“EL DESCENSO DE INANNA
AL INFRAMUNDO” Y “LA DIVINA COMEDIA” 4 de 5
Herbert Ore B. 33°
EL PURGATORIO.
En la segunda
parte, Dante y Virgilio atraviesan el Purgatorio, una montaña de cumbre plana y
laderas escalonadas y redondas, simétricamente al Infierno. En cada escalón se
redime un pecado, pero los que lo redimen están contentos porque poseen
esperanza. Dante se va purificando de sus pecados en cada nivel porque un ángel
en cada uno le va borrando una letra de una escritura que le han puesto encima.
Allí encuentra a famosos poetas, entre ellos a Publio Papinio Estacio, autor de
la Tebaida.
Esta parte
comienza propiamente con la salida Infierno a través de la natural burella.
Dante y Virgilio llegan así al hemisferio sur terrestre (que se creía
por completo bajo las aguas en la edad media), donde en medio de las aguas se
halla la montaña del Purgatorio, creada con la tierra utilizada para crear el
abismo del Infierno, cuando Lucifer fue expulsado del Paraíso tras
rebelarse contra Dios. Tras salir del túnel llegan a una playa, donde
encuentran a Catón el Joven, que se desempeña como guardián del Purgatorio.
Teniendo que emprender el ascenso de la empinada montaña, que resulta imposible
escalar, es tan empinada que Dante tiene que preguntar a algunas almas cuál es
el pasaje más cercano; pertenecen al grupo de los negligentes, los muertos en
estado de excomunión, que viven en el Ante-purgatorio. Un personaje notable de
este lugar es Manfredo de Sicilia. Junto a los que por pereza tardaron en
arrepentirse, los muertos violentamente y a los principios negligentes, de
hecho, esperan el tiempo de purificación necesario para poder acceder al
Purgatorio propiamente dicho. En la entrada del valle donde se encuentran los
principios negligentes, Dante, siguiendo las indicaciones de Virgilio, pide
indicaciones a un alma que resulta ser el guardián del valle, un compatriota de
Virgilio, Sordello, que será su guía hasta la puerta del Purgatorio.
Tras llegar al
final del Antepurgatorio, tras un valle florecido, los dos cruzan la puerta del
Purgatorio, que custodia un ángel con una espada de fuego, que parece tener
vida propia. Está precedido por tres jardines, el primero de
marmol blanco, el segundo de una piedra oscura y el tercero y último de
pórfino rojo. El ángel, sentado en el solio de diamante y
apoyando los pies en el escalón rojo, marca siete "p" en la frente de
Dante y abre la puerta con dos llaves, una de plata y otra de oro, que San
Pedro le dio, y los dos poetas se adentran en el segundo reino.
El Purgatorio se
divide en siete cornisas, donde las almas expían sus pecados para purificarse
antes de entrar al Paraíso. Al contrario del Infierno, donde los pecados se
agravan a medida que se avanza en los círculos, en el Purgatorio la base de la
montaña, es decir la cornisa I, alberga a quienes padecen las culpas más
graves, mientras que en la cumbre, cerca del Edén, se encuentran los pecadores
menos culpables. Las almas no son castigadas para siempre, ni por una sola
culpa, como en el primer reino, pero expían una pena equivalente a los pecados
durante la vida.
En la primera
cornisa, Dante y Virgilio encuentran a los orgullosos, en la segunda a los
envidiosos, en la tercera a los iracundos, en la cuarta a los perezosos, en la
quinta a los avaros y a los pródigos. En esta encuentran el alma de Cecilio
Estacio tras un terremoto y un canto Gloria in excelsis Deo. En vida
este personaje fue en exceso pródigo. Tras años de expiación siente el deseo de
guiarlos hasta la cumbre, a través de la sexta cornisa, donde expían sus culpas
los golosos, que lucen delgadísimos, y la séptima, donde se encuentran los
lujuriosos, envueltos en llamas. Dante recuerda que Estacio se convirtió
gracias a Virgilio y a sus obras, en particular la Enedida y las
Bucólicas, que le mostraron la importancia de la fe cristiana y el error de su
vicio. En ese sentido, Virgilio lo iluminó permaneciendo él en la oscuridad.
