Autor: Herbert Oré Belsuzarri.
Oanes salía todos los días de las
aguas para dar a los primitivos indígenas de Mesopotamia “una noción de las
letras, las ciencias y las artes de toda especie”. Enseñó a los primeros
habitantes de Babilonia a “construir ciudades, erigir templos, redactar leyes,
y les explicó los principios de los conocimientos geométricos”. Les enseñó
también la agricultura. En resumen, como dice Beroso, “les enseñó todo lo que
contribuía a suavizar sus costumbres y a humanizar su vida”.
En el Perú, Garcilaso de la Vega ha
transmitido la historia de los incas que recopilo de las narraciones de los
Amautas. El Sol, antepasado de la Humanidad, envió a Manco Capac y Mama Ocllo
para enseñarles el arte de hilar y tejer. Los habitantes del Perú acogieron a
los hijos del Sol y pusieron los cimientos de la ciudad de Cuzco.
Según otra leyenda recopilada por
Pedro Cieza de León, llegaron a la meseta del Collao, del Este hombres blancos
y barbudos que aportaron a los indígenas los beneficios de la civilización.
Los conquistadores españoles dicen
que oyeron a los cortesanos incas usar un lenguaje secreto, incomprensible para
sus súbditos.
Tradiciones del mismo tipo se conserva en México, Guatemala y Yucatán, donde Quetzalcoatl o Kukulkán es designado como hombre-dios, era un hombre blanco, pelirrojo y barbudo. Tenía sobre los hombros una larga túnica de tela negra y mangas cortas. Luego de Quetzalcoatl llegaron los toltecas, hábiles artesanos, constructores, escultores y agricultores.
La Serpiente emplumada, o Quetzalcoatl había llegado de un país situado al Este; con él, México entró en una Era de progreso y de gran prosperidad. En una de las versiones existe un interesante detalle referente a su llegada: aterrizó en una extraña nave alada en el lugar en que actualmente se encuentra Veracruz. El Codex Vindobonensis lo representa descendiendo a tierra tras haber salido de un agujero en el cielo.
Cuando la misión de este apóstol de la civilización Quetzalcoatl, fue interrumpida por sus enemigos, regresó a la costa y partió en una balsa de serpientes hacia el país de Tlapallán. Otra leyenda cuenta cómo este mensajero se arrojó a una pira funeraria. Sus cenizas se elevaron al cielo y se transformaron en pájaro, mientras que su corazón se convirtió en el planeta Venus. Quetzalcoatl resucitó y subió al cielo como un dios. ¿Era su nave alada un ingenio espacial, y la pira funeraria su rampa de lanzamiento?
Según Pedro de Cieza de León, Wiracocha, figura legendaria de los incas, era un hombre blanco, de elevada estatura, llegado del país de la aurora. Inculcó la nobleza en los corazones de los incas y les reveló los secretos de la civilización. Una vez cumplida su misión, desapareció en el mar. El nombre de Viracocha significa «la espuma del mar». Por otra parte Juan de Betanzos, uno de los varios cronistas de la conquista, en su obra Suma y Narración de los Inca” de 1551 nos dice: que esta tierra era toda noche, dicen que salió de una laguna que es en esta tierra del Perú en la provincia que dicen de Collasuyo, un Señor que llamaron Con Tici Viracocha, el cual dicen haber sacado consigo cierto número de gentes, del cual número no se acuerdan. Y como este hubiese salido desta laguna, fuése de allí á un sitio ques junto á esta laguna, questá donde hoy dia es un pueblo que llaman Tiaguanaco, en esta provincia ya dicha del Collao.
Pero cuando Wiracocha partió, envió a Wiraccochan, su mensajero, quien
emprendió una larga caminata. Mientras caminaba, Wiraccochan educaba a los
pueblos. Antes de dejar la tierra, llegó al pueblo de Tambo u Ollantaytambo que
floreció gracias a sus divinos conocimientos. La actitud de los naturales
collas y quechuas con respecto a la leyenda del semidiós blanco se manifiesta
aún hoy en el hecho de que estos hombres del Perú saludan a un extranjero
blanco que les es simpático llamándole «Wiracocha».
Existe una indudable analogía entre las leyendas americanas de Quetzalcoatl y Wiracocha y la tradición babilonia de Oanes, el hombre-pez, aunque sus países de origen se hallen tan distanciados el uno del otro. La mitología de numerosas razas abunda en historias referentes a dioses que vivieron en otro tiempo sobre la Tierra; productos de la fantasía, algunos de estos mitos deben, indiscutiblemente, de evocar acontecimientos históricos reales.
Se atribuye a estos apóstoles de la civilización, descendidos del cielo o surgidos del mar, el haber aportado a las tribus primitivas una cultura completa. Pero, ¿quiénes eran esos fundadores de las dinastías solares? Puede verse en ellos a los últimos atlantes según algunas leyendas o los anunnakis descritos por las tablillas sumerias, escapados del gran Diluvio en aviones o naves del espacio, como afirma el canto épico de Gilgamésh.
Parece que todo apunta a que la Era de los Dioses estaba ligada a los llegados del espacio exterior a quienes algunos llamaron los Hijos del Sol.
También parece, imponerse la conclusión de que los diversos grupos de Hijos del Sol dispersos a través del mundo provienen de la misma raza primordial.
¿No sería esta raza la de los legendarios atlantes o la de los anunnakis?
En Oriente, y sobre todo en la India, el visitante extranjero es considerado como una persona sagrada porque, según las creencias locales, los dioses hicieron en otro tiempo su aparición en forma de seres humanos. A fin de asegurarse los favores de estos visitantes que podrían venir de los cielos, los hindúes les otorgan hasta nuestros días su veneración y su más amplia hospitalidad, aun cuando tengan ante sí a un simple ser humano. La tradición se remonta a muchos milenios de antigüedad, a una época en que los dioses transitaban sobre la Tierra. Hasta hoy se ve cómo hombres y mujeres se prosternan a los pies del visitante, para rendir homenaje a un “dios visitante”.
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