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viernes, 2 de enero de 2015

María, madre de Jesús 2 de 4

María, madre de Jesús 2 de 4
Robert Ambelain

En efecto, Tertuliano, que fue a investigas a la propia Magdala (alis Tariquea según algunos, y que nosotros consideramos erróneo), no pudo recoger allí información alguna; María Magdalena era totalmente desconocida en aquel lugar. Esta investigación, efectuada entre los ambientes cristianos, debería haber recogido, sin embargo, una tradición, por mínima que fuera, si esta mujer hubiera existido. Pero no hubo nada de ello. Tertuliano nació hacia los años 150/160 de nuestra era, y murió hacia el 240. Su viaje se produjo hacia el año 200. Y luego nada más ... Pues bien, los Hechos de los Apóstoles, las Epístolas de Pablo, las de Pedro, de Santiago, de Juan y de Judas, la Historia eclesiástica de Eusebio de Cesarea, todos estos textos, que se afirman que son serios, todos ellos ignoran también la existencia de dicha mujer.

Lo mismo sucede con la mayoría de los apócrifos neotestamentarios. Lo que es más aún: algunos de ellos identifican a María, madre de Jesús, con aquella que los evangelios canónicos denominan como María de Magdala, cuando, en la resurrección de Jesús, éste pide a su primera interlocutora que no le toque físicamente, por no haber remontado todavía hasta su Padre. Comparemos simplemente esos textos, y el lector quedará informado. Veamos, primero, el evangelio de Juan:

“El día primero de la semana, María Magdalena vino muy de madrugada, cuando aún era de noche, al monumento, y vio quitada la piedra (...) María se quedó junto al monumento, fuera, llorando. Mientras lloraba, se inclinó hacia el monumento, y vio dos ángeles vestidos de blanco, sentados uno a la cabecera y otro a los pies de donde había estado el cuerpo de Jesús. Le dijeron: “¿Por qué lloras, mujer?”. Ella les dijo: “Porque han tomado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto”. Diciendo esto, se volvió para atrás y vio a Jesús que estaba allí, pero no reconoció que fuese Jesús.


“Díjole Jesús: “Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?”. Ella, creyendo que era el hortelano, le dijo: “Señor, si le has llevado tú, dime dónde le has puesto, y yo le tomaré”. Díjole Jesús: “¡María!”. Ella, volviéndose, le dijo en hebreo: “¡Rabboni!”, que quiere decir Maestro. Jesús le dijo: “No me toques, porque aún no he subido al Padre” ... (Juan, 20, 1 a 17).

Se observará que la presunta María de Magdala había ido al huerto de José de Arimatea con la intención de retirar de él el cadáver de Jesús, y llevárselo. Y esto, extraído del más célebre de los evangelios canónicos, aquél en el que se basan todos los mistagogos de las sectas cristianas heterodoxas más descabelladas lo mismo que los fieles de las iglesias ortodoxas a más no poder, esto confirma lo que ya demostramos en el primer volumen de este estudio,[1] a saber, que los fieles de Jesús contaban con llevarse su cadáver para retirar a su destino final lo que llevaba de denigrante la primera inhumación. Si no se le podía dejar en la tumba ofrecida por José de Arimatea, era porque ésta, en realidad, no era otra cosa que la fosa infamante (fossa infamia), en la que se echaba a los cuerpos de los condenados a muerte después de su ejecución.

Segunda conclusión, José de Arimatea era, efectivamente, el Ioseph-har-ha-mettim, el “José de la fosa de los muertos” que ya desvelamos en una obra precedente, y no un “consejero distinguido” como pretende Marcos (15, 43).[2]

Pero volvamos a la misteriosa María de Magdala:

Veamos ahora el Evangelio de los Doce Apóstoles, que el gran Orígenes consideraba como uno de los más antiguos evangelios conocidos, anterior incluso al Lucas actual:

