Dejemos por un momento a la ciencia moderna y volvamos al conocimiento antiguo. Como los hombres científicos arcaicos nos aseguran que todos los cataclismos geológicos, desde el levantamiento de los océanos, los diluvios, y las alteraciones de continentes, hasta los actuales ciclones, huracanes, terremotos, erupciones volcánicas, las olas de las mareas, y hasta el tiempo extraordinario y aparente cambio de estaciones, que tienen perplejos a todos los meteorólogos europeos y americanos, son debidos y dependen de la Luna y los planetas. Más aún: que hasta las constelaciones modestas tienen una influencia en los cambios meteorológicos y cósmicos de nuestra Tierra. Por ello debemos prestar atención a los regentes siderales de la Tierra y sus hombres. La ciencia moderna niega semejante influencia, mientras que la ciencia arcaica la afirma. Veamos lo que ambas dicen respecto de esta cuestión. En todo caso parece posible calcular la aproximada duración de los períodos geológicos, con los datos combinados de la ciencia y del ocultismo.
La Geología, por supuesto, puede determinar casi con certeza el espesor de los diversos depósitos sedimentarios. Ahora bien; es sabido que el tiempo requerido para la deposición de un estrato en un fondo marino tiene que estar en estricta proporción con el espesor de la masa así formada. Sin duda alguna que la cuantía de la erosión de la tierra y de la aglomeración de la materia en los lechos oceánicos ha variado de una edad a otra, y que los cambios debidos a cataclismos de diferentes clases han roto la uniformidad de los procesos geológicos ordinarios. Así, pues, con tal que tengamos algunas bases numéricas definidas en que fundarnos, la tarea se hace menos dificultosa de lo que a primera vista aparece. Concediendo lo debido a las variaciones en la cuantía de los depósitos, el profesor Lefèvre nos presenta las cifras relativas que resumen el tiempo geológico. No intenta calcular los años transcurridos desde que se depositó el primer lecho de rocas laurentianas, pero representando a ese tiempo como X, nos presenta las proporciones relativas en que se hallan los diversos períodos respecto de él. Sentemos las premisas de nuestro cálculo diciendo que, grosso modo, las rocas Primordiales tienen 70.000 pies (1 pie =0,3048 metros) de espesor; las Primarias, 42.000; las Secundarias, 15.000; las Terciarias, 5.000, y las Cuaternarias, 500.
Dividiendo en cien partes el tiempo, cualquiera que sea su verdadera duración, que ha pasado desde la aurora de la vida en la Tierra (capas inferiores laurentianas), tendremos que atribuir a la edad Primordial más de la mitad del porcentaje de la duración total, o sea 53’5; a la Primaria, 32’2; a la Secundaria, 1’5; a la Terciaria, 2’3, y a la Cuaternaria, 0’5, o sea un medio por ciento. Ahora bien; como, según los datos ocultistas, es cierto que el tiempo transcurrido desde los primeros depósitos sedimentarios es de 320.000.000 de años, podemos construir una tabla decálculo aproximado de la duración de los periodos geológicos, en años. Estas cifras armonizan con los asertos de la Etnología Esotérica en casi todos los particulares. La parte del ciclo Terciario Atlante, desde el apogeo de aquella raza en el primer tiempo Eoceno, hasta el gran cataclismo en la mitad del medio Mioceno, resultaría haber durado de tres y medio a cuatro millones de años. Si la duración del período Cuaternario no se ha calculado con exceso, como parece, entonces la sumersión de los continentes de Ruta y Daitya sería posterior a la era Terciaria. Es probable que los resultados que se presentan concedan un período demasiado largo, tanto a la edad Terciaria como a la Cuaternaria, dado que la Tercera Raza retrocede mucho dentro de la edad Secundaria. Sin embargo, las cifras son de lo más sugestivo. Pero como el argumento de las pruebas geológicas está a favor de sólo 100.000.000 de años, comparemos las enseñanzas de la Etnología Esotérica con los de la ciencia moderna.
