¿Qué sabemos realmente sobre la antigüedad de la Tierra y de los seres humanos?
Helena Blavatsky, también conocida como Madame Blavatsky, cuyo nombre de soltera era Helena von Hahn y luego de casada Helena Petrovna Blavátskaya, (1831 – 1891), fue una escritora, ocultista y teósofa rusa. Fue también una de las fundadoras de la Sociedad Teosóficay contribuyó a la difusión de la Teosofía moderna. Sus libros más importantes
son Isis sin velo yLa Doctrina Secreta, escritos en 1875 y 1888, respectivamente. En sus escritos, de gran erudición, se refirió a una serie de civilizaciones antiguas, algunas de ellas perdidas, que han servido de inspiración a escritores posteriores que han tratado estos temas. Me he basado en algunos de sus escritos para redactar este artículo. Cuando H.P. Blavatsky escribió la Doctrina Secreta a finales del siglo XIX, muchas de sus afirmaciones resultaban sorprendentes al oído de la pujante ciencia moderna de su época. Ha pasado algo más de un siglo y desde entonces la misma ciencia ha evolucionado de manera tal, que ha modificado sus esquemas y mentalidad en la rápida marcha de los nuevos descubrimientos. Algunos de ellos reivindicaron afirmaciones vertidas en los escritos de laDoctrina Secreta decenas de años antes. Y puede que otros, más recientes y futuros, lo hagan igualmente con otras de aquellas enseñanzas defendidas por la que fuera considerada como una de las grandes esotéricas de su época.
Son numerosos los comentarios de Helena Blavatsky referidos a la historia natural de la Tierra en relación con antiguos continentes desaparecidos, arcaicas formas de vida y otros aspectos de cambios geológicos acaecidos durante millones de años. Todo ello le acarreó críticas a pesar de que, ya entonces, estaba suficientemente claro que la Tierra tenía bastante más antigüedad que los cuatro mil años bíblicos y que debíamos contar por millones. Los nuevos sistemas de datación desarrollados durante el siglo XX ampliaron tanto los tiempos, que empezamos a hablar de cientos de millones. Se conoció mejor la antigua fauna y flora de pasadas eras geológicas y la historia de nuestro planeta abrió algo más la espesa niebla que ocultaba su desconocido pasado. Sólo el hombre y su origen se estancaron en esta carrera. Se le asignaron algunos cientos de miles de años más y sigue pendiente de un supuesto mono que evolucionó vertiginosamente, de modo misterioso, en medio de una imponente glaciación y que, no conforme con vivir en zona cálida, irrumpió entre los hielos, habitó en cuevas, se hizo carnívoro y aprendió a dibujar excelentemente. También, de misteriosa manera, su laringe comenzó a articular palabras, la columna se enderezó y sus manos se convirtieron en delicados instrumentos de precisión.
Todo ello en un tiempo récord de poco más de un millón de años. No obstante, el concepto sobre nuestro planeta ha variado considerablemente en los últimos años. No solamente el estudio de ecosistemas biológicos nos hablan de la Tierra como de un ente vivo que mantiene su propio equilibrio vital, sino que también los ritmos periódicos que se suceden en ella manifiestan el latir constante de un ser vivo. Momentos de intensa actividad geológica y etapas en que parece reposar plácidamente, se suceden a lo largo de prolongados periodos geológicos. Sabemos de antiquísimos y remotos tiempos donde continentes, mares, montañas y llanuras se distribuían de forma muy diferente a la actual. También los climas, la flora y la fauna han variado considerablemente a lo largo de la evolución del planeta. Uno de los aspectos del latir vital de nuestro planeta son precisamente estas etapas rítmicas de desgaste y renovación que experimenta periódicamente la corteza terrestre. La piel de la Tierra sufre renovaciones periódicas al igual que la de sus criaturas. Nos dice Helena Blavatsky en la Doctrina Secreta: “Así como la tierra necesita reposo y renovación, nuevas fuerzas y un cambio de suelo, lo mismo le sucede al agua. De aquí se origina una nueva distribución periódica de la tierra y el agua, cambios de climas, etc., acarreado todo por revoluciones geológicas y terminando por un cambio final en el eje de la Tierra”.
