EL
ATARDECER EN QUE PACHACAMAC, EL SANTUARIO MÁS FAMOSO DE LA CIVILIZACIÓN ANDINA,
INGRESÓ A LA HISTORIA UNIVERSAL 1 de 3
Guido Mendoza Fantinato
Luego del
sangriento episodio de Cajamarca la tarde del 16 de noviembre de 1532 y la
masacre de cientos de personas en la primera demostración de fuerza y
superioridad bélica del mundo occidental frente a la civilización andina en su
propio territorio, la máxima autoridad del Tawantinsuyo, el Inca Atahualpa, fue
hecho prisionero por las tropas lideradas por el español Francisco Pizarro.
Acompañaban a Atahualpa en esa trágica tarde otros dos importantes e
influyentes personajes del Tawantinsuyo en esa época: la máxima autoridad
religiosa de Pachacamac y el soberano de Chincha, quienes representaban lugares
de especial relevancia en la costa del Pacífico suramericano de inicios del
siglo XVI.
En ese primer
relato del episodio de Cajamarca, la historia escrita empieza a registrar
detalles valiosos sobre el nivel de importancia que tenían ambos lugares en el
mundo andino en aquel entonces. El soberano de Chincha, muerto trágicamente
durante la captura de Atahualpa, contaba con un amplio prestigio por encabezar una
de las naciones andinas más avanzadas en el intercambio comercial de América
del Sur[1].
Lideraba un impresionante poderío naval consistente en miles de balsas
perennemente en el mar que controlaban asiduas caravanas de comerciantes que
intercambiaban productos con los principales puertos de la época en el Pacífico
suramericano[2]
.
Por su parte,
Pachacamac[3]
era la sede del oráculo más famoso, no sólo de la costa, sino también de todo
el mundo andino de la época (que comprendía los actuales territorios del sur de
Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia así como el norte de Chile y Argentina). Su
enorme prestigio, construido a través de más de 1,500 años de veneración y
culto ininterrumpido, se proyectaba más allá del ámbito religioso y espiritual,
de manera que los principales tributos generados en la costa suramericana y en
otras importantes zonas del Tawantinsuyo eran recaudados directamente por las
autoridades al servicio de Pachacamac[4].
¿Qué
simbolizaba realmente Pachacamac?
No hay que
olvidar que la costa del Pacífico suramericano es una zona periódicamente
castigada por fuertes movimientos telúricos. Y Pachacamac era la divinidad
asociada a los temblores y terremotos. Se creía que el más pequeño movimiento
de su cabeza podía desatar una leve sacudida sísmica, y un movimiento mayor,
como levantarse, por ejemplo, provocaría un cataclismo. Su ira se manifestaba
con los más destructivos movimientos terráqueos. Sus fieles lo llamaban en el
idioma local Pachacoyochi, o sea, aquel que hace temblar la tierra.[5]
Obviamente que
este dominio sobre las fuerzas telúricas le sirvió a Pachacamac para asentar un
sólido prestigio y contar con una amplia difusión y reverencia al interior de
las extensas fronteras del Tawantinsuyo. Por eso puede ser catalogado como una
verdadera deidad panandina, con una larga y profunda continuidad histórica
enraizada en más de quince siglos de vigencia. Así, peregrinos de las
diferentes nacionalidades existentes a lo largo de la vasta geografía andina,
encabezados por los Curacas y principales autoridades políticas y religiosas,
lo visitaban periódicamente para rendirle tributo, dando lugar a rituales y
ceremonias que concentraban verdaderas multitudes en su impresionante santuario
ubicado en la costa central del Pacífico suramericano.
Al mismo tiempo
Pachacamac asumía el papel de ser el principal oráculo en todos estos inmensos
territorios, con una espectacular proyección que le generaba un enorme poder en
todos los ámbitos. Su fama radicaba, principalmente, en su capacidad para
predecir el futuro respondiendo con vaticinios y profecías las preguntas que le
realizaban. Los principales líderes políticos y religiosos que acudían desde
las diversas zonas del Tawantinsuyo hasta su santuario costeño tenían que
cumplir severos rituales y ayunos para poder acceder a estos vaticinios[6].
Por eso, los primeros cronistas hispanos que describen este lugar, haciendo un
símil con la Meca entre los musulmanes, denominaban al santuario de Pachacamac
como “la mezquita”.
El
inicio del fin: el viaje que buscaba desafiar la ira de Pachacamac.
Como se sabe, el
Inca Atahualpa ofreció por su liberación a los invasores extranjeros un valioso
rescate en objetos de oro y plata. A los pocos días de su captura, las piezas
de estos metales empezaron a llegar Cajamarca desde diversos puntos de la
extensa geografía del Tawantinsuyo. Sin embargo esta llegada fue lenta y ante
la impaciencia de sus captores, Atahualpa les propuso que hicieran un viaje
directo a la costa y pudieran aprovechar las riquezas de oro y plata con que
contaba el santuario de Pachacamac para acelerar el rescate.
Diversas razones
han escrito los cronistas para explicar esta decisión de la máxima autoridad
del Tawantinsuyo de autorizar el desmantelamiento del famoso santuario[7],
sin embargo es muy probable que la verdadera razón oculta de Atahualpa con esta
decisión no fuese otra que lograr que Pachacamac mostrara su ira infinita
contra los extranjeros que deseaban saquear y desmantelar su templo. De esta
manera, y gracias al apoyo de la máxima deidad del mundo andino, él quedaría al
fin libre de sus codiciosos captores. Una hábil estrategia política, religiosa
y militar que, desde la cosmovisión andina de la época, resultaba
esperanzadora.