Virgilio fue un profeta sin saberlo, pues llevó a Estacio a la fe pero él,
pudiendo tan solo entreverla, no pudo salvarse, y deberá habitar hasta la
eternidad en el Limbo. En la séptima cornisa, los tres tienen que atravesar un
muro de fuego, tras la cual hay una escalera, por la que se entra al Paraíso terrestre.
Dante se muestra asustado y es confortado por Virgilio. Allí, donde vivieron
Adán y Eva prima del pecado, Virgilio y Dante tienen que despedirse,
porque el poeta latino no es digno de conducirlo en el Paraíso. Pero Beatriz
sí.
Aquí Dante se
encuentra con Santa Matilde, la personificación de la felicidad perfecta,
precedente al pecado original, que le muestra los dos ríos, Lete, que hace
olvidar los pecados, y Eunoe, que devuelve la memoria del bien realizado,
y se ofrece a reunirlo con Beatriz, que pronto llegará. Beatriz le llama
severamente la atención a Dante y después le propone verla sin el velo. El
poeta, por su parte, busca a su maestro Virgilio, que ya no se encuentra con
él. Tras beber las aguas del Lete y del Eunoe, que hacen olvidar las cosas
malas y recordar las buenas, el poeta sigue a Beatriz hacia el tercer y último
reino, el del Paraíso.
EL PARAISO.
Libre de todo
pecado, Dante puede ascender al Paraíso, lo que hace junto a Beatriz en
condiciones que desafían las leyes físicas, encadenando milagros, lo cual es
más bien natural dado el lugar en el cual se desarrolla el poema. Dentro del
recorrido será de hecho de gran importancia que el nombre de Beatriz signifique
“dadora de felicidad” y “beatificadora”, pues en esta sección de
la Comedia ella releva a Virgilio en la función de guía. En efecto, a través de
este personaje, el autor expresa en los treinta y tres cantos de la sección
varios razonamientos teológicos y filosóficos de gran sutileza.
Sin embargo, el
poeta expresa desde un principio la gran dificultad que significa transmitir el recorrido
emocional y físico de
trashumar, es decir ir más allá de las condiciones de la vida
terrena. Sin embargo, confía en el apoyo del Espíritu
Santo (el buen Apolo) y en el hecho de que pese a sus falencias,
su esfuerzo descriptivo será emulado y continuado por otros. En la introducción
del canto II, el autor reitera que para entender las alegorías de la obra
es indispensable tener de antemano muy amplios conocimientos en las materias
que se van a tratar.
El Paraíso está
compuesto por nueve círculos concéntricos, en cuyo centro se encuentra la
tierra. En cada uno de estos cielos, en donde se encuentra cada uno de los
planetas, se encuentran los beatos, más cercanos a Dios en función de su grado
de beatitud. Pero las almas del Paraíso no están mejor unas que otras, y
ninguna desea encontrarse en mejores condiciones que las que le corresponden,
pues la caridad no permite desear más que lo que se tiene (II, 70-87). De
hecho, a cada alma al nacer Dios le dio cierta cantidad de gracia según
criterios insondables, en función de los cuales gozan aquellas de los
diferentes grados de beatitud. Antes de llegar al primer cielo el poeta y
Beatriz atraviesan la Esfera de fuego.
En el primer
cielo, que es el de la Luna, se encuentran quienes no cumplieron con sus
promesas (Angeli), como la madre de Federico, Constanza I de Cecilia. En el segundo, el de Mercurio,
residen quienes hicieron el bien para obtener gloria y fama, pero no dirigiéndose
al bien divino (Arcangeli). En el tercero, de Venus, se encuentran las
almas de los “espíritus amantes”
(Principati). En el cuarto, del Sol, los “espíritus sabios” (Potestà). En el quinto, de Marte, los “espíritus militantes” de los
combatientes por la fe (Virtù). En el sexto, de Jupiter, los “espíritus gobernantes justos”
(Dominazioni).
