María, madre de Jesús 2 de 4
Robert Ambelain
En efecto, Tertuliano, que fue a investigas a la
propia Magdala (alis Tariquea según algunos, y que nosotros consideramos
erróneo), no pudo recoger allí información alguna; María Magdalena era totalmente desconocida en aquel lugar.
Esta investigación, efectuada entre los ambientes cristianos, debería haber
recogido, sin embargo, una tradición, por mínima que fuera, si esta mujer
hubiera existido. Pero no hubo nada de ello. Tertuliano nació hacia los años
150/160 de nuestra era, y murió hacia el 240. Su viaje se produjo hacia el año
200. Y luego nada más ... Pues bien, los Hechos de los Apóstoles, las Epístolas
de Pablo, las de Pedro, de Santiago, de Juan y de Judas, la Historia eclesiástica de Eusebio de
Cesarea, todos estos textos, que se afirman que son serios, todos ellos ignoran
también la existencia de dicha mujer.
Lo mismo sucede con la mayoría de los apócrifos
neotestamentarios. Lo que es más aún: algunos de ellos identifican a María,
madre de Jesús, con aquella que los evangelios canónicos denominan como María
de Magdala, cuando, en la resurrección de Jesús, éste pide a su primera
interlocutora que no le toque físicamente,
por no haber remontado todavía hasta su Padre. Comparemos simplemente esos
textos, y el lector quedará informado. Veamos, primero, el evangelio de Juan:
“El día primero de la semana, María Magdalena vino
muy de madrugada, cuando aún era de noche, al monumento, y vio quitada la
piedra (...) María se quedó junto al monumento, fuera, llorando. Mientras
lloraba, se inclinó hacia el monumento, y vio dos ángeles vestidos de blanco,
sentados uno a la cabecera y otro a los pies de donde había estado el cuerpo de
Jesús. Le dijeron: “¿Por qué lloras, mujer?”. Ella les dijo: “Porque han tomado
a mi Señor y no sé dónde lo han puesto”. Diciendo esto, se volvió para atrás y
vio a Jesús que estaba allí, pero no reconoció que fuese Jesús.
“Díjole Jesús: “Mujer,
¿por qué lloras? ¿A quién buscas?”. Ella, creyendo que era el hortelano, le
dijo: “Señor, si le has llevado tú, dime dónde le has puesto, y yo le tomaré”. Díjole Jesús:
“¡María!”. Ella, volviéndose, le dijo en hebreo: “¡Rabboni!”, que quiere decir
Maestro. Jesús le dijo: “No me toques, porque aún no he subido al Padre” ...
(Juan, 20, 1 a 17).
Se observará que la presunta María de Magdala había
ido al huerto de José de Arimatea con la intención de retirar de él el cadáver
de Jesús, y llevárselo. Y esto,
extraído del más célebre de los evangelios canónicos, aquél en el que se basan
todos los mistagogos de las sectas cristianas heterodoxas más descabelladas lo
mismo que los fieles de las iglesias ortodoxas a más no poder, esto confirma lo
que ya demostramos en el primer volumen de este estudio,[1] a saber, que los fieles de
Jesús contaban con llevarse su cadáver para retirar a su destino final lo que
llevaba de denigrante la primera inhumación. Si no se le podía dejar en la
tumba ofrecida por José de Arimatea, era porque ésta, en realidad, no era otra
cosa que la fosa infamante (fossa
infamia), en la que se echaba a los cuerpos de los condenados a muerte
después de su ejecución.
Segunda conclusión, José de Arimatea era,
efectivamente, el Ioseph-har-ha-mettim,
el “José de la fosa de los muertos” que ya desvelamos en una obra precedente, y
no un “consejero distinguido” como pretende Marcos (15, 43).[2]
Pero volvamos a la misteriosa María de Magdala:
Veamos ahora el Evangelio
de los Doce Apóstoles, que el gran Orígenes consideraba como uno de los más
antiguos evangelios conocidos, anterior incluso al Lucas actual:
“Las madres de este país han visto la muerte de sus hijos y van a la tumba
para ver el cuerpo de aquellos a los que lloran ... Ella abrió los ojos, porque
los tenía bajados, para no mirar al suelo a causa de los escándalos. Dijo con
alegría: ‘¡Maestro! ¡Mi Señor y mi Dios! ¡Hijo
mío! Has resucitado, has resucitado de verdad ...’. Y quería cogerlo y
besarlo en la boca. Pero él se lo impidió y le rogó, diciendo: ‘Madre, no me toques. Espera un poco ...