A partir de
entonces, los días que siguieron marcarían un lento compás de espera entre el
avasallador deseo de los europeos de satisfacer su codicia por los metales
preciosos frente a la seguridad basada en las creencias ancestrales del mundo
andino sobre la ira definitiva que desataría Pachacamac contra los osados
aventureros foráneos que intentasen profanar su santuario.
Con base en este
ofrecimiento de Atahualpa, Francisco Pizarro organizó una expedición a este
lugar sagrado costeño, con la misión de capturar y traer sus míticos tesoros. El
miércoles 6 de enero de 1533, el capitán Hernando Pizarro, hermano de
Francisco, partió rumbo a Pachacamac a la cabeza de un grupo de veinte hombres
a caballo así como de un número indeterminado de peones y cargueros, todos
ellos escoltados por varios generales de Atahualpa. Uno de los miembros del
grupo era el español Miguel de Estete, quien a sus 25 años, quedó encargado de
escribir la crónica del decisivo viaje que permitiría el ingreso del más famoso
santuario del mundo andino a la historia universal[8] .
[1] Los
dominios del soberano de Chincha se encontraban en la costa central del
Pacífico suramericano, en los territorios que actualmente corresponden al
Departamento peruano de Ica.
[2] “Por
tal razón, el Rey de Chincha fue un hombre óptimo e influyente, honrado y
reconocido por los Incas, quienes lo sentaban a lado suyo, mirándole con
especial deferencia por ser un jefe que controlaba asiduas caravanas de
comerciantes, y por ser el “mayor señor de los llanos” debido a su poderío naval…Tanta
estimación le guardaban al rey de Chincha que le consentían presentarse ante el
Inca frente a frente, ser llevado a su lado en andas a la misma altura y
aparatosidad, a presentársele sin la carga simbólica en la espalda ni descalzo,
como sí lo hacían los otros jatuncuracas del imperio. Los cusqueños lo
consideraban su aliado”. ESPINOZA SORIANO, Waldemar. Artesanos, transacciones,
monedas y formas de pago en el mundo andino. Siglos XV y XVI. Tomo II. Lima,
Banco Central de Reserva del Perú, octubre de 1987. página 54.
[3] La
Ciudad Sagrada de Pachacamac floreció en la costa central del Pacífico
suramericano, en las afueras de la actual capital de Perú, Lima.
[4] Como lo
indicaba Hernando Pizarro en una carta a la Audiencia de Santo Domingo fechada
el 3 de noviembre de 1533, “Toda la tierra de los Llanos e mucha más adelante
no tributa al Cuzco, sino a Mezquita. El obispo de ella estaba con el
gobernador en Cajamalca; habíale mandado otro buhio de oro como el que
Atabalipa mandó”, según lo indicaba Fernández de Oviedo en 1549. ROSTWOROSKI DE
DIEZ CANSECO, María. Pachacamac y el Señor de los Milagros. Una trayectoria
milenaria. Lima, IEP Ediciones, octubre de 1992. página 78.
[5]
ROSTWOROSKI, María y ZAPATA, Antonio. Guía de Pachacámac. Lima, IEP PromPerú,
noviembre de 2001. págs.34-36
[6] El
cronista indígena Joan Santa Cruz Pachacuti cuenta que Pachacutec fue el primer
inca en llegar a Pachacamac. Después de derrotar a los chancas se dirigió a los
llanos como peregrino. Descansó en Ychsma, antiguo nombre del valle de
Pachacamac, y durante su estadía llovió y granizó con rayos y truenos. Después
volvió al Cusco sin pedir nada a los costeños. Cuando Túpac Yupanqui incorporó
la región al dominio de los incas, nuevamente ingresó a Pachacámac como
peregrino y ayunó varios días. Posteriormente, el Inca ordenó la edificación de
un Templo al Sol, en lo alto de la colina más elevada del santuario. Pero hasta
el inca conquistador en lo más grande de su señorío mostró respeto hacia
Pachacamac, revelando cuán grande era la veneración del poderoso oráculo
yunga…” ROSTWOROSKI; María y ZAPATA, Antonio. Ibid, págs.34-36
[7]
“Atahualpa, sin embargo, estaba muy disgustado con Pachacamac porque, según
cuenta el cronista Pedro Pizarro, había mentido en tres ocasiones
trascendentales para la vida de los últimos incas. Estando preso en Cajamarca,
Atahualpa contó que, primero Pachacamac había aconsejado se expusiera al inca
Huaina Capac frente al Sol para que recibiendo sus rayos se curara de sus
males. En ese entonces Huaina Capac estaba muy enfermo. No obstante, falleció
al seguirse las recomendaciones del oráculo. En segundo lugar, había
tranquilizado a Huáscar asegurándole que se impondría en el conflicto interno
que lo oponía a su hermano. Finalmente, cuando los españoles aparecieron por la
costa del Pacífico, el inca le había solicitado un augurio que le fue
favorable. Por ello, como en ese momento estaba preso de los hispanos y había
alcanzado un acuerdo para obtener su libertad a cambio de un rescate, el inca
ordenó que una expedición fuera a recoger un botín del santuario. Como es bien
sabido, luego los españoles no cumplieron con su parte del trato”. ROSTWOROSKI,
María y ZAPATA, Antonio. Ibid. pág. 36).
[8] Según
anota María Rostworoski, dos fueron los Miguel de Estete que participaron en
los sucesos de Cajamarca. Uno, el cronista, iba a caballo, mientras el segundo,
a pie. El cronista, que describe el viaje de Hernando Pizarro a Pachacamac,
regresó a España en 1534. El otro Miguel de Estete decidió quedarse en el Perú,
fue vecino y encomendero de Jauja, luego de Lima y por último se estableció en
Guamanga donde vivía aún en 1561. ROSTWOROSKI DE DIEZ CANSECO, María. Op.cit.
página 105.
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