En el séptimo
cielo, de Saturno, de los “espíritus
contemplativos” (Troni), Beatriz deja de sonreír, como lo había hecho hasta
entonces. Desde ese punto en adelante su sonrisa desaparece, pues por la
cercanía de Dios su luminosidad resultaría imposible de contemplar. En este
último cielo residen los “espíritus
contemplativos”. Desde allí Beatriz eleva a Dante hasta el cielo de las
estrellas fijas, donde no están más repartidos los beatos, sino las “almas triunfantes”, que cantan en honor
a Cristo y María, a quien Dante alcanza a ver. Desde ese cielo, además, el
poeta observa el mundo debajo de sí, los siete planetas, sus movimientos, y la
Tierra, muy pequeña e insignificante en comparación con la grandeza de Dios
(Cherubini). Antes de continuar Dante debe sostener una especie de “examen” de Fe, Esperanza, Caridad, por
parte de tres profesores particulares: San Pedro, Santiago y San Juan.
Por lo tanto, después de un último vistazo al planeta, Dante y Beatriz
ascendieron al cielo, el Primo Mobile o Cristallino, el cielo
más externo, origen del movimiento y del tiempo universal (Serafini).
En este lugar,
tras levantar la mirada, Dante ve un punto muy luminoso, rodeado por nueve
círculos de fuego, girando alrededor de ella; el punto, explica Beatriz, es
Dios, y a su alrededor se mueven los nueve coros angelicales, divididos por
cantidad de virtud. Superado el último cielo, los dos ascienden a el Empíreo,
donde se encuentra la “rosa de los beatos”,
una estructura en forma de anfiteatro, en el cual, sobre la grada más alta está
la Virgen María. Aquí, en la inmensa multitud de los beatos, están los más
grandes de los santos y las figuras más importantes de la Biblia, como San
Agustín, San Benito de Nursia, San Francisco, y también Eva, Raquel, Sara
y Rebeca.
Desde aquí Dante
observa finalmente la luz de Dios, gracias a la intervención de María a
la cual San Bernardo (guía de Dante de la última parte del viaje) había
pedido ayuda para que Dante pudiese ver a Dios y sostener la visión de lo
divino, penetrándola con la mirada hasta que se une con él, y viendo así la
perfecta unión de toda la realidad, la explicación de toda la grandeza. En el
punto más central de esa gran luz Dante ve tres círculos, las tres personas de
la Trinidad, el segundo del cual tiene imagen humana, signo de la
naturaleza humana, y divina al mismo tiempo, de Cristo. Cuando trata de
penetrar aún más el misterio su intelecto flaquea, pero en un excessus
mentis su alma es tomada por la iluminación, la armonía que se da la
visión de Dios, en el canto XXXIII (145), del amor que mueve el sol y las otras
estrellas (L'amor che move el sole e l'altre stelle). Por la grandiosa luz del
último cielo, Dante queda ofuscado, concluyendo así la Divina Comedia.
INTERPRETACIÓN INICIATICA DE LA DIVINA
COMEDIA.
Una
interpretación de los iniciados sería: “El
Infierno representa el mundo profano, el Purgatorio comprende las pruebas
iniciáticas, y el Cielo es la morada de los Perfectos”, en quienes se
encuentran reunidos y llevados a su zenit la inteligencia y el amor… La ronda
celeste que describe Dante[1]
comienza en los alti Serafini, que
son los Principi celesti, y acaba en
los últimos rangos del Cielo.
