DESPUES DEL HOLOCAUSTO.
Los expertos
pensaron al principio que uno invasores barbaros habían devastado Ur, la
capital de Sumer, pero no hallaron evidencia de tal invasión, entonces se
descubrió un texto titulado “Lamentaciones
sobre la desolación de Ur”, que desconcertó a los expertos, pues en el
texto no se lamentaban de una destrucción física de Ur, sino de su “abandono”: Los dioses que habían vivido
allí lo abandonaron, la gente que la habitaba desapareció, los establos estaban
vacíos, los templos, las casas, estaban intactos, en pie, pero vacios.
Una
tormenta, el Viento Maligno, recorrió los cielos.
El torbellino
radiactivo comenzó a difundirse y a moverse en dirección oeste, con los vientos
predominantes del Mediterráneo; poco después, los augurios que predecían el fin
de Sumer se hicieron realidad; y la misma Sumer se convirtió en la postrera
víctima nuclear.
La catástrofe que
hizo caer a Sumer a finales del sexto año de reinado de Ibbi-Sin se describe en
varios Textos de Lamentación (Largos poemas que lloran el hundimiento de la
majestuosa Ur y de los otros centros de la gran civilización sumeria). Estas
lamentaciones sumerias, que nos recuerdan el bíblico Libro de las Lamentaciones
en donde se llora la destrucción de Jerusalén a manos de los babilonios,
llevaron a pensar a los expertos que las tradujeron de la catástrofe sumeria,
que era el resultado de una invasión, en la cual se enfrentaron tropas elamitas
y amoritas.
Cuando encontraron
las primeras tablillas de lamentaciones, los expertos creyeron que había sido
sólo Ur la que había sufrido la destrucción. Pero, con el descubrimiento de más
de estos textos, se percataron de que Ur no había sido la única ciudad
afectada, ni el punto central de la catástrofe. Estas lamentaciones, no sólo
eran similares a los llantos por el destino de Nippur, Uruk o Eridú, sino que,
además, en algunos de los textos se ofrecían listas de las ciudades afectadas;
y parecía que el mal comenzaba por el sudoeste y se extendía en dirección
nordeste, abarcando la totalidad del sur de Mesopotamia. Daba la impresión de
que una catástrofe generalizada y repentina había caído sobre todas las ciudades,
no en lenta sucesión, como sucedería en el caso de una progresiva invasión,
sino de una vez. Expertos como Th. Jacobsen (The Reign of Ibbi-Sin) llegaron
a la conclusión de que los invasores
bárbaros no habían tenido nada que ver con tan estremecedora catástrofe.
La desolación
provocada por la catástrofe se describe con versos como éstos:
Llevando la
desolación a las ciudades,
[llevando]
la desolación a las casas;
llevando la
desolación a los corrales,
el vacío a
los rediles;
ya no hay
bueyes en los corrales de Sumer,
las ovejas
ya no holgan en sus rediles;
sus ríos
corren con aguas amargas,
en sus
campos de cultivo crecen las malas hierbas,
en sus
estepas crecen plantas que se marchitan.
En ciudades y
aldeas, la madre no cuida ya de sus
hijos, el padre no dice ya 'Oh, esposa mía'... los pequeños ya no crecen con
las rodillas fuertes, ni las niñeras cantan sus nanas... la realeza se ha
arrebatado de la tierra.
Es evidente sobre sumeria,
cayó una calamidad, desconocida para el hombre: una calamidad que nunca antes
se había visto, que no se podía resistir.
La muerte no fue a
manos del enemigo; era una muerte invisible, que recorre la calle, que queda suelta en el camino; se yergue junto a
un hombre, y sin embargo nadie puede verla; cuando entra en una casa, nadie se
entera. No había defensa contra este mal que ha arremetido contra el país
como un fantasma.
La muralla más
alta, los muros más gruesos, son atravesados como una inundación; no hay puerta
que pueda impedirle el paso, ni cerrojo que le haga dar la vuelta; a través de
la puerta, como una serpiente se desliza; a través de las bisagras, como el
viento entra.
