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lunes, 4 de febrero de 2013

LA ANTIGUEDAD DE LA TIERRA ( VI )


En el marco del hinduismo, un manwantara es una era de Manu (el progenitor hindú de la humanidad). El manwantara es una medida de tiempo astronómico. Literalmente, manw antarasignifica ‘en el interior de un Manu’ (o sea, dentro del periodo de vida de un Manu). El términomanwantara es un sandhi (unión de palabras) del sánscrito, una combinación de las palabrasmanu y antara (‘dentro’, de las palabras españolas «inter», «interno», «interior» y «dentro»). Por un fallo del sistema de escritura devánagari, la u antes de una consonante debe escribirse como una v (como sucede en el latín Avgvstvs [augustus]): manu-antara se convierte entonces en manvantara, aunque se pronuncia igualmente [manuantara]. Un manuantara comprende 71 majá-iugá, que equivalen a una catorceava parte de la vida del dios Brahmā, 12 000 años de los dioses, o 4 320 000 años de los humanos Cada uno de esos periodos es presidido por un Manu especial. Según el hinduismo, ya han pasado seis de tales manuantaras; el actual es el séptimo, y es presidido por el Manu Vaivasvata.
Faltan siete manuantaras para completar los 14 que conforman una vida completa de Brahmá. 1 año humano: 1 deva aho-ratra (1 día-noche de 24 horas de los dioses). 360 deva ahoratra: 1 deva vatsara (1 año de los dioses). 12.000 deva vatsaras: 1 chatur iugá (1 grupo de cuatro iugás, que equivalen en total a 3,6 millones de años humanos). Los días y las noches de Brahmá; este es el nombre que se les da a los periodos llamados Manu-antara (o ‘[intervalo] entre los Manus’) y pralaia (disolución); uno se refiere a los periodos activos del universo, el otro a sus tiempos de descanso relativo y completo (depende de si ocurre al final de un día o de una vida de Brahmá. Estos periodos, que se siguen uno al otro en sucesión regular, se llaman también kalpas, pequeño y grande, el menor y el mahā kalpa; aunque hablando propiamente, elmahā kalpa nunca es un día de Brahmá sino una vida entera de Brahmā, porque se dice en elBrahma Vaivarta Purana: “Los cronologistas computan un kalpa como la vida de Brahmā; los kalpas menores, como el samvarta y los demás, son numerosos”. En verdad son infinitos, porque nunca tuvieron un comienzo (nunca hubo un primer kalpa) ni habrá uno último en la eternidad
Descartes fue el primero en formular una teoría nebular para explicar la formación de los planetas, en 1644. Propuso la idea de que el Sol y los planetas se formaron al unísono a partir de una nube de polvo estelar. Esta es la base de las teorías nebulares. Pero lo esencial de la teoría lo formularon Laplace y Kant. En 1721 el sueco Emanuel Swedenborg afirma que el sistema solar se formó por la existencia de una gran nebulosa en cuyo centro se concentraría la mayor parte de la materia formando el Sol y cuya condensación y rotación acelerada daría origen a los planetas. De la misma manera se formarían los satélites con respecto a cada planeta. El problema de esta teoría es que no explica el reparto del momento angular en el sistema solar. En su obra  World-Life: Comparative Geology , del profesor Alexander Winchell, nos proporciona informes curiosos. Aquí encontramos un adversario de la teoría nebular golpeando en las hipótesis un tanto contradictorias de las grandes eminencias científicas, sobre los fenómenos siderales y cósmicos, basadas en sus respectivas relaciones con las duraciones terrestres.
Los físicos y naturalistas demasiado imaginativos no quedan muy bien parados bajo este chaparrón de cálculos especulativos colocados frente a frente, y hacen más bien una triste figura. Sir William Thompson, basándose en los principios de enfriamiento observados, deduce que no pueden haber transcurrido más de 10 millones de años (en otra parte dice 100.000.000) desde que la temperatura de la tierra se redujo lo suficiente para sostener la vida vegetal. Helmholz calcula que 20 millones de años serían suficientes para la condensación  de la nebulosa primitiva en las presentes dimensiones del sol. El profesor S. Newcomb exige sólo 10 millones para alcanzar una temperatura de 212º Fahrenheit. Croll calcula 70 millones de años para la difusión del calor. Bischof estima que la tierra  necesitaría 350 millones de años para enfriarse desde una temperatura de 2.000º centígrados. Reade, basando sus cálculos en la marcha de la denudación, exige 500 millones de años desde que la sedimentación principió en Europa. Lyell conjetura unos 240  millones de años; Darwin creyó que eran necesarios 300 millones de años para las transformaciones orgánicas que su teoría expone, y Huxley está dispuesto a pedir 1.000 millones. Algunos biólogos. parecen cerrar fuertemente los ojos, y dan un salto en el abismo de los millones de años, de los cuales no parece que tengan una idea más adecuada que la que tienen del infinito. 