Rene Guenon
dice: Se encuentra que algunos dignatarios inferiores de la Masonería escocesa,
que pretenden remontarse a los Templarios, y de los que Zerbino, el príncipe
escocés, el amante de Isabel de Galicia, es la personificación en Orlando Furioso del Ariosto, que se
titulan igualmente príncipes, Príncipes
de Gracia; que su asamblea o capítulo se nombra el Tercer Cielo; que tienen por símbolo un Paladium, o estatua de la Verdad,
revestida como Beatriz de los tres colores verde, blanco y rojo[2];
que su Venerable (cuyo título es Príncipe
excelentísimo), que lleva una flecha en la mano y sobre el pecho un corazón
en un triángulo[3],
es una personificación del Amor; que
el número misterioso nueve, del que “Beatriz es particularmente amada”,
Beatriz “a quien es menester llamar Amor”,
dice Dante en la Vita Nuova, es
también atribuido a este Venerable, rodeado de nueve columnas, de nueve
candelabros con nueve brazos y con nueve luces, en fin de la edad de ochenta y
un años, múltiplo (o más exactamente cuadrado) de nueve, cuando se supone que
Beatriz muere en el año ochenta y uno del siglo[4]. En este grado de Príncipe de Gracia, o Escocés Trinitario, grado 26 del Rito Escocés; se dice en su Explicación de los doce escudetes que representan los emblemas y los símbolos de los doce grados filosóficos del Rito Escocés Antiguo y Aceptado (del grado 19 al 30): “Este grado es, según nosotros, el más inextricable de todos los que componen esta docta categoría: también toma el sobrenombre de Escocés Trinitario[5]. En efecto, todo ofrece en esta alegoría el emblema de la Trinidad: este fondo a tres colores [verde, blanco y rojo], abajo esta figura de la Verdad, en fin, por todas partes este indicio de la Gran Obra de la Naturaleza [a las fases de la cual hacen alusión los tres colores], de los elementos constitutivos de los metales [azufre, mercurio y sal][6], de su fusión, de su separación [solve y coagula], en una palabra de la ciencia de la química mineral [o más bien de la alquimia], de la que Hermes fue el fundador entre los Egipcios, y que dio tanta potestad y extensión a la medicina [espagírica][7]. Hasta tal punto es verdad que las ciencias constitutivas de la felicidad y de la libertad se suceden y se clasifican con este orden admirable que prueba que el Creador ha proporcionado a los hombres todo lo que puede calmar sus males y prolongar su paso sobre la tierra[8]. Es principalmente en el número tres, tan bien representado por los tres ángulos del Delta, del que los Cristianos han hecho el símbolo brillante de la Divinidad; es, digo, en este número tres, que se remonta a los tiempos más lejanos[9], donde el sabio observador descubre la fuente primitiva de todo lo que sacude al pensamiento, enriquece la imaginación, y da una justa idea de la igualdad social… Así pues, no cesemos, dignos Caballeros, de permanecer Escoceses Trinitarios, de mantener y de honrar el número tres como el emblema de todo lo que constituye los deberes del hombre, y recuerda a la vez la querida Trinidad de nuestra Orden, grabada sobre las columnas de nuestros Templos: la Fe, la Esperanza y la Caridad”[10]. |
Lo que es
menester sobre todo retener de este pasaje, es que el grado de que se trata,
como casi todos los que se vinculan a la misma serie, presenta una
significación claramente hermética[11];
y lo que conviene observar más particularmente a este respecto, es la conexión
del hermetismo con las Órdenes de caballería.
¿Debemos admitir
que es en Oriente donde estas Órdenes tomaron los datos herméticos que
asimilaron?, o es mejor pensar que más bien, la masonería poseía desde su
origen en la lejana Sumeria un esoterismo de este género, y que es su propia
iniciación, la que las hizo aptas para entrar en relaciones sobre este terreno
con los orientales.
No tiene nada de
inverosímil para quien reconoce la existencia, durante toda la edad media, de
una tradición iniciática propiamente occidental; que llevaría a admitir, que
las Órdenes fundadas más tarde, y que no tuvieron nunca relaciones con Oriente,
estuvieron provistas igualmente de un simbolismo hermético.
Sea como sea, en
la época de Dante, el hermetismo existía ciertamente en la Orden del Temple, lo
mismo que el conocimiento de algunas doctrinas de origen más ciertamente árabe,
doctrinas que Dante mismo parece no haber ignorado tampoco, y que le fueron
transmitidas sin duda también por esta vía.
Hay varios
grados del Escocismo para los cuales se observa una perfecta analogía con los
nueve cielos que Dante recorre con Beatriz. He aquí las correspondencias
indicadas para los siete cielos planetarios:
A la Luna
corresponden los profanos; a
Mercurio, el Caballero del Sol (grado
28); a Venus, el Príncipe de Gracia
(grado 26, verde, blanco y rojo); al Sol, el Gran Arquitecto (grado 12) o el Noaquita
(grado 21); a Marte, el Gran Escocés
de San Andrés o Patriarca de las
Cruzadas (grado 29, rojo con cruz blanca); a Júpiter, el Caballero del Águila blanca y negra o Kadosch (grado 30); a Saturno, la Escala de oro de los mismos Kadosch.