Edward Clodd, refiriéndose a la obra de M. de Mortillet, Matériaux pour l’Histoire de l’Homme, que coloca al hombre en la mitad del período Mioceno, observa que: “Sería contrario a todo lo que enseña la doctrina de la evolución, sin que además se adquiriera el apoyo de los creyentes en una creación especial y en la invariabilidad de las especies, el buscar un mamífero tan altamente especializado como el hombre, en un período primitivo de la historia de la vida del globo”. A esto se podría contestar que la doctrina de la evolución, según Darwin y otros evolucionistas posteriores, no solamente es lo contrario de lo infalible, sino que es desechada por varios grandes hombres de ciencia, como De Quatrefages en Francia, el Dr. Weismann, un ex evolucionista, en Alemania, y muchos otros, que van engrosando cada vez más las filas de los antidarwinistas. La verdad debe apoyarse sobre sus propios y firmes fundamentos de los hechos, y esperar la oportunidad de ser reconocida, una vez destruidos todos los prejuicios que se le oponen. Aun cuando la cuestión ha sido ya tratada de lleno en su aspecto principal, no está de más argumentar sobre las objeciones científicas.
Echemos una breve ojeada sobre las divergencias entre la ciencia ortodoxa y la esotérica, en la cuestión de la edad de la Tierra y del Hombre. Con las dos tablas sincrónicas respectivas, podrá verse la importancia de estas divergencias; y percibir, al mismo tiempo, que es muy probable que posteriores descubrimientos de la Geología y el hallazgo de restos fósiles humanos obliguen a la ciencia a confesar que, después de todo, la Filosofía Esotérica es la que tiene la razón, o que, por lo menos, es la que más se acerca a la verdad. En la hipótesis científica, la ciencia divide el período de la historia de la Tierra, desde el principio de la vida en la Tierra (o edad Azoica), en cinco divisiones o períodos principales, según Ernst Heinrich Philipp August Haeckel (1834 – 1919), biólogo y filósofo alemán que popularizó el trabajo de Charles Darwin en Alemania. Sin embargo, la teoría esotérica divide solamene los períodos de vida de la Tierra. En el Manvántara presente, el período actual está dividido en siete Kalpas y siete grandes Razas humanas. Su primer Kalpa, que corresponde a la Época Primordial.
La era Primordial se divide en Laurentiano, Cambriano, Siluriano. La época Primordial, nos dice la Ciencia, no careció en modo alguno de vida vegetal y animal. En los depósitos laurentianos se encuentran ejemplares del Eozoon canadiense – concha dividida en celdillas. En los silurianos se descubren hierbas de mar (algas), moluscos, crustáceos y organismos marinos inferiores, así como el primer vestigio de los peces. La época Primordial muestra algas, moluscos, crustáceos, pólipos y organismos marinos, etc. La Ciencia enseña, por tanto, que la vida marina se hallaba presente desde los principios mismos del tiempo, dejando, sin embargo, que especulemos por nosotros mismos respecto de cómo apareció la vida en la Tierra. No obstante rechaza la “creación” bíblica. La Filosofía esotérica nos habla de los Devas u Hombres Divinos, los llamadosCreadore y Progenitores. La Filosofía esotérica está de acuerdo con la declaración de la Ciencia, excepto en un solo punto. Los 300.000.000 de años de vida vegetal precedieron a los “Hombres Divinos” o Progenitores. Además, ninguna enseñanza niega que hubiese vestigios de vida en la Tierra además del Eozoon canadiense en la época Primordial. Algunos geólogos importantes han opinado que las cavidades formadas por capas paralelas onduladas e irregularmente concéntricas que se hallan en los bancos de caliza del laurentino del Canadá son los restos de un organismo animal conocido con el nombre de Eozoon canadiense, foraminifero de gran talla que formaría arrecifes calizos.
