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lunes, 26 de mayo de 2014

LAS PUERTAS SOLSTICIALES DEL INCA (2 de 3).

LAS PUERTAS SOLSTICIALES DEL INCA (2 de 3)
Herbert Oré Belsuzarri.

El segundo día del mes traían seis carneros muy viejos, que llamaban aporucos[1], a los cuales llevaban de cabestro seis indios cargados con maíz y coca, cada uno el suyo, diciendo que era comida para ellos; y traianlos cuatro días con cierta solemnidad, y al quinto salían a la plaza todos los que se habían de armar caballeros, acompañados de sus padres y parientes; y hecha reverencia a los ídolos y al Inca, que ya estaban puestos en sus lugares por el orden que queda dicho, pedían al Inca licencia para ir a hacer los sacrificios y ceremonias que en esta fiesta se acostumbraba hacer. Habida la licencia, se partían para el cerro de Guanacauri con el mismo acompañamiento que habían traído de sus deudos. Llevaban delante de toda la gente las insignias reales, que eran un carnero y el estandarte o guion, llamado Sunturpaucar. El carnero era muy blanco, vestido de una camiseta colorada y con unas orejeras de oro, y con el dos mamaconas diputadas para esto con los cantaros de chicha a cuestas; porque tenían ensenado a este carnero a beberla y a comer coca, y decían que significaba el primero de su especie que había salido después del Diluvio, y figurabanle así blanco. Tenían siempre depósitos destos carneros para este efecto, y a este nunca lo mataban, antes, cuando se moría, lo enteraban con solemnidad. Y junto con este carnero iban los aporucos. Cada uno de los mancebos llevaba en la mano izquierda una honda de las que habían prevenido, y en la derecha, una vedija de cabuya, que era su cáñamo. Dormían aquel día al pie del cerro, y el siguiente, al salir del sol, subían a lo alto, donde estaba el templo y guaca, a cuyos ministros entregaban las hondas, los cuales se las volvían otro día, diciéndoles que la guaca se las daba, con que peleasen; y luego sangraban aquellos aporucos de cierta vena que está arriba del brazo derecho, y sin tocar la mano, paraban los muchachos al rostro y untabanse con aquella sangre; y cuando todos lo habían hecho, cerraban las heridas a los carneros y vestianlos con camisetas y orejeras.

Quemaban la ropa y demás cosas que se habían llevado para el sacrificio, juntamente con seis corderos que llevaban del ganado del sol y otros que los muchachos llevaban para este efecto. No mataban luego estos seis corderos, sino sangrabanlos de cierta vena y dejabanlos desangrar, trayendolos alrededor del cerro; y donde caían muertos, allí los quemaban; y antes de matarlos, arrancaban los sacerdotes una poca de lana de cada uno, y repartianla entre los mozos que se armaban caballeros y los principales que los acompañaban; y ellos la soplaban al aire mientras se ofrecía el sacrificio, rogando al ídolo de Guanacauri por la salud y prosperidad del Inca, y que a ellos los favoreciese y tuviese de su mano.

Item, daba el Inca seis orejuelas pequeñas de plata y oro para este sacrificio, las cuales enterraban en la guaca sobredicha. Hecho esto, se volvían con los aporucos e insignias reales del carnero y sunturpaucar, y en una quebrada que está en el camino, sus padres y deudos, quitándoles las hondas que llevaban en las manos, con ellas los azotaban en los brazos y piernas, diciéndoles: “Sed hombres de bien y valientes como nosotros, y recibid esta virtud y gracia que nosotros tenemos, para que nos imitéis”. Luego les tornaban a dar las hondas y hacían un baile cantando, llamado guari; el cual acabado, se venían al Cuzco con el mismo acompañamiento y solemnidad con que habían salido. Llegados a la plaza principal, dicha Aucaypata, hacían reverencia a las guacas, y sus padres y parientes los volvían a azotar con las hondas como antes.

Tras esto, hacia toda la gente que allí se hallaba el dicho taqui o baile llamado guari, tocando unos caracoles grandes de la mar, al cual se seguía el dar los mozos de beber a sus padres y deudos. Acabado el baile y bebida, mataban los sacerdotes con ciertas ceremonias los carneros aporucos, y repartían su carne entre los dichos mancebos, dando a cada uno una pequeña parte, la cual comían cruda, diciendo que con ella recebian fuerza para siempre. Concluido con esto, se iban todos a sus casas y los sacerdotes volvían a sus lugares los ídolos del sol y demás dioses.

