CHRISTIAN GADEA SAGUIER
Las corrientes masónicas de la actualidad son organizaciones que se formaron a partir de la modernidad, pero en los albores del siglo XXI se hace insostenible, desde el punto de vista democrático y social, seguir manteniendo ciertas tradiciones propias de tiempos pretéritos. Conozco a muchos masones que no quieren saber nada de los rasgos fundamentales de la cultura contemporánea, y caprichosamente continúan cultivando sus costumbres con una visión del mundo en fase declinante.
La noción de modernidad y sus ideas afines como la ilustración y la secularización fueron ampliamente divulgadas por filósofos, historiadores y sociólogos, pero hay un aspecto que en la mayoría de los estudios se pasa por desapercibido. Releyendo a los intelectuales de la época y teniendo presente que estamos próximos a conmemorar el Día Internacional de la Mujer, encontré la oportunidad propicia para pensar la masonería desde la otredad.
Se podría datar –desde lo político– el inicio de la modernidad con la firma de los tratados de paz en Westfalia, documentos que a la vez dieron inicio a un nuevo orden en el centro de Europa basado en el concepto de soberanía nacional. La Ilustración tuvo en común un ambicioso programa de secularización, humanismo, tolerancia, cosmopolitismo, valores que asumió como propia la masonería de entonces con la creación de las dos potencias –en la actualidad con nombres diferentes– que lideranlas dos principales corrientes masónicas: La Gran Logia Unida de Inglaterra y el Gran Oriente de Francia. A ambos estándares les caracterizaba sobre todo un fervor por la libertad y la participación política.
Los ilustrados –entre ellos muchos masones– proclamaron su visión del mundo como universal, pero por «universal» se entendía que el mundo y el hombre se regían por un conjunto único de leyes naturales. El concepto de uno, de universal, de único no admitía la otredad, la diferencia. Por lo tanto la Libertad, la Igualdad y la Fraternidad fueron válidas únicamente entre varones en detrimento y enexclusión de las mujeres.
La modernidad no pudo concebir la igualdad en diferencia, pero no se debe condenar a sus ideólogos con los valores del presente siglo; un caudal de agua pasó debajo del puente de la historia y el río ya no es el mismo. Se fundamentó y sostuvo en la igualdad entre iguales y en la dominación de los diferentes. Entre esas dominaciones, el caso de la mujer tal vez sea el más paradigmático, tal como lo publicó la escritora francesa Simone de Beauvoir en El segundo sexo. La diferencia entre géneros fue atribuida por los hombres de la época como un hecho de naturaleza y no de cultura. No se preocuparon por desmontar la herencia inmemorial de esa inequidad entre géneros, pues lo concibieron como hechos biológicos, inmutables y no como construcciones sociales, políticas y culturales, tal como se admite en la actualidad.
La igualdad entre diferentes se vuelve viable recién a medidos del siglo pasado. Según el sociólogo Manuel Castells en El poder de la identidad, dos factores facilitaron este proceso: la globalización y la crisis del patriarcado. La revolución generada por las nuevas tecnologías de la información, la reestructuración del capitalismo, el debilitamiento del estado-nación, la fuerza política de los movimientos sociales y el surgimiento de nuevas identidades culturales forjaron una nueva forma de vida en sociedad: La sociedad en redes, con Internet como principal exponente. Por lo tanto, la globalización que se caracteriza, entre otras cosas, por flujos continuos de personas, capitales, bienes, servicios logró reactualizar los cimientos de la sociedad moderna.
Este proceso sacudió, y aún continúa, profundamente a una de las instituciones sociales más enraizadas en la vida de las personas: El patriarcado, definido por la historiadora Pilar Pérez en El lado oscuro de la secularización –una nota para el libro Laicismo Vivo publicado por la Gran Logia Equinoccial del Ecuador– como la autoridad del varón sobre la mujer y sus hijos. Una autoridad que fue impuesta desde el Estado, la Iglesia y la propia familia.
De allí que la identidad de los varones modernos se construyó desde una superioridad concebida desde la diferencia. Por su parte, la identidad de la mujer se edificó sobre representaciones de debilidad, sumisión e inferioridad. Sin embargo, en el primer tercio del siglo pasado, varios factores empezaron a resquebrajar los cimientos del patriarcado. Entre las acciones más destacadas se encuentran la institucionalización de la educación laica universal para las mujeres y su incorporación masiva en trabajos remunerados. A esto se suma, desde los últimos años, el uso masivo de la anticoncepción y la lucha de movimientos en procura de la libertad e igualdad en derechos.
Por lo tanto, el desmoronamiento de la familia patriarcal y las nuevas identidades de la mujer constituyen factores decisivos para el surgimiento de movimientos fundamentalistas religiosos que pretenden regresar a la mujer al antiguo orden, por lo que el proceso hacia la equidad de género no estará cerrado hasta que no desaparezcan las estructuras del patriarcado.
Ante estas transformaciones sociales y políticas que no se pueden negar o edulcorarlas ¿estará la masonería masculina debatiendo la necesidad de actualizar sus tradiciones y renovar sus estatutos para permitir la membresía femenina? ¿Se situarán al mismo nivel protagónico de los masones fundadores de las corrientes masónicas en el siglo XVIII?
Aquellos masones supieron valorar el legado y la historia que contenía la masonería antigua y la imprimieron junto a una acertada visión de futuro que incluyó la que elaboraron nuevos usos y costumbres y la redacción de una Constitución que dio vida a la masonería moderna, colocando el legado recibido en la vanguardia del pensamiento y la acción social y política.
Los fundadores de la corriente masónica del Derecho Humano supieron entender esa responsabilidad e instauraron la primera obediencia mixta internacional a fines del siglo XIX. A medio camino se encuentra el Gran Oriente de Francia, donde la mayor parte de los talleres recibe a las hermanas visitantes, aun cuando en su último Convento la posibilidad de membresía femenina quedó en status quo. En el crepúsculo de la modernidad queda la Gran Logia Unida de Inglaterra, pero ojalá encuentren el aliento que impulsó a sus fundadores, de lo contrario tal vez les aguarde una existencia que mira al pasado con nostalgia.
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