No es posible que nada carnal me toque hasta que yo vaya al cielo. Sin embargo,
este cuerpo es aquél con el que pasé nueve meses en tu seno ... Sabe estas
cosas, oh madre mía, sabe que soy yo,
a quien tú alimentaste. No dudes, madre,
de que yo soy tu hijo. Soy yo, quien
te ha dejado en manos de Juan cuando yo estaba colgando de la cruz. Ahora, madre mía, apresúrate en advertir a mis hermanos y decírselo’ ...”. (Cf. Evangelio de los Doce Apóstoles, fragmento
14º).
Pues bien, el evangelio de Juan, en el versículo 17
del capítulo XX, menciona la misma orden de Jesús a María de Magdala, de que fuera
a advertir a sus hermanos. Todo el
desarrollo es, por lo tanto, idéntico en los dos evangelios. Sólo que, mientras
en el de los Doce Apóstoles la
interlocutora de Jesús es su madre María, en los de Juan, de Lucas, de Marcos y
de Mateo, se trata de María Magdalena.
Veamos ahora el Evangelio
de Bartolomé. Seguimos encontrándonos ante el sepulcro, la mañana de la
resurrección:
“Y Jesús gritó en la
lengua divina: “¡Marikha! ¡Marima! ¡Thiath!. Lo que significa: ‘¡María! ¡Madre
del Hijo de Dios!’. María conocía el significado de estas palabras. Se giró y
dijo: ‘¡Maestro! ¡Hijo de Dios Todopoderoso! ... ¡Mi Señor y mi hijo! ...’. Y el Salvador le dijo:
‘Salud a tí, que has llevado la vida del
mundo entero! ¡Salud, madre mía, mi
arca santa! ¡Salud a ti, madre mía, mi
ciudad y mi lugar de reposo! ... Ve junto a
mis hermanos para decirles que he resucitado de entre los muertos’ ...”
(Cf. Evangelio de Bartolomé.2º
fragmento).
Veamos aún el Evangelio
de Gamaliel, que todavía no ha sido publicado con división en capítulos y
versículos. Fue descubierto en el año 1956, en un convento de Etiopía, por el
R.P. Van den Oudenrijn, de la universidad de Friburgo, con otro cuatro
manuscritos. Forma parte de lo que se ha dado en llamar los apócrifos etíopes,
y, como todos los otros ya conocidos, perteneció al viejo fondo primitivo de
los cristianos coptos de Egipto y de Abisinia, junto con el Evangelio de los Doce Apóstoles y el de Bartolomé. Y este Evangelio de Gamaliel nos confirmará también el valor de nuestro
descubrimiento.
Muy temprano, María,
madre de Jesús, fue junto a la tumba de su hijo. Cosa que resulta aún mucho
más plausifle, porque es más humano que el hecho de presentarnos a una mujer de
costumbres dudosas, que no pertenecía a la familia, como la primera en presentarse
a la cita con el difunto, dejando a la madre ajena a este piadoso deber.
Y María, madre
de Jesús, según este evangelio no encontró el cuerpo de su hijo, sino que
discutió con un desconocido, que ella supuso que era el hortelano, igual que en
los textos canónicos ya citados.
“Señor, esto es lo que
entristece, porque en esa tumba no he encontrado el cuerpo de mi hijo bienamado, para llorar sobre él,
lo que habría consolado mi tristeza ... Y ahora, si sois el guardián de este
huerto, os conjuro a que me informéis” ... Y Jesús le dijo: “María ... Ya has
derramado suficientes lágrimas hasta ahora ... Mírame el rostro, madre mía, para convencerte de que soy tu hijo ...” Y ella dijo entonces:
“Entonces has resucitado, oh mi señor y
mi hijo ...”. (Cf. Evangelio de
Gamaliel, extractos).