Los seis días siguientes no entendían en cosa más que en holgarse en sus casas y los muchachos en descansar de los trabajos pasados y aparejarse para los venideros. A mediado el mes, tornaban a la plaza con sus padres y parientes como la primera vez, y puestos en la presencia del Inca, les daba el sacerdote del sol ciertas vestiduras: camiseta bandeada de colorado y blanco y manta blanca con cordón azul y borla colorada, y los parientes las ojotas dichas de la paja llamada coya. También daba el sacerdote del sol otro vestido colorado y blanco a cada una de las doncellas señaladas para servir en esta fiesta; y toda esta ropa que se debe a los unos y a los otros era de la que se hacía de tributo para la Religión, y por eso la repartía el sacerdote en nombre del sol. Vestidos desta librea los mancebos, tomaban en las manos unos bordones de palma llamados yauri, que en lo alto tenían unas cuchillas de cobre, y algunos de oro, a manera de hacha, de los cuales colgaba una poca de lana, las guaracas o hondas y la paja que arriba dijimos; y teniéndolos derechos como pica, hacían adoración a las guacas y el acatamiento acostumbrado al Inca, y se partían con sus parcialidades y deudos al cerro de Anaguarque, que está cerca del de Guanacauri.

En este acompañamiento iban las doncellas que habían recebido los vestidos, cargadas de unos cantarillos pequeños de chicha, para dar de beber a la gente del, y las insignias reales sobredichas del sunturpaucar y carero vestido, con otros seis oporucos como los de arriba, y hacían con ellos lo mismo, y otros seis corderos pequeños que sacrificaban como en Guanacauri. La razón por que iban a este cerro y adoratorio, era porque se habían de probar en correr, y hacían aquí esta ceremonia, porque contaban que esta guaca quedo tan ligera desde el tiempo del Diluvio, que corría tanto como volara un halcón. Llegados a la dicha guaca, los muchachos ofrecían un poco de lana y los sacerdotes hacían las mismas ceremonias y sacrificios que en el primer cerro.

Tornabanlos a azotar con las hondas los viejos sus parientes, diciéndoles que no fuesen perezosos en el servicio del Inca, avisándoles que serían castigados por ello, y trayéndoles a la memoria la causa por que se hacía aquella solemnidad y las victorias que habían habido los Incas mediante el esfuerzo de sus padres. Lo cual acabado. Se sentaba toda la gente y hacían el taqui llamado guari; y mientras se hacía, estaban en pie los caballeros noveles con sus bordones en las manos, que eran las armas que les daban.

Después del dicho taqui, se levantaban todas las doncellas y bajaban corriendo hasta el pie del cerro, y allí esperaban con sus cantaros de chicha a los mancebos, para darles de beber; a los cuales empezaban a llamar a voces, diciendo: “Venid presto, valientes mancebos, que aquí os estamos esperando.” Y luego ellos se ponían en muchas hileras, unos en pos de otros, y detrás de cada hilera de los dichos mozos otra de hombres mayores, que servían de apadrinarlos, cada uno de los cuales tenía cuenta con el caballero a quien había de ayudar, si se cansase. Delante de todas las hileras se ponía un indio vestido galanamente, y daba una voz, a la cual partían de carrera todos con gran furia, y algunos solían lastimarse pesadamente. Llegados abajo, daban las doncellas de beber primero a los padrinos y después a los ahijados.

Iban también al cerro de Sabaraura, y quemaban otros seis corderos y enterraban otros tantos, y allende desto, cada uno ofrecía lo que llevaba. Tornabanlos a azotar como las otras veces, y de allí volvían al Cuzco, y entrando en la plaza, iban haciendo su humillación a las guacas y al Inca, y sentándose las parcialidades de Hanancuzco y Hurincuzco, cada una aparte, quedándose en pie los caballeros mozos por espacio de un rato, volvían a hacer el dicho baile y cantar guari, y tornaban a azotarlos por la forma dicha. Ya que era hora de recogerse, se iba el Inca a su palacio acompañado de la gente cortesana, y los caballeros mancebos, con el mismo acompañamiento que antes, se partían para el cerro de Yavira, que está en derecho de Carmenga, donde ofrecían el sacrificio que en los otros y recebian las guaras, que eran sus zaraguelles o panetes, los cuales no se podían poner hasta aquel tiempo y con aquellas ceremonias. Ponianles también ciertas celadas en las cabezas, y de parte del Inca les daban unas orejeras de oro, que se ataban a las orejas, diademas de pluma y patenas de plata y de oro, que se colgaban del cuello; lo cual acabado, hacían otra vez el baile dicho y azotaban a los mancebos; con que daban la vuelta para el Cuzco, y entrando en la plaza, hacían la reverencia acostumbrada a los guacas.

