperidad local.

Las políticas inglesas, francesas y españolas referidas a la colonización del Nuevo Mundo diferían en materia del trato a los antisociales. Mientras los ingleses y franceses preferían librarse de los indeseables de su territorio, embarcándolos hacia las colonias, donde con frecuencia se regeneraban o pasaban desapercibidos, los españoles insistían en que los delincuentes y revoltosos de todo el imperio pagaran sus penas en las cárceles de la Madre Patria, como quedó demostrado en la época en que las colonias comenzaron a luchar por su Independencia.

De acuerdo al sueño europeo, en América había lugar para todos los marginados del Viejo Mundo, y dada la falta de registros y la tolerancia de los funcionarios, era posible comenzar de nuevo, en la confianza de que a todos le sería posible enriquecerse pronto y hasta regresar a Europa con un capital que permitiría adquirir la respetabilidad.

La mitad de los inmigrantes de cada año y virtualmente todos los no ingleses antes de 1730, entraban bajo alguna forma de servidumbre blanca, en la que se habían vendido a sí mismos a capitales y corredores de almas a cambio de su cruce del océano. El viaje en sí se hacía en condiciones peores que las imperantes en los barcos de esclavos, y como término medio, un tercio de los sirvientes morían. (…) En muchos aspectos, [los colonos] trataban al sirviente como a un esclavo. (William Millar: Nueva Historia de los Estados Unidos)

Algunos siervos fueron afortunados, como John Harrower, un escocés de fines del siglo XVIII, que solo llegó a trabajar en la colonia de Virginia tres años en esas condiciones desventajosas, en la esperanza de obtener los recursos que le permitieran mantener dignamente a su esposa e hijos. En América encontró a un comerciante que necesitaba un contador y maestro. Luego consiguió otro empleo como tutor de tres niños. De acuerdo a las cartas que enviaba regularmente, añoraba a la familia que había dejado atrás, pero planeaba instalarla en una casa que les pertenecería, en el Nuevo Mundo. Para su desgracia, murió por causas naturales, cuando el futuro parecía sonreírle. De haber sobrevivido, su historia demostraría que la servidumbre americana era una estrategia eficaz para los desposeídos de Europa.

El joven William Moraley había nacido en una familia con recursos, pero la vida disoluta lo puso en el umbral de la prisión y le valió ser desheredado por su padre. Llegado a la colonia inglesa de New Jersey, trabajó como siervo por tres años para un relojero y luego para un herrero. Sus patrones no cumplieron las promesas que habían hecho en Inglaterra y la posibilidad de escapar estaba desaconsejada, porque se necesitaba un pasaporte para desplazarse de una ciudad a otro. Los siervos que escapaban eran solicitados mediante carteles que ofrecían una recompensa. Los malos hábitos de William lo condujeron a la cárcel. Luego fue vendedor ambulante. Finalmente regresó a Inglaterra, en las mismas condiciones en que se había alejado.

Protestas por deportación de inmigrantes

A comienzos del siglo XXI, la servidumbre no ha desaparecido. Solo ha tomado otras formas, cada vez mejor sistematizadas, encubiertas, irresistibles, que en ciertos casos burlan las leyes y en otros se apoyan en ellas. Millones de inmigrantes pretenden asentarse en los países más desarrollados, allí donde al parecer todo se encuentra al alcance de quien se esfuerce. Las historias que les cuentan sus amigos, los programas de TV, la experiencia conflictiva de sus propios países, les hacen creer que hallarán en otra parte mejores condiciones de vida para ellos y sus hijos.

Los empleadores o sus intermediarios salen en busca de trabajadores de los países vecinos, los transportan legal o ilegalmente, les dan trabajo, alimentación, medicinas y alojamiento, mientras les pagan tarifas que suelen ser la mitad de lo que reciben los trabajadores nativos, que se encuentran protegidos por las leyes. A medida que la relación laboral continúa, queda en evidencia que la deuda contraída nunca terminará de saldarse. Cuando la entrada en el país donde se ofrece el trabajo es legal, los empleadores se quedan con los documentos de los trabajadores, para obligarlos a aceptar las condiciones que se les ofrecen, por penosas que resulten.

La servidumbre por deudas es una práctica común en muchas partes del mundo y la mayoría de la gente no la considera un crimen, porque la misma es parte de la cultura y de la economía. (…) La OIT [Organización Internacional del Trabajo] estima que la mayoría de los 9,5 millones de personas en situación de trabajo forzoso en la región de Asia-Pacífico se hallan en la situación de servidumbre por deudas (…) La servidumbre por deudas continúa existiendo en América Latina, África y Rusia. (Ann Jordan: La esclavitud, el trabajo forzado, la servidumbre por deudas y la trata de personas: De la confusión conceptural a las soluciones acertadas)

Protestas por deportación de inmigrantes ilegales

El presidente George W.Bush estableció en 2004, que los inmigrantes ilegales, calculados entre 8 y 14 millones, podrían inscribirse en un plan que los autorizaba a trabajar legalmente, en empleos que los trabajadores norteamericanos se negaran a desempeñar, todo eso sin contar con la residencia permanente (green card). Aquellos que perdieran el empleo, serían deportados de inmediato, sin considerar el tiempo que hubieran permanecido en el país, ni los lazos familiares que hubieran establecido, en una constante amenaza, que intentaba asegurar una masa de trabajadores no especializados, dispuestos a aceptar las desfavorables condiciones que sus empleadores les ofrecieran, con la promesa de acceder a la tan deseada tarjeta verde.

https://ogaraycocheab.wordpress.com/2013/02/23/servidumbre-y-compra-de-la-libertad/

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