Recordando a los antiguos filósofos estoicos, que a su vez lo recogieron de enseñanzas más antiguas, todo suceso responde a las leyes de finalidad y necesidad. Suceden por algo y para algo. Las enseñanzas tradicionales, considerando a la Tierra como ser vivo y en evolución junto a todas sus criaturas, nos hablan de una necesidad de renovación periódica en la Tierra, que es una de las causas a las que se deben sus diferentes transformaciones geológicas. Es una apreciación general y bastante evidente que los periodos glaciales tienen una coincidencia con los movimientos orogénicos que levantan cadenas montañosas y elevan antiguos fondos marinos. Sabemos de la existencia de cuatro grandes movimientos orogénicos: Huroniano, acaecido en el Precámbrico, Caledoniano en el Silúrico, Herciniano en el Pérmico y Alpino en el Pleistoceno. También la existencia de cuatro grandes periodos glaciales sucedidos al final de cada uno de los movimientos orogénicos. Es decir: cuatro etapas de grandes transformaciones que terminan con un periodo glacial. Cada una de estas etapas ha estado marcada por un cambio evolutivo en la fauna y flora del planeta que ampliamente lo pobló en los periodos cálidos y tranquilos; si bien hay especies, sobre todo los insectos, que han sobrevivido sin evolución a lo largo de las edades, la mayoría han sufrido fuertes modificaciones o han desaparecido para dar paso a otras nuevas. ¿Debemos dar la razón a la Doctrina Secreta cuando nos afirma que El globo entero entra periódicamente en convulsiones, habiendo sufrido cuatro? Evidentemente, sí. La Teoría de la Tectónica de Placas puede darnos aceptables razones sobre los plegamientos pero ninguna hasta ahora ha dado con la causa de los grandes periodos glaciales, que se han sucedido a intervalos en el planeta.
La orogénesis es la formación o rejuvenecimiento de montañas y cordilleras causada por la deformación compresiva de regiones más o menos extensas de litosfera continental. El desarrollo y aceptación de la teoría de la Tectónica de Placas a partir de la década de 1960 ofreció un nuevo marco teórico para la comprensión de este enigma. Hasta entonces se consideraba que las grandes cordilleras se levantan sobre todo con materiales sedimentarios acumulados en grandes cuencas marginales a los continentes, a las que se llama geosinclinales. Se observa precisamente en el carácter sedimentario pero deformado de las formaciones rocosas de las más altas cumbres montañosas. Lo que faltaba en esas teorías tectónicas era una explicación satisfactoria del origen de las inmensas fuerzas de compresión necesarias para convertir un geosinclinal en un orógeno. La Teoría de la Tectónica de Placas explica el levantamiento como un efecto derivado de la convergencia de placas litosféricas. La convergencia arranca cuando la litosfera oceánica se rompe, generalmente junto al margen continental, en el lado externo de un geosinclinal. Consiste durante mucho tiempo en la subducción de esa litosfera oceánica bajo el margen continental, para terminar frecuentemente con una fase en la que la convergencia termina dando lugar a la colisión de dos fragmentos continentales. Mientras se trata de subducción, la orogénesis produce cordilleras ricas en fenómenos volcánicos, como es el caso de los Andes. Cuando se alcanza, si es que ocurre, la fase de colisión, los orógenos que se forman son muy extensos y abruptos, con escasa actividad volcánica, tal como sucede con el Himalaya o los Alpes. Desde finales de los años 90 se ha desarrollado la idea de que el crecimiento del orógeno y su deformación interna es sensible a la distribución superficial de la erosión, controlada por el clima. Pero no existe aún consenso sobre la relevancia de este efecto.
La litosfera que subduce es invariablemente de tipo oceánico y arrastra y deforma los materiales acumulados en un geosinclinal, los cuáles subducen en parte con la litosfera oceánica, inyectando además, en el manto, agua, carbonatos y otros materiales que contribuyen a mantener su estado relativamente fluido. En el límite entre las dos placas se encontrará normalmente una fosa oceánica. En la otra placa la litosfera puede ser inicialmente oceánica o directamente continental, y de ello dependen las dos modalidades de orógenos. Uno de ellos son los arcos de islas, que son archipiélagos en arco rodeados, en el lado convexo, por una fosa que marca el límite entre las dos placas. Están formados por islas volcánicas. Las Antillas o las Aleutianas son ejemplos nítidos de esta estructura. Otro caso son las cordilleras marginales. La subducción puede arrancar cuando la compresión rompe la litosfera oceánica junto al borde de un continente, poniendo en marcha una convergencia y una subducción que levantan una cordillera en el borde del continente. El caso más típico aparece representado ahora por los Andes. Las costas de Sudamérica aparecen bordeadas, donde son contiguas a la placa de Nazca, por una extensa fosa oceánica: la fosa del Perú. La orogénesis paratectónicaocurre cuando el movimiento convergente de dos placas tectónicas arrastra un fragmento continental contra otro. Las fuerzas y movimientos predominantes son horizontales (patatectónicos) y de origen propiamente tectónico, con muy pequeña participación de procesos específicamente volcánicos o, más generalmente, magmáticos. Se llama orógenos de colisión a los que se forman por este mecanismo. La orogénesis de tipo paratectónico ha producido el relieve más importante del planeta, el formado por los Himalayas y la Meseta del Tibet, que se han levantado por el choque de la placa que ahora forma la India, después de que se separara de África Oriental, con el continente eurasiático.
Tomado de: http://oldcivilizations.wordpress.com/2011/12/08/que-sabemos-realmente-sobre-la-antiguedad-de-la-tierra-y-de-los-seres-humanos/
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