Después de todas las ceremonias dichas, iban estos caballeros a bañarse a una fuente llamada Calispuquiu, que está detrás de la fortaleza, casi una milla de la ciudad, y vueltos a la plaza, les ofrecían dones sus parientes, comenzando el tío más principal, que daba a su sobrino una rodela, una honda y una maza con que pelease en la guerra, y tras él le iban ofreciendo los demás parientes; con que siempre venía a quedar remediado y rico el que se armaba caballero. Dabale cada uno de los que ofrecían un azote, y le hacía una breve platica, aconsejándole que fuese valiente y leal al Inca y tuviese gran cuenta con el culto y veneración de las guacas.

Cuando se armaba caballero el príncipe que había de suceder en el reino, le
hacían grandes y ricas ofrendas todos los caciques principales que se hallaban presentes en toda la tierra. Rematabase la solemnidad de este día con cierto sacrificio que hacían a las guacas. A los últimos días del mes, sacaban a los dichos nuevos caballeros a las chacaras y les horadaban las orejas, que era la postrera ceremonia que con ellos hacían en armarlos caballeros.

Por fin y remate deste mes y fiesta, se juntaba todo el pueblo en la plaza a un regocijo y baile que llamaban Aucayo. Hacían para el gran cantidad de bollos de harina de maíz amasada con sangre de los carneros que aquel día sacrificaban en cierta forma y con particular solemnidad, y mandaban entrar en la ciudad a la gente forastera que estaba detenida de todas las provincias del Perú. Puestos, pues, en sus lugares por su orden los ministros destos sacrificios, que eran del ayllu y linaje de Tarpuntay, daban a cada uno de los presentes un bocado de aquellos bollos, diciéndolos que comiesen aquel manjar que les daba el sol para contentarlos, y que no dijesen que no tenía cuenta con ellos, como con los demás que habían hecho aquella fiesta.

Sacaban estos bollos en unos platos grandes de plata y oro de vajilla del sol, que estaban dedicados para esto, y todos los recibían agradeciéndolo mucho al sol con palabras y ademanes. En habiéndolos comido, les decían los sacerdotes: “Esto que os han dado es manjar del sol, y ha de estar en vuestros cuerpos por testigo, si en algún tiempo dijieredes mal del o del Inca, para manifestarlo y que seáis castigados por ello.” Y ellos prometían que no lo harían en su vida, y que debajo desta condición recibían aquella comida. Gastaban en estos bailes algunos días, bebiendo siempre sin descansar.

Hacían el son con cuatro tambores grandes del sol, y cada tambor tocaban cuatro indios principales vestidos de muy particular librea, con camisetas coloradas hasta los pies con rapacejos blancos y colorados; encima se ponían unas pieles de leones desollados enteros y las cabezas vacías, en las cuales les tenían puestas unas patenas, zarcillos en las orejas, y en lugar de sus dientes naturales, otros del mismo tamaño y forma, con alforjas en las manos, lo cual todo era de oro. Ponianselas de manera que la cabeza y cuello del león les sobrepujaban sobre sus cabezas, y el cuerpo les caía en las espaldas; y estos, para empezar el baile, sacrificaban dos corderos, entregándolos a cuatro viejos deputados para esto, que los ofrecían con mil ceremonias.

Esto concluido, traían del ganado del Inca treinta carneros, y repartianlos en los que tenían cargo de los sacrificios; a los cuales mandaba el Inca que los sacrificasen en su nombre a todas las guacas del Cuzco; y así se repartían entre ellos con treinta piezas de ropa. Allende lo cual tomaban treinta haces de leña labrada y, vestidos como hombres y mujeres, los quemaban y ofrecían al sol, por la fuerza de los que se habían horadado las orejas y porque viesen muchos días como aquellos.