La era Primaria se divide en Devoniano, Carbonífero y Permiano. Según la Ciencia moderna: “se distingue por sus bosques de helechos, sigillarias, coníferas peces y primeros vestigios de reptiles“. Aquí la Filosofía esotérica habla de los los progenitores Divinos y las dos Razas y media. Todas ellas son reliquias de la Ronda precedente. Sin embargo, una vez que los prototipos son proyectados de la envoltura Astral de la Tierra, se sigue un número indefinido de modificaciones. A su vez, la era Secundaria se divide en Triásico, Jurásico, Cretáceo. Ésta es la Era de los reptiles, de los megalosauros, ictiosauros, plesiosauros, etc., gigantescos. Sin embargo, la Ciencia niega la presencia del hombre en este período. Pero le queda por explicar cómo llegaron los hombres a conocer estos monstruos y a describirlos antes de la época de Cuvier. Georges Léopold Chrétien Frédéric Dagobert Cuvier, barón de Cuvier, (Montbéliard, Francia, 23 de agosto de 1769 – París, Francia, 13 de mayo de 1832) fue un naturalista francés.Fue el primer gran promotor de la anatomía comparada y de la paleontología. Ocupó diferentes puestos de importancia en la educación nacional francesa en la época de Napoleón y tras la restauración de los Borbones. Fue nombrado profesor de anatomía comparada del Museo Nacional de Historia Natural de Francia, en París. Cuvier jugó un papel crucial en el desarrollo de la paleontología. Gracias a su principio de correlación fue capaz de reconstruir los esqueletos completos de animales fósiles.
Partiendo de sus observaciones paleontológicas, Cuvier elaboró una historia de la Tierra fundamentada en el fijismo y el catastrofismo. Así, concibió la historia geológica como una historia puntuada por revoluciones o catástrofes. En tales períodos se habría producido la extinción de las especies hasta entonces existentes y su sustitución por otras. Estas nuevas especies procederían de otras regiones del planeta que se habrían salvado de la catástrofe. Así explicaba Cuvier los vacíos estratigráficos del registro fósil, que no parecían permitir la inferencia de una continuidad de las formas orgánicas. Desde la perspectiva del catastrofismo, la edad de la Tierra no necesitaba ser excesivamente prolongada. De ahí que Cuvier abogara por sólo 6.000 años de antigüedad, lo que le enfrentó a Charles Lyell, cuyo gradualismo requería millones de años. Sin embargo, tenemos que hacer referencia a que los antiguos anales de China, India, Egipto, y hasta Judea, están llenos de monstruos. En este período también aparecen los primeros mamíferos marsupiales, insectívoros, carnívoros, fitófagos y, según cree el profesor Owen, un mamífero herbívoro y con cascos. No obstante, la Ciencia no admite la aparición del hombre antes del final del período Terciario ¿Por qué? Porque al hombre hay que mostrarlo más joven que los mamíferos superiores. Pero la Filosofía Esotérica nos enseña lo contrario.
Y como a la Ciencia no le es posible llegar a algo que se parezca a una conclusión aproximada de la edad del hombre, ni aun de los períodos geológicos, la enseñanza oculta aporta más lógica, aun cuando no se considere sino como una hipótesis. La Filosofía Esotérica nos dice que, según todos los cálculos, la Tercera Raza había hecho ya su aparición durante el período Triásico, en que ya había algunos mamíferos y debió haberse producido antes de la aparición de estos. Ésta es, pues, la edad de la Tercera Raza, en la cual pudieran quizá descubrirse los orígenes de la primitiva Cuarta Raza Atlante. En este punto, sin embargo, sólo podemos hacer conjeturas, pues aún no tenemos ningún dato concreto.La analogía es insignificante. Sin embargo, puede argüirse que, así como a los primeros mamíferos y premamíferos se les muestra en su evolución saliendo de una especie y pasando a otra anatómicamente superior, lo mismo sucede con las razas humanas en su proceso procreativo. Pudiera seguramente encontrarse un paralelo entre los mamíferos monotremas, didelfos (o marsupiales) y los placentales, divididos a su vez en tres órdenes, lo mismo que la Primera, Segunda y Tercera Razas de hombres. Pero esto requeriría un nuevo artículo.