Los que se ocultaron
tras las puertas, fueron derribados dentro; los que se subieron corriendo a los
tejados, murieron en los tejados; los que huyeron a las calles, fueron
alcanzados en las calles: La tos y la flema debilitaban el pecho, la boca se
llenaba de saliva y espuma. Se quedaban mudos y aturdidos, una maligna parálisis,
una maldición, un dolor de cabeza. Sus espíritus abandonaban sus cuerpos. Y la
muerte era espantosa.
La gente, aterrorizada, difícilmente podía respirar;
el Viento Maligno los atenazaba,
no les concedía otro día...
Las bocas se anegaban en sangre,
las cabezas se revolcaban en sangre...
El rostro palidecía con el Viento Maligno.
Esta muerte
invisible se originaba en una nube que apareció en los cielos de Sumer y cubrió
el país como con un manto, extendiéndose sobre él como una sábana. Cubría al
sol con tonos marrones, durante el día. Por la noche, luminosa en sus bordes,
tapaba la Luna.
No era un fenómeno
natural. Era una gran tormenta enviada
por Anu... había llegado desde el corazón de Enlil. El producto de las
siete terroríficas armas.
Las siete terroríficas armas
Un estallido
maligno anunciaba la siniestra tormenta,
un estallido
maligno era el precursor ,
de la
siniestra tormenta;
poderosa
descendencia,
hijos
valientes eran los heraldos de la peste.
Los dos hijos de
Anu, Ninurta y Nergal, soltaron las siete armas mortales creadas por Anu,
arrasándolo todo en el lugar de la explosión. Las antiguas descripciones son
tan precisas como las descripciones modernas de los testigos presenciales de una
explosión atómica: Tan pronto como las terroríficas
armas fueron lanzadas desde los cielos, hubo un inmenso resplandor: esparcieron impresionantes rayos hacia los
cuatro puntos de la tierra, abrasándolo todo como el fuego, dice en un
texto; en otro, una lamentación sobre Nippur, se recuerda la tormenta, en el destello de un relámpago creada. Después, se
elevó en el cielo un hongo atómico, una
nube densa que trae la oscuridad, seguido de fuertes ráfagas de viento... una tempestad que abrasa furiosamente los
cielos. Más tarde, los vientos predominantes, soplando de oeste a este, se
pusieron a difundir el mal en Mesopotamia: las
densas nubes que traen la penumbra del cielo, que llevan la penumbra de ciudad
en ciudad.
Varios textos
atestiguan que el Viento Maligno, que llevaba la nube de la muerte, fue
generado por unas gigantescas explosiones en un día para el recuerdo:
En aquel día
cuando el
cielo fue aplastado
y la Tierra
fue herida,
su faz
asolada por el remolino,
cuando los
cielos se oscurecieron
y cubrieron
como con una sombra...
Se recuerda en los
lamentos, como en éste de Nippur:
En aquel día, en aquel único día; en aquella noche, en
aquella única noche... la tormenta, en un destello de relámpago creada, al
pueblo de Nippur dejó postrado.
El Lamento
de Uruk describe la confusión sembrada tanto entre los dioses
como entre el pueblo.
Los grandes dioses empalidecieron ante su inmensidad»
cuando presenciaron los rayos gigantes de la explosión alcanzar el cielo [y] la
tierra temblar en su centro.
Cuando el Viento
Maligno comenzó a esparcirse por las montañas como una red, los dioses de Sumer
emprendieron la huida a sus amadas ciudades. En el texto conocido como Lamentación
Sobre la Destrucción de Ur se hace una relación de todos los grandes dioses
y de algunos de sus más importantes hijos e hijas que abandonaron al viento las
ciudades y los grandes templos de Sumer. Y el texto llamado Lamentación
Sobre la Destrucción de Sumer y Ur añade detalles dramáticos a esta
huida precipitada:
Ninharsag lloraba
con amargas lágrimas cuando huyó de Isin; Nanshe gritaba, Oh, mi devastada
ciudad cuando el lugar en donde moraba cayó en la desgracia. Inanna salió
apresuradamente de Uruk, navegando en dirección a África en un barco
sumergible, lamentándose de haber dejado atrás sus joyas y otras posesiones. En
su propia lamentación por Uruk, Inanna/Ishtar lloraba la desolación de su
ciudad y su templo, debido al Viento Maligno que en un instante, en un abrir y
cerrar de ojos se había creado en el medio de las montañas, y contra el cual no
había defensa alguna.