El postrero día del mes iban a la plaza del cerro de Puquin, llevando dos carneros grandes, uno de plata y otro de oro, seis corderos y otros tantos aporucos vestidos, con seis corderos de oro y plata, conchas de la mar, treinta carneros blancos y otras tantas piezas de ropa, y lo quemaban todo en el dicho cerro, excepto las figuras de oro y plata. Y con esto se daba fin a la fiesta de Capac-Raymi, que era la más grave y solemne de todo el año. Era de tanta estimación y honra entre esta gente el horadarse las orejas, que si acaso se le rompían a alguno al tiempo de horadárselas, o después, lo tenían por muy desdichado; y tenían puesto su mayor cuidado en que los horados fuesen muy grandes; y para que fuesen dando de si y haciéndose mayores, metían en ellos unos hilos de algodón, y cada día los iban poniendo más gruesos, con que venían a crecer tanto los horados, que traían encajados en ellos por zarcillos unos rodetes mayor cada uno que un real de a ocho.

Esta y otras narraciones de la ceremonia, refieren que los jóvenes para ser iniciados, eran recibidos por todos los dioses, presidido por Viracocha, al que acompañaba el sol y los otros dioses. Esto no deja duda del conocimiento iniciático que tenían los incas, la planificación de la ceremonia y la pulcritud de los participantes, muestran lo refinado y solemne de los actos, que conforme va evolucionando el conjunto de eventos, van integrándose a ella nuevos elementos y personajes, así como el cambio de la vestimenta y el acto de horadar las orejas, los transformaban en su subconsciente como únicos y diferentes.

Cuando llegaron los españoles y se contactaron con el inca, notaron que este y sus acompañantes tenían unos rodetes en los lóbulos de las orejas, por ello los llamaron “orejones” sin entender porque este grupo de hombres los tenían, mientras el común de los habitantes no.

Los orejones preferían morir en las batallas antes que rendirse, por el compromiso juramentado que habían contraído con el dios supremo Viracocha, el creador del mundo, padre del sol y la luna, cuyos hijos, los incas gobernaban en su representación al imperio. Esta ceremonia prolongada impregnaba en el subconsciente del iniciado, el convencimiento de que era un hombre diferente y superior al común de los hombres, la misma que se expresaba en forma simbólica e iniciática por las camisetas coloradas que vestían hasta los pies con rapacejos blancos y colorados; encima del cual se ponían pieles de leones (Uturuncu) desollados enteros y las cabezas vacías, en las cuales les tenían puestas unas patenas, zarcillos en las orejas, y en lugar de sus dientes naturales, otros del mismo tamaño y forma, con alforjas en las manos, lo cual todo era de oro. Los vestían de tal manera que la cabeza y cuello del león les sobrepujaban sobre sus cabezas, y el cuerpo les caía en las espaldas

Estos iniciados vivían su esoterismo en un mundo iniciático, al que ingresaban en el solsticio de verano (Diciembre) y salían por la puerta por donde salen los dioses renacidos, cuyo umbral se hallaba en el solsticio de invierno (Junio). Este ingreso y salida lo hacían en forma simbólica cada vez que se reunían.

La puerta de salida del mundo cósmico, que iniciáticamente el umbral era el solsticio de invierno, en el imperio de los incas se realizaba la fiesta del Inti Raymi, la fiesta del dios Sol, el hijo del creador del mundo Viracocha, que era enviado a la tierra para renovarla en un ciclo anual permanente, tal como lo había realizado Viracocha al inicio, cuando creó el mundo, creo al sol y la luna y finalmente al hombre (runa).

La fiesta del Inti Raymi, se hacía, cuando se abría la puerta de salida del mundo iniciático inca, para que surja el dios Sol, para perennizar su llegada y permanencia cíclica eterna en este mundo, con el cual se renovaba en forma iniciática el periodo de las cuatro estaciones del año. La solemnidad iniciática de esta fiesta, era tal, que solo lo hacían el Inca y los varones del ayllu de sangre real, y no entraban en ella ni sus propias mujeres, que se quedaban fuera en un patio. Les daban de beber las mamaconas mujeres del sol, y todos los vasos en que comían y bebían eran de oro.

