Hasta aquí todo parece encajar, pero se presentan algunos problemas. Por ejemplo, los restos fósiles encontrados en la Antártida, vestigios del listrosaurio, reptil semejante a un hipopótamo, o los restos del laberintodonte, anfibio extinguido semejante a un cocodrilo, que se supone sólo vivía en zonas cálidas o, al menos, templadas. Pero se encontraron los restos de este último a sólo 525 Km del Polo Sur. Tendríamos que pensar que, en una época remota, la Antártida se encontraba, no sólo libre de hielos, sino con clima cálido. Pero, observando el hipotético mapa de Pangea, la Antártida estaba situada demasiado al sur para poder tener un clima cálido. No vemos que la sola deriva continental, sin considerar fuertes cambios en la posición del eje, pueda explicar convenientemente los grandes cambios climáticos. En realidad, ¿cómo se desencadenan los grandes movimientos geológicos? La Doctrina Secreta nos habla de una disminución en la velocidad de la Tierra como causante directa de los cataclismos. Al respecto existe una antigua teoría, hoy poco difundida y menos aceptada, que cree que es éste el motivo de las orogénesis. Se trata de una corrección sobre la teoría de contracciones formulada por J. Dana en 1847, que establece la posibilidad de que los plegamientos se efectúen por variaciones en la forma terrestre desde menos esférica a más. Como se sabe, una esfera contiene el mayor volumen en la mínima superficie. Si el volumen no cambia, como así parece haber sucedido, al hacerse la Tierra más esférica, la superficie disminuye y por tanto se arruga, produciéndose a la vez hundimientos en otras partes.
Hoy día los científicos creen que la Tierra ha cambiado su velocidad de rotación, disminuyendo desde tiempos antiguos. Hubo épocas en que el día duraba poco más de cinco horas, otras en que el día duraba aproximadamente veintidós horas y parece que sigue disminuyendo, alargándose los días una milésima de segundo al siglo. Este hecho se piensa que pudo variar la forma de la esfera, más abultada antiguamente en el Ecuador y achatada en los polos, de manera que tenía forma más elipsoide. Hoy en día es menos achatada y más esférica. De manera que podría ocurrir que la velocidad de la Tierra esté relacionada con las variaciones en su forma y que esto último afecte a la corteza. Como toda teoría, no podemos garantizar su certeza. Y la tectónica de placas da una aceptable explicación a la orogénesis y a los movimientos en la corteza. Las teorías suelen ser fraccionarias y solo dan explicaciones parciales del enigma. Tal vez exista una tectónica de placas, junto con otros muchos movimientos en nuestro planeta que afectan conjuntamente para producir los cambios geológicos.
En los seres vivos que conocemos, el crecimiento se produce en los extremos de los huesos, de la piel, etc.., que están cercanos a las articulaciones o uniones, que son relativamente cartilaginosos en la infancia pero que van endureciéndose posteriormente, cuando se detiene el crecimiento. Estableciendo una cierta semejanza, la Tierra, que también parece crecer, tiene zonas de crecimiento en su piel externa. Zonas donde se produce nuevo suelo y que responden a grandes grietas situadas en algunas dorsales oceánicas como la Atlántica, lugares que manifiestan una actividad de expansión de la corteza terrestre. También existen otras grietas donde el suelo desaparece, se funde y se renueva, eliminando océanos y cicatrizando posteriormente la grieta con plegamientos montañosos. Pareciera que esta piel de la Tierra está en continuo reciclaje y transformación por las fuerzas ígneas e internas del planeta. De manera que las rocas tienen un larguísimo ciclo que las lleva de la erosión y sedimentación, pasando por transformaciones diversas, a una renovación por el fuego. Como la mayor parte de este proceso sucede en el fondo de los océanos, éstos son más jóvenes que muchas de las tierras emergidas. El proceso es continuo pero parece actuar con mucha mayor fuerza por empujes periódicos, en etapas de febril actividad renovadora.