La Era Terciaria se subdivide en Eoceno, Mioceno y Plioceno. La Ciencia todavía no admite que el hombre haya vivido en este período. E. Clodd dice: “Aunque los mamíferos placentales y el orden de los primates, con los cuales el hombre está relacionado, aparecieron en los tiempos Terciarios, y el clima, tropical en el período Eoceno, caluroso en el Mioceno y templado en el Plioceno, era favorable a su presencia, las pruebas de su existencia en Europa , antes del final de la época Terciaria… no son generalmente aceptadas aquí”. Según la Filosofía esotérica, en esta Era Terciaria la Tercera Raza casi ha desaparecido por completo, barrida por los espantosos cataclismos geológicos de la edad Secundaria, dejando sólo tras sí algunas razas híbridas. La Cuarta Raza, nacida millones de años antes de que tuvieran lugar los mencionados cataclismos pereció durante el período Mioceno, cuando la Quinta (nuestra raza aria) tenía ya 1.000.000 de años de existencia independiente. ¿Cuánta más edad tiene desde su origen? El período histórico principió con los Vedas para los indos Arios. La Geología ha dividido ahora los períodos y ha colocado al hombre en el Cuaternario, con el hombre paleolítico y el hombre neolítico. Pero según la Filosofía Esotérica, si al período Cuaternario se le conceden 1.500.000 años, entonces sólo pertenece al mismo nuestra Quinta Raza actual. Sin embargo, al paso que se ha demostrado que el hombre paleolítico, no caníbal, que ha debido ciertamente anteceder al hombre caníbal neolítico cientos de años, fue un artista notable, el hombre neolítico resulta casi un salvaje, a pesar de sus moradas lacustres.
Charles Gould, en su obra “Mythical Monsters”, dice lo siguiente: “Los hombres paleolíticos no conocían la alfarería ni el arte de tejer, y aparentemente carecían de animales domésticos y de sistemas de cultivo; pero los moradores neolíticos de los lagos de Suiza tenían telares, alfarería, cereales, ganados, caballos, etcétera. Ambas razas usaban utensilios de cuerno, de hueso y de madera; pero los de la más antigua se distinguen con frecuencia por estar esculpidos con gran habilidad o adornados con grabados animados representando varios animales existentes entonces; mientras que por parte del hombre neolítico aparece una ausencia marcada de semejantes habilidades artísticas”. Las razones de esto son que el hombre fósil más antiguo, los primitivos hombres de las cavernas del remoto período Paleolítico, y del período Preglacial (sea la que quiera su duración y antigüedad), son siempre hombres. Y no hay restos fósiles que prueben lo que el Hipparion y Anchitherium han probado respecto del caballo. Esto es, la especialización gradual progresiva desde un simple tipo antecesor a las formas más complejas existentes. Además, con respecto a las llamadas hachas paleolíticas, si se las coloca al lado de las formas más toscas de las hachas de piedra, usadas en la actualidad por los australianos y otros salvajes, es muy difícil encontrar diferencia alguna. Esto prueba que ha habido salvajes en todos los tiempos ; y la deducción debiera ser que ha podido haber también gente civilizada en aquellos tiempos; naciones cultas contemporáneas de aquellos salvajes toscos. Una cosa semejante vemos en Egipto hace 7.000 años. Por otro lado, un obstáculo, consecuencia directa de lo anterior, es que: si el hombre no es más antiguo que el período paleolítico, entonces no sería posible que haya tenido el tiempo necesario para su transformación, desde el “eslabón perdido”, en lo que se sabe haber sido durante aquel remoto período geológico. Esto es, una especie de hombre superior a muchas de las razas que hoy existen.
Lo que antecede se presta, naturalmente, al siguiente razonamiento: El hombre primitivo era, en algunos respectos, superior a lo que es ahora. En cambio, el mono más antiguo conocido, el lemurino, era menos antropoide que las especies pitecoides (con forma de simio) modernas. La conclusión es que, aun cuando se encontrase un eslabón perdido, la balanza de las pruebas se inclinaría más en favor de ser el mono un hombre degenerado, que enmudeció por alguna coincidencia fortuita, que en favor de la descendencia del hombre de un antecesor pitecoide. La teoría presenta dos aspectos: Por una parte, si se acepta la existencia de la Atlántida, podemos creer en la declaración de que en la edad Eocena, aún en su primer período, el gran ciclo de los hombres de la Cuarta Raza, los Atlantes, había alcanzado ya su punto culminante. Entonces podrían hacerse desaparecer fácilmente algunas de las presentes dificultades de la Ciencia. La tosca hechura de los utensilios paleolíticos no prueba nada en contra de la idea de que, al lado de los que los fabricaron, existieron naciones altamente civilizadas. Se nos dice que sólo se ha explorado una parte muy pequeña de la superficie de la tierra y, de ésta, una parte muy reducida consiste en superficies de tierras antiguas o formaciones de aguas recientes, en donde únicamente puede esperarse encontrar las huellas de las formas superiores de vida animal. Y aun éstas han sido exploradas tan imperfectamente, que donde ahora encontramos miles y decenas de miles de indudables restos humanos casi bajo nuestros pies, hace sólo pocos decenios que empezó a sospecharse su existencia.
