¿En qué difiere el sistema masónico del dogmático religioso?
Vicente Alcoseri.
Los religiosos son idealistas creen si dudar y a ciegas; nosotros los masones somos realistas. El masón es escéptico. La primera exhortación inscrita en letras de Fuego en las paredes de una Logia es: No creas nada, ni si quiera en ti mismo, si antes no lo has comprobado. El masón cree si ha obtenido los mismos resultados cada vez y siempre.
El masón lucha por la lucidez de su propia consciencia. Así deducimos claramente que, dentro de nosotros hay un potencial enorme, siempre listo a ser despertado. Muchas veces se nos ha dicho por eminentes científicos que, solamente usamos el 8% de nuestro cerebro. ¿Cómo podemos activar todo nuestro gran potencial mental? Debemos dejar en claro una cosa, la religión y las universidades son fábricas de gente entorpecida, y disfuncional. La totalidad de las enseñanzas de la antigüedad respecto a ese potencial interno, estaban simbolizadas por la Serpiente ígnea, la masonería, en el caso no es la excepción a la regla. Sólo que la enseñanza masónica es en este caso indirecta, la razón a esto es sencilla, ese potencial no debe ser despertado de forma irresponsable - esa serpiente antigua puesta dentro del ser humano para mantenerlo hipnotizado. Si los hombres pudieran darse cuenta de su situación y comprender la realidad de esta fuerza, no podrían seguir tal cual son, aunque esta visión hacia dentro fuera por un segundo. Es como esa increíble fuerza encerrada en el átomo.
Cuando nos demos cuenta realmente de esa fuerza encerrada dentro de nosotros, empezaríamos a buscarla y la encontraríamos, porque hay como encontrarla; pero nosotros no alcanzamos a verla, simplemente porque estamos hipnotizados paradójicamente por esa misma fuerza interna, como si nos cegáramos al ver hacia dentro. La serpiente kundaliní es a fuerza que nos mantiene presos, lo mismo que el átomo, su misma fuerza interna lo mantiene cerrado e impenetrable. Si un ser humano llega a oír hablar de signos objetivos de la Serpiente Interna, la misma Serpiente Interna Kundaliní los transforma enseguida en imaginaciones y sueños.
Dios nos da la vida y la muerte. Manda crucificar incluso a todo el que quiere mostrar a los demás el camino que conduce a las puertas del paraíso.
En cada uno de nuestros vehículos hay ciertos centros dinámicos, llamados en sánscrito chakras, que significa rueda o disco giratorio.
Son los puntos de conexión por los cuales se transmite la fuerza de uno a otro vehículo. Se ven fácilmente en el doble etéreo, donde aparecen como depresiones o vórtices en forma de salvilla. Suele decirse que corresponden a ciertos órganos físicos; pero conviene advertir que el centro dinámico etéreo no está en el interior del cuerpo, sino en la superficie del doble etéreo, que sobresale unos seis milímetros del contorno de la materia densa. Siete, son los centros dinámicos que generalmente se emplean en ocultismo y están situados en las siguientes partes del cuerpo: 1º en la base del espinazo; 2º en el ombligo; 3º en el bazo; 4º en el corazón; 5º en la garganta; 6º entre ceja y ceja; 7º en la coronilla. Además de éstos hay en el cuerpo otros centros dinámicos que no emplean los estudiantes de magia blanca.
Conviene recordar que se alude a otros tres y los denomina centros inferiores. Algunas escuelas ocultistas se valen de ellos, pero son tan sumamente peligrosos que debemos considerar su excitación como la mayor desgracia.
Estos siete centros dinámicos se corresponden con los siete colores y las siete notas, y los tratados hindúes los relacionan con ciertas letras del alfabeto y determinadas modalidades de vitalidad. También se les da poética semejanza con las flores, asignándole a cada uno de ellos cierto número de pétalos.
Preciso es recordar que son vórtices de materia etérea y están todos en rápida rotación. En cada uno de estos abiertos vórtices se precipita, en ángulo recto con el plano del disco giratorio, una fuerza del mundo astral, que podemos llamar primaria y procede del Logos. Esta fuerza es de naturaleza septenaria y todas sus variedades actúan en todos los centros, aunque sólo una predomina en cada uno de ellos.
El influjo de fuerza infunde 1a vida divina en el cuerpo físico que sin ella no podría subsistir, y por lo tanto, los centros dinámicos en que se precipita dicha fuerza son indispensables a la existencia del vehículo y actúan en todos, aunque giran a muy distintas velocidades.
Sus partículas pueden estar en relativamente lento movimiento, de modo que sólo formen el necesario vórtice para la fuerza, o bien pueden resplandecer y palpitar con vívida luz hasta el punto de dar entrada a una enorme cantidad de fuerza, de suerte que se le abran al ego nuevas posibilidades y se le añadan nuevas dotes cuando funcione en el respectivo plano.
