ABRAHAM
Y LAS TABLILLAS SUMERIAS.
Abrahán dio
evidencias de que no estaba libre de la imperfección y la debilidad humana. Al
ocultar el hecho de que Sara era su esposa, reveló desconfianza en el amparo
divino, una falta de esa fe y ese valor elevadísimos tan noble y frecuentemente
manifestados en su vida. Sara era una "mujer
hermosa a la vista," y Abrahán no dudó de que los egipcios de piel obscura
codiciaran a la hermosa extranjera, y que para conseguirla, no tendrían
escrúpulos en matar a su esposo, y por ese temor mintió.
Los vínculos que unen Génesis del 1 al 11 a las
tradiciones mitológicas, épicas e historiográficas de Egipto, del Orienté
Bíblico, de Asia Menor y de Grecia Antigua han sido muy estudiadas desde la
mitad del siglo XIX, como consecuencia de desciframiento de las escrituras
cuneiformes y jeroglíficas. La atención se concentraba en la Epopeya de
Gilgamesh en su versión larga de 12 tablillas, descubierta en los archivos de
Ninive, y en el poema cosmogónico Enumi elis (“Cuando en lo alto…”). (Thomas Rome y Otros, Introducción al Antiguo Testamento, Pág. 126).
Pues efectivamente
los sumerios habían relatado el diluvio universal con su Ziusudra que es el
equivalente al Noé bíblico, pero no solo ello, también se encontró narraciones
de que el hombre es una creación de “los
que del cielo bajaron” a través de Enki, que por manejo del ADN creó al
hombre en siete parejas (siete hombres y siete mujeres) con Istar, para
realizar trabajos de explotación minera.
Según estas
fuentes, Enlil es quién decide eliminar al hombre a través del diluvio,
mientras que Enki/Ea, instruye a Ziusudra en secreto para que pueda sobrevivir,
mientras Mami/Istar se rebela contra Enlil al ver como perecen sus criaturas.
En cambio en la biblia es Yhavhe quién salva al hombre a través de Noé, pero
este es conocido por los sumerios como Enlil ó Marduk.
En el tema materia
del presente, podemos apreciar que la
historia de Abraham es el relato de una elección y una trasmigración, y de las
consecuencias que se derivan de ellas, en el seno de la humanidad nacida de
Noe, Dios elige un pequeño clan. Abraham obedece a la orden de partida que se
le dirige y cree en la promesa que se le hace. Lo que esta en juego en este
relato a partir de este momento es saber si Abraham va lograr establecerse en
el país de Canaán y si –en que condiciones- va obtener en él una descendencia.
También se plantea la cuestión de saber cuál de los dos hijos, Ismael o Isaac,
esta destinado a obtener la herencia paterna. (Thomas Rome y Otros,
Introducción al Antiguo Testamento, Pág. 136).
Las evidencias
bíblicas y mesopotámicas nos dicen que Abraham salió de Ur pero no dice donde
nació. Solo nos dicen que salió de Ur, que se encuentra en sumeria, pero ¿Nació
en Ur?
El Antiguo
Testamento nos proporciona, de hecho (Génesis 17:1-16), el modo y el momento en
que Abraham se transformó, de noble sumerio, en un potentado semita occidental,
tras la alianza establecida con su Dios.
En un ritual de circuncisión, su nombre sumerio AB.RAM («Amado del Padre») se
cambió por el acadio/semita Abraham («Padre de una Multitud de
Naciones») y el de su esposa SARAI («Princesa») se adaptó al semita Sarah.
Fue, a los 99 años
de edad, cuando Abraham se convirtió en “Semita”.
Para descifrar el antiquísimo enigma de la identidad
de Abraham y de su misión en Canaán, tendremos que buscar las respuestas en la
historia, las costumbres y la lengua sumerias. ¿No resulta ingenuo pensar que,
para su misión en Canaán, para el nacimiento de una nación, y para el gobierno
de todas las tierras desde la frontera de Egipto hasta la frontera de
Mesopotamia, el Señor eligiera a alguien al azar, designara a cualquiera que
circulara por las calles de Ur? La joven con la que se casó Abraham llevaba el
nombre-epíteto de Princesa; dado que era hermanastra de Abraham («En verdad, es
mi hermana, la hija de mi padre, pero no la hija de mi madre»), podemos dar por
seguro que, o bien el padre de Abraham, o bien la madre de Sara, eran de
ascendencia real. Del hecho de que la hija de Harán, el hermano de Abraham, llevara
también un nombre real (Milkha -«Regia»),
se deduce que los antepasados reales provenían del padre de Abraham. Así pues,
la familia de Abraham debía pertenecer a uno de los más altos escalafones de
las familias de Sumer; gente de noble proceder y elegante porte, como se puede
observar en las distintas estatuas sumerias. (Zecharia
Sitchin, La Guerra de los Dioses y Los Hombres, Pág. 129).
