LAS PUERTAS SOLSTICIALES DEL INCA (2 de 3)
Herbert Oré Belsuzarri.
El segundo día
del mes traían seis carneros muy viejos, que llamaban aporucos[1],
a los cuales llevaban de cabestro seis indios cargados con maíz y coca, cada
uno el suyo, diciendo que era comida para ellos; y traianlos cuatro días con
cierta solemnidad, y al quinto salían a la plaza todos los que se habían de
armar caballeros, acompañados de sus padres y parientes; y hecha reverencia a
los ídolos y al Inca, que ya estaban puestos en sus lugares por el orden que
queda dicho, pedían al Inca licencia para ir a hacer los sacrificios y
ceremonias que en esta fiesta se acostumbraba hacer. Habida la licencia, se
partían para el cerro de Guanacauri con el mismo acompañamiento que habían
traído de sus deudos. Llevaban delante de toda la gente las insignias reales, que
eran un carnero y el estandarte o guion, llamado Sunturpaucar. El carnero era
muy blanco, vestido de una camiseta colorada y con unas orejeras de oro, y con
el dos mamaconas diputadas para esto con los cantaros de chicha a cuestas;
porque tenían ensenado a este carnero a beberla y a comer coca, y decían que
significaba el primero de su especie que había salido después del Diluvio, y
figurabanle así blanco. Tenían siempre depósitos destos carneros para este
efecto, y a este nunca lo mataban, antes, cuando se moría, lo enteraban con
solemnidad. Y junto con este carnero iban los aporucos. Cada uno de los
mancebos llevaba en la mano izquierda una honda de las que habían prevenido, y
en la derecha, una vedija de cabuya, que era su cáñamo. Dormían aquel día al pie
del cerro, y el siguiente, al salir del sol, subían a lo alto, donde estaba el
templo y guaca, a cuyos ministros entregaban las hondas, los cuales se las
volvían otro día, diciéndoles que la guaca se las daba, con que peleasen; y
luego sangraban aquellos aporucos de cierta vena que está arriba del brazo
derecho, y sin tocar la mano, paraban los muchachos al rostro y untabanse con
aquella sangre; y cuando todos lo habían hecho, cerraban las heridas a los
carneros y vestianlos con camisetas y orejeras.
Quemaban la
ropa y demás cosas que se habían llevado para el sacrificio, juntamente con
seis corderos que llevaban del ganado del sol y otros que los muchachos
llevaban para este efecto. No mataban luego estos seis corderos, sino
sangrabanlos de cierta vena y dejabanlos desangrar, trayendolos alrededor del
cerro; y donde caían muertos, allí los quemaban; y antes de matarlos,
arrancaban los sacerdotes una poca de lana de cada uno, y repartianla entre los
mozos que se armaban caballeros y los principales que los acompañaban; y ellos
la soplaban al aire mientras se ofrecía el sacrificio, rogando al ídolo de
Guanacauri por la salud y prosperidad del Inca, y que a ellos los favoreciese y
tuviese de su mano.
Item, daba el
Inca seis orejuelas pequeñas de plata y oro para este sacrificio, las cuales
enterraban en la guaca sobredicha. Hecho esto, se volvían con los aporucos e
insignias reales del carnero y sunturpaucar, y en una quebrada que está en el
camino, sus padres y deudos, quitándoles las hondas que llevaban en las manos,
con ellas los azotaban en los brazos y piernas, diciéndoles: “Sed hombres de
bien y valientes como nosotros, y recibid esta virtud y gracia que nosotros
tenemos, para que nos imitéis”. Luego les tornaban a dar las hondas y hacían un
baile cantando, llamado guari; el cual acabado, se venían al Cuzco con el mismo
acompañamiento y solemnidad con que habían salido. Llegados a la plaza
principal, dicha Aucaypata, hacían reverencia a las guacas, y sus padres y
parientes los volvían a azotar con las hondas como antes.
Tras esto,
hacia toda la gente que allí se hallaba el dicho taqui o baile llamado guari,
tocando unos caracoles grandes de la mar, al cual se seguía el dar los mozos de
beber a sus padres y deudos. Acabado el baile y bebida, mataban los sacerdotes
con ciertas ceremonias los carneros aporucos, y repartían su carne entre los
dichos mancebos, dando a cada uno una pequeña parte, la cual comían cruda,
diciendo que con ella recebian fuerza para siempre. Concluido con esto, se iban
todos a sus casas y los sacerdotes volvían a sus lugares los ídolos del sol y
demás dioses.