Vienen después las fuerzas secundarias de movimiento ondulante, que se precipitan en el vórtice formando ángulos rectos consigo mismas, o sea en la superficie del doble etéreo, de la propia suerte que una barra imanada atravesada en una bobina de inducción, engendra una corriente eléctrica que fluye a1rededor de la bobina en ángulo recto con el eje director del imán. Una vez dentro del vórtice, la fuerza primaria irradia de él en ángulos rectos, pero en dirección rectilínea, como si el centro del vórtice fuese el cubo de una rueda y las radiaciones de la fuerza primaria sus radios, cuyo número difiere según el centro dinámico y determina el número de "pétalos" cuando se comparan con una flor. Cada una de estas fuerzas secundarias que ondulan alrededor de la depresión del disco tiene su característica longitud de onda y luz de cierto color; pero en vez de moverse en línea recta como la luz, se mueve en ondas relativamente amplias de varios tamaños, cada una de las cuales es múltiplo de las cortas ondu1aciones de su interior, aunque todavía no se ha calculado su exacta proporción.
El número de ondulaciones se determina por el de radios de la rueda, y la fuerza secundaria ondula debajo y encima de las irradiaciones de la primaria, de la propia suerte que se puede entrelazar un tejido de mimbres alrededor de los rayos de la rueda de un carruaje.
Las oleadas son infinitesimales, y probablemente cada ondulación comprende algunos miles de ellas. Cuando las fuerzas se precipitan en el vórtice, estas ondulaciones de diversos tamaños se entrecruzan en la plantilla cestal, produciendo en apariencia lo que los tratados hindúes comparan con los pétalos de una flor y que todavía mejor pueden compararse con las salvillas de cristal irisado y ondulante que se fabrican.
Todas las ondulaciones o pétalos tienen reflejos nacarados, aunque cada uno con su predominante color. En el hombre ordinario, cuyos centros dinámicos no tienen más actividad que la necesaria para mantener su cuerpo vivo, los colores son pálidos, mientras que son muy refulgentes en los hombres que tienen los centros dinámicos en plena actividad y cuyo diámetro ha aumentado desde unos cinco centímetros al de una ordinaria salvilla de mesa.
Brillan como soles en miniatura.
El primer centro dinámico, situado en la base del espinazo, tiene una fuerza primaria que emite cuatro rayos y ordena sus ondulaciones como si estuviera dividido en cuadrantes con huecos entre ellos, es decir, parecidamente al signo de la cruz. Por esta razón se ha simbolizado este centro con la cruz, y a veces una cruz ígnea representa la serpiente de fuego que en él reside.
En plena actividad tiene este centro color rojo anaranjado de tonalidad ígnea, en íntima correspondencia con la modalidad. Vital que se le transmite desde el centro básico. En cada centro se echa de ver análoga correspondencia con el color de su vitalidad.
El segundo centro, situado en el ombligo, se llama plexo solar y recibe una fuerza primaria con diez radiaciones, de modo que vibra como si se dividiera en diez ondulaciones o pétalos. Está íntimamente relacionado con diversos sentimientos y emociones y su color predominante es una extraña entremezcla de varios matices del rojo, aunque también hay gran parte de verde.
El tercer .centro, sito en el bazo, está destinado a especializar, subdividir y dispersar la vitalidad que nos llega del sol, pues del bazo vuelve a irradiar en seis rayos horizontales, quedando la séptima modalidad inclusa en el cubo de la rueda. Por lo tanto, este centro tiene seis pétalos de ondulaciones y es muy refulgente, brillante y parecido a un sol.
El cuarto centro está en el corazón y es de brillante color dorado. Cada uno de sus cuadrantes se divide en tres partes y tiene en conjunto doce radiaciones de la fuerza primaria.
El quinto centro, colocado en la garganta, tiene dieciséis radios, y por 10 tanto, dieciséis aparentes divisiones. Hay en él mucho azul, pero en general es de color argentino brillante como el de la luna cuando se refleja en las aguas.
Entre ambas cejas está el sexto centro, que parece dividido en dos mitades, predominando en una el color rosa bordeado de amarillo y en la otra una especie de azulado purpúreo, ambos íntimamente armonizados con el color respectivo de las modalidades de vitalidad que reciben.
Por tal razón dicen los autores hindúes que este centro sólo tiene dos pétalos, aunque si contamos las ondulaciones del mismo carácter que las de los centros anteriores, veremos que cada mitad se subdivide en cuarenta y ocho rayos o sean noventa y seis irradiaciones de su primaria fuerza.