Insistimos, ¿En
verdad Abraham nació en Ur?, la biblia no lo precisa como tal.
El sufijo bíblico “i”,
cuando se aplica a una persona, significa “nativo de”; por ejemplo: Gileadi
significaba nativo de Gilead, etc. Del mismo modo, Ibri significaba
nativo de un lugar llamado “Cruce”; y ese, precisamente, era el nombre sumerio
de Nippur: NI.IB.RU el Lugar del Cruce, el lugar donde la rejilla antediluviana
se cruzaba, el Ombligo de la Tierra original, el antiguo Centro de Control de
Misiones.
La caída de la n
al pasar del sumerio al acadio/hebreo era algo frecuente. Al decir que
Abraham era un Ibri, la Biblia simplemente quiere decir que Abraham era un Ni-ib-ri, ¡Un hombre de origen
nippuriano!
Los diversos
estudiosos han interpretado el hecho de que la familia de Abraham emigrara de
Ur a Jarán, como que Ur era también el lugar de nacimiento de Abraham; pero eso no lo dice la Biblia en ninguna
parte. Al contrario, cuando se le ordena a Abraham que vaya a Canaán y deje
por las buenas sus pasadas moradas, se hace una relación de tres cosas
separadas: la casa de su padre (que estaba entonces en Jarán); su país (la
ciudad-estado de Ur); y su lugar de nacimiento (que en la Biblia no se
identifica). La hipótesis de que Ibri
identifica a un nativo de Nippur resuelve el problema del verdadero lugar de
nacimiento de Abraham.
Nippur no fue nunca
una capital real; más bien, fue una ciudad consagrada, el centro religioso de Sumer, que es como los expertos la
calificarían. También fue donde se confiaron los conocimientos astronómicos a
los sumos sacerdotes, y de ahí el lugar donde tuvo su origen el calendario, la
relación entre el Sol, la Tierra y la Luna en sus órbitas.
Actualmente todos los
expertos reconocen que los calendarios se derivan del calendario original
nippuriano. Las evidencias demuestran que
el calendario nippuriano tuvo sus inicios 4000 a.C., en la era de Tauro. Y aquí
nos encontramos con otra confirmación del cordón umbilical que conectaba a los
hebreos con Nippur: el calendario judío sigue contando los años a partir de un
enigmático comienzo en el 3760 a.C. (de manera que, para los judíos, el año
1983 era el 5743). Se supone que esta cuenta se establece “desde el principio
del mundo”; pero lo que realmente querían decir con ello los sabios judíos es
que éste es el número de años que han pasado “desde que comenzó la cuenta (de
los años)”. Suponemos que se refieren a la introducción del calendario en
Nippur.
En los ancestros de Abraham nos encontramos así con
una familia sacerdotal de sangre real, una familia encabezada por un sumo
sacerdote nippuriano que era el único al que se le permitía entrar en la cámara
más profunda del templo, para recibir allí las órdenes de la deidad y
trasmitírselas al rey y al pueblo.
A este respecto, el nombre del padre de Abraham,
Téraj, resulta muy significativo. Los eruditos bíblicos, buscando pistas tan
sólo en el entorno semita, consideran que los nombres, como los de Harán y
Na-jor, son meros topónimos (nombres que personifican lugares), y sostienen que
tuvo que haber ciudades con estos nombres en el centro y norte de Mesopotamia.
Los asiriólogos, investigando en la terminología acadia (por ser la primera
lengua semita), sólo pudieron descubrir que Tirhu significaba «un objeto o vasija para propósitos mágicos».
Pero si recurrimos a la lengua sumeria, nos encontraremos con que el signo
cuneiforme de Tirhu procedía
directamente del de un objeto que recibía el nombre sumerio de DUG.NAMTAR
-literalmente, «El Que Dice el Destino»- ¡el que anunciaba los oráculos!