Los seis días
siguientes no entendían en cosa más que en holgarse en sus casas y los
muchachos en descansar de los trabajos pasados y aparejarse para los venideros.
A mediado el mes, tornaban a la plaza con sus padres y parientes como la
primera vez, y puestos en la presencia del Inca, les daba el sacerdote del sol
ciertas vestiduras: camiseta bandeada de colorado y blanco y manta blanca con
cordón azul y borla colorada, y los parientes las ojotas dichas de la paja
llamada coya. También daba el sacerdote del sol otro vestido colorado y blanco
a cada una de las doncellas señaladas para servir en esta fiesta; y toda esta
ropa que se debe a los unos y a los otros era de la que se hacía de tributo
para la Religión, y por eso la repartía el sacerdote en nombre del sol.
Vestidos desta librea los mancebos, tomaban en las manos unos bordones de palma
llamados yauri, que en lo alto tenían unas cuchillas de cobre, y algunos de
oro, a manera de hacha, de los cuales colgaba una poca de lana, las guaracas o
hondas y la paja que arriba dijimos; y teniéndolos derechos como pica, hacían
adoración a las guacas y el acatamiento acostumbrado al Inca, y se partían con
sus parcialidades y deudos al cerro de Anaguarque, que está cerca del de
Guanacauri.
En este
acompañamiento iban las doncellas que habían recebido los vestidos, cargadas de
unos cantarillos pequeños de chicha, para dar de beber a la gente del, y las
insignias reales sobredichas del sunturpaucar y carero vestido, con otros seis
oporucos como los de arriba, y hacían con ellos lo mismo, y otros seis corderos
pequeños que sacrificaban como en Guanacauri. La razón por que iban a este
cerro y adoratorio, era porque se habían de probar en correr, y hacían aquí
esta ceremonia, porque contaban que esta guaca quedo tan ligera desde el tiempo
del Diluvio, que corría tanto como volara un halcón. Llegados a la dicha guaca,
los muchachos ofrecían un poco de lana y los sacerdotes hacían las mismas ceremonias
y sacrificios que en el primer cerro.
Tornabanlos a
azotar con las hondas los viejos sus parientes, diciéndoles que no fuesen
perezosos en el servicio del Inca, avisándoles que serían castigados por ello,
y trayéndoles a la memoria la causa por que se hacía aquella solemnidad y las
victorias que habían habido los Incas mediante el esfuerzo de sus padres. Lo
cual acabado. Se sentaba toda la gente y hacían el taqui llamado guari; y
mientras se hacía, estaban en pie los caballeros noveles con sus bordones en
las manos, que eran las armas que les daban.
Después del
dicho taqui, se levantaban todas las doncellas y bajaban corriendo hasta el pie
del cerro, y allí esperaban con sus cantaros de chicha a los mancebos, para
darles de beber; a los cuales empezaban a llamar a voces, diciendo: “Venid
presto, valientes mancebos, que aquí os estamos esperando.” Y luego ellos se
ponían en muchas hileras, unos en pos de otros, y detrás de cada hilera de los
dichos mozos otra de hombres mayores, que servían de apadrinarlos, cada uno de
los cuales tenía cuenta con el caballero a quien había de ayudar, si se
cansase. Delante de todas las hileras se ponía un indio vestido galanamente, y
daba una voz, a la cual partían de carrera todos con gran furia, y algunos
solían lastimarse pesadamente. Llegados abajo, daban las doncellas de beber
primero a los padrinos y después a los ahijados.
Iban también
al cerro de Sabaraura, y quemaban otros seis corderos y enterraban otros
tantos, y allende desto, cada uno ofrecía lo que llevaba. Tornabanlos a azotar
como las otras veces, y de allí volvían al Cuzco, y entrando en la plaza, iban
haciendo su humillación a las guacas y al Inca, y sentándose las parcialidades
de Hanancuzco y Hurincuzco, cada una aparte, quedándose en pie los caballeros
mozos por espacio de un rato, volvían a hacer el dicho baile y cantar guari, y
tornaban a azotarlos por la forma dicha. Ya que era hora de recogerse, se iba
el Inca a su palacio acompañado de la gente cortesana, y los caballeros
mancebos, con el mismo acompañamiento que antes, se partían para el cerro de
Yavira, que está en derecho de Carmenga, donde ofrecían el sacrificio que en
los otros y recebian las guaras, que eran sus zaraguelles o panetes, los cuales
no se podían poner hasta aquel tiempo y con aquellas ceremonias. Ponianles
también ciertas celadas en las cabezas, y de parte del Inca les daban unas
orejeras de oro, que se ataban a las orejas, diademas de pluma y patenas de
plata y de oro, que se colgaban del cuello; lo cual acabado, hacían otra vez el
baile dicho y azotaban a los mancebos; con que daban la vuelta para el Cuzco, y
entrando en la plaza, hacían la reverencia acostumbrada a los guacas.