Es también relevante que, juntamente con las toscas hachas de los salvajes, los exploradores encuentran ejemplares de trabajos tan artísticos, que a duras penas podrían encontrarse o suponerse entre los modernos campesinos de un país europeo, más que en casos excepcionales. El retrato del “Rangífero Pastando” en la gruta de Thayugin, en Suiza, y los del hombre corriendo, con dos cabezas de caballo dibujadas junto a él, obra también del período Rangífero, o sea de hace al menos 50.000 años, son declarados por Ronald Laing, no sólo como muy bien hechos, sino que al primero, el “Rangífero Pastando”, se le describe como que “podría hacer honor a cualquier moderno pintor de animales”. Lo cual no es ninguna alabanza exagerada. Ahora bien; dado que tenemos a nuestros más grandes pintores europeos coexistiendo con los esquimales modernos, que al igual que sus antecesores paleolíticos del período Rangífero, están dibujando bosquejos de animales o escenas de la caza, con la punta de sus cuchillos. ¿Por qué no pudo pasar lo mismo en aquellos tiempos? Comparados con los ejemplares de dibujos y bosquejos egipcios de hace 7.000 años, los “retratos más primitivos” de hombres, cabezas de caballos y rangíferos, hechos hace 50.000 años, son ciertamente superiores . Sin embargo, se sabe que los egipcios de aquella época fueron una nación altamente civilizada, mientras que los hombres paleolíticos son llamados salvajes. Esto muestra de qué modo se trata de amoldar cada nuevo descubrimiento geológico a las teorías corrientes, en lugar de hacer que las teorías se adapten a los descubrimientos.
Es curioso; pero los científicos más materialistas de la escuela alemana del siglo XIX son los que, en cuanto se refiere al desarrollo físico , se acercan más a las teorías de los ocultistas. Así, el profesor Baumgärtner cree que: “Los gérmenes de los animales superiores podían únicamente ser los huevos de los animales inferiores; además del adelanto en el desarrollo del mundo vegetal y animal, ocurrió en aquel período la formación de nuevos gérmenes originales (los cuales formaron la base de nuevas metamorfosis, etc.)… los primeros hombres que procedieron de los gérmenes de animales inferiores a ellos, vivieron primeramente en estado de larva. Así es precisamente; en un estado de larva, decimos nosotros también, sólo que no procedía de un germen “animal”; y esa “larva” era la forma etérea sin alma de las Razas prefísicas. Y nosotros creemos, como cree el profesor alemán, juntamente con otros hombres científicos de Europa, que las razas humanas no han descendido de una pareja, sino que aparecieron inmediatamente en razas numerosas”. Por tanto, cuando leemos Fuerza y Materia , y vemos a Büchner diciendo: “Evolucionado por generación espontánea, ese mundo orgánico, rico y multiforme se ha desarrollado progresivamente, en el curso de la períodos de tiempo interminables, con el auxilio de fenómenos naturales”. Pero, ¿de dónde vino el primer germen, si tanto la generación espontánea como la intervención de fuerzas externas se rechazan en absoluto? Sir William Thompson nos dice que los gérmenes de la vida orgánica vinieron a nuestra Tierra en algún meteoro. Esto no resuelve nada, sino que sólo transfiere la dificultad de la vida en la Tierra al supuesto meteoro. El profesor Thomas Huxley dice: “Si la doctrina del desarrollo progresivo es correcta en alguna de sus formas, tenemos que extender por largas épocas los cálculos más avanzados que hasta ahora se han hecho de la antigüedad del hombre”.