Téraj, por
tanto, era un Sacerdote de Oráculos, designado para acercarse a la «Piedra que
Susurra», para escuchar las palabras de la deidad y comunicarlas (con o sin una
interpretación) a la jerarquía laica. Era ésta una función que asumiría
posteriormente el Sumo Sacerdote israelita, que era el único al que se le
permitía entrar al Santo de los Santos, aproximarse al Dvir («Hablador»), y «escuchar la voz [del Señor] que le habla
desde fuera del revestimiento que hay sobre el Arca de la Alianza, de entre los
dos Querubines». Durante el Éxodo israelita, en el Monte Sinaí, el Señor
proclamó que su alianza con los descendientes de Abraham significaba que
«seréis para mí un reino de sacerdotes». Era una afirmación que reflejaba el
estatus de los propios ascendientes de Abraham: el sacerdocio real. (Zecharia Sitchin, La Guerra de los Dioses y Los Hombres, Pág. 130).
Para muchos aún son
inverosímiles estas conclusiones, pero están completamente de acuerdo con las
prácticas sumerias según las cuales los reyes nombraban a sus hijas e hijos, y
a menudo a sí mismos, para posiciones de sumo sacerdote, con la consiguiente
mezcolanza de linajes reales y sacerdotales.
Por ejemplo las
expediciones arqueológicas de la Universidad de Pennsylvania, confirmarían que
los reyes de Ur tenían en mucha estima el título de “Piadoso Pastor de Nippur”, y que realizaban allí funciones
sacerdotales; y el gobernador de Nippur (PA.TE.SI NI.IB.RU) era también el
Principal UR.ENLIL (“Principal Servidor de Enlil”).
Algunos de los
nombres que llevaban estas autoridades-sacerdotales se parecían al nombre
sumerio de Abraham (AB.RAM), comenzando también con el componente AB (“Padre” o
“Progenitor”); como ocurre con AB.BA.MU, que fue el nombre de un gobernador de
Nippur durante el reinado de Shulgi.
No es pues ninguna exageración suponer que una familia
tan estrechamente relacionada con Nippur como para que se les llamase “nippurianos”
(es decir, “hebreos”), sostuviera sin embargo una elevada posición en Ur, pues
esto concuerda completamente con las circunstancias reales que imperaban en
Sumer en la época que hemos indicado; pues fue por entonces, por los tiempos de
la III Dinastía de Ur, cuando, por vez primera en los asuntos divinos y en la
historia de Sumer, se les confió a Nannar y al rey de Ur la administración de
Nippur, combinando así las funciones religiosas y seculares. Así, pudo suceder
que, cuando Ur-Nammu subió al trono de Ur, Téraj se trasladara con su familia
desde Nippur a Ur, quizás para servir de enlace entre el templo de Nippur y el
palacio real de Ur. Su estancia en Ur se prolongó hasta el fin del reinado de
Ur-Nammu, y fue a su muerte cuando, como ya hemos visto, la familia dejó Ur
para ir a Jarán.
No se dice en ninguna parte qué es lo que la familia
hizo en Jarán; pero, si tenemos en consideración su linaje real y su estatus
sacerdotal, debieron pertenecer a la jerarquía de Jarán. La familiaridad con la
que, más tarde, trataría Abraham a algunos reyes, nos sugiere que debió tener
algo que ver con las relaciones exteriores de Jarán; y su amistad con los
hititas que vivían en Canaán, renombrados por su experiencia militar, puede
arrojar luz sobre la cuestión de dónde adquirió Abraham esa competencia militar
que con tanto éxito empleó en la Guerra de los Reyes.
Las tradiciones antiguas nos pintan también a Abraham
como a una persona sumamente versada en astronomía -entonces un valioso
conocimiento, cuando en los largos viajes había que orientarse por las
estrellas. Según Flavio Josefo, Beroso se refirió a Abraham, sin nombrarlo,
cuando habló del ascenso «entre los caldeos, de cierto hombre grande y justo
que estaba muy versado en astronomía». (Si Beroso, el historiador babilonio, se
refería realmente a Abraham, la importancia de la inclusión del patriarca
hebreo en las crónicas babilónicas excede con mucho la indicación de sus
conocimientos en astronomía). (Zecharia Sitchin, La Guerra de los Dioses
y Los Hombres, Pág. 131).
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