¿Sería posible que en largos periodos se sumergiesen ciertas tierras precisamente para ser renovadas, emergiendo las que ya han cumplido el proceso? Si añadiéramos a esto un cambio también en la inclinación del planeta, podríamos explicarnos las revoluciones geológicas junto a los cambios climáticos por los que parecen haber pasado distintos continentes. ¿Le tocará su turno de luz y calor a cada nueva tierra emergida? ¿Necesitará el planeta un merecido descanso después de tanto esfuerzo y dormir bajo un manto helado? Según Helena Blavatsky, así como la tierra necesita reposo y renovación, nuevas fuerzas y un cambio de suelo, lo mismo le sucede al agua. De aquí se origina una nueva distribución periódica de la tierra y el agua, cambios de climas, etc. Acarreado todo por revoluciones geológicas y terminando por un cambio final en el eje de la Tierra. La vida de nuestro planeta madre aún nos reserva muchos enigmas sin resolver. No sabemos, por ejemplo, a qué responden las inversiones del campo magnético que se han dado a lo largo de su historia, un cambio del sentido de la polaridad del norte al sur y viceversa, o los constantes y rítmicos desplazamientos menores del eje magnético. Tampoco por qué este eje magnético y el de rotación no coinciden. ¿Se relaciona el magnetismo terrestre con los cambios geológicos? Los especialistas del futuro tienen en qué ocuparse y creemos que la nueva ciencia desarrollará formas apropiadas para acercarnos a un mejor conocimiento de la vida de nuestra Tierra.
Los egipcios y caldeos atribuían el principio de sus Dinastías Divinas a aquel período en que la Tierra creadora se hallaba en sus dolores postreros, para dar a luz a sus cordilleras prehistóricas, que después han desaparecido, a sus mares y continentes. Su rostro se hallaba cubierto de “profundas Tinieblas, y en aquel Caos (durante el Secundario) estaba el principio de todas las cosas” que más adelante se desarrollaron en el Globo. Nuestros geólogos han confirmado ahora que hubo tal cataclismo terrestre en los períodos geológicos primitivos, hace algunos cientos de millones de años. En cuanto a la tradición misma, la tienen todos los países y naciones, cada uno bajo su mitología respectiva. Millones de años se han hundido en el Leteo sin dejar otro recuerdo en la memoria del profano que los pocos milenios de la cronología ortodoxa occidental acerca del origen del Hombre y de la historia de las razas primitivas. En la mitología griega, Leteo Leteo (‘olvido’ u ‘ocultación’) es uno de los ríos del Hades. Beber de sus aguas provocaba un olvido completo. Algunos griegos antiguos creían que se hacía beber de este río a las almas antes de reencarnarlas, de forma que no recordasen sus vidas pasadas. Lete era también una náyade, hija de Eris (‘Discordia’ en la Teogonía de Hesíodo), si bien probablemente sea una personificación separada del olvido más que una referencia al río que lleva su nombre. Algunas religiones mistéricas enseñaban la existencia de otro río, el Mnemósine, cuyas aguas al ser bebidas hacían recordar todo y alcanzar la omnisciencia. A los iniciados se enseñaba que se les daría a elegir de qué río beber tras la muerte y que debían beber del Mnemósine en lugar del Lete. Estos dos ríos aparecen en varios versos inscritos en placas de oro del siglo IV a. C., halladas en Turios, al sur de Italia, y por todo el mundo griego.
El mito de Er, al final de la República de Platón, cuenta que los muertos llegan a la «llanura de Lete», que es cruzada por el río Ameles (‘descuidado’). Había dos ríos llamados Lete y Mnemósine en el altar de Trofonio, en Beocia, de los que los adoradores bebían antes de hacer consultas oraculares con el dios. Entre los autores antiguos se decía que el pequeño río Limia, cerca de Ginzo de Limia (Orense, en España), tenía las mismas propiedades de borrar la memoria que el legendario Lete. En 138 a. C., el general romano Décimo Junio Bruto intentó deshacer el mito, que dificultaba las campañas militares en la zona. Se dice que cruzó el Limia y entonces llamó a sus soldados desde el otro lado, uno a uno, por su nombre. Éstos, asombrados de que su general recordara sus nombres, cruzaron también el río sin temor, acabando así con su fama de peligroso. En La Divina Comedia, de Dante Alighieri, la corriente del Lete fluye al centro de la Tierra desde su superficie, pero su nacimiento está situado en el Paraíso Terrenal, localizado en la cima de la montaña del Purgatorio. Otra referencia en la literatura clásica, aparece en el elogio a la locura de Erasmo de Rotterdam, en el capitulo XIII del mismo libro. En la obra de teatro Eurídice de Sarah Ruhl, todas las sombras deben beber del Lete y convertirse en algo parecido a piedras, hablando en su inaudible lenguaje y olvidando todo lo del mundo. Este río es un tema central de la obra. Así mismo, en la obra de William Shakespeare, “Hamlet“, se hace mención al rio Leteo.
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