Es el Infierno
el que representa el mundo profano, mientras que no se llega a los diversos
cielos, comprendido en ellos el de la Luna, sino después de haber atravesado
las pruebas iniciáticas del Purgatorio. Sabemos bien, no obstante, que la
esfera de la Luna tiene una relación especial con los Limbos; pero ese es un
aspecto diferente de su simbolismo, que es menester no confundir con aquel bajo
el que es representado como el primer cielo. En efecto, la Luna es a la vez Janua Coeli y Janua Inferni, Diana y Hécate[12];
los antiguos lo sabían muy bien, y Dante no podía equivocarse tampoco, ni
acordar a los profanos una morada celeste, aunque fuera la más inferior de
todas.
La
identificación de las figuras simbólicas vistas por Dante son: la cruz en el
cielo de Marte, el águila en el de Júpiter, la escala en el de Saturno.
Ciertamente, se puede aproximar esta cruz a la que, después de haber sido el
signo distintivo de las Órdenes de caballería, sirve todavía de emblema a
varios grados masónicos; y, si está colocada en la esfera de Marte, ¿No es por
una alusión al carácter militar de esas Órdenes, su razón de ser aparente, y al
papel que desempeñaron exteriormente en las expediciones guerreras de las
Cruzadas?[13].
En cuanto a los
otros dos símbolos, es imposible no reconocer en ellos los del Kadosch Templario; y, al mismo tiempo,
el águila, que la antigüedad clásica atribuía ya a Júpiter como los hindúes la
atribuyen a Vishnu[14],
fue el emblema del antiguo Imperio romano (lo que nos recuerda la presencia de
Trajano en el ojo de este águila), y ha permanecido el emblema del Sacro
Imperio. El cielo de Júpiter es la morada de los “príncipes sabios y justos”: «Diligite
justitiam, qui judicatis terram»[15],
correspondencia que, como todas las que da Dante para los otros cielos, se
explica enteramente por razones astrológicas; y el nombre hebreo del planeta
Júpiter es Tsedek, que significa “justo”. En cuanto a la escala de los Kadosch, ya hemos hablado de ella:
puesto que la esfera de Saturno está situada inmediatamente por encima de la de
Júpiter, se llega al pie de esta escala por la Justicia (Tsedakah), y a su cima por la Fe (Emounah). Antes de conocer “El
descenso de Inanna al inframundo”, este símbolo de la escala parecía ser de
origen caldeo conforme a la tradición bíblica, pero hoy sabemos que es de
origen sumerio-acadio de la ciudad de Uruk y fue aportado a Occidente con los
misterios de Mithra cuyo origen es Persia e India, que no contradice en nada al
origen sumerio-acadio, ya que como sabemos estos territorios fueron parte del
gran Imperio Persa.
Retomando la
exposición, se tenía entonces siete escalones de los que cada uno estaba
formado de un metal diferente, según la correspondencia de los metales con los
planetas que ya explicamos con el mito de Inanna; por otra parte, se sabe que,
en el simbolismo bíblico, se encuentra igualmente la escala de Jacob, que, al
unir la tierra a los cielos, presenta una significación idéntica[16].
Según Dante, el
octavo cielo del Paraíso, el cielo estrellado (o de las estrellas fijas) es el cielo de los Rosa-Cruz: en él los Perfectos están vestidos de blanco;
exponen un simbolismo análogo al de los Caballeros
de Herendom”[17];
profesan la “doctrina evangélica”, la
misma de Lutero, opuesta a la doctrina católica romana.
[1] Paradiso, VIII.
[2] Es
al menos curioso que estos tres mismos colores hayan devenido precisamente, en
los tiempos modernos, los colores nacionales de Italia; por lo demás, se les
atribuye bastante generalmente un origen masónico, aunque sea muy difícil saber
de dónde ha podido ser sacada la idea directamente.
[3] A
estos signos distintivos, es menester agregar «una corona de puntas de flechas
de oro».
[4]
Cf Light
on Masonry, p. 250, y el Manuel
maçonnique del F.: Vuilliaume, pp. 179-182.