Ofrecían a las estatuas de los dioses, de parte de los Incas treinta carneros: diez a la del Viracocha, otros diez a la del sol y otros diez a la del trueno; y treinta piezas de ropa de cumbi muy pintada. En el Cerro Manturcalla, donde se celebraba esta fiesta, se hacían gran cantidad de estatuas de leña de quishuar, labrada, y vestidas de ropas ricas; estas estaban allí desde el principio de la fiesta, al fin de la cual les ponía fuego y las quemaban, junto a seis aporucos que acompañaban. Las cenizas y restos de huesos se recogían y regaban en un llano cerca del cerro a donde solo podían ingresar los que lo llevaban. Luego del cual se bebía y comía en la plaza de la ciudad del Cuzco hasta que anochecía y el Inca se recogía en su casa y todos se marchaban a la suya.

Si quisiéramos hacer comparación de esta festividad con respecto  a la fiesta del hemisferio norte, diremos que el 24 de junio nacía en forma simbólica el dios Sol, en el hemisferio sur, mientras en el hemisferio norte los dioses nacían el 25 de diciembre.

Para los iniciados  Incas lo que era la puerta de salida en el hemisferio norte, era la puerta de entrada. Y lo que era la puerta de entrada en el hemisferio norte, era la puerta de salida.

Hace muchos años, escuche a mi abuelo decir con mucho orgullo: Los conquistadores europeos que llegaron a América son los descendientes de Adán y Eva, aquellos que fueron expulsados del Jardín del Edén. Nosotros somos descendientes directos de Viracocha y de sus hijos El Sol y la Luna. A nosotros nadie nos expulsó del Jardín del edén, ¡Aún vivimos en él!

Retomando el pensamiento judeo cristiano, la Iniciación[2] existe porque el hombre perdió el Paraíso y desea volver a él. Esta pérdida del Paraíso ha sido denominada de maneras distintas en las culturas del viejo medio oriente y Europa, siendo la denominación más familiar: La Caída del Hombre.


Los hebreos autores del génesis bíblico, no supieron ofrecer una interpretación ni descripción simbólica adecuada de dicho acontecimiento, solo esbozaron ese infausto “acontecimiento histórico”, centrando la atención a los acontecimientos que suceden tras la muerte del hombre, pero no consideraron lo qué sucedió antes del nacimiento.

El hombre, instintivamente, teme el más allá: lo que primero viene a su imaginación son los infiernos y no el paraíso. Un calco de la vida presente, una especie de sueño donde desaparece todo aquello que da a la existencia su relieve y su sabor, un reino de las sombras poblado de fantasmas errantes sin alegría. Un lugar donde hay tormentos, gobernado por un “ente” castigador, que administra ese lugar lúgubre hasta más no poder. Así le pusieron diversos nombres a este castigador: Satanás, lucifer, diablo, el ángel caído, y un largo etc.

"Los incas creían en la resurrección universal sin imaginar penas ni gloria, sino una vida similar a la que tenemos aquí, porque su espíritu no se elevaba más allá de esta vida presente”.

Para ellos, la descendencia equivale prácticamente a la inmortalidad[3]: los muertos viven en los que continúan en la vida amándolos y alimentándose de ellos; la cadena vital que hace vivos a los  muertos funciona por el amor:

"El muerto vive en el arrullo de quien le ama, desde cuyos ojos seguirá admirando la luz, desde esos ojos podrá llorar... Y esto en un espacio sin tiempo, en  estancia sin principio ni fin". Esta filosofía estaba presente en el respeto, manutención y adoración de las momias de sus antepasados, quienes después de muertos habitaban en el Uku Pacha, que era regido por el Supay, una divinidad ambivalente, muy distinta al diablo de los conquistadores y de su religión judeo cristiana.

Dibujo de Guamán Poma de Ayala en el que representa el mapa del espacio tiempo andino se puede ver el  “mayu”, la vía láctea y el ciclo del agua y la energía, recorrido del sol y la luna desde el Titicaca hasta el mar. La Yaq’ana orina sobre la tierra y el arco iris hace circular la energía.

