EL ATARDECER EN QUE PACHACAMAC, EL SANTUARIO MÁS FAMOSO DE LA CIVILIZACIÓN ANDINA, INGRESÓ A LA HISTORIA UNIVERSAL 3 de 3
Guido Mendoza Fantinato
El
duro golpe a la cosmovisión andina: los acontecimientos que sucedieron en el
Templo Pintado.
El Curaca de
Pachacamac nombrado por la administración del Tawantinsuyo, Tauri Chumbi, salió
a recibirlos de manera pacífica, mostrando buena voluntad en su trato inicial
con Hernando Pizarro y su comitiva[1].
Sin embargo, los generales de Atahualpa le exigieron sumisión absoluta ante las
pretensiones de los foráneos de proceder a desmantelar las riquezas de oro y
plata con que contaba el santuario. La tropa española procedió a alojarse en el
palacio de Tauri Chumbi y así pasó a convertirse en la primera autoridad costeña
desplazada por los nuevos acontecimientos.
Mientras se
aseguraba la recolección de los tesoros de oro y plata que guardaban los
depósitos del santuario[2],
Hernando Pizarro quiso dar un golpe efectivo y contundente contra Pachacamac y
toda la milenaria tradición que él representaba. Para ello decidió ir a ver en
persona lo que suponía era la fabulosa cámara recubierta de oro donde se
encontraba depositado el ídolo, apoderarse de todas sus riquezas y proceder a
destruirlo en el acto.
Sin embargo, los
sacerdotes y guardianes del oráculo trataron de impedir el avance de Hernando
Pizarro en su intento de ingresar al Templo, ya que nadie había osado durante
siglos acceder a este lugar sagrado sin haber cumplido previamente un rígido
tiempo de ayuno y preparación. Pizarro logró imponerse frente a tales
prohibiciones y junto con algunos de sus soldados pudo finalmente subir hasta
lo alto del templo, sorteando una serie de antesalas y patios, hasta llegar a
la puerta principal decorada de tejidos y con adornos de corales y turquesas
tras la cual se tenía acceso al recinto sagrado donde estaba el ídolo. Grande
fue su decepción al no encontrar una cámara llena de refulgente oro y metales
preciosos, sino más bien un ídolo hecho de madera mal tallada y mal formada,
con la figura de un hombre en su parte superior, colocado en medio de una
estrecha y oscura sala con pobres decoraciones y con algunas ofrendas pequeñas
hechas en oro y plata esparcidas en el piso[3].
Terminando la
tarde, los sacerdotes y los cientos de peregrinos que aguardaban impacientes en
las pirámides y plazas cercanas vieron con gran horror y espanto cómo de pronto
Pizarro apareció en lo alto del Templo Pintado empuñando el madero del ídolo de
Pachacamac y acto seguido empezó a dar un discurso extraño en un idioma que
ninguno de ellos comprendía[4].
Un silencio frío y sepulcral reinaba en la urbe, a la espera de la reacción de
la más implacable de las iras que desataría Pachacamac ante el horrible
sacrilegio que se estaba cometiendo. A continuación, con su espada, Pizarro
quebró la imagen del ídolo y lanzándola por los aires, ésta terminó rodando
hasta la base del Templo, mientras sus soldados procedían a desbaratar la
bóveda y la sala principal del recinto sagrado.
Mientras en el
lado del mar y con profusos colores proyectados en el firmamento se apreciaba
una espectacular puesta de sol en esa calurosa tarde veraniega, el horror se
transformaba progresivamente en llanto e impotencia para los cientos de
personas que acababan de presenciar allí el acto vandálico más feroz y sin
precedentes cometido alguna vez contra la deidad más poderosa del mundo andino.
Los lamentos y sollozos se oían por doquier y la gente empezaba a correr
despavorida de un lugar a otro en medio de un tumulto mayúsculo sin poder dar
crédito al terrible espectáculo del que habían sido testigos. En los exteriores
de la urbe los miles de pobladores de los curacazgos vecinos que se habían
apostado en las murallas exteriores de la ciudad sagrada para conocer los
acontecimientos de esa tarde comenzarían a difundir la noticia hacia los
lugares más distantes del Tawantinsuyo en medio de la confusión y el caos
generalizado.
De esta manera,
la cosmovisión andina acababa de recibir uno de los golpes más certeros y
devastadores en su largo desarrollo milenario. Simbólicamente la espada de
Pizarro no sólo había quebrado el ídolo de madera, sino también una de las
tradiciones más enraizadas y con mayor devoción en todo el ámbito pan andino.