Después de
todas las ceremonias dichas, iban estos caballeros a bañarse a una fuente
llamada Calispuquiu, que está detrás de la fortaleza, casi una milla de la
ciudad, y vueltos a la plaza, les ofrecían dones sus parientes, comenzando el
tío más principal, que daba a su sobrino una rodela, una honda y una maza con
que pelease en la guerra, y tras él le iban ofreciendo los demás parientes; con
que siempre venía a quedar remediado y rico el que se armaba caballero. Dabale
cada uno de los que ofrecían un azote, y le hacía una breve platica,
aconsejándole que fuese valiente y leal al Inca y tuviese gran cuenta con el
culto y veneración de las guacas.
Cuando se
armaba caballero el príncipe que había de suceder en el reino, le
hacían grandes
y ricas ofrendas todos los caciques principales que se hallaban presentes en
toda la tierra. Rematabase la solemnidad de este día con cierto sacrificio que
hacían a las guacas. A los últimos días del mes, sacaban a los dichos nuevos
caballeros a las chacaras y les horadaban las orejas, que era la postrera
ceremonia que con ellos hacían en armarlos caballeros.
Por fin y
remate deste mes y fiesta, se juntaba todo el pueblo en la plaza a un regocijo
y baile que llamaban Aucayo. Hacían para el gran cantidad de bollos de harina
de maíz amasada con sangre de los carneros que aquel día sacrificaban en cierta
forma y con particular solemnidad, y mandaban entrar en la ciudad a la gente
forastera que estaba detenida de todas las provincias del Perú. Puestos, pues,
en sus lugares por su orden los ministros destos sacrificios, que eran del
ayllu y linaje de Tarpuntay, daban a cada uno de los presentes un bocado de
aquellos bollos, diciéndolos que comiesen aquel manjar que les daba el sol para
contentarlos, y que no dijesen que no tenía cuenta con ellos, como con los
demás que habían hecho aquella fiesta.
Sacaban estos
bollos en unos platos grandes de plata y oro de vajilla del sol, que estaban
dedicados para esto, y todos los recibían agradeciéndolo mucho al sol con
palabras y ademanes. En habiéndolos comido, les decían los sacerdotes: “Esto
que os han dado es manjar del sol, y ha de estar en vuestros cuerpos por
testigo, si en algún tiempo dijieredes mal del o del Inca, para manifestarlo y
que seáis castigados por ello.” Y ellos prometían que no lo harían en su vida,
y que debajo desta condición recibían aquella comida. Gastaban en estos bailes
algunos días, bebiendo siempre sin descansar.
Hacían el son
con cuatro tambores grandes del sol, y cada tambor tocaban cuatro indios
principales vestidos de muy particular librea, con camisetas coloradas hasta
los pies con rapacejos blancos y colorados; encima se ponían unas pieles de
leones desollados enteros y las cabezas vacías, en las cuales les tenían
puestas unas patenas, zarcillos en las orejas, y en lugar de sus dientes
naturales, otros del mismo tamaño y forma, con alforjas en las manos, lo cual
todo era de oro. Ponianselas de manera que la cabeza y cuello del león les
sobrepujaban sobre sus cabezas, y el cuerpo les caía en las espaldas; y estos,
para empezar el baile, sacrificaban dos corderos, entregándolos a cuatro viejos
deputados para esto, que los ofrecían con mil ceremonias.
Esto concluido,
traían del ganado del Inca treinta carneros, y repartianlos en los que tenían
cargo de los sacrificios; a los cuales mandaba el Inca que los sacrificasen en
su nombre a todas las guacas del Cuzco; y así se repartían entre ellos con
treinta piezas de ropa. Allende lo cual tomaban treinta haces de leña labrada
y, vestidos como hombres y mujeres, los quemaban y ofrecían al sol, por la
fuerza de los que se habían horadado las orejas y porque viesen muchos días
como aquellos.