“Las madres de este país han visto la muerte de sus hijos y van a la tumba para ver el cuerpo de aquellos a los que lloran ... Ella abrió los ojos, porque los tenía bajados, para no mirar al suelo a causa de los escándalos. Dijo con alegría: ‘¡Maestro! ¡Mi Señor y mi Dios! ¡Hijo mío! Has resucitado, has resucitado de verdad ...’. Y quería cogerlo y besarlo en la boca. Pero él se lo impidió y le rogó, diciendo: ‘Madre, no me toques. Espera un poco ... No es posible que nada carnal me toque hasta que yo vaya al cielo. Sin embargo, este cuerpo es aquél con el que pasé nueve meses en tu seno ... Sabe estas cosas, oh madre mía, sabe que soy yo, a quien tú alimentaste. No dudes, madre, de que yo soy tu hijo. Soy yo, quien te ha dejado en manos de Juan cuando yo estaba colgando de la cruz. Ahora, madre mía, apresúrate en advertir a mis hermanos y decírselo’ ...”. (Cf. Evangelio de los Doce Apóstoles, fragmento 14º).

Pues bien, el evangelio de Juan, en el versículo 17 del capítulo XX, menciona la misma orden de Jesús a María de Magdala, de que fuera a advertir a sus hermanos. Todo el desarrollo es, por lo tanto, idéntico en los dos evangelios. Sólo que, mientras en el de los Doce Apóstoles la interlocutora de Jesús es su madre María, en los de Juan, de Lucas, de Marcos y de Mateo, se trata de María Magdalena.

Veamos ahora el Evangelio de Bartolomé. Seguimos encontrándonos ante el sepulcro, la mañana de la resurrección:

“Y Jesús gritó en la lengua divina: “¡Marikha! ¡Marima! ¡Thiath!. Lo que significa: ‘¡María! ¡Madre del Hijo de Dios!’. María conocía el significado de estas palabras. Se giró y dijo: ‘¡Maestro! ¡Hijo de Dios Todopoderoso! ... ¡Mi Señor y mi hijo! ...’. Y el Salvador le dijo: ‘Salud a tí, que has llevado la vida del mundo entero! ¡Salud, madre mía, mi arca santa! ¡Salud a ti, madre mía, mi ciudad y mi lugar de reposo! ... Ve junto a mis hermanos para decirles que he resucitado de entre los muertos’ ...” (Cf. Evangelio de Bartolomé.2º fragmento).

Veamos aún el Evangelio de Gamaliel, que todavía no ha sido publicado con división en capítulos y versículos. Fue descubierto en el año 1956, en un convento de Etiopía, por el R.P. Van den Oudenrijn, de la universidad de Friburgo, con otro cuatro manuscritos. Forma parte de lo que se ha dado en llamar los apócrifos etíopes, y, como todos los otros ya conocidos, perteneció al viejo fondo primitivo de los cristianos coptos de Egipto y de Abisinia, junto con el Evangelio de los Doce Apóstoles y el de Bartolomé. Y este Evangelio de Gamaliel nos confirmará también el valor de nuestro descubrimiento.

Muy temprano, María, madre de Jesús, fue junto a la tumba de su hijo. Cosa que resulta aún mucho más plausifle, porque es más humano que el hecho de presentarnos a una mujer de costumbres dudosas, que no pertenecía a la familia, como la primera en presentarse a la cita con el difunto, dejando a la madre ajena a este piadoso deber.

Y María, madre de Jesús, según este evangelio no encontró el cuerpo de su hijo, sino que discutió con un desconocido, que ella supuso que era el hortelano, igual que en los textos canónicos ya citados.

“Señor, esto es lo que entristece, porque en esa tumba no he encontrado el cuerpo de mi hijo bienamado, para llorar sobre él, lo que habría consolado mi tristeza ... Y ahora, si sois el guardián de este huerto, os conjuro a que me informéis” ... Y Jesús le dijo: “María ... Ya has derramado suficientes lágrimas hasta ahora ... Mírame el rostro, madre mía, para convencerte de que soy tu hijo ...” Y ella dijo entonces: “Entonces has resucitado, oh mi señor y mi hijo ...”. (Cf. Evangelio de Gamaliel, extractos).