El Sol cuando nace en el oriente (este), surge del Uku Pacha y se eleva al Hanan Pacha donde permanece durante el día vitalizando el Kay Pacha, y al término del día se dirige al poniente (oeste), nuevamente al Uku Pacha. Es decir el eterno nacer y morir del dios Sol, es semejanza al nacer y morir del hombre. El Sol permanece ausente del Hanan Pacha, que es velada por su esposa la Luna, mientras su existencia transcurre en un mundo que no era tenebroso, donde están todos los muertos, que renacerán conforme a los designios de sus dioses. Su permanencia en el inframundo estaba regido por el Supay y la Pacha mama (madre tierra) necesita de la ayuda del dios Inti (Sol), Quilla (Luna), Lluvia (Kon) y otros para lograr el milagro de la vida y su desarrollo cíclico del mundo,  todo ello supeditado a la voluntad de Viracocha el creador del mundo y su hijo el Sol, quienes gobernaban el mundo a través del Inca que vivía en el ombligo del mundo el Cuzco. Por esta razón todos estos dioses vivían en armonía, y los hombres imitándolos hacían lo mismo.

Aún a riesgo de sesgar nuestro punto de vista, debemos decir que no todas las religiones pintan a sus deidades con el halo de omnisciencia (saberlo todo) e inmortalidad que otorga el cristianismo a su dios. Si bien los dioses mesopotámicos (3,700 a.C.) eran invisibles a los ojos humanos, eran antropomorfos, y también tenían necesidades humanas, como lo indican sus representaciones. Ellos habitaron este mundo mucho antes que los seres humanos, practicaban la minería, agricultura y construyeron los sistemas de riego para cubrir sus necesidades. Tuvieron entonces que trabajar en la construcción y mantenimiento de los canales de agua, en la siembra y en la cosecha de sus productos. Salvo los dioses principales -que no pasaban de cuatro: Anu, Enlil, Enki y Ninnusarg-, todas las divinidades cumplieron tales tareas. La humanidad, entonces, fue creada por ellos para servirlos y evitarles la rudeza del trabajo. Así narra las tablillas sumerias.

Los egipcios e hindúes también en forma similar narran de sus dioses que convivieron con el hombre, sea como su rey, sea como su dios, o peleando guerras entre ellos, donde los vencidos cual humano eran eliminados o desterrados. Algunos de estos dioses ampararon al hombre y se enemistaron de sus congéneres, otros simplemente usaban al hombre para su servicio.

Esta percepción de lo divino es ajena al Cristianismo y a otras religiones que tienen como patriarca a Abraham. Esta manera de comprender el universo y lo sobrenatural, en Mesopotamia, India y Egipto, no hacía insalvable al hombre su divinización, al menos para la clase dirigente. Un conquistador extranjero podía ser aceptado como gobernante divino o semidivino si en la relación con sus súbditos manejaba, al menos, los elementos simbólicos que habían usado sus predecesores. En Egipto funcionaron como faraones el persa Cambises y el griego Alejandro Magno.

Los incas y aztecas, dicen que llegaron sus dioses, que vivieron con ellos enseñándoles la agricultura, ganadería, el arte de construir y otros aspectos de sus culturas, al término de ello, partieron con la promesa de volver. Por esta razón cuando llegaron los conquistadores españoles, los incas y aztecas que esperaban el retorno de sus dioses que había sido prometido, los confundieron, así los incas consideraban que era el retorno de Viracocha[4] y los aztecas el retorno de Quetzalcóatl[5].

Ni aztecas ni incas comprendieron en un principio, la distancia insalvable con los españoles, ni pudieron entender que los conquistadores eran a la vez soldados y misioneros de una fe religiosa, de una religión que los hacía, incluso a ellos mismos, pecadores por el solo hecho de haber nacido (pecado original por ser descendientes de Adán y Eva). Eso fue y es aún difícil de comprender, no había salvación terrena o divina fuera de la Iglesia Católica. Todos los habitantes de América estaban en las filas de los enemigos de Dios, por el solo hecho de haber nacido o vivido antes de la llegada de Colón. Este era un continente donde la relación con sus semejantes convertía al hombre en culpable, “por haber nacido en el nuevo mundo”.

El cristianismo español no hizo concesiones y apoyó sin reparos la construcción de un estado, convirtiéndose en su sostén ideológico. Los espacios de respiro a las religiones no cristianas solo existieron cuando la magnitud del territorio y el volumen incluso decreciente de los indígenas hacían imposible que se cumpliese la compulsiva labor misionera. El comportamiento de los oficiales de la iglesia cristiana se nutría también de varios factores: el más visible era la condición de ser parte de la hueste conquistadora y tener, por lo tanto, derecho a imponer condiciones. Había también razones jurídicas: una bula papal daba legalidad al ejército de ocupación e imponía como condición la conversión al catolicismo de los reyes derrotados y de todos sus súbditos. Esta convicción de ajustarse a la ley hizo pensar, incluso a los historiadores modernos, que el lenguaje jurídico era expresión de la realidad; por eso tenemos millares de publicaciones que describen la jurisprudencia como correlato preciso del funcionamiento de instituciones y personas.