El postrero
día del mes iban a la plaza del cerro de Puquin, llevando dos carneros grandes,
uno de plata y otro de oro, seis corderos y otros tantos aporucos vestidos, con
seis corderos de oro y plata, conchas de la mar, treinta carneros blancos y
otras tantas piezas de ropa, y lo quemaban todo en el dicho cerro, excepto las
figuras de oro y plata. Y con esto se daba fin a la fiesta de Capac-Raymi, que
era la más grave y solemne de todo el año. Era de tanta estimación y honra
entre esta gente el horadarse las orejas, que si acaso se le rompían a alguno
al tiempo de horadárselas, o después, lo tenían por muy desdichado; y tenían
puesto su mayor cuidado en que los horados fuesen muy grandes; y para que
fuesen dando de si y haciéndose mayores, metían en ellos unos hilos de algodón,
y cada día los iban poniendo más gruesos, con que venían a crecer tanto los
horados, que traían encajados en ellos por zarcillos unos rodetes mayor cada
uno que un real de a ocho.
Esta y otras narraciones de la
ceremonia, refieren que los jóvenes para ser iniciados, eran recibidos por
todos los dioses, presidido por Viracocha, al que acompañaba el sol y los otros
dioses. Esto no deja duda del conocimiento iniciático que tenían los incas, la
planificación de la ceremonia y la pulcritud de los participantes, muestran lo
refinado y solemne de los actos, que conforme va evolucionando el conjunto de
eventos, van integrándose a ella nuevos elementos y personajes, así como el
cambio de la vestimenta y el acto de horadar las orejas, los transformaban en
su subconsciente como únicos y diferentes.
Cuando llegaron los españoles y se
contactaron con el inca, notaron que este y sus acompañantes tenían unos
rodetes en los lóbulos de las orejas, por ello los llamaron “orejones” sin entender porque este grupo
de hombres los tenían, mientras el común de los habitantes no.
Los orejones preferían morir en las
batallas antes que rendirse, por el compromiso juramentado que habían contraído
con el dios supremo Viracocha, el creador del mundo, padre del sol y la luna,
cuyos hijos, los incas gobernaban en su representación al imperio. Esta
ceremonia prolongada impregnaba en el subconsciente del iniciado, el
convencimiento de que era un hombre diferente
y superior al común de los hombres, la misma que se expresaba en forma
simbólica e iniciática por las camisetas
coloradas que vestían hasta los pies con rapacejos blancos y colorados; encima
del cual se ponían pieles de leones (Uturuncu) desollados enteros y las cabezas
vacías, en las cuales les tenían puestas unas patenas, zarcillos en las orejas,
y en lugar de sus dientes naturales, otros del mismo tamaño y forma, con
alforjas en las manos, lo cual todo era de oro. Los vestían de tal manera que
la cabeza y cuello del león les sobrepujaban sobre sus cabezas, y el cuerpo les
caía en las espaldas
Estos iniciados vivían su esoterismo
en un mundo iniciático, al que ingresaban en el solsticio de verano (Diciembre)
y salían por la puerta por donde salen los dioses renacidos, cuyo umbral se
hallaba en el solsticio de invierno (Junio). Este ingreso y salida lo hacían en
forma simbólica cada vez que se reunían.
La puerta de salida del mundo
cósmico, que iniciáticamente el umbral era el solsticio de invierno, en el
imperio de los incas se realizaba la fiesta del Inti Raymi, la fiesta del dios
Sol, el hijo del creador del mundo Viracocha, que era enviado a la tierra para
renovarla en un ciclo anual permanente, tal como lo había realizado Viracocha
al inicio, cuando creó el mundo, creo al sol y la luna y finalmente al hombre
(runa).
La fiesta del Inti Raymi, se
hacía, cuando se abría la puerta de salida del mundo iniciático inca, para que
surja el dios Sol, para perennizar su llegada y permanencia cíclica eterna en
este mundo, con el cual se renovaba en forma iniciática el periodo de las
cuatro estaciones del año. La solemnidad iniciática de esta fiesta, era tal, que
solo lo hacían el Inca y los varones del ayllu de sangre real, y no entraban en
ella ni sus propias mujeres, que se quedaban fuera en un patio. Les daban de
beber las mamaconas mujeres del sol, y todos los vasos en que comían y bebían
eran de oro.