Es perfectamente evidente, para cualquiera que lo vea con buena fe, que la escena relatada por esos tres evangelios antiguos es absolutamente idéntica a la descrita en Juan (20, 1-18), pero allá donde este último pone en escena a una tal María de Magdala, desconocida por los textos neotestamentarios posteriores (Hechos de los Apóstoles, Epístolas diversas, Historia eclesiástica, etc.), los antiquísimos manuscritos coptos citados nos hablan por su parte, de María, madre de Jesús ...

Y vamos a ver ahora un argumento que reforzará el que dimos en la obra precedente[3] sobre la identidad absoluta entre María, madre de Jesús, y María de Magdala.

Tomemos para ello el importante estudio que el abad Loisy, ilustre exégeta y probo historiador, consagró precisamente a ese episodio de María en la tumba, la mañana de la resurrección, en su enorme trabajo titulado Le quatrième évangile:

“Según san Efrén (Exposé de la concordance des évangiles, Moesinger, 268), las palabras: ‘No me toques ...’, etc., Jesús las habría dirigido a su madre, y parece seguro que el Diatessaron de Ticiano contaba de la madre de Jesús lo que nuestro Evangelio cuenta de María de Magdala. Lo mismo sucede con un tratado de Antioquía del siglo IV, falsamente atribuido a Justino Mártir (Questions et réponses de l’orthodoxie, q. 48, cf. Harnack, en Theol.-Literatur-Zeitung, 1899, p. 176), que no depende de san Efrén, sino que podría depender también del Diatessaron. Es lícito por lo tanto preguntarse si Taciano, en lugar de interpretar nuestro evangelio (de Juan) por una tradición apócrifa, no conocería, por el contrario, por uno u otro camino, el dato primitivo, y si el evangelista que condujo a la madre de Jesús al pie de la cruz no le habría dado un papel capital en el relato de la resurrección, y luego ese papel sería atenuado en una redacción posterior, y trasladado a María de Magdala para concordar con la tradición sinóptica ... Efrén dice que María había dudado de la resurrección, tal como le había predicho Simeón (cf. Lucas, 2, 35). (Sobre esa “duda”, véase nuestro libro: Évangiles synoptiques, tomo I, p. 359)”. (Cf. Alfred Loisy, Le quatrième évangile, París, 1921, E. Nourry, édit., p. 504).

Ya hemos leído a san Efrén: “María había dudado de la resurrección ...”. Efrén es el padre de la Iglesia siríaca, asistió al concilio de Nicea, fue amigo de san Basilio y el padre de la Escuela mística de Edesa. Nació hacia el año 306, y murió en el 373. Sus conclusiones exegéticas hicieron rechinar los dientes a algunos mistagogos de pequeños cenáculos heterodoxos. Peor para ellos; este tipo de problemas sobrepasa su entendimiento.

Porque si María, efectivamente (según la profecía del viejo Simeón cuando tuvo lugar la presentación de Jesús al templo poco después de su nacimiento [Lucas, 2, 25 y 34-35]: “y una espada atravesará tu alma ...”, debía sufrir la pena más terrible que pueda sentir una madre, es que entonces tenía que enfrentarse con la más horrible desesperación ante la muerte de su hijo, y eso implicaba que no creyera en su futura resurrección ni en la deificación que le sucedería, y por lo tanto, que jamás había dado fe a sus palabras. Lo que aparece confirmado por Mateo (12, 46-50), Marcos (3, 21), Juan (7, 2-4). Realmente, había olvidado al arcángel Gabriel, si es que alguna vez hubo tal arcángel.

Lo cierto es que toda la documentación aportada por el abad Loisy y citada in extenso antes, refuerza nuestra tesis, a saber, que en la tradición primitiva era a María, madre de Jesús, a quien se dirigió Jesús resucitado, y no a María de Magdala. Y esta ignorancia general de los textos neotestamentarios ulteriores, como la de los Padres de la Iglesia ya citados, nos prueba que jamás hubo una mujer con dicho nombre en el séquito de Jesús, al menos no una mujer distinta a su madre. María, madre de Jesús, y María de Magdala son una sola y misma persona.