Las panacas (familias nobles descendientes de los Incas) cuzqueñas vacilaron entre una adaptación humillante, pero conveniente, y una revolución libertadora que restaurase sus privilegios. Desde 1,569 los nietos de los Incas reclamaban sus derechos siguiendo las reglas de la legalidad europea. Fue así que "se presentaron ante el Licenciado Juan de Ayllón para solicitar que se recibiera una información probando su ascendencia real y las conquistas de Tupac Yupanqui".

Estos nobles habían asumido su condición de soberanos en desgracia y reclamaban, al menos, parte de las ventajas que se otorgaban a los nobles de España en situaciones parecidas. Para hacerlo debió descartar su propio universo religioso, por lo menos en lo que se refiere a la vida pública, y dar muestras de ser  buenos cristianos. Esto significaba dar importantes donativos a las iglesias locales e inclusive retratos suyos y de su familia adorando al dios español.

Pero no todos los nobles incas se comportaron así, Manco Inca, hijo de Huayna Capac y Mama Runtu, permaneció en la mítica Vilcabamba (ubicada en lo que hoy es Espíritu Pampa por algunos estudiosos) hasta su muerte en 1,554. Sus hijos más notorios, Sayri Tupac, Tupac Amaru y Titu Cussi Yupanqui, ocuparon su lugar en muy distintos momentos liderando lo que se ha llamado resistencia incaica. No sabemos mucho acerca de la vida al interior de Vilcabamba, incluso su ubicación exacta todavía es debatida. En verdad las estrategias de los Incas mencionados variaron notablemente, desde la confrontación abierta hasta varios acuerdos con las autoridades de la Colonia  medianamente cumplidos.

Todo acabó cuando el virrey Toledo ordenó el exterminio de lo que consideró un foco de subversión, más por lo que podía representar frente a los antiguos seguidores de los Incas que por la amenaza concreta que significaban. Lo importante es que al mismo tiempo que la nobleza vencida asumía la rebeldía como bandera, otro grupo -no menos visible en su liderazgo- prefería jugar la carta de la legalidad europea y por lo tanto renunciaba a sus dioses para obtener magros pero reales beneficios.

Estos eran los caminos de los descendientes de las panacas reales, nacidos en su mayoría en el Cuzco. Muchos de ellos fueron conscientes del poder de la escritura (la legal y la sagrada), y se rodearon de traductores y asesores, incluso españoles, para medir y acrecentar sus bienes y sus ambiciones. Todo esto nos indica que los rebeldes, o sumisos, de la clase dirigente incaica ya eran conscientes de que la presencia europea era inevitable y aun en rebeldía había que pactar con ella.

El virrey Toledo cambió esta línea de negociaciones al invadir Vilcabamba y redujo a los incas sumisos a la lista de los muchos -españoles, criollos, mestizos o indígenas- que clamaban mercedes por méritos a la Corona. Ninguno de estos esfuerzos o gestos militares o cortesanos eran accesibles a los tributarios. Sus jefes locales o curacas vivían tratando de mantener el complicado equilibrio de ser funcionarios coloniales y esquilmar a su propia gente al tiempo que los protegían escondiendo a un grupo de ellos y declarando cifras falsas de tributarios y contribuciones. El juego era peligroso, ni el corregidor de indios ni el doctrinero confiaban en él y en ocasiones las nacientes autoridades indígenas paralelas a su mando, como envarados y alcaldes, le hicieron la vida imposible. A veces los propios indígenas delataban su siempre compleja red de arreglos ilegales.

Luego de la Conquista, ser curaca era invariablemente el resultado de una negociación. Cuando de quebró el orden impuesto por la guerra de los encomenderos, se aceleró las migraciones internas: mitimaes y yanaconas debieron  optar por volver a sus lugares de origen o permanecer en donde residían, pero sobre la base de necesidades inmediatas o premuras bélicas. Sobre esta complicada e impredecible movilidad espacial era muy difícil constituir una autoridad que negociase con los invasores, si esto se lograba poco importaba si su poder tenía el sustento incaico o colonial o era el fruto de una improvisación afortunada. La supervivencia no dejaba espacio a reflexiones elaboradas.

