Herbert Oré Belsuzarri.
(Publicado en la Revista Hiram Abif Nº 142,
Pág. 33-34)
Hiram había grabado la palabra sobre un triángulo de oro puro
que llevaba siempre pendiente de su cuello, colocando sobre su pecho la superficie
en que la palabra estaba grabada.
Cuando lo asesinaron arrojo el triangulo a
un pozo ubicado en el extremo oriente, hacia la parte del mediodía, Salomón
ordeno la pesquisa de la joya. Pasado un día, tres maestros, en la hora del
medio día, observaron que los rayos del sol hacían brillar un objeto en el
fondo, bajaron y hallaron el delta que le fue entregado a Salomón, quién
exclamo: Ya esta aquí la palabra de… ¡Gracias a Dios!.
Llamó a los quince maestros elegidos, más
los nueve que construyeron la bóveda secreta, y acompañado de los tres que lo descubrieron,
descendieron a la bóveda.
El triángulo se incrustó en medio del
pedestal y se cubrió con una piedra de ágata de forma cuadrangular.
En la cara superior de esta piedra se grabo
una palabra sustituta y en la inferior las palabras de los masones operativos.
Salomón prohibió, a los 27 elegidos secretos, pronunciar el nombre del Gran Arquitecto
y recibió de ellos el juramento de no mencionar lo allí ocurrido.
Se colocaron delante del triángulo tres lámparas
de nueve flameros cada una, y se selló la cámara conocida como la Bóveda
Sagrada. El secreto quedó entre los 27 elegidos a quienes Salomón les dió un
anillo de oro, se gobernaron por sí mismos en las obras, hasta que
Nabucodonosor invadió a Jerusalén. Tras diez y ocho meses de sitio, ordenó la
destrucción del templo y los habitantes fueron conducidos cautivos a Babilonia
el año 606 a.C.
Después de setenta años, Ciro dio la
libertad a los judíos y les restituyó los tesoros del templo. Zorobabel, descendiente
de los primeros de Judea, honrado con su distintivo de Caballero de su Orden,
se puso a la cabeza del pueblo judío y emprendió la marcha a Jerusalén.
En la lucha para retornar a Jerusalén
perdió el distintivo de honor que le proporcionó Ciro, y apoyado por los
masones, logró retornar a Jerusalén, donde los elegidos se reunían en secreto
para vigilar la Bóveda Secreta que no había sido descubierta.
Zorobabel fue admitido a la confraternidad
por Ananías, jefe de los masones, y se dispusieron a reedificar el templo,
siendo molestados por sus enemigos y por esta razón trabajaban sin abandonar
las armas.
A consecuencia de esto siempre tuvieron en
una mano la espada y la trulla en la otra. Nuevamente el Templo fue destruido
por los romanos el año 70 d.C. los masones se escondieron y permanecieron
unidos, propagándose por el mundo en sus nuevos trabajos.
En “El Grado de Maestro os invita a
reflexionar sobre el terrible tema y os enseña a concebir que para el hombre
justo y virtuoso, la muerte es menos temible que la mentira y el deshonor”.
Los masones interpretan el mito de la
muerte de Hiram en términos morales: el maestro Hiram simboliza la Justicia, el
Genio y el Arte, mientras los tres malos compañeros constituyen la Ignorancia,
el Fanatismo y la Ambición.
En la iniciación del Maestro, el candidato
representa a Hiram y recrea la leyenda. Este psicodrama es susceptible de
muchas lecturas. La moralista es la más evidente y la más aceptada en las
logias. La dualidad muerte-resurrección se tiene como una renuncia a los vicios
que corrompen la naturaleza humana.
Pero en el grado de Maestro Secreto, lo que
se busca es la trascendencia, la trasmutación, fijar la atención y deseo
sublimado en la esencia interior de las cosas, y no sobre la apariencia exterior,
con la finalidad de que la voluntad adquiera el poder de transmutación que
convierta el vil metal en oro, o el mal en bien en todas las circunstancias de
la vida.
Por esta razón, para la transmutación se
exige una mínima cantidad de piedra filosofal o polvo de proyección, resultado
de un sabio y profundo discernimiento: La Piedra Filosofal es la que valoriza
la semilla interior y le da el poder de germinar, como mística levadura que
hace fermentar y levanta la masa, haciendo aparecer exteriormente su Vida
Elevada.
Aquí se nos muestra otro sentido de la
Leyenda de Hiram, que puede aplicarse tanto a las transmutaciones metálicas como
a la íntima sublimación del hombre: siempre es la Vida Superior latente -muerta
o dormida- que tiene que ser encontrada, reconocida y vivificada por medio de
la Palabra que produce el milagro de la resurrección.
En el simbolismo de este grado, dicha vida
se halla concentrada en el corazón, -habiéndose vuelto cenizas la forma
ilusoria- y este corazón embalsamado (con las esencias santificantes de la
Eternidad) tiene que trasladarse por encima del Ara o Piedra Cúbica, para que
la transmita.
La atención se concentra en la esencia
interior de las cosas, se descubren los tesoros
escondidos u ocultos en ellos, como el mismo Hiram en su tumba, y adquirimos el
mágico poder de manifestarlos por medio de la Palabra o Verbo interior,
reconocimiento y afirmación que constituye el principio de la realización.
Hay que buscar en toda cosa el
punto de origen y la realidad central causativa, fijar sobre ésta la punta del compás
de la Comprensión, con la seguridad de que el otro extremo del compás
producirá, por sí mismo, una adecuada manifestación exterior, en el círculo de la
existencia en el cual se mueve.
Pero, si en vez de fijar esta punta sobre el centro, la fijamos sobre la
periferia, no debemos sorprendernos si nos extraviamos y las cosas que deseamos
se alejan de nuestro propio círculo.
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