La disputa entre los partidarios de la generación espontánea y sus adversarios ha terminado con la victoria provisional de los últimos. Pero aun estos se ven forzados a admitir, como admitió Büchner y admiten aún Tyndall y Huxley, que la generación espontánea tuvo que ocurrir una vez bajo ciertas “condiciones especiales termales”. Virchow rehusa discutir la cuestión y considera que debió haber tenido lugar en algún tiempo de la historia de nuestro planeta. Esto parece más natural que la antes citada hipótesis de Sir William Thompson, de que los gérmenes de la vida orgánica cayeron en nuestra Tierra en algún meteoro; o que la otra hipótesis científica de que no existe “principio vital” alguno, sino solamente fenómenos vitales que pueden atribuirse a las fuerzas moleculares del protoplasma original. Pero esto no ayuda a la Ciencia a resolver el problema ni el origen del hombre. Así como podemos seguir los esqueletos de los mamíferos eocenos a través de diferentes direcciones de especialización, en sucesivos tiempos terciarios, el hombre presenta el fenómeno de un esqueleto no especializado, que no puede relacionarse con ninguna de estas líneas. Al “esqueleto especializado” se lo busca en el sitio indebido, donde nunca puede encontrarse. Los hombres de ciencia esperan descubrirlo en los restos físicos del hombre, en algún “eslabón perdido” pitecoide, con un cráneo mayor que el del mono, y con una capacidad craneal menor que la del hombre, en lugar de buscar esa especialización en la esencia suprafísica de su constitución etérea interna, que no puede ser desenterrada de ninguna capa geológica.
En los bosquejos hechos por supuestos salvajes paleolíticos o del hombre de la “edad de piedra primitiva”, que se supone fue tan salvaje y bestial como los animales con quienes vivía, no tiene nada que envidiar a un grabado semejante o un bosquejo al lápiz hecho por cualquier escolar europeo actual que no haya estudiado dibujo. En sus bosquejos vemos una representación correcta de las luces y sombras, que el artista copió directamente de la naturaleza, mostrando así un gran conocimiento de la anatomía y de la proporción. Se nos quiere hacer creer que al artista que grabó estos dibujos perteneció a los salvajes semianimales primitivos, contemporáneos del mamut y del rinoceronte lanudo, que algunos evolucionistas quisieron describirnos como una clara aproximación al tipo de su hipotético “hombre pitecoide”. Estos grabados prueban que la evolución de las razas ha tenido una serie de elevaciones y caídas. Y que el hombre es, quizá, tan antiguo como la Tierra solidificada. Y que, si podemos llamar “hombre” a su antecesor “divino”, entonces es aún mucho más antiguo. Hasta el mismo Gabriel de Mortillet, que en 1898 había establecido la sucesión cultural en las fases: Achelense, Musteriense, Solutrense y Magdaleniense, parece experimentar una vaga desconfianza en las conclusiones de los arqueólogos, cuando escribe: “Lo prehistórico es una nueva ciencia que está lejos, muy lejos de haber dicho su última palabra”. Según Lyell, que es una de las principales autoridades sobre el asunto y el padre de la Geología: “La constante expectación de llegar a encontrar un tipo inferior de cráneo humano, mientras más antigua sea la formación en que el hecho ocurra, está basada en la teoría del desarrollo progresivo, la cual puede resultar cierta; sin embargo, debemos recordar que hasta hoy no tenemos ninguna prueba geológica clara de que la aparición de lo que se llaman las razas inferiores de la humanidad haya precedido siempre en el orden cronológico a la de las razas superiores”. A pesar de todo, ni semejante prueba ha sido encontrada hasta hoy.
Esta concesión de Lyell coincide con lo que dice el profesor Max Müller, cuyo ataque a la Antropología darwinista, desde el punto de vista del lenguaje, nunca ha sido satisfactoriamente contestado. ¿Qué sabemos nosotros de las tribus salvajes aparte del último capítulo de su historia? Compárese esto con la opinión esotérica acerca de los australianos, de los bosquimanos, así como del hombre paleolítico europeo, como restos de una cultura perdida que prosperaba cuando la raza atlante estaba en su apogeo. ¿Podremos conocer alguna vez sus antecedentes? Su lenguaje prueba, en verdad, que estos llamados paganos, con sus complicados sistemas de mitología, sus costumbres, sus ininteligibles fantasías y su salvajismo, no son criaturas de hoy ni de ayer. A menos que admitamos una creación especial para estos salvajes, tienen que ser mucho más antiguos o tan antiguos como los indos, los griegos y los romanos. Pueden haber pasado por tantas vicisitudes como aquéllos, y lo que consideramos como primitivo, pudiera ser, por lo que sabemos, una recaída en el estado salvaje, o una corrupción de algo que era más racional e inteligible en estados anteriores. El Profesor George Rawlinson observa que: “El salvaje primitivo” es un término familiar en la literatura moderna, pero no hay prueba alguna de que haya existido jamás. Más bien todo prueba lo contrario”. En su obra “Origen de las Naciones”, añade: “Las tradiciones míticas de casi todas las naciones colocan al principio de la historia de la humanidad un tiempo de dicha y perfección, una “edad de oro” que no tiene rasgo alguno de salvajismo o barbarie, sino muchos de civilización y refinamiento”.