Según Sir William Thompson, “el total de la edad de la incrustación del mundo, es de 80.000.000 de años”. Y con arreglo a los cálculos del profesor Houghton, de un límite mínimo para el tiempo transcurrido desde el surgimiento de Europa y Asia, se dan tres edades hipotéticas para tres modos  posibles  y diferentes de surgimiento: primeramente, la modesta cantidad de 640.730 años; luego la de 4.170.000 años, y por último, la tremenda cifra de 27.491.000 años.  Esto es bastante, como puede verse, para cubrir nuestras declaraciones  respecto de los cuatro Continentes y aun para las cifras de los brahmanes.Otros cálculosllevan a Houghton al cálculo aproximado de la edad sedimentaria del globo de 11.700.000 años. Estas cifras las encuentra el autor demasiado pequeñas, y las extiende a 37.000.000 de años.  Además, según el Dr. Croll, 2.500.000 años “representan el tiempo desde el principio de la edad Terciaria” en una de sus obras; y según otra modificación de su opinión, han transcurrido 15.000.000 de años desde el principio del período Eoceno, y esto, siendo el Eoceno el primero de los tres períodos Terciarios, deja al lector suspendido entre los dos y medio y quince millones. Pero si uno ha de atenerse a las primeras moderadas cifras, entonces el total de la edad de sedimentación de la Tierra sería de 131.600.000 años.    
Según la ciencia oficial, el Eoceno, una división de la escala temporal geológica, es una época geológica de la Tierra, la segunda del período Paleógeno en la Era Cenozoica. Comprende el tiempo entre el final del Paleoceno (hace unos 55,8 millones de años) y el principio del Oligoceno (hace unos 33,9 millones de años). El nombre de Eoceno, definido por el británico Charles Lyell, proviene de las palabras griegas eos (ἠώς, ‘alba’) y kainos (καινός, ‘nuevo’), haciendo referencia a la aparición de los órdenes modernos de mamíferos durante esta época. Durante esta época se formaron algunas de las cordilleras más importantes del mundo, como los Alpes o el Himalaya, y acontecieron varios cambios climáticos importantes como el máximo térmico del Paleoceno-Eoceno, que aumentó la temperatura del planeta y delimita el inicio de esta época geológica, el evento Azolla, un enfriamiento global que daría paso a las primeras glaciaciones, o eventos de extinción masiva como la Grande Coupure, que marca el fin del Eoceno. Como en muchos otros períodos geológicos, los estratos que delimitan este período están bien identificados, aunque no han podido ser datados con total precisión. Las aves predominaban sobre los demás seres, y los primeros cetáceos comenzaron su desarrollo. Además, la especie de serpiente más grande que ha existido data del Eoceno, y se produjo una gran expansión y diversificación de las hormigas. La Antártida comenzó el período rodeada de bosques tropicales, y lo finalizó con la aparición de los primeros casquetes polares. Existen multitud de yacimientos paleontológicos en diversos lugares del mundo que confirman estos hechos, como el sitio fosilífero de Messel, en Alemania, o la Formación Green River, en Norteamérica.