Es perfectamente evidente, para cualquiera que lo
vea con buena fe, que la escena relatada por esos tres evangelios antiguos es absolutamente idéntica a la descrita en Juan (20, 1-18), pero allá donde
este último pone en escena a una tal María de Magdala, desconocida por los
textos neotestamentarios posteriores (Hechos
de los Apóstoles, Epístolas diversas,
Historia eclesiástica, etc.), los
antiquísimos manuscritos coptos citados nos hablan por su parte, de María, madre de Jesús ...
Y vamos a ver ahora un argumento que reforzará el
que dimos en la obra precedente[3] sobre la identidad absoluta entre María, madre de
Jesús, y María de Magdala.
Tomemos para ello el importante estudio que el abad
Loisy, ilustre exégeta y probo historiador, consagró precisamente a ese
episodio de María en la tumba, la mañana de la resurrección, en su enorme
trabajo titulado Le quatrième évangile:
“Según san Efrén (Exposé de la concordance des évangiles, Moesinger,
268), las palabras: ‘No me toques ...’, etc., Jesús las habría dirigido a su madre, y parece seguro que el Diatessaron de Ticiano contaba de la madre de Jesús lo que nuestro
Evangelio cuenta de María de Magdala.
Lo mismo sucede con un tratado de Antioquía del siglo IV, falsamente atribuido
a Justino Mártir (Questions et réponses
de l’orthodoxie, q. 48, cf. Harnack, en Theol.-Literatur-Zeitung,
1899, p. 176), que no depende de san Efrén, sino que podría depender
también del Diatessaron. Es lícito
por lo tanto preguntarse si Taciano, en lugar de interpretar nuestro evangelio
(de Juan) por una tradición apócrifa, no
conocería, por el contrario, por uno u otro camino, el dato primitivo, y si
el evangelista que condujo a la madre de Jesús al pie de la cruz no le habría
dado un papel capital en el relato de la resurrección, y luego ese papel sería
atenuado en una redacción posterior, y trasladado a María de Magdala para
concordar con la tradición sinóptica ... Efrén
dice que María había dudado de la resurrección, tal como le había predicho
Simeón (cf. Lucas, 2, 35). (Sobre esa “duda”, véase nuestro libro: Évangiles synoptiques, tomo I, p. 359)”.
(Cf. Alfred Loisy, Le quatrième évangile,
París, 1921, E. Nourry, édit., p. 504).
Ya hemos leído a san Efrén: “María había dudado de la resurrección ...”. Efrén es el padre de
la Iglesia siríaca, asistió al concilio de Nicea, fue amigo de san Basilio y el
padre de la Escuela mística de Edesa. Nació hacia el año 306, y murió en el
373. Sus conclusiones exegéticas hicieron rechinar los dientes a algunos mistagogos
de pequeños cenáculos heterodoxos. Peor para ellos; este tipo de problemas
sobrepasa su entendimiento.
Porque si María, efectivamente (según la profecía
del viejo Simeón cuando tuvo lugar la presentación de Jesús al templo poco
después de su nacimiento [Lucas, 2, 25 y 34-35]: “y una espada atravesará tu alma ...”, debía
sufrir la pena más terrible que pueda sentir una madre, es que entonces tenía
que enfrentarse con la más horrible desesperación ante la muerte de su hijo, y eso implicaba que no creyera en su futura
resurrección ni en la deificación que le sucedería, y por lo tanto, que jamás había dado fe a sus palabras.
Lo que aparece confirmado por Mateo (12, 46-50), Marcos (3, 21), Juan (7, 2-4).
Realmente, había olvidado al arcángel Gabriel, si es que alguna vez hubo tal
arcángel.
Lo cierto es que toda la documentación aportada por el
abad Loisy y citada in extenso antes,
refuerza nuestra tesis, a saber, que en la tradición primitiva era a María, madre de Jesús, a quien se
dirigió Jesús resucitado, y no a María de
Magdala. Y esta ignorancia general de los textos neotestamentarios
ulteriores, como la de los Padres de la Iglesia ya citados, nos prueba que
jamás hubo una mujer con dicho nombre en el séquito de Jesús, al menos no una mujer distinta a su madre.