Había que crear o reforzar lealtades. Como las bases en que se movía la ética o moral de los europeos -cuyas actitudes tropezaban abiertamente con su prédica- eran incomprensibles, las alianzas entre los curacas y sus súbditos tenían que asentarse en lo que aún hoy se llama "la costumbre"; es decir, la milenaria escala de valores andinos que bajo la presión de las circunstancias iba construyendo lo que en un par de siglos más - hacia el final del virreinato - sería el eje de la religión andina contemporánea.

Antes de la llegada de los europeos, los sacerdotes y los iniciados (El Inca, los hijos de la clase noble y escogidos) simbólicamente marcaron las puertas de ingreso y salida de su mundo iniciático, en los solsticios, al igual que otras culturas ancestrales del mundo.

El dios que regía este mundo del uku pacha era el Supay, Saqra, China, Tew, Tío o como quiera denominársele, no era un dios odiado o repudiado, aunque si inspiraba temor, se podía tratar con él para obtener favores mediante un pago u ofrenda que se hacía en un ritual o suerte de misa denominada la “mesada”[6] donde entregaba licor (chicha fermentada), hojas de coca escogidas (quintos), llampu (piedra caliza), tejidos, mullu (concha de abanico), semillas y otros. Esta forma de trato entre los dioses y el hombre también fue practicado por los sumerios y egipcios, antes que los caralinos difundieran su práctica por el mundo andino.



[1] El aporuco era un carnero blanco, que criaban para que participe en sus ceremonias, a este nunca lo mataban, en ocasiones le sacaban sangre de su brazo para sus ceremonias. Es menester decir que los incas no conocieron el carnero u ovino, los españoles llamaron carneros a las llamas y alpacas de fibra larga, que tienen una apariencia de carnero.
[2] El bautismo es una forma de iniciación religiosa.
[3] La ciencia actual ha demostrado que en nuestros genes, se mantiene los códigos genéticos de nuestros antepasados u ancestros. ¿Sabían de esto los Incas? Y por esta razón cuidaban de sus ancestros momificados, o es una simple coincidencia.
[4] La profecía del retorno de Viracocha fue anunciado por el Inca Huayna Capac. En su lecho de muerte, que se dirigió a sus sacerdotes y funcionarios de la siguiente manera:
"Nuestro padre el sol me ha revelado que después de un reinado de doce Incas, de sus propios hijos, aparecerán en nuestro país una raza desconocida de hombres que sepultará nuestro imperio. Ellos, sin duda, pertenecen a las personas cuyos mensajeros han aparecido en nuestra orilla. Asegúrense de ella, estos extranjeros llegarán a este país a cumplir la profecía."
[5] El retorno de Quetzalcóatl fue anunciado a Moctezuma de la siguiente manera:
Señor y rey nuestro, es verdad que han venido no sé qué gentes y han llegado a las orillas de la gran mar [...] y las carnes de ellos muy blancas, más que nuestras carnes, excepto que todos los más tienen barba larga y el cabello hasta la oreja les da. Moctezuma estaba cabizbajo, que no habló cosa ninguna, y se creyó que éste era el dios Quetzalcóatl. Como oyó la nueva, Moctezuma despachó gente para el recibimiento de Quetzalcóatl, porque pensó que era el que venía, porque cada día le estaba esperando, y como tenía relación que Quetzalcóatl había ido por la mar hacia el oriente, y los navíos venían de hacia el oriente, por esto pensaron que era él...
Muchos presagios funestos se habían presentado en aquellos días, y esto mantenía pensativo a Moctezuma. El tlatoani de Tenochtitlan se apresura a enviarle a Cortés varios obsequios, como los atavíos de algunos dioses, entre ellos los de Quetzalcóatl. Según fray Bernardino de Sahagún, las palabras de Moctezuma fueron:
Mirad que me han dicho que ha llegado nuestro señor Quetzalcóatl. Id y recibidle [...] Veis aquí estas joyas que le presentéis de mi parte, que son todos los atavíos sacerdotales que a él le convienen...
[6] Literalmente es una mesa servida para ofrecer ofrendas,  que se hace en el suelo, colocando una manta y sobre ella las ofrendas para el dios o las divinidades ancestrales.


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