[5]
Debemos confesar que no vemos la relación que puede existir entre la complejidad
de este grado y su denominación.
[6]
Este ternario alquímico se asimila frecuentemente al ternario de los elementos
constitutivos del ser humano mismo: espíritu, alma y cuerpo.
[7]
Las palabras entre corchetes han sido añadidas por nos para hacer el texto más
comprensible.
[8] Se
puede ver en estas últimas palabras una alusión discreta al «elixir de la larga
vida» de los alquimistas. — El grado precedente (grado 25), el de Caballero de la Serpiente de Bronce, era
presentado como «encerrando una parte del primer grado de los Misterios egipcios, de donde brota el
origen de la medicina y el gran arte de componer los medicamentos».
[9] El
autor quiere decir sin duda: «cuyo empleo simbólico se remonta a los tiempos
más remotos», ya que no podemos suponer que haya pretendido asignar un origen
cronológico al número tres mismo.
[10]
Los tres colores del grado a veces se consideran como simbolizando
respectivamente las tres virtudes teologales: el blanco representa entonces la
Fe, el verde la Esperanza, y el rojo la Caridad (o el Amor). — Las insignias de
este grado de Príncipe de Gracia son:
un mandil rojo, en medio del cual hay pintado o bordado un triángulo blanco y
verde, y un cordón con los tres colores de la Orden, colocado en aspa, del que
hay suspendido como joya un triángulo equilátero (o Delta) de oro (Manuel maçonnique de F.: Vuilliaume, p.
181).
[11] Un
alto Masón que parece más versado en esa ciencia enteramente moderna y profana
que se llama «historia de las religiones» que en el verdadero conocimiento
iniciático, el conde de Goblet d´Alviella, ha creído poder dar de este grado
puramente hermético y cristiano una interpretación búdica, bajo el pretexto de
que hay una cierta semejanza entre el título de Príncipe de Gracia y el de Señor
de Compasión.
[12]
Estos dos aspectos corresponden también a las dos puertas solsticiales; habría
mucho que decir sobre este simbolismo, que los antiguos Latinos habrían
resumido en la figura de Janus.
— Por otra parte, habría que hacer
algunas distinciones entre los Infiernos, los Limbos, y las «tinieblas
exteriores» de que se trata en el Evangelio; pero eso nos llevaría muy lejos, y
no cambiaría nada de lo que decimos aquí, donde se trata solo de separar, de
una manera general, el mundo profano de la jerarquía iniciática.
[13] Se
puede observar también que el cielo de Marte es representado como la morada de
los «mártires de la religión»; sobre Marte
y Martirio, hay incluso una suerte de
juego de palabras del que se podrían encontrar en otras partes otros ejemplos:
es así como la colina de Montmartre fue antaño el Monte de Marte antes de devenir el Monte de los Mártires. Haremos notar de pasada, a este propósito,
otro hecho bastante extraño: los nombres de los tres mártires de Montmartre, Dionisio, Rústico, y Eleuterio, son
tres nombres de Baco. Además, Saint
Denis, considerado como el primer obispo de París, es identificado comúnmente a
San Dionisio el Areopagita, y, en Atenas, el Areópago era también el Monte de Marte.
[14] El
simbolismo del águila en las diferentes tradiciones requeriría él solo todo un
estudio especial.
[15] Paradiso, XVIII, 91-93.
[16] No
carece de interés anotar todavía que San Pedro Damiano, con quien Dante
conversa en el cielo de Saturno, figura en la lista (en gran parte legendaria)
de los Imperatores Rosae-Crucis dada
en el Clypeum Veritatis de Irenaeus
Agnostus (1618).
[17] La
Orden de Heredom de Kilwining es el Gran Capítulo de los altos grados
vinculado a la Grande Loge Royale d’Edimbourg, y fundada,
según la Tradición, por el rey Robert Bruce (Thory, Acta Latomorum, t. I, p. 317). El término inglés Heredom (o Heirdom) significa «herencia» (de los Templarios); no obstante,
algunos hacen venir esta designación del hebreo Harodim, título dado a aquellos que dirigían a los obreros
empleados en la construcción del Templo de Salomón (cf. nuestro artículo sobre
este tema en los Études traditionnelles,
nº de marzo de 1948).
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