María, madre de Jesús, y María de Magdala son una sola y misma persona.
Por otra parte, una tradición eclesiástica pretende que
esta María de Magdala murió en Éfeso,
donde fue inhumada. A finales del siglo IX, el emperador León VI el Sabio
devolvió sus restos a Constantinopla. Es fácil comprender que se trataba de María, madre de Jesús, muerta e inhumada en
Éfeso ... Las leyendas provenzales del desembarque de las tres “Marías” en
Saintes-Maries-de-la-Mer y de los treinta y tres años de penitencia lacrimosa
de María de Magdala en la cima del pico de la Sainte-Baume,[4] donde
murió, fueron elaboradas en el siglo XI para esconder la verdad. Pronto
volveremos a este tema de las diversas tumbas de María.
Y ahora volvemos de nuevo, a través de otra serie de
argumentos, a las conclusiones de nuestra obra precedente, es decir, que María,
esposa de Judas de Gamala, madre de Jesús y de sus hermanas y hermanos, es la
misma María Magdalena, y por lo tanto que jamás existió una cortesana de alta
alcurnia que llevara dicho nombre.
En cuanto a la explicación admitida por el abad Loisy, a
saber, que se transfirió un personaje real a otro puramente imaginario,
simplemente para que el evangelio de Juan concordara con los de Mateo, Marcos y
Lucas, no creemos que sea válida. Porque entonces quedaría por justificar la
creación inicial de una María de Magdala. Esta explicación es muy sencilla, ya
la dimos en nuestra primera obra.[5] Sólo hacía
falta:
a)
suprimir toda alusión que permitiera adivinar que el Apocalipsis era en
realidad muy anterior a los evangelios, y que la historia de los “siete
truenos” era una peligrosa clave del problema;
b)
suprimir la prueba de que esos “siete truenos” eran siete hermanos, uno
de los cuales era Jesús, el primogénito, y que todos eran hijos de María, lo mismo que las jóvenes a las que los
evangelios canónicos llaman “sus hermanas” (cf. Marcos, 6, 3). Haciendo esto
podía al fin afirmarse la virginidad perpetua de María;
c)
hacer creer que la mujer que en el sepulcro, ante aquél a quien ella toma
por el hortelano, se desespera por la muerte de Jesús, y por consiguiente no
cree en absoluto en la resurrección prometida, no podía ser María, su madre. Y
por parte de una mujer extraña a la familia, eso resultaba más admisible.
Claro que quedan otros puntos curiosos en esta impostura
de los escribas del siglo IV. Por ejemplo, magdala
puede significar también peinadora,
perfumera, en arameo. María, en un momento dado de su vida, después de la
muerte de su esposo Judas de Gamala, bien pudo verse en la obligación de hacer
subsistir a sus hijos, y ponerse a ejercer esta profesión junto a algunas
mujeres de la aristocracia idumea.
En efecto, según el Talmud
de Babilonia (cf. Shabbath, 104
B, y Hagigag, 4 b), María habría
ejercido la profesión de peinadora, pero según el mismo Talmud de Babilonia (Sanedrín
106 b), al descender de los reyes de Israel, se habría comprometido con un
héresch, palabra hebrea que significa
bien un carpintero, bien un mago.[6]
Por otra parte, la aldea de dicho nombre evoca
curiosamente la ciudad zelote, ya que, con una sola letra de diferencia, Magdala es el anagrama de Gamala, sólo sobra la letra daleth. Y es sabida la importancia de
las trasposiciones de letras en la cábala. No se atreverían a hablar de María de Magdala y habrían añadido la daleth (d) para velar mejor ese nombre
que convenía no volver a pronuncia jamás: María
de Gamala, porque sino se establecería de inmediato una relación evidente
con Judas de Gamala.