El séptimo centro, en la coronilla, cuando está en plena actividad es acaso el más brillante de todos por sus indescriptibles efectos cromáticos y sus vibraciones de inconcebible rapidez. Los autores hindúes le asignan mil pétalos, y no exageran mucho en ello, pues su fuerza primaria emite 960 radiaciones. Además, su configuración difiere de la de los otros centros en que tiene una especie de subsidiario vórtice de color blanco brillante con el centro dorado. Este vórtice subalterno no es tan veloz y posee de por sí doce ondulaciones.
He oído decir que cada pétalo de estos centros dinámicos representa una cualidad moral cuyo desarrollo pone el centro en actividad. No he podido comprobar experimentalmente esta afirmación ni atino a comprenderla, porque el aspecto petálico está producido por fuerzas definidas y fácilmente reconocibles; y además, los pétalos de cada centro están o no activos según se hayan despertado o no dichas fuerzas, por lo que el desarrollo de los pétalos no tiene a mi modo de ver más relación con la moralidad que el desarrollo del bíceps.
En cambio, he tratado a personas de no muy elevada moralidad, cuyos centros estaban plenamente activos, mientras que otras muy espirituales y de nobilísima conducta moral no los tenían vitalizados del todo. Por lo tanto, no me parece que haya relación entre ambos desarrollos. Aparte de mantener vivo el cuerpo físico, los centros dinámicos tienen otra función que sólo desempeñan en plena actividad.
Cada centro etéreo se corresponde con otro astral, aunque éste, por ser de cuatro dimensiones, tiene una extensión en sentido de todo punto distinta de las tres del etéreo, y en consecuencia no es exactamente homologo, aunque en parte coincidan. El vórtice etéreo está siempre en la superficie del cuerpo etéreo; pero el centro astral está con frecuencia en el interior del vehículo astral. Ahora bien; la función de los centros etéreos, cuando están plenamente activos, es transferir a la conciencia física la peculiar cualidad del correspondiente centro astral; y así, antes de recopilar los resultados que cabe conseguir de poner los centros etéreos en actividad, conviene considerar la función de cada centro astral, que ya están plenamente activos en todas las personas cultas de las razas superiores. Por lo tanto, ¿qué efecto produce en el cuerpo astral la excitación de los centros astrales?
El primero de estos centros, el de la base del espinazo, es la morada de la misteriosa fuerza que simboliza la serpiente ígnea y en La Voz del Silencio se llama la Madre del Mundo, la Madre Viuda. Más adelante trataremos con mayor detención de esta fuerza. Por ahora limitémonos a considerar sus efectos en los centros astrales. Esta fuerza existe en todos los planos y su actividad excita los centros. Hemos de tener en cuenta que primitivamente fue el cuerpo astral una masa casi inerte, con muy vaga conciencia, sin poder de acción ni claro conocimiento del mundo circundante. Por lo tanto, lo primero que ocurrió fue la elevación de esta fuerza en el hombre hasta el nivel astral. Una vez levantada o puesta en acción, sé transfirió al segundo centro, correspondiente al ombligo, y 10 vivificó, despertando así en el cuerpo astral la aptitud de sentir todo linaje de influencias, aunque todavía sin nada parecido a la definida percepción de ver y oír.
Después se transfirió la fuerza al tercer centro astral, que corresponde al bazo físico, y por su medio vitalizó todo el cuerpo astral, capacitando al individuo para utilizarlo conscientemente como vehículo de locomoción, aunque tan sólo con muy vaga idea de lo que pudiese encontrar en sus viajes.
Al despertarse el cuarto centro, adquirió el hombre la facultad de recibir y simpatizar con las vibraciones de otras entidades astrales, de modo que pudo comprender instintivamente sus sentimientos.
La actividad del quinto centro, que corresponde a la garganta, facultó al hombre para oír en el plano astral, esto es, desarrolló el sentido que en el mundo astral produce en la conciencia el mismo efecto a que llamamos audición en el plano físico.
El desarrollo del sexto, correspondiente al etéreo entre cejas, produjo análogamente la vista astral, o sea la definida percepción de la naturaleza y forma de los objetos astrales, en vez de percibir vagamente su presencia.
El despertar del séptimo, o sea el de la coronilla, complementó acabadamente la vida astral del hombre y perfeccionó sus facultades.
Respecto del séptimo centro parece que hay alguna diferencia según la índole del hombre. En muchos de nosotros, los vórtices astrales del sexto y séptimo de estos centros convergen en el cuerpo pituitario, que en este caso es el único enlace directo entre el plano físico y los superiores. Sin embargo, hay otros hombres en quienes el sexto centro está todavía adherido al cuerpo pituitario, pero el séptimo se dobla o diverge hasta coincidir su vórtice con la atrofiada glándula pinea1, que en este caso se vivifica y constituye una comunicación directa con el mental inferior sin pasar por el ordinario intermedio del astral. A este tipo de hombres se refería al insistir en la reavivación de la glándula pineal.
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