Una sobrecogedora
descripción del miedo y la confusión reinante, tanto entre dioses como entre
hombres, por la inminencia del Viento Maligno, se da en El Lamento de Uruk, que
fue escrito años después, cuando llegó el tiempo de la Restauración. Cuando los
leales ciudadanos de Uruk cayeron presa del terror, las deidades residentes de
Uruk, a cuyo cargo estaba la administración y el bienestar de la ciudad,
hicieron sonar la alarma.
¡Levantaos!,
llamaron a la gente en mitad de la noche; huid, ¡ocultaos en la estepa!, les
dijeron. Inmediatamente, los mismos dioses y las deidades huyeron. Tomaron
senderos desconocidos. Y el texto afirma con pesimismo:
Así, todos
sus dioses evacuaron Uruk;
se
mantuvieron lejos de ella;
se ocultaron
en las montañas,
escaparon a
las distantes llanuras.
En Uruk, el pueblo
fue abandonado al caos, sin dirección ni ayuda. El pánico se apoderó de la
muchedumbre en Uruk... su sentido común se distorsionó. Entraron en los
santuarios rompiéndo todo, mientras se preguntaban: ¿Por qué parece tan lejano
el benévolo ojo de los dioses? ¿Quién ha provocado todo este pesar y lamento?
Pero sus preguntas quedaron sin respuesta; y, cuando la Tormenta Maligna pasó,
el pueblo fue amontonado en pilas... el silencio cayó sobre Uruk como un manto.
Después de que la
tormenta portadora de mal saliera de la ciudad, barriendo los campos, Enki
entró en Eridú; se encontró con una ciudad cubierta con el silencio... sus
habitantes yacían amontonados. Aquéllos que se salvaron le dirigieron un
lamento: ¡Oh, Enki, lloraban, tu ciudad ha sido maldecida, ha sido convertida
en un territorio extraño!, y sollozaban preguntándose adonde ir y qué hacer.
Pero, aunque el Viento Maligno había pasado, el lugar seguía siendo inseguro, y
Enki se quedó fuera de la ciudad, como si fuera una ciudad extraña.
Más tarde,
abandonando la casa de Eridú, Enki llevó a aquéllos que habían salido de Eridú
al desierto, hacia una tierra hostil; allí, utilizó sus conocimientos
científicos para hacer comestible el árbol desagradable.
Desde el extremo
norte de la amplia extensión del Viento Maligno, desde Babilonia, Marduk,
preocupado, le envió a su padre Enki un mensaje urgente, ante la inminencia de
la llegada de la nube de la muerte a su ciudad:
¿Qué debo hacer?,
preguntaba. El consejo de Enki, que más tarde Marduk transmitiría a sus
seguidores, fue que aquéllos que pudieran abandonar la ciudad, lo hicieran,
pero que fueran sólo hacia el norte; y, en la misma línea del consejo que le
dieran los dos emisarios a Lot, a la gente que huía de Babilonia se le aconsejó
no volverse ni mirar atrás. También se les dijo que no llevaran consigo
alimentos ni bebida, pues estos podrían haber sido tocados por el fantasma. Si
no era posible la huida, Enki aconsejaba ocultarse bajo tierra: Métete en una
cámara bajo la tierra, en la oscuridad, hasta que el Viento Maligno haya
pasado.
Mientras partían,
vieron la muerte y la desolación: la gente, como fragmentos de cerámica,
llenaba las calles de la ciudad; en sus nobles puertas, allí donde iban a
pasear, había cadáveres por todas partes; donde se celebraban las fiestas,
yacían esparcidos; en sus plazas, donde tenían lugar las festividades de la
tierra, la gente yacía amontonada. Los muertos no eran enterrados: los
cadáveres, como manteca bajo el sol, se derretían por sí mismos.