Tenemos un ejemplo de esas trasposiciones de letras
en la toponimia de Francia, y es el de la célebre gruta de Lourdes. En la época
de María Bernarda Soubirous todavía se llamaba a esa gruta Massabielle. Pues bien, ese nombre no es sino la trasposición
anagramática de Beelissama, especie
de Astarté importada por los navegantes fenicios, y cuyo nombre no era otra
cosa que la deformación feminizada de Bell-Samîn,
el “Señor de los Cielos”. Y en la gruta de Massabielle, a comienzos de
nuestra era, se celebraba el culto a esa misma diosa Beelissama. Durante mucho tiempo, en la gruta donde Bernarda creyó
ver a la Virgen María, cuando contaba unos quince años, hubo un bloque de
mármol desconocido en los Pirineos, y que era un residuo de esas liturgias
paganas. Ese bloque desapareció rápidamente. Quizá fue el condensador delque se
desprendió, el 11 de febrero de 1858, la forma-pensada que impresionó el
psiquismo de la chiquilla. Un altar religioso siempre está más o menos cargado
magnéticamente.[7]
Volviendo a María, madre de Jesús, constataremos que
los manuscritos más antiguos del evangelio de Mateo nos precisan que “Jacob
engendró a José, el esposo de María, y José
engendró a Jesús” (cf. Mateo, 1, 16). Hecho confirmado por Saulo-Pablo: “
... acerca de su hijo, nacido de la
semilla de David según la carne”. (cf. Pablo, Epístola a los Romanos, 1,
3). Es evidente que esta semilla no
viene de María, sino de José, afirmación que prueba que en aquella época se le
daba a Jesús todavía un padre perfectamente carnal, lo que excluía la
virginidad de su madre. Si dudáramos de ello, no tendríamos más que releer la Vulgata latina de san Jerónimo, versión
oficial de la Iglesia católica, y leeríamos en ella que: “ ... de Filio suo, qui factur est ei ex semine
David secundum carnem ...” (cf.
Epistula ad Romanos: I, 3). Los originales griegos más antiguos utilizan el
término spermatos, que significa el
esperma masculino, lo mismo que el término semine
utilizado por Jerónimo.
Ocumenius (cf. Patrología
griega, CXVIII, col. 217) y Teofilacto, obispo de Acrida en Bulgaria antes
de 1078 (cf. Patrología griega, CXXII,
col 293), nos dicen: “Santiago, a quien el Señor hab´ria designado con
anterioridad obispo de Jerusalén, era el hijo de José el carpintero, el padre según la carne, de N. S.
Jesucristo”.
Así pues, hasta finales del siglo XI, en las
iglesias de Oriente no se ignoraba que Jesús había tenido un padre
perfectamente carnal, y que el Espíritu Santo no había tenido nada que ver en
esta generación.
[1] Cf. Jesús o el secreto mortal de los templarios,
pp. 241-258.
[2] Id.,
pp. 210-212.
[3] Cf. Jesús o el secreto mortal de los templarios,
pp. 109-114.
[4] Cf. Jesús o el secreto mortal de los templarios,
pp. 109-111. El demencial relato de la leyenda de María Magdalena, colocada
por los ángeles en un pico entonces inaccesible, y luego elevada por ellos cada
mañana hasta la cima más alta, para que se secara, dado que la gruta era muy
húmeda, es típico de la ingenuidad de las multitudes de la antigüedad.
[5] Cf. Jesús o el secreto mortal de los templarios,
pp. 112-114.
[6] El
pseudo-Orígenes, en su Contra Celso,
niega explícitamente que el evangelio calificara a Jesús de carpintero. No obstante, Marcos lo
afirma en su evangelio (6, 3), y con todas sus letras, en griego. Por lo tanto,
el texto de Marcos que el pseudo-Orígenes conoció en su época, era diferente al nuestro.
[7] Se
observará que Tomás de Aquino, san Bernardo, san Buenaventura y santa Catalina
de Siena se alinearon en la Edad Media en las filas de los adversarios de la
Inmaculada Concepción. Por lo visto a Catalina de Siena se le apareció la
Virgen María para confirmarle que no era en modo alguno inmaculada. Pues bien,
la Iglesia acaba de proclamar a Catalina de Siena “doctor de la Iglesia” ... ¿Cómo conciliar estas contradicciones”
Tomado del libro: LOS SECRETOS DEL GOLGOTA de Robert Ambelain.
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