Ofrecían a las estatuas de los
dioses, de parte de los Incas treinta carneros: diez a la del Viracocha, otros
diez a la del sol y otros diez a la del trueno; y treinta piezas de ropa de
cumbi muy pintada. En el Cerro Manturcalla, donde se celebraba esta fiesta, se
hacían gran cantidad de estatuas de leña de quishuar, labrada, y vestidas de
ropas ricas; estas estaban allí desde el principio de la fiesta, al fin de la
cual les ponía fuego y las quemaban, junto a seis aporucos que acompañaban. Las
cenizas y restos de huesos se recogían y regaban en un llano cerca del cerro a
donde solo podían ingresar los que lo llevaban. Luego del cual se bebía y comía
en la plaza de la ciudad del Cuzco hasta que anochecía y el Inca se recogía en
su casa y todos se marchaban a la suya.
Si quisiéramos hacer
comparación de esta festividad con respecto
a la fiesta del hemisferio norte, diremos que el 24 de junio nacía en
forma simbólica el dios Sol, en el hemisferio sur, mientras en el hemisferio
norte los dioses nacían el 25 de diciembre.
Para los iniciados Incas lo que era la puerta de salida en el
hemisferio norte, era la puerta de entrada. Y lo que era la puerta de entrada
en el hemisferio norte, era la puerta de salida.
Hace muchos años, escuche a mi
abuelo decir con mucho orgullo: Los
conquistadores europeos que llegaron a América son los descendientes de Adán y
Eva, aquellos que fueron expulsados del Jardín del Edén. Nosotros somos
descendientes directos de Viracocha y de sus hijos El Sol y la Luna. A nosotros
nadie nos expulsó del Jardín del edén, ¡Aún vivimos en él!
Retomando el pensamiento
judeo cristiano, la Iniciación[2] existe porque el hombre perdió el Paraíso y desea volver a él. Esta
pérdida del Paraíso ha sido denominada de maneras distintas en las culturas del
viejo medio oriente y Europa, siendo la denominación más familiar: La Caída del Hombre.
Los hebreos autores del génesis
bíblico, no supieron ofrecer una interpretación ni descripción simbólica
adecuada de dicho acontecimiento, solo esbozaron ese infausto “acontecimiento histórico”, centrando la
atención a los acontecimientos que suceden tras la muerte del hombre, pero no
consideraron lo qué sucedió antes del nacimiento.
El hombre, instintivamente, teme el más allá: lo que
primero viene a su imaginación son los infiernos y no el paraíso. Un calco de
la vida presente, una especie de sueño donde desaparece todo aquello que da a
la existencia su relieve y su sabor, un reino de las sombras poblado de
fantasmas errantes sin alegría. Un lugar donde hay tormentos, gobernado por un
“ente” castigador, que administra ese
lugar lúgubre hasta más no poder. Así le pusieron diversos nombres a este
castigador: Satanás, lucifer, diablo, el ángel caído, y un largo etc.
"Los incas creían en la resurrección universal sin imaginar penas ni gloria, sino
una vida similar a la que tenemos aquí, porque su espíritu no se elevaba más
allá de esta vida presente”.
Para ellos, la descendencia equivale
prácticamente a la inmortalidad[3]: los muertos viven en los
que continúan en la vida amándolos y alimentándose de ellos; la cadena vital
que hace vivos a los muertos funciona
por el amor:
"El muerto vive en el arrullo
de quien le ama, desde cuyos ojos seguirá admirando la luz, desde esos ojos
podrá llorar... Y esto en un espacio sin tiempo, en estancia sin principio ni fin". Esta
filosofía estaba presente en el respeto, manutención y adoración de las momias
de sus antepasados, quienes después de muertos habitaban en el Uku Pacha, que
era regido por el Supay, una divinidad ambivalente, muy distinta al diablo de
los conquistadores y de su religión judeo cristiana.
Dibujo de Guamán
Poma de Ayala en el que representa el mapa del espacio tiempo andino se puede
ver el “mayu”, la vía láctea y el ciclo del agua y la energía, recorrido
del sol y la luna desde el Titicaca hasta el mar. La Yaq’ana orina sobre la
tierra y el arco iris hace circular la energía.