Pero al mismo tiempo, desde el punto de vista político y comercial, aquella
tarde significó el inicio de la desarticulación del enorme poderío y prestigio
de esta ciudad sagrada produciendo el inevitable colapso del mercado regional
más grande del Pacífico suramericano. En el corto y mediano plazo ello implicó
la destrucción de los sistemas económicos y de intercambio de producción
vigentes para millones de pobladores de la costa y la sierra, desde Guayaquil
hasta el Collao, y que habían florecido exitosamente por más de quince siglos
bajo el prestigio del culto a Pachacamac.
Con estos
dramáticos acontecimientos del 30 de enero de 1533, cuya trascendencia
remecería profundamente los históricos cimientos de la civilización andina
construidos en más de 4,500 años de desarrollo autóctono y geográficamente
desconectada del resto de civilizaciones del planeta, el santuario más famoso
de la costa suramericana prehispánica ingresaría al registro de la historia
universal.
TOMADO DE:
Secretaría
General de la Comunidad Andina
Biblioteca Digital
Andina
http://www.comunidadandina.org/BDA/docs/PE-CA-0045.pdf
[1] No
olvidar que la principal autoridad religiosa del Santuario, al que Hernando
Pizarro llamaba “el obispo” había sido capturado durante los trágicos sucesos
de Cajamarca en noviembre de 1532.
[2] Según
María Rostworoski, a pesar de la intensa presión española, los sacerdotes de
Pachacamac dilataron la entrega del botín. Cuando finalmente cumplieron,
Pizarro se mostró disgustado: había esperado mayores tesoros del santuario más
famoso del mundo andino. Sin embargo, según cálculo del mismo Hernando Pizarro,
el botín arrojó 85,000 castellanos de oro y tres mil marcos de plata.
ROSTWOROSKI, María y ZAPATA, Antonio. Ibid.,Guía de Pachacamac, página 53.
[3] La
narración de Estete nos dice lo siguiente:"(...) Y así contra su voluntad
y de ruin gana nos llevaron, pasando muchas puertas hasta llegar hasta la
cumbre de la mezquita, la cual era cercada de tres o cuatro cercas ciegas, a
manera de caracol; y así se subía a ella; que cierto, para fortalezas fuertes
eran más a propósito que para templos del demonio. En lo alto estaba un patio
pequeño delante de la bóveda o cueva del ídolo, hecho de ramadas con unos
postes, guarnecidos de hoja de oro y plata, y el techo puestas ciertas
tejeduras, a manera de esteras para la defensa del sol porque así son todas las
casas de aquella tierra, que como jamás llueve no usan de otra cobija; pasado
el patio estaba una puerta cerrada y en ella las guardas acostumbradas, la
cual, ninguno de ellos osó abrir. Esta puerta era muy tejida de diversas cosas;
de corales y turquesas y cristales y otras cosas. Finalmente que ella se abrió
y según la puerta era curiosa, así tuvimos por cierto que había de ser lo de
dentro; lo cual fue muy al revés y bien pareció ser aposento del diablo, que
siempre se aposenta en lugares sucios. Abierta la puerta y queriendo entrar por
ella, apenas cabía un hombre, y había mucha oscuridad y no muy buen olor. Visto
esto trajeron candela; y así entramos con ella a una cueva muy pequeña, tosca
sin ninguna labor; y en medio de ella estaba un madero, hincado en la tierra, con
una figura de hombre hecha en la cabeza de el, mal tallada y mal formada, y al
pie, y a la redonda de él muchas cosillas de oro y plata ofrendadas de muchos
tiempos, y soterradas por aquella tierra (...)". Para mayor referencia
sobre la descripción del santuario y estos sucesos se sugiere revisar el
trabajo de Arturo Jiménez Borja y la importancia histórica de Pachacamac.
JIMENEZ BORJA, Arturo. Pachacamac Guide. Lima, Instituto Nacional de Cultura,
Dirección General del Museo Nacional, 1988. página 16. También se puede visitar
el siguiente sitio web: http://www.arqueologiadelperu.com.ar/pch.htm
[4] Según
describe Miguel de Estete se trataba de un encendido discurso sobre los errores
de la idolatría, en el que Hernando Pizarro recalcaba que aquel madero no era
el verdadero dios sino, muy por el contrario, la personificación del mismo
demonio. Por su parte, también el historiador norteamericano William Prescott
ha resaltado en sus trabajos algunos detalles sobre el momento del ingreso de
Hernando Pizarro a la sala principal donde estaba depositado el ídolo de
Pachacamac.
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