Por otra parte, una tradición eclesiástica pretende que esta María de Magdala murió en Éfeso, donde fue inhumada. A finales del siglo IX, el emperador León VI el Sabio devolvió sus restos a Constantinopla. Es fácil comprender que se trataba de María, madre de Jesús, muerta e inhumada en Éfeso ... Las leyendas provenzales del desembarque de las tres “Marías” en Saintes-Maries-de-la-Mer y de los treinta y tres años de penitencia lacrimosa de María de Magdala en la cima del pico de la Sainte-Baume,[4] donde murió, fueron elaboradas en el siglo XI para esconder la verdad. Pronto volveremos a este tema de las diversas tumbas de María.

Y ahora volvemos de nuevo, a través de otra serie de argumentos, a las conclusiones de nuestra obra precedente, es decir, que María, esposa de Judas de Gamala, madre de Jesús y de sus hermanas y hermanos, es la misma María Magdalena, y por lo tanto que jamás existió una cortesana de alta alcurnia que llevara dicho nombre.

En cuanto a la explicación admitida por el abad Loisy, a saber, que se transfirió un personaje real a otro puramente imaginario, simplemente para que el evangelio de Juan concordara con los de Mateo, Marcos y Lucas, no creemos que sea válida. Porque entonces quedaría por justificar la creación inicial de una María de Magdala. Esta explicación es muy sencilla, ya la dimos en nuestra primera obra.[5] Sólo hacía falta:

a)      suprimir toda alusión que permitiera adivinar que el Apocalipsis era en realidad muy anterior a los evangelios, y que la historia de los “siete truenos” era una peligrosa clave del problema;
b)      suprimir la prueba de que esos “siete truenos” eran siete hermanos, uno de los cuales era Jesús, el primogénito, y que todos eran hijos de María, lo mismo que las jóvenes a las que los evangelios canónicos llaman “sus hermanas” (cf. Marcos, 6, 3). Haciendo esto podía al fin afirmarse la virginidad perpetua de María;
c)      hacer creer que la mujer que en el sepulcro, ante aquél a quien ella toma por el hortelano, se desespera por la muerte de Jesús, y por consiguiente no cree en absoluto en la resurrección prometida, no podía ser María, su madre. Y por parte de una mujer extraña a la familia, eso resultaba más admisible.

Claro que quedan otros puntos curiosos en esta impostura de los escribas del siglo IV. Por ejemplo, magdala puede significar también peinadora, perfumera, en arameo. María, en un momento dado de su vida, después de la muerte de su esposo Judas de Gamala, bien pudo verse en la obligación de hacer subsistir a sus hijos, y ponerse a ejercer esta profesión junto a algunas mujeres de la aristocracia idumea.

En efecto, según el Talmud de Babilonia (cf. Shabbath, 104 B, y Hagigag, 4 b), María habría ejercido la profesión de peinadora, pero según el mismo Talmud de Babilonia (Sanedrín 106 b), al descender de los reyes de Israel, se habría comprometido con un héresch, palabra hebrea que significa bien un carpintero, bien un mago.[6]

Por otra parte, la aldea de dicho nombre evoca curiosamente la ciudad zelote, ya que, con una sola letra de diferencia, Magdala es el anagrama de Gamala, sólo sobra la letra daleth. Y es sabida la importancia de las trasposiciones de letras en la cábala. No se atreverían a hablar de María de Magdala y habrían añadido la daleth (d) para velar mejor ese nombre que convenía no volver a pronuncia jamás: María de Gamala, porque sino se establecería de inmediato una relación evidente con Judas de Gamala.