¿Prueban los restos encontrados en la cueva de Devon (Inglaterra) que no hubiera entonces razas contemporáneas altamente civilizadas? Cuando la población actual en la Tierra haya desaparecido, y algunos arqueólogos de una hipotética raza futura desentierren los utensilios domésticos de una de nuestras tribus de la selva amazónica ¿estará justificado que saquen la conclusión de que la humanidad del siglo XX estaba “saliendo de la edad de piedra”? Otra inconsecuencia extraña de las teorías científicas es que al hombre neolítico se le muestre como un salvaje mucho más primitivo que el paleolítico. Recordamos que el Neolítico (Nueva Edad de Piedra) —por contraposición al Paleolítico (Antigua Edad de Piedra)— es uno de los periodos en que se considera dividida la Edad de Piedra. El término fue acuñado por John Lubbock en su obra de 1865 que lleva por título Prehistoric Times. Proviene del griego νέος, néos: ‘nuevo’; λίθος, líthos: ‘piedra’. Inicialmente se le dio este nombre en razón de los hallazgos de herramientas de piedra pulimentada que parecían acompañar al desarrollo y expansión de la agricultura. Hoy en día se define el Neolítico precisamente en razón del conocimiento y uso de la agricultura o de la ganadería. Normalmente, pero no necesariamente, va acompañado por el trabajo de la alfarería. La etapa de transición entre el Paleolítico y el Neolítico se conoce como Mesolítico, mientras que las fases del Paleolítico tardío contemporáneas con el Neolítico y el Mesolítico en otras regiones del planeta se conocen como Epipaleolítico. Se denomina Subneolítico a un pueblo o comunidad de economía cazadora-recolectora que recibe algún influjo de tipo neolítico, típicamente la alfarería, de sus vecinos agricultores.
Aunque Neolítico se traduce literalmente como ‘Nueva edad de Piedra’, quizás sería más apropiado llamarlo ‘Edad de la Piedra Pulimentada’; sin olvidar que la principal característica que define actualmente el período no es otra que una nueva forma de vida basada en la producción de alimentos a partir de especies vegetales y animales domesticadas. Abarca distintos períodos temporales según los lugares. Se sitúa entre el 7000 a. C. y el 4000 a. C. aproximadamente. Este período se inició en el Kurdistán antes del 7000 a. C. (quizás hacia el 8000 a. C.) y se difundió lentamente, sin que en Europa pueda hablarse de Neolítico hasta fechas posteriores al 5000 a. C. A medida que retrocedemos desde el hombre neolítico al paleolítico, los utensilios de piedra se convierten en toscas y pesadas herramientas, en lugar de instrumentos pulimentados de formas primorosas. La alfarería y otras artes útiles desaparecen a medida que descendemos en la escala. ¡Y sin embargo, los paleolíticos podían grabar semejantes dibujos! El hombre paleolítico vivía en cuevas que compartía con hienas y leones, mientras que el hombre neolítico vivía en aldeas y edificios lacustres. Todos los que han seguido, aunque no sea sino superficialmente, los descubrimientos geológicos de nuestros días, saben que se encuentra un progreso gradual en las obras de arte, desde el tosco lascado y grosera labra de las primeras hachas paleolíticas, a las relativamente primorosas celts de piedra de aquella parte del período Neolítico que precedió inmediatamente al uso de los metales. Pero esto es en Europa, de la que sólo unas pocas áreas se acababan de levantar sobre las aguas en los días finales de la civilización atlante.
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