Después, Ningal
elevaría su gran lamentación por Ur, la que fuera majestuosa ciudad, capital de
Sumer, capital de un imperio:
Oh, casa de
Sin en Ur,
amarga es tu
desolación...
¡Oh, Ningal,
cuya tierra ha perecido,
haz tu
corazón como agua!
La ciudad se
ha convertido en una ciudad extraña,
¿cómo se
puede existir ahora?
La casa se
ha convertido en casa de lágrimas,
hace mi
corazón como agua...
Ur y sus
templos
han sido
entregados al viento.
Todo el sur de
Mesopotamia había quedado postrado; el suelo y las aguas envenenados por el
Viento Maligno.
En las riberas del
Tigris y el Eufrates, sólo crecían plantas enfermizas. En los pantanos crecían
juncos enfermizos que se pudrían en el hedor... En los huertos y en los
jardines no había brotes nuevos, y pronto quedaron yermos... Los campos
cultivados ya no se araban, ni semillas se plantaban en el suelo, ni canciones resonaban
en los campos. En el campo, los animales también se vieron afectados: En la
estepa, quedó poco ganado grande y pequeño, todas las criaturas vivas llegaron
a su fin. Los animales domesticados, también, fueron aniquilados: Los rediles
se han entregado al viento... El ronroneo del giro de la mantequera ya no
resuena en el redil... Los corrales ya no dan manteca ni queso... Ninurta ha
dejado a Sumer sin leche.
La tormenta aplastó
la tierra, lo barrió todo; rugía como un gran viento sobre la tierra, nadie
podía escapar; asolando las ciudades, asolando las casas... Nadie recorre las
calzadas, nadie busca los caminos. La desolación de Sumer era completa.
Las ciudades
sumerias, una tras otra, se relacionan en los textos como “abandonadas”, sin dioses, sin gente, sin animales. Los expertos
desconcertados, se preguntaron, si había acaecido alguna grave catástrofe, una
misteriosa calamidad. ¿Qué podría ser? La respuesta al enigma ya lo hemos
descrito tal conforme los textos sumerios: Se lo llevo el viento maligno.
Un estudio que marco tendencias fue el de un grupo internacional de siete
científicos de diferentes disciplinas titulado “El cambio climático y el
derrumbamiento del imperio acadio: evidencias desde el mar profundo”, publicado
en la revista científica Geology, en su edición de Abril 2000.
En esta investigación se hicieron análisis radiológicos
y químicos de antiguas capas de polvo de aquel periodo, obtenidas en diversos
emplazamientos de Oriente Próximo, pero principalmente del fondo del golfo de
Omán; la conclusión a la que llegaron fue un inusual cambo climático en las
regiones adyacentes al mar muerto levantó grandes tormentas de polvo, y que
este polvo (un inusual “polvo mineral atmosférico”) fue transportado por los
vientos predominantes hacia el sur de Mesopotamia, y más alla, hasta el golfo
Persico. ¡El mismo desarrollo del Viento Maligno de Sumer! La datación por
radiocarbono de la inusual “precipitación de polvo” llevo a la conclusión de
que se debió a “un extraño y dramático evento que tuvo lugar en torno a 4025
años antes del presente”. Eso en otras palabras significa “en torno a 2025
a.C”, ¡El mismo 2024 a.C. que hemos indicado! (Zecharia
Sitchin, El Final de los Tiempos, Pág. 105-106).
Quién salió
triunfante de esta guerra de los dioses y a donde se fue o se instalo este
dios.
Para Marduk, la nueva era es un error corregido,
una ambición lograda, una profecía cumplida. El precio pagado, la desolación de
Sumer, la huida de sus dioses, su pueblo diezmado, no fue responsabilidad suya.
En todo caso, los responsables fueron castigados por oponerse al destino. La
imprevista tormenta nuclear, el Viento Maligno, y su rumbo parecían haber sido
dirigidos por una mano invisible que venía a confirmar lo que los dioses
proclamaban: la era de Marduk, la era del Carnero ha llegado. (Zecharia Sitchin, El Final de los Tiempos, Pág. 108).
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