El Sol cuando nace en el oriente
(este), surge del Uku Pacha y se eleva al Hanan Pacha donde permanece durante
el día vitalizando el Kay Pacha, y al término del día se dirige al poniente
(oeste), nuevamente al Uku Pacha. Es decir el eterno nacer y morir del dios
Sol, es semejanza al nacer y morir del hombre. El Sol permanece ausente del
Hanan Pacha, que es velada por su esposa la Luna, mientras su existencia transcurre
en un mundo que no era tenebroso, donde están todos los muertos, que renacerán
conforme a los designios de sus dioses. Su permanencia en el inframundo estaba
regido por el Supay y la Pacha mama (madre tierra) necesita de la ayuda del
dios Inti (Sol), Quilla (Luna), Lluvia (Kon) y otros para lograr el milagro de
la vida y su desarrollo cíclico del mundo,
todo ello supeditado a la voluntad de Viracocha el creador del mundo y
su hijo el Sol, quienes gobernaban el mundo a través del Inca que vivía en el
ombligo del mundo el Cuzco. Por esta razón todos estos dioses vivían en
armonía, y los hombres imitándolos hacían lo mismo.
Aún a
riesgo de sesgar nuestro punto de vista, debemos decir que no todas las
religiones pintan a sus deidades con el halo de omnisciencia (saberlo todo) e
inmortalidad que otorga el cristianismo a su dios. Si bien los dioses
mesopotámicos (3,700 a.C.) eran invisibles a los ojos humanos, eran
antropomorfos, y también tenían necesidades humanas, como lo indican sus
representaciones. Ellos habitaron este mundo mucho antes que los seres humanos,
practicaban la minería, agricultura y construyeron los sistemas de riego para
cubrir sus necesidades. Tuvieron entonces que trabajar en la construcción y
mantenimiento de los canales de agua, en la siembra y en la cosecha de sus
productos. Salvo los dioses principales -que no pasaban de cuatro: Anu, Enlil,
Enki y Ninnusarg-, todas las divinidades cumplieron tales tareas. La humanidad,
entonces, fue creada por ellos para servirlos y evitarles la rudeza del trabajo.
Así narra las tablillas sumerias.
Los
egipcios e hindúes también en forma similar narran de sus dioses que
convivieron con el hombre, sea como su rey, sea como su dios, o peleando
guerras entre ellos, donde los vencidos cual humano eran eliminados o
desterrados. Algunos de estos dioses ampararon al hombre y se enemistaron de
sus congéneres, otros simplemente usaban al hombre para su servicio.
Esta
percepción de lo divino es ajena al Cristianismo y a otras religiones que
tienen como patriarca a Abraham. Esta manera de comprender el universo y lo
sobrenatural, en Mesopotamia, India y Egipto, no hacía insalvable al hombre su
divinización, al menos para la clase dirigente. Un conquistador extranjero
podía ser aceptado como gobernante divino o semidivino si en la relación con
sus súbditos manejaba, al menos, los elementos simbólicos que habían usado sus
predecesores. En Egipto funcionaron como faraones el persa Cambises y el griego
Alejandro Magno.
Los incas
y aztecas, dicen que llegaron sus dioses, que vivieron con ellos enseñándoles
la agricultura, ganadería, el arte de construir y otros aspectos de sus
culturas, al término de ello, partieron con la promesa de volver. Por esta
razón cuando llegaron los conquistadores españoles, los incas y aztecas que esperaban
el retorno de sus dioses que había sido prometido, los confundieron, así los
incas consideraban que era el retorno de Viracocha[4] y los aztecas el retorno
de Quetzalcóatl[5].
Ni
aztecas ni incas comprendieron en un principio, la distancia insalvable con los
españoles, ni pudieron entender que los conquistadores eran a la vez soldados y
misioneros de una fe religiosa, de una religión que los hacía, incluso a ellos
mismos, pecadores por el solo hecho de haber nacido (pecado original por ser
descendientes de Adán y Eva). Eso fue y es aún difícil de comprender, no había
salvación terrena o divina fuera de la Iglesia Católica. Todos los habitantes
de América estaban en las filas de los enemigos de Dios, por el solo hecho de
haber nacido o vivido antes de la llegada de Colón. Este era un continente
donde la relación con sus semejantes convertía al hombre en culpable, “por haber nacido en el nuevo mundo”.
El cristianismo
español no hizo concesiones y apoyó sin reparos la construcción de un estado,
convirtiéndose en su sostén ideológico. Los espacios de respiro a las
religiones no cristianas solo existieron cuando la magnitud del territorio y el
volumen incluso decreciente de los indígenas hacían imposible que se cumpliese
la compulsiva labor misionera. El comportamiento de los oficiales de la iglesia
cristiana se nutría también de varios factores: el más visible era la condición
de ser parte de la hueste conquistadora y tener, por lo tanto, derecho a
imponer condiciones. Había también razones jurídicas: una bula papal daba
legalidad al ejército de ocupación e imponía como condición la conversión al
catolicismo de los reyes derrotados y de todos sus súbditos. Esta convicción de
ajustarse a la ley hizo pensar, incluso a los historiadores modernos, que el
lenguaje jurídico era expresión de la realidad; por eso tenemos millares de
publicaciones que describen la jurisprudencia como correlato preciso del
funcionamiento de instituciones y personas.