Como el último período Glacial se extendió desde hace 240.000 años hasta hace 80.000 (en opinión del Dr. J: Croll), el hombre, por tanto, debería haber aparecido en la Tierra hace 100.000 ó 120.000 años. Pero, según dice el profesor Winchell, refiriéndose a la antigüedad de la raza mediterránea, se cree generalmente que ella hizo su aparición durante la última desviación de los  glaciares continentales. No tiene esto que ver, sin embargo, con la antigüedad de las razas morenas y negras, puesto que hay numerosas pruebas de su existencia en regiones más al Sur, en tiempos remotos preglaciales. Como un ejemplo de la  certeza y acuerdo geológicos, podemos añadir también las siguientes cifras. Tres autoridades, los ciéntificos T. Belt, Roberto Hunt y J. Croll, al calcular el tiempo transcurrido desde la época Glacial, dan cifras que varían de un modo casi increíble: Belt.. 20.000 años; Hunt …..80.000; Croll …240.000.  No es, pues, de maravillarse que el Dr. Croll confiese que:”En la actualidad es imposible, y quizá lo sea siempre, reducir el tiempo geológico, siquiera sea aproximadamente, a años ni aun a milenios”.   Como  la cronología, según la masonería, no puede medir la era de la creación, por eso su “Antiguo y Primitivo Rito” usa miles de millones de años como la mayor aproximación a la realidad. Las opiniones de las llamadas autoridades científicas, sobre el origen del Hombre, son también, para todo objeto práctico, una ilusión y una trampa. Hay muchos antidarwinistas en la Asociación Británica, y la selección natural principia a perder terreno. Aunque fue en un tiempo la salvación que parecía librar a los sabios teóricos de una caída intelectual final en el abismo de las hipótesis estériles, principia a ser mirada con desconfianza. Hasta el mismo Thomas Huxley está dando muestras de infidelidad, y cree que “la selección natural  no es el único factor”:  
Sospechamos mucho que la Naturaleza da saltos considerables en el sentido de variar de vez en cuando, y que estos saltos dan lugar a algunos de los vacíos que parecen existir en la serie de formas conocidas.También C. R. Bree, arguye de este modo, considerando los fatales vacíos en la teoría de Charles Darwin.   Hay que tener presente, además, que las formas intermedias deben haber sido en vasto número. George Mivart cree que el  cambio en la evolución puede ocurrir con más rapidez que lo que generalmente se piensa; pero Darwin se sostiene firmemente en su creencia, y nos vuelve a decir que “ natura non facit saltum ”.  En lo cual están los Ocultistas de completo acuerdo con Darwin.    La Enseñanza Esotérica corrobora plenamente la idea del progreso lento y majestuoso en la Naturaleza. “Los impulsos Planetarios” son todos periódicos. Sin embargo, esta teoría darwinista, exacta como es en detalles menores, no está de acuerdo con la Enseñanza Esotérica, como no lo está tampoco con Alfred Russel Wallace, quien en su Contributions to the Theory of Natural Selection demuestra concluyentemente que se necesita algo  más  que la Selección Natural para producir el hombre físico.  Alfred Russel Wallace, (1823 – 1913) fue un naturalista, explorador, geógrafo, antropólogo y biólogo británico, conocido por haber propuesto independientemente una teoría de evolución por medio de selección natural que motivó a Charles Darwin a publicar su propia teoría.
Hay una serie de objeciones  científicas  a esta teoría. George Jackson Mivart (1827 – 1900), biólogo británico,  arguye que: “Es un cómputo moderado conceder 25.000.000 de años para el depósito de las capas hasta las Silurianas superiores, e incluyendo éstas. Si, pues, el trabajo evolucionario hecho durante esta deposición representa solamente una centésima parte de la suma total, serían necesarios 2.500.000.000 (dos mil quinientos millones) de años para el desarrollo completo de todo el reino animal hasta su estado presente. Basta la cuarta parte, sin embargo, para exceder con mucho el tiempo que la física y la astronomía parece que pueden conceder para el desarrollo completo del proceso”. Finalmente, existe una dificultad respecto a la razón de la falta de ricos depósitos de fósiles en las capas más antiguas, si la vida era entonces tan abundante y variada como indica la teoría darwinista. Darwin mismo admite que “el caso tiene en el presente que permanecer inexplicable; y esto puede presentarse como un verdadero y válido argumento en contra de las opiniones” sustentadas en su libro.  Así, pues, vemos una carencia notable (con arreglo a los principios darwinistas) de formas de transición graduadas minuciosamente. Todos los grupos más marcados  – murciélagos, terodáctilos, quelonianos, ictiosauros, amaura, etc. – aparecen desde luego en escena. Aun el caballo, animal cuya genealogía ha sido probablemente la que se ha conservado mejor, no proporciona pruebas concluyentes de origen específico, por medio de variaciones fortuitas significativas; mientras que otras formas, como los laberintodontes y los trilobitas, que parecían presentar cambio gradual, se ha demostrado por investigaciones posteriores que no hay tal cosa.
