Hacia el 1346 a. C., cuando apenas contaba con diez años de edad, Tutankamón llega al trono de Egipto, tras la desaparición de Esmenjkare, misterioso sucesor del herejeAkhenatón. Tutankamón representa el regreso al culto antiguo del dios Amón, pero su reinado será muy breve. Ya que hacia el 1337 a. C. muere, siempre se había pensado que por una infección provocada por una fractura de rodilla mal curada, pero ahora se añade la posibilidad de que padeciera paludismo, lo que contribuiría a su repentina muerte. Sea como fuere es sepultado en el Valle de los Reyes, y la tumba de este efímero y joven faraón de la dinastía XVIII va a ser uno de los descubrimientos míticos de la egiptología. Hay que mencionar que los hábitos funerarios y las tumbas reales van cambiando en el Egipto antiguo, en principio los faraones eran enterrados en mastabas, luego, durante el Imperio Antiguo (desde la Dinastía III) en las grandes pirámides de ascensión del faraón hasta encontrarse con Re. Y durante el Imperio Nuevo los faraones van a ser sepultados en el llamado Valle de los Reyes, un inaccesible lugar de las montañas tebanas, ante el constante peligro de los saqueadores. Los sepulcros reales ahora se segregan del templo funerario y se asimilaban al mundo subterráneo, en el que el faraón como Osiris, Dios del más allá, se unía a Re tras un largo viaje nocturno. Las tumbas eran consideradas la morada eterna del faraón y debía contener todo lo necesario para facilitar su vida eterna en el Más Allá. A pesar de lo recóndito del lugar las tumbas del Valle de los Reyes fueron expoliadas desde la Antigüedad, pero, curiosamente, la tumba del joven Tutankamón fue la única que sobrevivió casi intacta a los saqueos.
Sello de una de las capillas doradas, tal y como lo encontró Carter.
Su hallazgo se produjo el 4 de noviembre de 1922 gracias al empeño del británico
Howard Carter, que no cejó hasta descubrirla tras cinco campañas fallidas. La tumba se denominó
KV62, la tumba nº 62 del Valle de los Reyes, y lo primero que nos llama la atención es que estaba condicionada por la repentina muerte del faraón. Ya que estamos ante la tumba del gran Visir de Tutankamón,
Ay, que fue modificada con premura para albergar al joven faraón. De esta forma, se trata de una tumba pequeña, con un espacio reducido para albergar el gran ajuar funerario del rey. Tras una escalera de 16 peldaños y un pasillo descendemos hasta las
cuatro estancias que forman la tumba de Tutankamón: la
antecámara, el
anexo, y en un nivel inferior, la
cámara funeraria y la
cámara del tesoro, cada una de ellas con su respectiva función contenedora y ritual. Howard Carter determinó que la tumba sufrió varios intentos de saqueo, pero que definitivamente fue sellada por los sacerdotes, y posteriores tumbas de los Ramses la protegieron para la eternidad.
Estructura de la tumba.
La
Antecámara contenía gran parte del mobiliario del rey, era un deposito con al menos setecientos objetos: cofres, lechos, altares, vasos de alabastro, carros, armas, vestidos, abanicos... Destacando, en la pared norte, dos figuras, los llamados
guardianes, que representaban a Tutankamón y custodiaban la entrada tapiada a la cámara funeraria. Eran dos figuras de madera pintada de negro y dorada, que representaban el soporte del
Ka, o espíritu del faraón. Un elemento destacado de la antecámara es la sublime
naos dorada en cuya superficie se plasman representaciones de ceremonias y escenas íntimas de la vida del faraón, como escenas de caza en las que es ayudado por su fiel esposa
Ankhesenamón. También encontramos el famoso trono de madera dorada con incrustaciones de pasta vítrea y piedras preciosas.
Uno de los guardianes.
Junto a la antecámara estaba el
Anexo en el que se encontraron gran cantidad de objetos fragmentados: vasos de piedra o diversos muebles, se ha interpretado como el almacén de aceites, comida y vino necesarios para la vida en el Más Allá, y curiosamente fue en esta estancia, la más modesta, donde entraron los ladrones. En 1923 se iniciaron los trabajos en la tercera estancia o
Cámara funeraria, única decorada con pinturas murales, y que cuenta con una altura de 3,65 metros. Las pinturas eran más propias de la tumba de un noble que la de un rey, como la representación del cortejo fúnebre en la pared oriental en el que aparecen figuras destacadas de su breve reinado: los visires del Alto y Bajo Egipto y el gran general
Horemheb. O en la pared norte donde está representado como Padre Divino
Ay, sucesor de Tutankamón, junto a otra escena donde el joven faraón aparece abrazado por Osiris. Mientras en la pared este se representa el peligroso periplo nocturno de doce horas, o
Am Duat, por el mundo subterráneo para llegar a Re, que es saludado por doce babuinos.
Vista de la cámara funeraria con las pinturas murales.