Tenemos un ejemplo de esas trasposiciones de letras en la toponimia de Francia, y es el de la célebre gruta de Lourdes. En la época de María Bernarda Soubirous todavía se llamaba a esa gruta Massabielle. Pues bien, ese nombre no es sino la trasposición anagramática de Beelissama, especie de Astarté importada por los navegantes fenicios, y cuyo nombre no era otra cosa que la deformación feminizada de Bell-Samîn, el “Señor de los Cielos”. Y en la gruta de Massabielle, a comienzos de nuestra era, se celebraba el culto a esa misma diosa Beelissama. Durante mucho tiempo, en la gruta donde Bernarda creyó ver a la Virgen María, cuando contaba unos quince años, hubo un bloque de mármol desconocido en los Pirineos, y que era un residuo de esas liturgias paganas. Ese bloque desapareció rápidamente. Quizá fue el condensador delque se desprendió, el 11 de febrero de 1858, la forma-pensada que impresionó el psiquismo de la chiquilla. Un altar religioso siempre está más o menos cargado magnéticamente.[7]

Volviendo a María, madre de Jesús, constataremos que los manuscritos más antiguos del evangelio de Mateo nos precisan que “Jacob engendró a José, el esposo de María, y José engendró a Jesús” (cf. Mateo, 1, 16). Hecho confirmado por Saulo-Pablo: “ ... acerca de su hijo, nacido de la semilla de David según la carne”. (cf. Pablo, Epístola a los Romanos, 1, 3). Es evidente que esta semilla no viene de María, sino de José, afirmación que prueba que en aquella época se le daba a Jesús todavía un padre perfectamente carnal, lo que excluía la virginidad de su madre. Si dudáramos de ello, no tendríamos más que releer la Vulgata latina de san Jerónimo, versión oficial de la Iglesia católica, y leeríamos en ella que: “ ... de Filio suo, qui factur est ei ex semine David secundum carnem ...” (cf. Epistula ad Romanos: I, 3). Los originales griegos más antiguos utilizan el término spermatos, que significa el esperma masculino, lo mismo que el término semine utilizado por Jerónimo.

Ocumenius (cf. Patrología griega, CXVIII, col. 217) y Teofilacto, obispo de Acrida en Bulgaria antes de 1078 (cf. Patrología griega, CXXII, col 293), nos dicen: “Santiago, a quien el Señor hab´ria designado con anterioridad obispo de Jerusalén, era el hijo de José el carpintero, el padre según la carne, de N. S. Jesucristo”.

Así pues, hasta finales del siglo XI, en las iglesias de Oriente no se ignoraba que Jesús había tenido un padre perfectamente carnal, y que el Espíritu Santo no había tenido nada que ver en esta generación.



[1] Cf. Jesús o el secreto mortal de los templarios, pp. 241-258.
[2] Id., pp. 210-212.
[3] Cf. Jesús o el secreto mortal de los templarios, pp. 109-114.
[4] Cf. Jesús o el secreto mortal de los templarios, pp. 109-111. El demencial relato de la leyenda de María Magdalena, colocada por los ángeles en un pico entonces inaccesible, y luego elevada por ellos cada mañana hasta la cima más alta, para que se secara, dado que la gruta era muy húmeda, es típico de la ingenuidad de las multitudes de la antigüedad.
[5] Cf. Jesús o el secreto mortal de los templarios, pp. 112-114.
[6] El pseudo-Orígenes, en su Contra Celso, niega explícitamente que el evangelio calificara a Jesús de carpintero. No obstante, Marcos lo afirma en su evangelio (6, 3), y con todas sus letras, en griego. Por lo tanto, el texto de Marcos que el pseudo-Orígenes conoció en su época, era diferente al nuestro.
[7] Se observará que Tomás de Aquino, san Bernardo, san Buenaventura y santa Catalina de Siena se alinearon en la Edad Media en las filas de los adversarios de la Inmaculada Concepción. Por lo visto a Catalina de Siena se le apareció la Virgen María para confirmarle que no era en modo alguno inmaculada. Pues bien, la Iglesia acaba de proclamar a Catalina de Siena “doctor de la Iglesia” ... ¿Cómo conciliar estas contradicciones”

Tomado del libro: LOS SECRETOS DEL GOLGOTA de Robert Ambelain.

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