Todas estas dificultades se evitan si admitimos que de tiempo en tiempo aparecen, con relativa precipitación, formas nuevas de vida animal en todos los grados de complejidad, las cuales evolucionan con arreglo a leyes que dependen en parte de las condiciones que las rodean. Y que en parte son internas, semejante al modo como los cristales (y quizá, según las últimas investigaciones, las formas inferiores de la vida) se construyen con arreglo a las leyes internas de su substancia constitutiva, y en armonía y correspondencia con todas las influencias y condiciones del medio ambiente.  “Las leyes internas de su substancia constitutiva”. Éstas son palabras sabias y la admisión de la posibilidad es prudente. Pero ¿cómo podrán jamás ser conocidas esas leyes internas, si se descarta la Enseñanza Esotérica?  En otras palabras, la doctrina de los Impulsos de Vida Planetarios tiene que admitirse. De otro modo, ¿por qué están hoy  estereotipadas  las especies, y por qué hasta las crías domésticas de palomas y muchos animales vuelven a sus tipos antecesores cuando se las abandona a sí mismas?  Pero la enseñanza sobre los impulsos de Vida Planetarios hay que definirla claramente, a fin de que se comprenda bien, si queremos evitar que aumente la confusión. Todas estas dificultades se desvanecerían si se admitiesen los siguientes axiomas Esotéricos: La existencia y la antigüedad enorme de nuestra Cadena Planetaria; La realidad de las Siete Rondas; La separación de las Razas humanas (aparte de la división puramente antropológica) en siete Razas -Raíces distintas;  La antigüedad del hombre en esta Cuarta Ronda; y finalmente, que así como estas razas evolucionan de lo etéreo a la materialidad, y desde ésta vuelven de nuevo a una relativa tenuidad física de contextura, así también todas las especies vivas de animales (llamadas)  orgánicas , inclusive la vegetación, cambian con cada nueva Raza-Raíz.
Seguramente la Ciencia debiera ensayar y ser más lógica que lo es ahora, toda vez que no puede sostener la teoría de la descendencia del hombre de un antecesor antropoide, y negar al mismo tiempo una antigüedad razonable a este mismo hombre. Una vez que Thomas  Huxley habla del “gran abismo intelectual entre el hombre y el mono”, y del “presente enorme vacío entre ellos”  y admite la necesidad de extender las concesiones científicas a la edad del hombre en la Tierra. Ante semejante lento y progresivo desarrollo, todos aquellos hombres de ciencia que piensan del mismo modo debieran convenir en algunas cifras aproximadas por lo menos, y ponerse de acuerdo en la duración probable de esos períodos Plioceno, Mioceno y Eoceno, de los  cuales se habla tanto, sin que se sepa nada definido; si no se aventuran a pasar más allá. Pero no hay dos hombres de ciencia que estén de acuerdo. Cada período parece ser un misterio en su duración, y una espina en el costado de los geólogos. Y, como acabamos de exponer, no pueden armonizar sus conclusiones ni siquiera respecto a las formaciones geológicas relativamente recientes. Así, pues, ninguna confianza pueden inspirar sus cifras, cuando exponen alguna, pues, para ellos, o bien son todos millones o simplemente miles de años.
Lo que se ha dicho puede reforzarse con las confesiones que ellos mismos han hecho, y la sinopsis de éstas se encuentra en la  Enciclopedia Britannica, que indica el medio aceptado en los enigmas geológicos y antropológicos. En esa obra hállase recogida y presentada la flor y nata de las opiniones más autorizadas. Sin embargo, vemos que en ellas se niegan a asignar una fecha cronológica definida aun para aquellas épocas relativamente recientes, como la era Neolítica.  Así, en la gran Enciclopedia se conjetura que:   “Cien millones de años han pasado… desde la solidificación de nuestra tierra, cuando la primera forma de vida apareció en ella”.  Pero parece tan imposible tratar de convertir a los geólogos y etnólogos modernos, como hacer que los naturalistas partidarios de Darwin comprendan sus errores. Acerca de la raza aria y sus orígenes, sabe la Ciencia tan poco como de los hombres de otros planetas. Excepto Flammarion y unos cuantos astrónomos místicos, la mayor parte niega hasta la habitabilidad de los otros planetas. Sin embargo, tan grandes Astrónomos eran los hombres científicos de las primeras razas del tronco ario, que al parecer sabían mucho más de las razas de Marte y de Venus, que los antropólogos modernos de las razas de los primeros albores de la Tierra. 

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