Las panacas (familias
nobles descendientes de los Incas) cuzqueñas vacilaron entre una adaptación
humillante, pero conveniente, y una revolución libertadora que restaurase sus
privilegios. Desde 1,569 los nietos de los Incas reclamaban sus derechos
siguiendo las reglas de la legalidad europea. Fue así que "se presentaron ante el Licenciado Juan de
Ayllón para solicitar que se recibiera una información probando su ascendencia
real y las conquistas de Tupac Yupanqui".
Estos
nobles habían asumido su condición de soberanos en desgracia y reclamaban, al
menos, parte de las ventajas que se otorgaban a los nobles de España en
situaciones parecidas. Para hacerlo debió descartar su propio universo
religioso, por lo menos en lo que se refiere a la vida pública, y dar muestras
de ser buenos cristianos. Esto significaba dar importantes donativos a
las iglesias locales e inclusive retratos suyos y de su familia adorando al dios
español.
Pero no
todos los nobles incas se comportaron así, Manco Inca, hijo de Huayna Capac y
Mama Runtu, permaneció en la mítica Vilcabamba (ubicada en lo que hoy es
Espíritu Pampa por algunos estudiosos) hasta su muerte en 1,554. Sus hijos más
notorios, Sayri Tupac, Tupac Amaru y Titu Cussi Yupanqui, ocuparon su lugar en
muy distintos momentos liderando lo que se ha llamado resistencia incaica. No
sabemos mucho acerca de la vida al interior de Vilcabamba, incluso su ubicación
exacta todavía es debatida. En verdad las estrategias de los Incas mencionados
variaron notablemente, desde la confrontación abierta hasta varios acuerdos con
las autoridades de la Colonia medianamente cumplidos.
Todo
acabó cuando el virrey Toledo ordenó el exterminio de lo que consideró un foco
de subversión, más por lo que podía representar frente a los antiguos
seguidores de los Incas que por la amenaza concreta que significaban. Lo
importante es que al mismo tiempo que la nobleza vencida asumía la rebeldía
como bandera, otro grupo -no menos visible en su liderazgo- prefería jugar la
carta de la legalidad europea y por lo tanto renunciaba a sus dioses para
obtener magros pero reales beneficios.
Estos
eran los caminos de los descendientes de las panacas reales,
nacidos en su mayoría en el Cuzco. Muchos de ellos fueron conscientes del poder
de la escritura (la legal y la sagrada), y se rodearon de traductores y
asesores, incluso españoles, para medir y acrecentar sus bienes y sus
ambiciones. Todo esto nos indica que los rebeldes, o sumisos, de la clase
dirigente incaica ya eran conscientes de que la presencia europea era
inevitable y aun en rebeldía había que pactar con ella.
El virrey
Toledo cambió esta línea de negociaciones al invadir Vilcabamba y redujo a los
incas sumisos a la lista de los muchos -españoles, criollos, mestizos o
indígenas- que clamaban mercedes por méritos a la Corona. Ninguno de estos
esfuerzos o gestos militares o cortesanos eran accesibles a los tributarios.
Sus jefes locales o curacas vivían tratando de mantener el
complicado equilibrio de ser funcionarios coloniales y esquilmar a su propia
gente al tiempo que los protegían escondiendo a un grupo de ellos y declarando
cifras falsas de tributarios y contribuciones. El juego era peligroso, ni el
corregidor de indios ni el doctrinero confiaban en él y en ocasiones las
nacientes autoridades indígenas paralelas a su mando, como envarados y
alcaldes, le hicieron la vida imposible. A veces los propios indígenas
delataban su siempre compleja red de arreglos ilegales.
Luego de
la Conquista, ser curaca era invariablemente el resultado de
una negociación. Cuando de quebró el orden impuesto por la guerra de los
encomenderos, se aceleró las migraciones internas: mitimaes y yanaconas
debieron optar por volver a sus lugares de origen o permanecer en donde
residían, pero sobre la base de necesidades inmediatas o premuras bélicas.