Estas pinturas flanqueaban la momia de Tutankamón que se hallaba protegida por tres ataúdes dentro de un gran sarcófago de piedra, y este sarcófago estaba dentro de cuatro grandes capillas doradas todas ellas maravillosamente decoradas con textos e imágenes simbólicas referentes al
Libro del Am Duat y al
Libro de los Muertos. Las puertas de las capillas estaban orientadas al este y entre ellas se depositaron ofrendas como arcos, flechas, báculos o bastones. Debajo de las capillas estaba el gran sarcófago de cuarcita amarilla que estaba protegido por la representación en cada una de sus esquinas de las diosas:
Isis,
Neftis,
Neit,
Selkit. En su interior Carter encontró tres ataúdes antropomorfos sucesivos, uno dentro de otro, muy similares: el primero era de madera de ciprés estucada con lámina de oro, el segundo de madera con incrustaciones vítreas de lapislázuli, y el tercero y último era de oro macizo, donde descansó la momia de Tutankamón y que representaba al faraón como Osiris.
Estructura de las capillas protectoras y los tres sarcófagos sucesivos.
Tutankamón aparece tocado por el
nemes con una diadema con la representación de las diosas protectores del Alto y el bajo Egipto, el buitre y la cobra. Y representado con los brazos cruzados sobre el pecho con los símbolos de la realeza egipcia, el báculo y el mayal, es absolutamente esplendoroso, representa la majestad del faraón. En el interior de este último sarcófago estaba la momia real junto con unos cientos de amuletos protectores y joyas, destacando la sublime
máscara de oro, que representa la idealización del faraón tocado, una vez más, con el
menes. Una de las piezas más perfectas del arte egipcio, cuya finalidad era la de protección última del rostro del faraón. A la que se añade un gran collar o
usekh situado sobre los hombros del faraón.
La belleza de la máscara de Tutankamón.
Una puerta abierta en la pared este de la cámara funeraria daba acceso a la cuarta estancia, la llamada
Cámara del tesoro. Dicha puerta estaba protegida por el Chacal o
Anubis, el guardián de los sepulcros, del tesoro, y de los
vasos capones, cubierto con un chal de lino y sobre un tabernáculo dorado. Justo detrás, encontramos una pequeña capilla de lámina de oro que albergaba los tradicionales vasos capones, contenedores de las vísceras momificadas de Tutankamón. Está capilla también está decorada y protegida por un bajorrelieve que representa a las cuatro diosas protectoras, antes mencionadas, en cada uno de sus lados, junto con un friso de las cobras reales o
ureos y jeroglíficos o discos solares alados. Una cámara del tesoro que contenía más treinta estatuas rituales de madera que representaban al faraón y a diversas divinidades del mundo subterráneo, como Osiris, junto con figuras de Tutankamón sobre una pantera o atacando a un hipopótamo, un animal que para los egipcios representaba el mal. Estatuas relacionadas con la complejidad funeraria del mundo egipcio, con el que también están vinculados los famosos más de cien
Ushebtis del faraón, sustitutos del faraón difunto en el Más Allá, que estaban guardados en cajas de madera pintadas de negro. Además numerosas maquetas de barcos, con un claro cometido ritual, marchar hacia el Más Allá, por eso sus proas estaban orientadas hacia el oeste lugar donde se pone el sol. Es muy curioso que en la cámara del tesoro se encuentren dos pequeños sarcófagos que contenían un feto momificado, que como mínimo se encontraba en el séptimo mes de gestación, y con otro feto más pequeño y frágil. Ambos son de niña, y puede que fueran hijas del faraón. Un sarcófago dorado y una máscara funeraria acompañaban al más pequeño de los dos fetos femeninos momificados. En 1932 el experto en anatomía
Douglas Derry midió la momia en el interior del ataúd, que medía apenas 25 centímetros desde la cabeza a los pies. Y calculó que había nacido tras permanecer únicamente cinco meses en el vientre materno. Tutankamón hizo enterrar con él a sus hijas muertas prematuramente, para que le acompañaran en el largo viaje al Más Allá.
Howard Carter tras abrir el sarcófago de Tutankamón.
En definitiva, la tumba de Tutankamón es el más mítico sepulcro de la Historia de la humanidad y de la egiptología, un descubrimiento que se lo debemos al no menos mítico Howard Carter. Que tras el fin de la 1ª Guerra Mundial consagró seis años de su vida a la incansable búsqueda de Tutankamón, hasta que en 1922 logró hacer este gran hallazgo. Un hallazgo que por su dimensión, única tumba intacta descubierta de un faraón, se va a convertir en una leyenda, hasta el punto de tornarse en un lugar maldito. La famosa maldición de Tutankamón, provocada por la muerte repentina y en extrañas circunstancias de algunos de los que participaron en la célebre excavación arqueológica. Unas muertes que parece ser que fueron provocadas por el aire viciado de la tumba cerrada durante milenios, en el que desarrollaron bacterias y hongos que infectaron a los que respiraron ese aire. Lógicamente es sólo un mito, ya que Howard Carter, uno de los primeros en entrar en la tumba, murió diecisiete años después de muerte natural. El mismo Carter solía decir “...todo espíritu de comprensión inteligente se halla ausente de esas estúpidas ideas...”. La maldición es leyenda, pero lo que es indudable es que contribuyó a aumentar, aún más si cabe, el mito de joven Tutankamón, un irrelevante y breve faraón que ha pasado a la historia por su tumba y no por su labor de gobierno.
Bibliografía:
Nicholas Reeves. Todo Tutankamón. El rey. La tumba. El tesoro real. Crítica. 2001.
Howard Carter. La Tumba de Tutankhamón. Editorial Destino. 1976.
J. Padró. Historia del Egipto faraónico. Alianza. Madrid, 2003.
M. Mascort Roca. “El tesoro de un faraón Tutankhamón”. Historia National Geographic, nº 24. 2006.
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