Sobre esta complicada e impredecible movilidad espacial era muy difícil
constituir una autoridad que negociase con los invasores, si esto se lograba
poco importaba si su poder tenía el sustento incaico o colonial o era el fruto
de una improvisación afortunada. La supervivencia no dejaba espacio a
reflexiones elaboradas.
Había que
crear o reforzar lealtades. Como las bases en que se movía la ética o moral de
los europeos -cuyas actitudes tropezaban abiertamente con su prédica- eran
incomprensibles, las alianzas entre los curacas y sus súbditos
tenían que asentarse en lo que aún hoy se llama "la costumbre"; es decir, la milenaria escala de valores
andinos que bajo la presión de las circunstancias iba construyendo lo que en un
par de siglos más - hacia el final del virreinato - sería el eje de la religión
andina contemporánea.
Antes de la llegada de los europeos,
los sacerdotes y los iniciados (El Inca, los hijos de la clase noble y
escogidos) simbólicamente marcaron las puertas de ingreso y salida de su mundo
iniciático, en los solsticios, al igual que otras culturas ancestrales del
mundo.
El dios que regía este mundo del uku
pacha era el Supay, Saqra, China, Tew, Tío o como quiera denominársele, no era
un dios odiado o repudiado, aunque si inspiraba temor, se podía tratar con él
para obtener favores mediante un pago u ofrenda que se hacía en un ritual o
suerte de misa denominada la “mesada”[6] donde entregaba licor
(chicha fermentada), hojas de coca escogidas (quintos), llampu (piedra caliza),
tejidos, mullu (concha de abanico), semillas y otros. Esta forma de trato entre
los dioses y el hombre también fue practicado por los sumerios y egipcios,
antes que los caralinos difundieran su práctica por el mundo andino.
[1] El aporuco era un carnero blanco, que criaban para que participe en sus
ceremonias, a este nunca lo mataban, en ocasiones le sacaban sangre de su brazo
para sus ceremonias. Es menester decir que los incas no conocieron el carnero u
ovino, los españoles llamaron carneros a las llamas y alpacas de fibra larga,
que tienen una apariencia de carnero.
[3] La ciencia
actual ha demostrado que en nuestros genes, se mantiene los códigos genéticos
de nuestros antepasados u ancestros. ¿Sabían de esto los Incas? Y por esta
razón cuidaban de sus ancestros momificados, o es una simple coincidencia.
[4] La profecía del
retorno de Viracocha fue anunciado por el Inca Huayna Capac. En su lecho de
muerte, que se dirigió a sus sacerdotes y funcionarios de la siguiente manera:
"Nuestro padre
el sol me ha revelado que después de un reinado de doce Incas, de sus propios
hijos, aparecerán en nuestro país una raza desconocida de hombres que sepultará
nuestro imperio. Ellos, sin duda, pertenecen a las personas cuyos mensajeros
han aparecido en nuestra orilla. Asegúrense de ella, estos extranjeros llegarán
a este país a cumplir la profecía."
[5] El retorno de
Quetzalcóatl fue anunciado a Moctezuma de la siguiente manera:
Señor y rey nuestro,
es verdad que han venido no sé qué gentes y han llegado a las orillas de la
gran mar [...] y las carnes de ellos muy blancas, más que nuestras carnes,
excepto que todos los más tienen barba larga y el cabello hasta la oreja les
da. Moctezuma estaba cabizbajo, que no habló cosa ninguna, y se creyó que éste
era el dios Quetzalcóatl. Como oyó la nueva, Moctezuma despachó gente para el
recibimiento de Quetzalcóatl, porque pensó que era el que venía, porque cada
día le estaba esperando, y como tenía relación que Quetzalcóatl había ido por
la mar hacia el oriente, y los navíos venían de hacia el oriente, por esto
pensaron que era él...
Muchos presagios
funestos se habían presentado en aquellos días, y esto mantenía pensativo a
Moctezuma. El tlatoani de Tenochtitlan se apresura a enviarle a Cortés varios
obsequios, como los atavíos de algunos dioses, entre ellos los de Quetzalcóatl.
Según fray Bernardino de Sahagún, las palabras de Moctezuma fueron:
Mirad que me han
dicho que ha llegado nuestro señor Quetzalcóatl. Id y recibidle [...] Veis aquí
estas joyas que le presentéis de mi parte, que son todos los atavíos sacerdotales
que a él le convienen...
[6] Literalmente
es una mesa servida para ofrecer ofrendas,
que se hace en el suelo, colocando una manta y sobre ella las ofrendas
para el dios o las divinidades ancestrales.
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